España y el cierre de la “nueva política”
Del
sindicalismo social de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) al
problema de la verticalidad de las luchas *
por Lotta Tenhunen y Raúl Sánchez Cedillo
Con
los resultados de las elecciones municipales del 24 de mayo de 2015, el 24M, se
cerró en España –y en Europa, desde donde oímos inmediatamente el
eco de la alegría de las otras fuerzas contra la austeridad– una nueva etapa
histórica de la tentativamente llamada nueva política. Si la primera fue la
gran explosión imprevista de Podemos, su ascenso veloz en y tras las europeas
del año pasado, esta vez seguramente se trata de una cuyo valor diferenciador
es el proceso largo de experimentación política: la pluralidad y radicalidad
democrática que acuñan el éxito municipal. Esta pequeña victoria no tan pequeña
es un golpe mortal al bipartidismo español, pero no solo eso. También se
presenta como una pregunta abierta hacia el proceso constituyente en curso, ya
que plantea un claro desafío en relación a la construcción de una
“autonomía de lo político” por parte de Podemos, cuyos resultados en las
elecciones a los parlamentos autonómicos no estuvieron a la altura de las
expectativas, ni de las pretensiones de la actual dirección de Podemos.
Dicho
esto, en el plano electoral los resultados municipales de la nueva política son
frágiles. Ninguna capital de provincia se ha ganado por mayoría absoluta. En el
sentido territorial estatal hay mucha disparidad cuantitativa entre los
municipios, y desde luego la falta de coordinación en red entre los mismos
dificultan cualquier estrategia compartida. La urgencia de una confluencia
hacia las elecciones generales del otoño conlleva el reto de situar las
coyunturas municipales en el mismo plano para potenciar la acción en red de los
nuevos Ayuntamientos rebeldes.
En
el sentido temporal se da, pues, un dilema sobre la continuidad del proceso y
la forma de organización más allá de las elecciones. El primer ataque de la
derecha en la capital, un 15M inverso, un verdadero Blitzkrieg mediático
contra Ahora Madrid, pone de manifiesto dos cosas de cierta importancia: la
brecha entre el tiempo de la política representativa contra el tiempo de los
movimientos y la falta de una red de organización territorial capaz de defender
un gobierno imposible. E imposible será, creemos, por si solo, sin contar con
un ensamblaje más amplio que el de las propias plataformas de confluencia. El
“mandar obedeciendo” zapatista, un lema repetido en estos meses, se convierte
inmediatamente en una frase vacía si cesa la existencia del sujeto a la que
tienen que obedecer los agentes del asalto institucional: el poder
constituyente. Puede sin duda convertirse en el lema elegido por la nueva
alcaldesa madrileña, la ex-jueza Manuela Carmena, el “gobernar escuchando”,
pero si escuchar no implica comprometerse, se rompe el nexo principal del
ensamblaje subversivo, se rompe el proceso constituyente y se vuelve al plano
de una regeneración de las élites.
¿Qué
hacer, pues, para que esto no pase? ¿Cómo garantizar la continuidad del
movimiento y por ende la salud democrática de la nueva política? Ésta se gesta
en la denuncia del 15M de la crisis de la representación y a partir de ahí
empuja hacia la creación de otras estructuras de organización para las grandes
mayorías, distintas del Estado nación y de la forma partido. No obstante, está
por definir e inventar en su mayor parte. Cuando el incipiente movimiento
municipalista entra en el tablero de juego del Estado y asume la forma partido,
no hay manera de seguir avanzando en la creación de la nueva política sin las
luchas vivas de la ciudad. Con ellas tendrán que renovar continuamente sus
mandatos los nuevos ayuntamientos – y aspirar a destruir toda relación
de representación para crear una relación de delegación desde abajo,
abriendo así hacia la radicalización democrática, evitando a toda costa la
pérdida de la agencia de los movimientos sociales y de la ciudadanía politizada
en el 15M. Se trata, pues, de construir una estructura viva y procesual de
verticalidad democrática que pueda ser habitada por el ecosistema social y
político de los años posteriores a la revuelta 15M. Más allá de los
dispositivos de revocabilidad, esto requiere una rigurosa profundización en las
relaciones constituyentes encaminada a dar primacía, frente a los expertos
políticos y económicos, a la voz de los y las afectadas por la gran variedad de
los programas neoliberales. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) es
el ejemplo actual más potente de una producción incansable de modos de
enunciación desde y sobre aquella realidad, y un nido de construcción de poder
de los y las de abajo. Creemos que la coyuntura llama a todos los nuevos
Ayuntamientos a dotarle del máximo protagonismo, fortaleciendo de esta suerte
las relaciones de contrapoder capaces de garantizar la reproducción del poder constituyente
y la radicalidad de la nueva verticalidad.
Esto
es lo que nos anima a escribir desde un paradero momentáneo del asalto
institucional mientras caen las injurias del viejo régimen sobre Ahora Madrid.
En la PAH es palpable el ánimo de seguir empujando y desde los primeros días se
ve un fuerte deseo de tener un rol fundamental en el proceso. Compartimos estas
notas sobre la actual situación considerando a la PAH como un componente
fundamental ante el reto de mantener abierta la ruptura, ofreciendo algunos
prototipos creados en el despliegue de su trabajo con la esperanza de que sean
útiles, hoy o mañana, en las luchas extendidas por todo el continente europeo y
más allá.
Preliminares
sobre el sindicalismo social
No
obstante, antes de abordar el caso de la PAH, conviene hacer algunas
consideraciones generales sobre el sindicalismo social a partir de las
experiencias desarrolladas en España en la presente década.
En
primer lugar, si nos aproximamos al sindicalismo social como a una extensión o un
dominio ampliado respecto al sindicalismo del contrato de trabajo, o en todo
caso como un ámbito diferenciado, tenemos que constatar que en el caso español
la reforma laboral de febrero de 2012, primer acto legislativo importante del
gobierno de Mariano Rajoy, asocia las políticas de austeridad a un estado de
excepción en las relaciones laborales que pone fin a los contrapoderes
jurídicos de defensa de la fuerza de trabajo, inscritos en el Estatuto de los
trabajadores de 1980/1985, en cuestiones como la negociación colectiva o el
despido libre[1]. El sindicalismo confederal de Estado,
representado por Comisiones Obreras (CCOO) y la Unión General de Trabajadores
(UGT) y estructuralmente dependiente de las ayudas discrecionales de los
gobiernos, ha visto así el fin de su parábola histórica. Hay una fuerte
resonancia entre esta reforma del Estatuto de los trabajadores y la reforma del
artículo 135 de la Constitucional española, que fija constitucionalmente el
techo de endeudamiento público conforme a las indicaciones del Pacto fiscal
europeo, llevada a cabo por el aún gobernante PSOE y el PP y con urgencia y
alevosía en agosto de 2011. Si pensamos en la PAH como en la figura central del
sindicalismo social, vemos que esa situación de completa vulnerabilidad ha sido
una situación de partida, empezando por las características del derecho
hipotecario español, que establecen la devolución completa de la deuda
hipotecaria más los intereses de demora y no reconocen la dación en pago del
inmueble.
De
esta suerte, costaría mucho entender la potencia desplegada por la PAH en estos
años si nos atenemos únicamente a las condiciones jurídicas negativas en las
que se ha movido la situación de las personas desahuciadas. Solo podemos
entenderlo si partimos de que tanto la PAH como el sindicalismo social en tanto
que prototipo presuponen una acumulación ontológica de subjetividad inscrita en
la ecología de los procesos de la metrópolis. Dicho de otra manera, aunque la
trayectoria de la PAH comienza unos años antes, solo cabe entenderla a partir
de su sinergia y su hibridación con los modos de hacer del 15M.
Si
quisiéramos generalizar, habría que afirmar que el sindicalismo social consiste
en el «aprovechamiento» de lo que, sirviéndonos de las categorías de Pigou,
podríamos llamar las externalidades positivas de la producción del común:
condiciones y dispositivos afectivos y emotivos; invenciones lingüísticas;
prácticas y máquinas tecnopolíticas. Pero no se trata de un aprovechamiento
cualquiera, esto es, es preciso cualificar ética y ontológicamente esa acción
colectiva. Tal vez se entienda mejor si afirmamos que el sindicalismo
social no es una mera agencia de afectados por políticas públicas o actores
privados, sino que presupone una dimensión laboral genérica (explotada) de la
ciudadanía, entendiendo esta con arreglo a una determinación abierta y
ambivalente entre la abstracción cerrada de la definición del individualismo
posesivo y la caracterización histórica y política de la misma en función de
las luchas democráticas que la redefinen en un campo de tensores éticos y
políticos.
En
su práctica, y este es un rasgo distintivo respecto al sindicalismo del
contrato de trabajo, el sindicalismo social recompone la fuerza de trabajo
«desde fuera» del mundo de la empresa o, dicho de otra manera, «desde dentro»
de la cooperación social extralaboral. En este sentido, el sindicalismo social
parte de los procesos de producción de subjetividad (de clase y empoderamiento
de los subalternos) como un previo y no como un resultado final.
La
capacidad de afectar y ser afectados como figura original de la hegemonía
social y política
Para
que puedan proliferar procesos de este tipo, nos aconseja Montserrat Galcerán,
una de las recién electas concejalas madrileñas y compañera de la Fundación de
los Comunes, tienen que primar “el cuidado de la diversidad, la búsqueda activa
del consenso y la identificación de los disensos para que puedan trabajarse y
resolverse”. Galcerán describe a Ganemos, la plataforma de confluencia de base
que luego acepta ir a las municipales junto a Podemos, como un “conjunto de
dispositivos en red, organizados en torno a grupos de trabajo y plenarios”,
donde “la coordinadora está integrada por delegados de los diferentes grupos de
trabajo pero sus sesiones son abiertas”. Esto permite la apertura, permite que
“la capacidad de decisión circula de un modo mucho más horizontal y no se
concentra en una cúpula cuyas decisiones sean vinculantes.” Así se crea una
nueva institucionalidad que merezca ser parte del nombre de una revolución
democrática: un proceso de un devenir revolucionario de la sociedad. Un
llamamiento a tomar de las riendas de la propia vida junto a otros, con el
objetivo de ganar la libertad de decidirlo todo. En el camino hacia las
elecciones generales de diciembre de este año es de una importancia fundamental
que estos procesos de empoderamiento se intensifiquen y amplíen, sin temer al
conflicto, sino habitándolo. El miedo a la apertura entrega las armas del
pensamiento colectivo y novedoso al enemigo, hace cesar la búsqueda de un
compromiso extendido con lo colectivo. Así no pueden borrarse las huellas que
marcan el cuerpo del individuo–consumidor aislado, sin cuya mutación no se
puede avanzar. No es posible ni empezar a ganar sin que los procesos cuenten
con este plano de producción de subjetividad.
En
la misma línea, la PAH tampoco sería posible si no fuera por un proceso
continuo de revuelta subjetiva experimentada y promovida por las decenas de
miles de personas que han pasado por sus asambleas. Fundamentalmente, se trata
de un espacio donde se trabaja para crear confianza en nosotros mismos
y en los demás, siendo la confianza una de las cualidades humanas gracias a
cuya destrucción se mueven las cadenas de la fábrica del hombre endeudado
descrito por Maurizio Lazzarato. También es un espacio donde el
pensamiento no es sólo representativo, sino también afectivo, como
hemos aprendido de Spinoza. Un espacio para la tentativa de mitigar las
pasiones tristes, pero no reprimiéndolas, sino dejándolas salir. La primera
pequeña victoria consiste, pues, en abordar el reto de ponerlas en común para
caminar juntos hacia la construcción de otras más alegres. En este camino se
encuentra en práctica el significado del conatus spinoziano,
“lo que da fuerza para existir y perseverar en el deseo para seguir”, como dice
Verónica Gago. Porque, ¿qué otra cosa es la PAH sino una continua variación
sobre el tema de “emprender, arreglárselas, salvarse, salir adelante,
sobrevivir, progresar y, para todo ello, conquistar espacios y tiempos en
condiciones de expulsión y desposesión”? La micropolítica de los afectos de la
PAH apoya y expande la capacidad del conatus como el motor de
una economía popular, donde las estrategias vitales de cada persona y familia
escapan de lo estrictamente individual: aporta un proceso de aprendizaje sobre
lo común que multiplica la capacidad de acción de sus miembros. Para que esto
sea posible, primero hay que aceptar un punto de partida no solo de pluralidad,
sino también de desigualdad en los recursos de todo tipo, desde los materiales
hasta los que conciernen a la toma de palabra y la visibilidad en el espacio.
Partiendo de ahí se empiezan a plantear nuevos marcos de lo visible, lo
enunciable y lo factible para desplazar el equilibrio de los posibles y la
distribución de las capacidades. El éxito de este intento depende de que sea la
acción misma y no sus efectos futuros que transforme.
La
principal herramienta de la transformación en la PAH es el asesoramiento
colectivo. Ahí es donde se aprende a poner en común los saberes cotidianos para
construir conocimiento situado frente a los discursos expertos y para dar lugar
al empoderamiento. Aquí el objetivo emancipatorio del desarrollo de las
capacidades de cualquiera depende completamente de la capacidad colectiva del
grupo de 1) partir de la diferencia para 2) construir
y reconstruir un principio mínimo, siempre pragmático, de apoyo mutuo. Así
se aprende la virtud democrática de ponerse en la piel del otro. Y mientras es
fácil ver cómo hay líneas repetidas de aprendizaje que surgen de la combinación
potente de la desobediencia civil pacífica por un lado, y de las prácticas
afectivas de cuidados inclusivos por otro, sería simplificador afirmar que en
la PAH los activistas aprenden de los afectados y viceversa. Se trata de una
colaboración entre singularidades múltiples: la heterogeneidad de la
composición abre camino al pluralismo, enseña algo para cada cual, pero
principalmente enseña a todos la negociación de las identidades adquiridas
(sean éstas políticas o sociales), sensibilidad micropolítica, pérdida de miedo
frente a lo diferente y trabajo desde/en el conflicto. Y así de paso se
van creando prototipos de acción colectiva imprescindibles para la organización
política en las condiciones de la hipersegmentación neoliberal.
El
asesoramiento colectivo está siempre al borde del caos. Siempre está a puntito
de dejar de funcionar por la multiplicidad desbordante, y siempre necesita ser
rescatada por sus integrantes para cada momento específico. Es un espacio
fluído donde se empieza siempre de alguna manera desde una cacofonía y se
termina con una imposibilidad de cualquier síntesis definitiva. A veces, es
cierto, este fluidez del espacio principal de la acción colectiva deja en la
penumbra el debate estratégico a medio y largo plazo. Son los congresos
estatales, realizados cada cuatro meses, los que ofrecen la mínima oportunidad
de verse entre los nodos de la extensa red de más de 230 plataformas. Aquí
cabe, pues, insistir en el hacer tecnopolítico de la PAH como algo
imprescindible para la continuidad mínima del debate estratégico, de la toma de
decisiones no presencial, y en las campañas de presión virales y a pie de calle
coordinadas en red. También hay un lado positivo en la fluidez del espacio
principal presencial: la bajísima cantidad de conflictos ideológicos dentro del
movimiento. A la luz de la experiencia de la PAH no es difícil confirmar la
hipótesis sobre la era de la “posthegemonía”, tratada ampliamente por Jon
Beasley-Murray en su reciente libro sobre las luchas en América del Sur. Ya
sabemos, y por eso poca tolerancia respiran las asambleas de la PAH hacia
discursos sobre “anticapitalismo” o la “lucha de clases” – no precisamente por
no estar de acuerdo con lo que vienen a decir, sino por priorizar,
inteligentemente, la construcción discursiva desde la práctica. Y porque
(aunque a algunos se nos dé a veces pensar sobre alguna hipótesis de una clase
endeudada) rechazar los viejos nombres de la lucha de clases es la única manera
de dar a luz los nuevos.
Sindicalismo
para el siglo XXI
En
una reciente entrevista con Pablo Iglesias en su programa Otra vuelta
de Tuerka, Antonio Negri subrayó que las nuevas fuerzas institucionales
como Syriza y Podemos “no son simplemente potentes en el nivel político como
defensa de la democracia y de los derechos sociales, sino que pueden llegar a
serlo también en el terreno productivo”, insistiendo en que estaba
“absolutamente convencido de que este empoderamiento no es simplemente
democrático, sino también productivo”. Que así sea, depende en buena medida de
que estas se mantengan como estructuras abiertas y dotadas de un mandato de
base fuerte, revocable, y en continua renovación. Desde luego, las condiciones
de la productividad (política y productiva) a día de hoy no pueden ser
entendidas desde arriba, sino desde la realidad compleja de las distintas
formas de vida y de lucha de los precarizados, endeudados y excluidos de los
derechos de los pactos sociales del siglo anterior. Por lo tanto, el
empoderamiento productivo depende de la construcción de una institucionalidad
de base que acompañe y enseñe el camino a las fuerzas del asalto institucional:
una institucionalidad que haga las veces de 1) un sindicato social formado en
torno a un bien material o el acceso a y calidad de un servicio entendido como
derecho y 2) una comunidad que desafía el valor de cambio para basarse en el
valor de uso.
Durante
los últimos cuatro años resultó que el 15M, o mejor dicho lo que iba quedando
del mismo en nombres y autonominaciones, se agarró al principio de la
horizontalidad y sufrió el destino del hermano mayor de La fábula de
los tres hermanos. Su mirada fijada en el paso perfecto le dobló el
cuello y, al no ver hacia dónde se encaminaba, terminó tragado por la
confusión, pasando sus días desorientado y frustrado. Esto no ha sucedido, por
suerte e inteligencia colectiva, con los movimientos que adoptaron una
experimentación en el terreno de un nuevo tipo de sindicalismo social,
principalmente caracterizado por dos elementos:
1) la
transversalidad de su composición y por ende del terreno de su lucha, muy
visible en las Mareas blanca y verde, en las que se comprometieron a luchar
juntos los usuarios y los profesionales del sector, y en la PAH a partir del
15M, que abre el movimiento a todo tipo de problemáticas de vivienda, buscando
nexos de causalidad entre el endeudamiento público masivo con la lucha inicial
de los hipotecados,
2) la
pragmática popular[2], acompañada de la aspiración
de tener un peso enunciativo pleno en la esfera pública, es decir, de desafiar
la división de lo social y lo político, rechazando a su vez la
representación-delegación por parte de las nuevas formaciones electorales como
Podemos y las distintas plataformas municipalistas.
Estos
dos elementos son fundamentales, por un lado, para luchar contra la hipersegmentación
neoliberal y la impotencia inducida por ésta y, por otro, para no quedarse de
brazos cruzados tras algunas victorias electorales parciales de las nuevas
fuerzas, sino para seguir empujando, desde abajo y hacia adelante, en pos de la
creación de nuevas formas políticas para las mayorías. Este ha sido el legado
de la PAH desde su inicio, pero es de destacar lo mucho que se benefició del
estallido 15M. Solo a través de este levantamiento se convierte en un
movimiento plural, múltiple, potenciado por su crecimiento continuo, a la vez
que demostradamente capaz de autoregularse con pautas comunes a nivel estatal.
Se convierte en referente internacional por su eficacia en la paralización de
los desahucios a través de la negociación judicial y la resistencia pacífica,
en la conquista de condonaciones de la deuda y alquileres sociales, en impedir
cortes de suministros básicos. Y mientras tanto promueve campañas de
legislación desde abajo, señala a los culpables políticos del rescate a la
banca y el consecuente expolio, desarrolla propuestas y modelos concretos para
la regeneración y ampliación del derecho a una vivienda digna. Esta cantidad de
actividades llevadas a cabo todos los días no sería posible sin una implicación
fuerte de sus integrantes, y una cierta entrega a la acción colectiva,
podríamos decir: sin hacer de la PAH la comunidad referente para sus
participantes, fortalecida por la convivencia de algunos de sus miembros en los
edificios recuperados por el movimiento. En fin, se trata de una máquina de
acción colectiva en expansión, bastante semejante a un sindicato de los tiempos
anteriores a su declive como espacio de organización real de los trabajadores,
pero que se presenta ahora como una máquina para la experimentación en
el terreno de la organización de la reproducción y producción libre de la
multitud.
Aunque
el tema del trabajo es aparentemente externo a la PAH, vuelve a surgir en su
seno una y otra vez conforme a la situación real de precariedad generalizada.
No se trata de un movimiento laboral y por lo tanto es ajeno al formato de los
“sindicatos comunitarios”, cuya base es la colaboración entre sindicatos
laborales y movimientos sociales.[3] Sin embargo,
el tema atraviesa la composición del movimiento de una manera subterránea, poco
ruidosa, mantenida hasta ahora al margen de las asambleas, en el terreno de lo
informal. Están por darse los procesos de articulación de la relación entre la
casa por la que se lucha y el trabajo que no hay, pero hay murmullos. Muchas
veces, tras las asambleas, se comentan las últimas noticias de cada uno. A
alguien le han dado dos meses de curro, a otra le han echado
ilegalmente, un tercero ha abierto una suerte de negocio en la calle, etcétera.
Se consulta y se aconseja en Telegram sobre los temas laborales; se comparten
las típicas experiencias de los contratos cero que dejan pendientes de la
llamada del empleador; se echa una mano para el autoempleo de muchos tipos,
como pueden ser las clases particulares en las casas de la Obra Social;
estallan cabreos colectivos cuando después del periodo de prueba no remunerado
nunca vuelven a llamar para el emeplo recién encontrado; se debaten los
contratos ilegales; vender mercancías sin permiso en la calle; la espera de los
freelancers a que llegue un encargo... Pocos cotizan y la mayoría ingresa lo
que necesita de un mes para otro. De esta suerte, el acceso a una casa con un
precio bajo (de alquiler social) o gratuita (por tratarse de una vivienda
recuperada aún por negociar) se convierte en la base fundamental, no solo de la
reproducción, sino también de la producción informal. Ofrece el marco mínimo
para formas variadas de subsistencia y hace ver la medida en la que la
reproducción y la producción se solapan en las condiciones actuales.
Claro
está que abordar esto en el ámbito del movimiento supone el reto de un salto
cuantitativo, porque abrir y mantener un nuevo frentes de lucha no sale gratis.
Las tentativas de abordar el tema de la renta básica universal han sido
debatidas en los últimos congresos estatales pero sigue faltando fuerza y tal
vez también voluntad. Sin embargo, este año vimos el primer acercamiento
público entre las luchas del precariado laboral, en este caso de los precarios
de Movistar, y la PAH de Barcelona. Los de Movistar vestidos de sus camisetas
turquesas fueron alegremente saludados por la horda verde de la PAH en la sede
ocupada de la telefónica. Las dos luchas comparten, sin duda, muchas
experiencias afectivas y “carnales”: los cambios en la relación mantenida con
el tiempo (los horarios impuestos por el patrón o por el acreedor), la falta de
confianza en nosotros mismos y en los demás (la competencia entre los empleados
o el self-made man culpabilizado), y otros trastornos de la
sujetividad agradecida-endeudada. Más allá del claro reconocimiento mutuo en la
estética o en las tácticas de ocupación de la sede del adversario, se abre una
búsqueda de los puntos comunes en la hipersegmentación neoliberal. Ambos
movimientos basan sus estrategias en convertir la vida explotada en su
totalidad en una molestia para quien la explota, para que sea un grito, en
carne viva, por una vida digna.
“La
vida digna” como el principio conductor de la lucha “por una vivienda digna”
tiene varias dimensiones, y lo más importante es que abre la cuestión de qué
hemos de entender por esa vida, qué es lo que hace que sea digna. Estas preguntas presentes en la
PAH nacen del aprendizaje sobre lo común, del empoderamiento y de la
experimentación comunitaria de otras formas de vida distintas del individualismo,
la competencia y el egoísmo. Llevan a valorar la comunidad, pero ya no en el
sentido de la sociología moderna, como el castillo frente al enemigo externo,
sino como una célula de potencial constituyente que se organiza y se extiende
en red con otras. Nos vemos tentados de afirmar que aquí se trata de una
herencia de las luchas comunitarias latinoamericanas, pero sin líneas claras
para confirmarlo, así que nos limitaremos a apuntar el interés de leer la forma
comunidad como una forma que tiene un enorme potencial para hacer frente y
darle vuelta a la lógica neoliberal de acumulación del capital. Se trata de una
cuestión que hay que prolongar pensando con la ayuda de las experiencias de
colectivos del feminismo comunitario boliviano, como Mujeres Creando, cuyos
libros Hilando fino y El Tejido de la rebeldía se
escriben para desarrollarla desde la práctica, o con la teorización marxista
que hace de estas luchas el vicepresidente boliviano García Linera en su libro Forma
valor y forma comunidad.
Lo
interesante, de todas formas, sería ver nacer un movimiento que reconozca la
base de la producción de riqueza en “los préstamos, las tarjetas de crédito y
la masificación del consumo [que] fueron las vías a través de las cuales el
sistema financiero penetró las economías populares”. Volvemos a pensar con
Gago. En una de las entrevistas a raíz de su libro La Razón neoliberal dice
que las finanzas son un nuevo código común, “capaz de traducir la
heterogeneidad del mundo del trabajo –de changas a microemprendimientos, de
trabajos formales por temporadas a actividades freelance, de empleos formales
que duran poco a informales que pueden estabilizarse– a relaciones más
homogéneas entre acreedores y deudores”. Tal vez aquí lo rescatable para la
organización transversal contra el poder de mando del capital consista
precisamente en buscar, en la jungla neoliberal de la gobernanza por endeudamiento,
alianzas que construyen una nueva ética del im/pago: que reconocen la dimensión
comunitaria de la deuda[4] mientras niegan la
legitimidad de los acreedores de un poder inflado que ni reconocen solidaridad
ni participan en la construcción de la comunidad. Resulta importante
ver el doble filo de la deuda para evitar que la lucha contra el endeudamiento
se cierre en una vuelta al deseo propietario egoísta frente al posible deseo
propietario comunitario, siendo esta una cuestión más que presente en los
procesos de convivencia en los edificios ocupados-recuperados y en la
consecuente asignación de pisos individuales por parte del banco una vez se
gana en la negociación.
Este
es el terreno de la PAH, donde se experimenta –entre el desafío a la propiedad
privada y el señalamiento del desmoronamiento de la propiedad pública– la
práctica de la propiedad común o comunitaria. Si esta comunidad llega a
entenderse a sí misma como productiva, puede aportar mucho para poner patas
arriba la extracción del valor que pesa sobre la vida. El impacto de la
cada vez más amplia adquisición de la deuda para hacer posible la
sostenibilidad de la vida, pero también la productividad de los márgenes
excluídos de la sociedad, son cuestiones en las que la PAH tiene mucho que
decir. No podemos permitir que las clases populares –los muchos diferentes con
sus estrategias cotidianas fortalecidas por el apoyo mutuo– sean silenciadas y
convertidas en víctimas, o habrá que dar por perdida la oportunidad. Por eso,
mientras en la PAH se están preparando estrategias frente a la siguiente
ofensiva que viene en forma de una burbuja de microcréditos ya en formación en
España, es igualmente necesario seguir desarrollando dispositivos que trasladen
sus conocimientos hacia las otras capas de la estructura vertical del proceso
más amplio – y que sean plenamente reconocidas como los actores protagonistas
del cambio.
Dispositivos
para una relación movimientos–instituciones
Volvamos
a lo más urgente, la relación de la PAH con las iniciativas electorales nacidas
del ecosistema social y político del ritornelo “no nos representan” del 15M. La
gran promesa de estas últimas ha consistido en poner a la representación misma
entre los signos de interrogación. Recordemos que la cuestión fue planteada
explícitamente por Monsterrat Galcerán en un reciente encuentro de debate
organizado por la Fundación de los Comunes en Madrid[5].
Montserrat preguntó, entre integrantes de estas plataformas y participantes de
movimientos varios, ¿cómo construir una estructura de organización
política vertical desplazando la representación e introduciendo la delegación? ¿Cómo
hacer para garantizar que esa delegación se dé desde abajo, desde los
movimientos que se forman en contacto directo con la explotación y extracción
neoliberal para construir formas de acción colectiva?
Más
vale que estas sean y sigan siendo preguntas que se retoman dentro de las
plataformas protagonistas del asalto institucional. A la vez, son las preguntas
que interesan en la PAH, que se encuentra frente a una nueva coyuntura
institucional, buscando una continuidad de su protagonismo en materia de la
lucha por la vivienda. Si se rompiera el bloqueo institucional del gobierno por
mayoría absoluta del Partido Popular, para la PAH lo lógico sería seguir con su
trabajo y dar inicio a una presión para verse dotada de aquel protagonismo por
el que lleva 6 años construyendo. Para ganárselo, el movimiento viene
preparando un par de dispositivos tanto internos como externos:
1.
En el plano interno la erupción de Podemos en las europeas de la primavera del
2014 puso de manifiesto que no sería posible evitar relacionarse con las
plataformas electorales nacientes. A través de una serie de experiencias
locales parecidas, en las que se asistía a la apropiación de eventos, de
diseños de cartelería, del uso de siglas por parte de las plataformas
electorales, y del malestar resultante, se puso en marcha la escritura de unas normas
de actuación ante las formaciones partidarias. Aunque la vastísima mayoría
de los problemas agudos que había tenido el movimiento –tentativas de
fagocitación, de apropiación, es decir, conflictos de tipo no frontal como con
las fuerzas del bipartidismo– en la relación con los partidos se habían dado
con las fuerzas del viejo régimen, en especial con IU, y si cabe precisar, con
el PCE, la decisión estatal de apartidismo frente a las nuevas fuerzas fue
tajante. Durante el invierno se consensuaron una serie de líneas rojas, muy
parecidas a las que ya existían antes en la cuna de la PAH en Catalunya,
destinadas a poder actuar frente a cualquier intento de captación. Resumiendo,
se trata de un documento en el que consta que militantes y cargos de partido no
pueden ser portavoces de la PAH ni responsables de las redes sociales de la
misma.
2.
Hacia fuera, el movimiento elabora un dispositivo para condicionar las nuevas
políticas municipales al lema “mandar obedeciendo”. Lo que en un principio se
llamó el “Compromiso PAH” tardó demasiado en ser elaborado como campaña y solo
se puso en marcha en varios Ayuntamientos más pequeños durante las campañas
municipales. Con vistas a las elecciones generales del 20 de diciembre cambia
de nombre y se lanzará durante el otoño con el nombre de “Exigencias PAH”. Se
trata de una recopilación del trabajo político del movimiento durante
los 6 años de la existencia de la PAH. Partiendo de las demandas de la
Iniciativa Legislativa Popular de 2013[6] –paralización
de todos los desahucios, dación en pago retroactiva y creación de un parque de
vivienda social– incluye también los contenidos de las campañas autonómicas
para evitar los cortes de suministros básicos; la reivindicación sobre la
mejora de los derechos de los inquilinos; la paralización de la venta de
vivienda pública a fondos de inversión; la remunicipalización de esas
propiedades; un techo de alquiler social en el 30% de los ingresos y en el 10%
en caso de cobrar menos que el Salario Mínimo Interprofesional; la puesta en
uso de alquiler social de los edificios propiedad de la SAREB y las entidades
beneficiarias del rescate bancario y despenalización de la usurpación e
inmediata paralización de la criminalización de la desobediencia civil
pacífica. Unifica las demandas locales y resume las propuestas desarrolladas
durante años para abrir así un frente de lucha donde se intenta crear, desde
abajo, una nueva ley reguladora del Derecho a la Vivienda constitucional. El
documento se acompaña con una serie de escraches para señalar a los
cargos de los partidos que no lo firman. Evidentemente, el devenir de este
dispositivo una vez puesto en práctica dependerá del éxito que tengan en las
elecciones generales las nuevas fuerzas. Si lograran imponerse, la amenaza de
señalamiento de los nuevos partidos que se nieguen a incumplir estas medidas
con escraches se verá sin duda alguna fortalecida con la inmediata
identificación con el régimen actual.
Esta
es la acción de ruptura con la autonomía de lo político ejercida por la PAH:
pone en primer plano los frutos de la organización del tejido social
empobrecido por los recortes y el programa neoliberal y se niega a ceder
protagonismo frente a la apuesta de Podemos o de las fuerzas municipalistas. No
se trata de una relación basada en una posición frontalmente antagónica –aunque
puede convertirse en tal– sino de una suerte de mirada ecosistémica sobre la
verticalidad post15M, sobre todo en las capas de base de la misma. Se trata de
construcción de un contrapoder que impida el cierre de la ruptura, y a la vez
de un componente altamente importante en la reproducción del poder constituyente
despertado en el 15M. También, por su composición y la experiencia que ha
ganado, tiene que esforzarse en darle primacía a una subjetividad política
femenina y mestiza-migrante frente a cualquier tipo de nuevos fascismos y
frente a la xenofobia reinante, pero también frente a la política masculina del
“gobierno de los mejores”.
A
modo de conclusión
Si
hoy nos toca escribir sobre estos temas no es por mero gusto, lo hacemos dentro
de una contienda en curso entre un proceso constituyente y una regeneración de
las élites. Estamos convencidos de que para todas las plataformas de
confluencia popular es de altísima importancia hablar con la PAH y con todos
los actores de la transformación subjetiva, social y política de los años
posteriores al 15M. Hablemos, porque necesitamos de un desborde de lo
social frente a la autonomía de lo político y de garantes de la continuidad
de un proceso de transformación, tanto en el plano de las
subjetividades como en el de la inteligencia colectiva que sabe responder en la
coyuntura cambiante. Ambas necesidades son puntos de partida señalados para
contribuir a una definición adecuada del poder constituyente en la
postmodernidad, tal y como plantea Antonio Negri en el nuevo prólogo de la
reciente edición castellana de El Poder constituyente. Un tercer
punto, la constitucionalización de un vasto pluralismo, es el
gran reto que define el asalto institucional, y a este respecto el riesgo de
deshacerse del pluralismo por el camino es mucho más grave que el de no obtener
el poder de constitucionalizarlo. Hemos de buscar antídotos frente a cualquier
intento de cierre “gobernista”, con independencia de los “motivos
excepcionales”. Para gobernar nos necesitamos a todos porque, frente a
cualquier gobierno, plantamos el reto de autogobernarnos.
*
Por encargo de EuroNomade tras el encuentro EuroPassignano del septiembre 2014;
pendiente de publicación en italiano por Alfabeta2/DeriveApprodi.
Bibliografía:
Beasley-Murray, Jon: Posthegemony.
Political Theory and Latin America
Gago,
Verónica: La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular
Galcerán,
Montserrat: El 'método Ganemos' o aprendiendo a hacer política en común
García-Linera,
Álvaro: Forma valor y forma comunidad
Guzman
A., Adriana & Paredes C., Julieta: El tejido de la rebeldía.
¿Qué es el feminismo comunitario?
Mujeres
Creando: Hilando fino desde el feminismo comunitario
Negri,
Antonio: El Poder Constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la
modernidad
Rancière,
Jacques: El reparto de lo sensible. Estética y política
[1] Véase
https://es.wikipedia.org/wiki/Reforma_laboral_en_Espa%C3%B1a_en_2012
[2]“Cuando hablo de pragmática popular el
objetivo es poner el énfasis en la experiencia de cómo se construye espacio, se
conquista una infraestructura para volverla vivible y cómo se la defiende. Esto
incluye una serie de apuestas políticas, de riesgos vitales, de conflictos
cotidianos y negociaciones complejas. Creo que es ese carácter experiencial lo
que permite ver una racionalidad que actúa y una estrategia propia, siempre contradictoria,
pero altamente efectiva. Por el contrario, cuando se pasiviza a los sectores
populares, más bien se los considera siempre víctimas: de la pobreza, de la
exclusión, de la incompetencia. Son formas que pueden asumir un tono
paternalista o moralizante, racista o persecutorio, pero siempre condena o
salva, discrimina o integra, y parte de poner distancia con unos otros que
deben ser gobernados, neutralizados o confinados.” Entrevista a Verónica Gago
por Telam, junio de 2015.
[3]Así, pues, aquí el mismo concepto se
usa de otra forma que cuando se trata de un modelo de organización de
trabajadores basado en una comprensión de las cadenas de interdependencia y
solidaridad entre los sectores laborales, como sería el caso del SEIU (Service
Employees International Union).
[4]Maurizio Lazzarato destaca esta
dimensión en su libro La fábrica del hombre endeudado
[5] http://www.fundaciondeloscomunes.net/seminario-hacia-nuevas-instituciones-democraticas/
[6]“Proposición de ley de regulación de la
dación en pago, de paralización de los desahucios y de alquiler social”,
http://afectadosporlahipoteca.com/wp-content/uploads/2012/01/ilp_dacic3b3n-en-pago-retroactiva_moratoria-de-desahucios_alquiler-social.pdf