Por una Red Global de Ciudades (Rebeldes) del Bien Común
por Bernardo
Gutiérrez
La ciudad
contra el Estado. Las Ciudades del Bien Común contra
el neoliberalismo global. Son más que frases: podrían entenderse
como lemas o horizontes de un nuevo orden. Cuando Conil, un municipio de Cádiz, se declara oficialmente contra el Tratado
Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), la pregunta parece evidente: ¿qué puede hacer un gobierno municipal contra un tratado que
depende de la Unión Europea y de los Estados nación? Cuando el
nuevo gobierno de Ahora Madrid declara a la ciudad de Madrid como zona libre de
transgénicos, uniéndose a una red europea de 200 regiones y 4.500 autoridades
locales, no es un acto inocuo. La red de ciudades para abrigar a refugiados insinuada
por Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, ha pasado de un comentario viral en
Facebook a una posibilidad real. Las competencias sobre determinados asuntos
exceden lo municipal, pero las ciudades pueden activar
mecanismos, encontrar brechas legales y, sobre todo, abrir una narrativa de
resistencia y acción común. ¿La ciudad contra el Estado o la ciudad hackeando al Estado?
En City of fears, city of hope (2003), Zygmunt Bauman
reflexiona sobre la mixofobia (el miedo usado por las instituciones para
inhibir el uso del espacio público) y la mixofilia (mezcla humana y cultural en
las ciudades). Curiosamente, la principal conclusión del estudio es que los
Estados nación están en decadencia y que las ciudades son el principal
espacio político de nuestra era. Los Estados e instituciones suelen
desplegar rodillos legales (Ley Mordaza, restricciones de todo tipo) que agudizan
la mixofobia. Sin embargo, las ciudades pueden fomentar la mixofilia desde el
adentro (con medidas municipales) y desde “el afuera” (la ciudadanía actuando
autónomamente). Los ayuntamientos pueden ser beligerantes contra los
transgénicos (como Madrid), provocando un desplazamiento del tablero de juego:
lo más importante no es hablar si los transgénicos son o no perjudiciales para
la salud, sino cuestionar a las multinacionales transgénicas que causan
devastaciones humanas y naturales en el proceso. Las ciudades, abanderando
causas que exceden sus competencias, abren camino a nuevas
políticas, leyes, prácticas, herramientas.... Las ciudades griegas
que desobedeciendo a la Troika cancelaron la tasa de electricidad son un buen
ejemplo: forzaron un cambio (reformulación de este impuesto) con la llegada de
Tsipras a la presidencia.
Además,
este nuevo relato político de las ciudades contrarresta las metanarrativas del
sistema neoliberal. Antón Fernández de la Rota, en su texto La Atlántida del Común. Laboratorios políticos
municipales y periferia, identifica tres ciudades neoliberales: “La Smart City
del control tecnológico, la Ciudad Creativa del capitalismo cognitivo y la
Ciudad-Marca de territorios en competencia”. Una cuarta ciudad neoliberal,
transversal a todas, podría ser la Ciudad Público-Privada, que
limita el uso del espacio público y entrega ese derecho al mercado. El
encuentro #CiudadesxelBienComún, celebrado el viernes 4 de septiembre en
Barcelona, al que acudieron los nuevos alcaldes de las ciudades gobernadas por
frentes ciudadanos (Madrid, Barcelona, Badalona, Zaragoza, A Coruña, Santiago
de Compostela, Pamplona y Cádiz, entre otras) fue el primer gran ensayo contra
el Estado y las cuatro ciudades neoliberales. Las autoproclamadas Ciudades del
Bien Común comenzaron a alimentar el relato/deseo de otra ciudad y política
posibles, en una inédita fusión entre el “afuera”
cocinado desde el #15M de 2011 y el “adentro” conquistado en las urnas el #24M
de 2015.
La rabia
urbana global del afuera
El libro La apuesta municipalista, responsable en parte de las
candidaturas ciudadanas bautizadas como “confluencias” que conquistaron muchos
ayuntamientos de España, apostaba por “la política de lo cercano” frente al
Estado. El libro flotaba sobre una intuición sobre el “afuera” que existe desde
el 2011 global: lo urbano podría ser la palanca del cambio. El concepto de
Derecho a la Ciudad, formulado por Henry Lefebvre en 1968, llevaba unos años en
boga: derecho al espacio urbano que nos pertenece. Del Foro
Social Mundial (FSM) nació la Carta Mundial del Derecho a la Ciudad. Y el marxista David Harvey, en el libro Ciudades Rebeldes, publicado
al calor de Occupy Wall Street, dio una vuelta de tuerca magistral: el derecho
a la ciudad se transforma en un “derecho a modificar la ciudad de forma
colectiva” y a “cambiarnos” en el proceso.
El 2011
global reconfiguró el espacio urbano como una nueva interfaz de acción y
creación política. La mismísima Saskia Sasken, que acuñó el paradigma de la “ciudad
global” en mano de los mercados, adaptó su propia teoría tras la ocupación de
la plaza Tahrir de El Cairo. Empezó a hablar de la Calle Global, ese “espacio duro” donde “los que no tienen poder”
consiguen “hacer la política”. La calle global (espacio físico y
semántico) y las ciudades rebeldes (como remezcla combativa del derecho a la
ciudad) se han convertido en horizontes narrativos del “afuera” global. Algunos
de los estallidos sociales recientes han tenido en lo urbano su causa inicial,
como las revueltas del parque Gezi en Turquía, del Movimento Passe Livre (MPL) en Brasil o Gamonal(Burgos). Lo urbano también es la continuidad de
muchas revueltas, como lo muestran el Parque Augusta (São Paulo), Can Batlló en Barcelona o la gestión comunal del
Embrós Theater en Atenas. Lo urbano es el espacio de batalla de muchos
movimientos contra el neoliberalismo. “Luchar por una ciudad habitable es una
forma de disidencia”, apuntan en Temblor, brazo español de Radical Democracy: Reclaiming the Commons.
La
efervescencia de las luchas urbanas planetarias, ese “afuera” conectado en red,
nunca ha sido tan intensa. El movimiento urbano polaco, además de tumbar la
candidatura de las Olimpiadas de invierno de Cracovia, está generando procesos
de auto organización en Lodz, Poznan o Varsovia. En Turquía, el colectivo Sokak Bizim(Las
calles nos pertenecen) lucha contra la gentrificación urbana . En Carpenters
State (East London), los movimientos de la vivienda, ocupan edificios públicos. En Río de Janeiro, Ocupa
Golfe ocupa el corazón simbólico de las Olimpiadas: el campo de golf
planeado sobre una reserva ambiental. En los suburbios de África del
Sur, el movimiento Abahlali baseMjondolo usan el Derecho a
la Ciudad como herramienta. En Italia, la lucha por la moradía y
derechos de inmigrantes se desembocan en el derecho a la ciudad. En Estados
Unidos la Right
to the City Allianceaglutina a diferentes organizaciones. Y existe
incluso la Plataforma Global por el Derecho a la Ciudad. En lo
urbano, el combativo “afuera” global tiene claro su campo de acción,
peticiones, objetivos.
De las
'extituciones' al bien común
En España,
tras las acampadas del #15M las experiencias de autoorganización ciudadana
se viralizaron. Al mismo tiempo, la mayoría de las instituciones dieron la
espalda a la ciudadania. Durante ese desencuentro, Jara Rocha y Evangelina
Guerra dieron forma al concepto de “extitución”, que desdibuja el dentro-fuera de la
institución y potencia las redes abiertas: “Las extituciones se proponen como superficies en las que pueden ensamblarse multitud de agentes”.
Los ayuntamientos españoles gobernados por confluencias suponen una auténtico
meteorito (organizacional y narrativo) para el planeta. Desplazan el afuera
ciudadano (tejido en las prácticas del bien común) hacia el adentro
institucional. Y redondean una transgresión política que está ocurriendo en
muchas urbes (y algunas regiones) del mundo. La extitución podría servir de definición metafórica para estas nuevas alcaldías ciudadanas.
La “revolución islandesa” ganó el ayuntamiento de
Reykiavich, que ya es referencia en plataformas participativas. A pesar de la
decepción macroeconómica de Syriza en Grecia, la coalición gobierna regiones (entre ellas Ática, la
gran Atenas), nueve municipios del cinturón metropolitano de Atenas y Larisa
(quinta mayor ciudad). Por otro lado, un peculiar frente ciudadano (Allazoume
Tin Poli) gobierna Agios Dimitrios, al sur de Atenas. En Polonia, el
movimiento urbano conquistó el ayuntamiento de Gorzow Wielkopolski. En México, el Movimiento Ciudadano acabó con el bipartidismo en el
estado de Jacisco al ganar 24 alcaldías. Rui Moreira le arrebató al
centro derecha el gobierno de Oporto, con un sui generis frente ciudadano sin partido. El ayuntamiento de
Bolonia puso en marcha Collaborare è Bologna, “para proteger los bienes
comunes urbanos”. En general, el afuera global comienza a articularse para
abrir el “adentro” a la ciudadanía. Al mismo tiempo, el éxito de las
confluencias en España sirve de inspiración para nuevos laboratorios
municipalistas. En Belo Horizonte, una ciudad brasileña de 4 millones de área
metropolitana, los movimientos sociales dan por inaugurado el municipalismo con
Muitxs, Cidade de cara a las elecciones de 2016. Y muchos nodos de Occupy Wall Street están ya cocinando una
marea municipalista.
El caso de
la ciudad de Kobane y de toda la región de Rojava, en el
kurdistán sirio, merece especial atención. En Kobane, el gobierno local se
inspira en las tesis del municipalismo libertario del anarquista estadounidense
Murray Boochin. No solo existe una matriz cooperativa, comunitaria
y asamblearia en su gobierno, sino una fuerte aspiración
transnacional. En 2005, en la Declaración de Confederalismo Democrático se
argumentaba que “los Estados nación se han convertido en una barrera al
desarrollo de la sociedad”. La confederación transnacional kurda de Kobane está
siendo especialmente influyente en el Partido Democrático de los Pueblos (HPD)
turco, clave tras su fuerte irrupción en la política representativa.
De la
Ciudad Rebelde a la Ciudad del Bien Común
La Ciudad
Rebelde es necesaria: como narrativa y cómo práctica que modifica la ciudad de
forma colectiva. La Ciudad Rebelde es deseable: como desobediencia que
cuestiona marcos jurídicos de Estados, supranaciones o mercados. La Ciudad
Rebelde, además, convoca al afuera global: a los movimientos sociales, a la
resistencia ciudadana, a lasmiles de ciudades que el 15 de
octubre de 2011 tomaron las calles bajo el lema #15O: United for a global
change. Pero la rebeldía desobediente debe navegar en una polifonía
de imaginarios. El tono combativo y rebelde del “afuera” tiene que saber ser
agregador, acogedor, para que la nueva urbe política sea habitable por toda la
ciudadanía. Y para que el sistema no entre en pánico. Para invocar al adentro,
a las esferas gubernamentales del mundo, el relato de las Ciudades Rebeldes
tiene que redondearse, que desdoblarse: ciudades libres, ciudades dignas,
ciudades participativas, ciudades del abrazo, ciudades del bien común. Además,
el nuevo relato tiene que ser capaz de arrebatarle el paradigma de la economía
colaborativa a las grandes compañías internacionales que lo controlan.
En el
encuentro #CiudadesxelBienComún de Barcelona la rebeldía desobediente estuvo
presente en los discursos. La mismísima Ada Colau aseguró que “los Estados de
Europa no han estado a la altura, aquí están las ciudades para tomar la
alternativa”. Al mismo tiempo, del encuentro surgió una incipiente red
intermunicipalista de Ciudades del Bien Común. El intermunicipalismo está
abranzando un paradigma que, hasta ahora, existía sobre todo en “el afuera”: el
“bien común”, el “común”, “los comunes, “el procomún” ¿Y en qué consistiría la Ciudad del Bien Común? Antonio
Negri y Raúl Sánchez Cedillo, teóricos de lo común, relacionan ciudad y
democracia, en su artículo Por una democracia salvaje y constituyente: “Las formas
de vida metropolitana son modos políticos y productivos. Haciendo que
interactúen democracia y (re) produccción de la ciudad tendremos la posibilidad
de articular lo político”. Y aquí es donde los nuevos gobiernos municipales de
las confluencias (el adentro) entran en acción: la multitud de la que habla
Negri no puede derrotar a las cuatro ciudades neoliberales (Smart City, Ciudad
Creativa, Ciudad Marca, Ciudad Público-Privada) sin ayuda. La nueva interfaz
política de las extituciones, alimentada por el diálogo dentro-fuera, sí puede
construir una alternativa.
Por un lado,
el adentro de la Ciudad (Rebelde) del Bien Común tiene que reconocer y proteger las prácticas ciudadanas que reproducen
el común: centros sociales, espacios auto-gestionados, red de huertos,
redes de intercambio entre pares... El espacio público, que la ciudadanía ha
transformado en un palco vivo, democrático y de código abierto en los ultimos
años, es metáfora y herramienta de la participación que el adentro necesita.
Por otro lado, la Ciudad (Rebelde) del Bien Común debe ir más allá, construyendo repositorios de herramientas / plataformas
participativas copyleft y abiertas, replicables por todas las
ciudades. Estructuras digitales que lleven también al espacio público el código
libre y el espíritu del gobierno abierto. A su vez, el adentro de la Ciudad
(Rebelde) del Bien Común tiene que diseñar marcos jurídicos flexibles para
el asocianismo y el cooperativismo, para los viveros de iniciativas
ciudadanas, para la auto-gestión y co-gestión de espacios y proyectos. Pueden
incluso crear bancos de tiempo o crypto monedas intermunicipales ajenas a la
especulación de divisas. El intermunicipalismo debe construir prácticas
políticas irreversibles, para que no haya vuelta atrás en la democracia
participativa.
Además,
para sustituir la hegemonía de lo Público-Privado, el dentro-afuera
intermunicipalista tiene que encontrar la fórmula (narrativa y legal) para lo
Público-Común, para lo Público-Ciudadano. Existen ya experiencias en las que
las instituciones reconocen prácticas ciudadanas, como El Cambo de Cebada o Esto
Es una plaza, en Madrid. Sin embargo, es insuficiente
garantizar legalmente prácticas del común si no se las dota de recursos
públicos. La Big Society de David Cameron o el proyecto
gubernamental Holanda Participativa justifican la desaparición
del Estado con el trabajo voluntario de que los ciudadanos para el bien común.
La autogestión, las autonomías urbanas y la colaboración ciudadana, más que propiciar
la desaparición de lo público, deberían incentivar resonancias mutuas.
Intermunicipalismo
global
Esa red de
ciudades contra el Estado está naciendo primero como un relato coral. A
mediados de julio, Antón Ferndández de la Rota escribía que “la insubordinación
contra la deuda ilegítima de la Red de Ciudades Rebeldes puede extenderse a
lugares inesperados”. En agosto, Pablo Lópiz lanzaba la hipótesis de que el
municipalismo significa el nacimiento de un nuevo paradigma político, la Ciudad contra el Estado: “En la antigüedad los
fenicios, los griegos o los cartagineses producen redes de ciudades cuya
organización no responde ni se refiere a la forma-Estado si no es para conjurarla.
Estas redes de ciudades no son tanto Ciudades-Estado
como Ciudades contra el Estado”. Pablo argumenta que la ciudad nunca
existe de manera aislada, sino siempre asociada a otras ciudades. Y que el
modelo ciudadano del intermunicipalismo, “responde a un esquema de red en el
que cada ciudad constituye un nudo en el interior de una malla distribuida”.
Las tesis del municipalismo libertario de Murray Boochin, escritas en 1984,
vislumbraban ya la posibilidad de nueva red escalable de territorios: “Interconectar
pueblos, barrios, pequeñas y grandes ciudades en redes confederales”. Ciudades
contra o sin el Estado, confederadas, interterritoriales y cooperativas, para
configurar un intermunicipalismo transnacional.
Hace una
década, la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad ya
desdibujaba la definición de ciudad: “Se considera urbe a toda villa, aldea,
localidad, suburbio o pueblo que esté organizado como unidad local de gobierno,
tanto sea urbano, semirural o rural”. Y ahí reside un inspirador nuevo
horizonte: una nueva Red Global de Ciudades (Rebeldes) del Bien Común podría
generar un diálogo asimétrico con otras unidades de gobiernos. Tiene sentido:
una red española de ciudades de los refugiados debería dialogar con el gobierno
regional de Ática en Grecia, con el de un país (Uruguay) o incluso con una
organización supranacional como la ONU. Esta alianza política asimétrica y
escalable, con base en una Red Global de Ciudades (Rebeldes) del Bien Común, podría propiciar el surgimiento del post capitalismo de matriz
colaborativa que según Paul Mason reemplazará al capitalismo. Y podría disputarle al
neoliberalismo la construcción político económica del mundo. El
intermunicipalismo en España, para ser el epicentro líquido de esta apuesta,
tiene que ir más allá de la prosistémica Federación Española de Municipios y
Provincias (FEMP). Y en lo global, tiene que desbordar a la bienintencionada
Red Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales y Regionales (UCLG), que se queda
en el Derecho a la ciudad. La Red Global de Ciudades (Rebeldes) del Bien Común
tiene el desafío de construir narrativas, encuentrar brechas jurídicas, forzar
cambios geopolíticos, legitimar prácticas ciudadanas y construir herramientas
/plataformas libres y participativas para una red de comunes democráticos y
conocimiento abierto que sea irreversible. “La geopolítica del común –escribe
Daniel Vázquez en el prólogo del libro del Buen Conocer / FLOK Society,
posiblemente la hoja de ruta de políticas públicas hacia el post capitalismo
más completa– “abre un nuevo frente en la batalla del
capitalismo cognitivo y lo hace conectando códigos”.
Está mucho
en juego. Mucho más que la gestión de un puñado de ayuntamientos españoles
conquistados por frentes ciudadanos. Está en juego simultáneamente la vida de
los barrios y la superviviencia de la participación democrática del mundo. Elplaneta/barrio intermunicipalista, ensamblado para
siempre, es la nueva piedra angular del post capitalismo global.