Antídoto Spinoza: La crítica como invención de modo de vida
por Diego Sztulwark
"Todo el sentido del trabajo
iniciado aquí es pues el de mostrar la inanidad de una afirmación como esta:
“una filosofía construida more
geometrico
excluye absolutamente la hipótesis de un sujeto creador de sentido, y al mismo
tiempo, toda concepción del lenguaje donde este sería expresivo de mis
representaciones”. Mostrando que el sujeto en cuestión ya no es por cierto el
sujeto filosófico sino lo que llamo el sujeto del poema".
“Spinoza
no fue un erudito, sino un pensador”.
No se piensa
“para” la época sino para escapar de ella y para ventilarla. Spinoza poema del
pensamiento nos devuelve al más imprudente de los pensamientos, aquel que
piensa “contra” el orden, aquel que se dirige a la invención de pensamiento y a
la alegría que hace vivir. Es una imprudencia inventiva que exige enfrentarnos
al lenguaje, convertirlo en poema.
Para
Meschonnic Spinoza funciona exactamente en este sentido: como un antídoto
contra el aplastante dominio del signo en las representaciones del lenguaje. Y
esta es la principal contienda de la que nos habla este libro, la del
pensamiento intempestivo contra las teorías del lenguaje que borran el afecto
en el concepto.
“No se trata
impunemente al lenguaje como una herramienta. Eso vuelve sordo” para pensar lo
que un cuerpo “le hace al lenguaje”.
En Spinoza la
sistematicidad filosófica es poemática y crítica. Y sin embargo, su
explosividad afectiva no acaba de estallar, metida como está en la máquina de
lectura universitaria, cuya insistencia en los marcadores lógicos y en los
asuntos de la lengua no deja escuchar. Es lo que pasa cuando la filosofía opera
como actividad intelectual meramente explicadora –el comentario–, dentro del
orden y no contra él. Se acomoda en lo teológico político, en la metafísica
dominante, tradicional, que todo lo somete a la separación entre cuerpo y
pensamiento. Es este el reproche central que Henri Meschonnic dirige a los
filósofos: el hecho de moverse siempre dentro del espacio de la analítica y la
pedagogía, en el horizonte del signo, en el que el poema queda reducido a un
filosofema y el ritmo al sentido.
“La ausencia de una relación concebida y
construida entre el ritmo, la prosodia y el pensamiento permanece en el estado
actual, el más extendido, tan trivial que ni siquiera lo vemos. Este estado se
inscribe en el signo, en la cultura griega-cristiana del lenguaje. Y este
estado constituye un obstáculo epistemológico insalvable para entender un
pensamiento de la inseparación entre el afecto y el concepto. Por consiguiente
para traducirlo en su ritmo y su prosodia, que no son más que el movimiento
mismo del pensamiento en su continuo”.
El poema,
movimiento que organiza el sentido, hace invención de pensamiento y crea modo
de vida; abre el lenguaje a la historicidad y piensa más allá de lo que ya se
sabe; hace sujeto; rechaza el mundo, lo transforma. Poema del pensamiento es
la crítica que el ritmo le hace al signo, y el afecto al concepto. Es la
crítica que batalla contra el dualismo metafísico cuerpo/alma, para buscar la
unidad afecto-concepto; la fuerza de esa unidad a la que Spinoza llama Natura.
* * *
La célebre
“soledad” de Spinoza –exiliado de su comunidad de origen, recluido luego
voluntariamente– resulta inseparable de la “repugnancia” que le causaba el
poder de cualquier autoridad sobre el pensamiento, sea el rabinato o la
Universidad de Heidelberg, cuya invitación para enseñar rechaza. Y es rechazo,
no aislamiento: “los
rebeldes acudían a él de todas partes”, escribe
Bayle. Se trata de una estrategia de la libertad.
Necesitamos
desandar entonces la confusión entre “polémica” y “crítica”. Ambos términos
proceden del término “guerra”, pero mientras que “la polémica es del orden de la retórica, y de la sofística.
La crítica es un ejercicio de reconocimiento de las estrategias, y de denuncia
de los efectos de poder. En este sentido, es lo contrario mismo de la polémica,
que es una maniobra para tener poder”. Donde la
polémica consiste en la pretensión de imponer una opinión o argumento por
cualquier medio, la crítica busca transformar y posee una ética y una
estrategia específica. Descubre
funcionamientos; identifica y desmonta trascendencias.
Y aunque se
haya querido ver en el Tratado
teológico-político el inicio de la crítica bíblica, lo
cierto es que la crítica de Spinoza apunta a desarticular la apropiación por
parte de un poder, de una interpretación: “cuando se interioriza la religión, siempre es de la libertad
de lo que se trata. Es decir de la felicidad”. La crítica
del TTP desteologiza a
dios, a la ética y a la historia. Pero desteologizar es “algo diferente a la laicidad, que es de
otra época”. La potencia desteologizante de la crítica hace
comenzar la “historicización
radical de los valores”. A partir de allí, “el sentido, es la felicidad”.
Es la singularidad del discurso de Spinoza, en el TTP: la conjunción inseparable de “la desteologización, el análisis del
discurso y el sentido del lenguaje”. Y es lo que
no entendió la “ortodoxia”,
que solo veía en Spinoza un rechazo de “lo divino, mientras que lo que rechaza es la teocracia”,
a la vez que le otorgaba un nuevo estatuto a lo divino desacralizado en el
pensamiento.
Spinoza se
ubica, ante la religión, en una posición de “desbordamiento”,
dice Meschonnic, tanto respecto de las religiones constituidas, del
cristianismo y del judaísmo, como “del ateísmo ordinario”. Spinoza “quiere a la vez la Biblia y la libertad
del pensamiento”. Es esta “pluralidad interna”
la no llegó a captar Leo Strauss, el “defensor de la religión”.
* * *
Es contra el
agobio de las trascendencias en el pensamiento (Ser o Estructura; Hermenéutica
o Lingüística) que Meschonnic redescubre el continuo spinozista. Contra las
teorías que se dicen críticas pero sostienen que el pensamiento se divide en
facultades, y en las categorías heterogéneas de la razón. El continuo
afecto-concepto en el lenguaje reactiva la interacción entre el poema, la
historia, la ética y la política.
Por una vez
será el poeta quien lea a los filósofos. O los masacre.
Ni
heideggeriano, derridiano, ni lacaniano o foucaultiano Meschonnic desafía a
todas las escuelas. Tal vez sea esa la razón por la cual se lo acalle en
nuestro medio, a pesar del creciente interés por la edición en castellano de su
obra[1].
Henri
Meschonnic no fue un desconocido en vida (1932-2009) en la Francia de su
tiempo. De padres judíos pobres de Besarabia, fue traductor de la biblia hebrea
y ha sido un escritor prolífero. Formó parte, además, del Centro Universitario
Experimental de Vincennes –origen de la actual Universidad de París VIII– y
enseñó durante largos años lingüística en la Universidad de Lille y en París.
Y sin embargo,
no participó del estilo de politización sartreana del intelectual comprometido,
ni de las rememoraciones del 68. Más bien se
mantuvo distante de lo que consideraba denegaciones de la potencia de la
revuelta, gestos de adecuación al poder.
* * *
Lo que
Meschonnic enseña en su lectura de Spinoza es el valor estratégico de lo que
llama marcadores afectivos,
operadores cuya potencia es la del trazado del continuo, la invención de
relaciones entre afectos y conceptos, la concreción de la unidad ritmada –no de
la “unión”– cuerpo-alma.
“Pensar a Spinoza en su ritmo. Pensar el cuerpo en el ritmo
de su pensamiento”.
Esos
marcadores afectivos, inseparables de la prosodia, están en latín. Toda la obra
de Meschonnic puede ser leída como una advertencia sobre lo que se pierde en
las traducciones que borran estas marcaciones. La traducción se politiza. Ya no
se trata del latín como lengua culta, ni de determinar las lenguas de Spinoza
(¿y el español, el portugués, el holandés, el ladino, el hebreo?), sino de leer
el latín del pensamiento y la escritura de Spinoza, y de “la cuestión de las relaciones entre la
invención de un pensamiento en una lengua, y esta lengua. Lo que un pensamiento
puede en lo que una lengua puede”.
Al latín de Spinoza se lo reconoce por sus impurezas: su paso por el
hebreo; su escritura “contra el uso, forzando la lengua, voluntariamente”. Y es que –esta es una de las grandes premisas del
trabajo de Meschonnic– no es la lengua la que hace a la obra sino la obra la
que hace a la lengua. Lo materno es la obra, nunca la lengua. El latín de
Spinoza no es el latín de Descartes. La obra entera de Meschonnic es un ataque
al “genio” de la lengua. Sea el latín o el francés, el hebreo o el alemán: “la lengua no es la
generadora. Eso también es falso. Lo que es generador, es un pensamiento
de un sujeto en una lengua. Una relación cada vez única. En la medida en que
solamente podemos decir que tenemos relación con un pensamiento si este
pensamiento es una transformación del pensamiento. A diferencia del
mantenimiento del orden, o del comentario”.
* * *
Los poetas han
sido los primeros cómplices de Spinoza en un medio dominado por el odio
teológico político: Goethe, Heine, Byron y Shelley. El poeta lee buscando la
oralidad en el texto. Meschonnic no está pensando en el poeta que busca la
rima, sino en aquel otro que anda en la búsqueda de combatir la tiranía del
signo y romper la trampa de la comprensión temática.
¿No es así
aproximadamente como nos enseñó el filósofo Gilles Deleuze a leer a Spinoza?
Este libro es, entre otras cosas, una puesta a prueba del poderoso vínculo Deleuze-Spinoza.
Fue la última parte de su libro Spinoza,
Filosofía práctica (donde Deleuze lee en términos
rítmicos la quinta parte de La Ética)
lo que decidió a Meschonnic a emprender este trabajo; para entender a fondo lo
que allí se dice sobre las velocidades infinitas.
Meschonnic
encuentra a Deleuze a la vez muy cerca y muy lejos de Spinoza. Muy próximo
cuando atiende a los afectos, pero extraviado a causa de su comprensión de la
potencia, demasiado categorial, incapaz de dar real cuenta del continuo
afecto-concepto-lenguaje. Su crítica al más sensible de los filósofos es del
tipo “lo dice pero no lo hace”: “el
problema aquí no es hacer una lectura afectiva, sino leer el afecto como
escritura del pensamiento”. Deleuze desprecia la cuestión del
lenguaje (no forma parte de su filosofía de la “expresión”); si bien apuntó a
la cuestión del ritmo, no llegó a hacerse de él una idea viva y concreta. Esta
crítica es uno de los grandes intereses de este libro. No tanto porque haya que
considerarla necesariamente justa, sino porque ayuda a sacudir cierta
autocomplacencia filosófica ambiente. Y porque le sirve a Meschonnic para
avanzar en su propia relación con Spinoza. En su anti-estilística. En su teoría
del lenguaje como escucha, que es idea de “leer el afecto como escritura del pensamiento”.
Leer la afectividad del que escribe.
* * *
Así como la
teoría de los marcadores afectivos introduce una comprensión no lingüística del
lenguaje en la que lo que importa son los índices de intensidades rítmicas, el
sujeto del poema del que habla Meschonnic no procede ni se confunde con el de
la filosofía ni el del psicoanálisis. Tal y como lo encuentra en Spinoza, dicho
sujeto es lo que funciona en la doble unidad de pensamiento y cuerpo, y de
deseo humano y naturaleza. En los discursos que concretan esta unidad y crean
modo de vida; y que se crean a partir de los modos de vida. El sujeto del poema
es singularización, maximización de corporeidad en el lenguaje. Carga del afecto
en el concepto. Trastocamiento del sentido que ya no parte de la significación
de las palabras, sino del trabajo de las fuerzas que retuercen una lengua. El
sujeto es esos retorcijones.
Y por eso el
sujeto del poema no se confunde con lo poetizante, que hace del lenguaje un
encadenamiento de clichés.
Sujeto del
poema es lo que encontramos en la “concatenatio”, en la Ética, una sistematicidad que es al mismo tiempo una
contra-coherencia respecto de la persistente escisión cuerpo (carne-afecto) y
alma (espíritu-concepto) de lo teológico político, esa “logo-masticación”
que suprime la invención de vida.
El sujeto
comienza cuando ya no se lo confunde con el individuo. Ni como lo otro del
objeto. Como en el arte, dice Meschonnic, el sujeto es actividad,
subjetivación.
Y todo esto funciona en la Ética, donde “la prosodia, el ritmo, contribuyen a la demostración”, y donde se plantea una “relación entre inteligencia y mundo en
la que el sujeto se extiende hasta absorberse en y absorber a Dios o a la
Naturaleza”. “La inmanencia se
come la trascendencia” porque es “su escritura”.
* * *
Hay en la Ética
una sistematicidad poética “entre
la pequeña y gran unidad, la escritura y el more
geométrico, entre el
afecto y el concepto”, un modo de significar en el que el
lenguaje no es mero medio de expresión ni una forma para un sentido, sino energía: “movimiento del sentido del cual el
sentido no es separable”. No son “los fonemas de una lengua, sino los
significantes de un sistema de discurso”. Es el ritmo
como significante mayor.
Esos
movimientos son “intensivos
del pensamiento”, fuerzas del cuerpo en el lenguaje:
sensualizadores.
Hay una “energía increíble en el pensamiento”
de Spinoza: “su
pensamiento es
esa energía. Y de ese modo, es también una erótica generalizada en el lenguaje.
Hay un erotismo del pensamiento”. Es el deseo como esencia
humana: “lo que sentía Nietzsche. De ahí toma un
sentido imprevisto tener cuerpo. El pensamiento aquí tiene cuerpo. Otra cosa muy distinta al
motivo erótico mismo, localizado. Como en Georges Bataille”.
Todo esto
interesa también desde el punto de vista político. Porque lo erótico de Spinoza
(en el cuerpo-idea-lenguaje) no solo actúa como premisa de la potencia del
sujeto, sino también como condición efectiva y como índice de verdad de todo
contrapoder. Sin esta extensión de lo afectivo-sensual al mundo de las prácticas
micropolíticas, el sujeto se vuelve a confundir con el individuo, o con lo
social objetivado.
* * *
¿Cómo es que a
los más finos comentaristas se les escapó este Spinoza afectivo del lenguaje?
Para llegar a él, en todo caso, Meschonnic batalla de un modo brutal. Despluma
unos ciento sesentas libros, prácticamente todos los comentarios disponibles
sobre el tema: machete en mano, avanza desmalezando, refutando a partir de
grandes demarcaciones. Locura desatada: se desbroza, se refuta a mansalva. Deseo
de escuchar el lenguaje de Spinoza como nadie hasta el momento lo había hecho.
Lo que
Meschonnic siente es que se ha descuidado ostensiblemente el problema del
lenguaje en Spinoza. Si bien le concede a Toni Negri la tesis según la cual
Spinoza elabora como política y lenguaje lo que en la Holanda de su tiempo se
daba como anomalía
salvaje,
le objeta que en lo que respecta al lenguaje, a esa anomalía “hay que saber
reconocerla”, ya que es en la política del lenguaje en donde vive la verdadera
política en Spinoza. En Pierre Macherey lee una negación total del problema del
lenguaje, y en Etienne Balibar ve la sustitución del lenguaje por la
comunicación. Y así con los demás autores, sean maestros clásicos o
celebridades: de Matheron a Althusser, de Moreau a Badiou.
¿Qué hace con
esta arrogancia?
¿Estamos realmente con Meschonnic tan lejos del
Deleuze que insistía en su búsqueda de un habla extranjera, un tartamudeo en la
propia lengua, en la escritura a base de ritmos intensivos y en la afirmación
según la cual Spinoza escribe su Ética fundada en la potencia de los cuerpos
porque era demasiado astuto para escribir una ontología? ¿No aprehende Negri
acaso el carácter anómalo del movimiento spinoziano de la constitución y de la
democracia absoluta como anuncio de un comunismo de la multitud singularizado
precisamente en el lenguaje? ¿Es la “comunicación” en Balibar algo distinto que
la conexión entre afectos, como base de un nominalismo de las singularidades?
Puede que este
modo de proceder de Meschonnic –serial–, desconcierte e incluso fastidie. Pero
en ningún caso se trata de provocaciones gratuitas, sino de un esfuerzo enorme
por hacerse oír, por despejar, en el superpoblado campo de los comentarios
spinozianos, un espacio en el que decir lo que tiene para decir: que Spinoza
debe ser leído en “la
unidad del espíritu y del cuerpo como el continuo en el lenguaje”,
dado que “el lenguaje
no participa de la disociación entre el pensamiento y la extensión”
sino que en él se escucha el “movimiento
del pensamiento, es inseparable del pensamiento”. Que no se
llega a Spinoza (se lo asimila a Descartes o a Leibniz) cuando se descuida la
concreción historizante del afecto-concepto en la escritura.
* * *
Lo que hace
falta entonces, para que haya escucha, es una teoría del lenguaje, y el poema
es ya esa teoría, en la medida en que –y esta es otra gran premisa del trabajo
de Meschonnic– la “teoría” es la reflexión sobre aquello que aún no sabemos. La
teoría como escucha de lo que podemos y aún no sabemos, porque “no se sabe lo
que puede un cuerpo… en el lenguaje”.
Y Spinoza
mismo se ha ocupado de elaborar una teoría práctica del lenguaje. Y sino ¿para
qué dedicarse a redactar un compendio de gramática hebrea en latín siendo que
en su siglo habían otras tantas disponibles?
“Su relación con el hebreo es una
relación de afecto. Un testimonio de esto, es su juicio sobre los acentos, en
su Compendio
de gramática de la lengua hebrea,
en el capítulo IV, de los cuales esperaba que estuviesen allí para expresar los
afectos del alma”.
Su relación
con el hebreo es “tan
necesaria, y se hace en latín, como necesaria es su relación con el latín, y
pasó por el hebreo”. Y es en ese “paso” por el hebreo y
con esta “notación escrita de los afectos”
que en la Ética funciona la
concatenación potencia-afecto, potencia-concepto, potencia-lenguaje, donde lo
divino inmanente resulta desacralizado. Deus Sive Natura.
El lenguaje
del poema es el lenguaje ordinario, lo que importa en él es su aptitud para
crear vida humana. Lo que en el TTP
se
da como combate del lenguaje y del modo de vida contra lo teológico político.
* * *
La casa
editorial que editó hace años en su idioma original Spinoza poema del pensamiento
quebró luego de hacer una única tirada. Luego no hubo intentos de reedición en
francés ni de traducción a otras lenguas. Por lo que las primeras noticias que
tuvimos del Spinoza de Meschonnic provinieron de las de sus propios trabajos.
Fue gracias a Guillermo Korn, amigo en común, que dimos con Hugo Savino,
escritor, traductor e introductor de Meschonnic en castellano. Y Hugo aceptó
ponerse a traducir (¡latín/francés/castellano!), y nos puso en contacto con
Régine Blaig, la compañera de toda la vida de Henri. A partir de allí, se trató
de compartir los esfuerzos entre dos editoriales amigas, Cactus y Tinta Limón, para
afrontar la edición argentina.
La composición de esta trama es una apuesta por renovar, al interior de
las preocupaciones vitales y políticas que nos animan, el interés por una
teoría histórica y materialista del lenguaje. Apostamos a que Spinoza poema del
pensamiento enfatice el trabajo de la
crítica en tres dominios de importante desarrollo en lengua castellana, y en
Argentina en particular. El primero de ellos es el campo vinculado a la
reflexión del lenguaje, debilitado según Meschonnic por el “giro lingüístico”.
De la poesía al ensayo y al psicoanálisis. El segundo es el de la filosofía y
en particular los estudios sobre Spinoza, que seguramente recibirán el impacto
de esta anti-pedagogía. Y el tercero es el del pensamiento político, en
ebullición tanto en Sudamérica como en el sur de Europa. Atravesado, como está,
por la querella en torno al populismo, el continuo del poema ofrece una
alternativa, en la medida en que desplaza la oposición entre los partidarios de
la “hegemonía” concebida como actividad lingüística/comunicativa, y los de la
“posthegemonía” asentada en los hábitos y afectos.
Aunque podemos
imaginar la producción de efectos en más dominios: en el campo de discusiones
en torno al hebreo, a las religiones, a eso a lo que se llama “judaísmo”; y muy
particularmente, en torno al oficio del traducir.
Al respecto ha
escrito Hugo Savino: “Traduzco
en la Argentina. Contra la chifladura de borrar el poema para que solo quede la
declamación”, “contra el concepto de literatura latinoamericana. Que nos
encierra identitariamente. Nos aísla en bloques de identidades. En el bosque de
las identidades”.
* * *
Este trabajo
de Meschonnic sobre Spinoza no aspira al camino fácil, que conduce directamente
al mercado, ni a constituir modelos políticos o retóricos listos para usar. Se
nos pide muchos menos (o mucho más): la invención de un sujeto de la lectura
capaz de retomar desde sí, para crear modos de vida, la labor histórica
subterránea y siempre inconclusa, que la crítica no ha dejado de trazar.
[1] Los libros de Meschonnic
editados en castellano hasta ahora son Golpe bíblico a la filosofía (traducido por Alberto Sucasas y editado por Lilmod,
Bs-As, 2007); Heidegger o el
nacional-esencialismo (traducido por Hugo Savino y editado por Arena Libros, Madrid, 2009); Puesto que soy la zarza ardiente (libro de poesía prologado y
traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As, 2008); Ética y política del traducir (traducido por Hugo Savino y
editado por Leviatán, Bs-As, 2009); La poética como crítica del sentido (compilación de textos varios, traducido por
Hugo Savino, prologado por Isabel Goldemberg y Savino, y editado por Mármol
izquierdo editores, Bs-As, 2007); y Modernidad Modernidad, traducido por Eduardo Uribe, La cabra ediciones, México DF, 2014. Con
menos circulación, se ha publicado en México “Para terminar con la palabra
Shoa” (traducción de Silvana Rabinovich). Gracias a Hugo Savino se puede acceder
al artículo “Demagogia del silencio, el deber de la resistencia. Cómo ser
posthitleriano sin saberlo” (2002), http://anarquiacoronada.blogspot.com/2014/07/demagogia-del-silencio-el-deber-de.html. Se ha publicado otro
artículo, “Continuar a Humboldt” (traducido por Hugo Savino) en revista Redes de las letras - Escrituras del Psicoanálisis, número 12/13.Los desiertos de la palabra, Legere, Bs. As., 2009. Diógenes Céspedes ha
traducido al castellano, además, Para la poética, Editora de Colores, S.A. Santo Domingo, República Dominicana, 1996.
Además se prepara la edición de Conversaciones con Henri Meschonnic que próximamente publicará Editores Argentinos
Hnos.; y Poétique du
traduire (Poética
del traducir), será editado por Dedalus Editores.