Judith Butler, una más
por Verónica Gago
Convocó multitudes en
sus varias apariciones. Hubo una campaña previa de agitación que circuló
especialmente en redes pero que se hizo cuerpo durante tres días seguidos. Más
allá de sus estudiosas y de las traductoras precoces, se produjo una atmósfera:
mezcla de algarabía y ocasión para la performance colectiva. Ese fue el primer
efecto Butler: que también podría nombrarse como una masividad alegre de
activistas y lectoras de jirones de su obra, apasionadas y no obedientes,
capaces de convertir las conferencias en una suerte de acampadas.
Ese
clima tuvo que ver con que su presencia desbordó los contextos académicos aun
dentro de ellos y aun si dos de sus charlas fueron en universidades. Había un
tipo de escucha política que Yudit –como fue rebautizada por aquí– se encargó
de no decepcionar, especialmente para quienes se aferraron a los títulos de sus
trabajos como banderas de libre uso: “cuerpos que importan”, “vidas precarias”,
“el género en disputa”. Aun una clave más, decisiva: la elongada red sobre la que
se montó el “efecto Butler” respira con los ecos vívidos de la marcha
#NiUnaMenos del 3 de junio y de las múltiples formas en que esa consigna se
sigue trabajando y amasando aquí y allá, en organizaciones, colectivos y
barrios. ¿Qué nos dejó Butler para nuestra agenda?
1. Una
lectura filosa sobre la violencia: Butler
insistió en que no se puede pensar la autodefensa de mujeres sin involucrar una
crítica a cómo funciona efectivamente la policía -refiriéndose a las fuerzas
represivas en general, legales y no legales: Ciudad Juárez y Ayotzinapa,
Honduras y Argentina estuvieron en sus labios. Por un lado, porque esta
conexión permite ubicar estas violencias como “crímenes de estado” a la vez nos
exige pensar cómo las políticas de desaparición de personas que conocimos bajo
dictaduras se reinventan pero también se prolongan en democracia. Por otro
lado, subrayó la importancia de las manifestaciones de duelo público –en las
que Argentina tiene larga experiencia, actualizada de manera novedosa también
en la marcha de #ni una menos–, ya que ellas nos meten de lleno en la disputa
por las coyunturas políticas (local y regional) evidenciando dos cosas: la
materialidad actual de las violencias y el desafío de una contra-pedagogía
(opuesta a la pedagogía de la crueldad y el terror) para un público más amplio.
2. Una
exigencia de alianzas concretas: “Después
de todo, ser una feminista significa que estás luchando con alguien” (“After
all, to be a feminist means that you are fighting with someone”), dijo Butler
después de rechazar el “post”, asumirse feminista y aclarar que no se resume en
ello. La cuestión de las alianzas fue clara a la hora de proponer el feminismo
como un compromiso con las luchas por la radicalización democrática: formas
concretas de asumir combates contra la inequidad, expresada en los modos
cotidianos de violencia, racismo y precarización de las existencias, y de
aliarse con las aspiraciones y luchas lgtb. Las alianzas tienen un campo de
fuerza en la calle: cuando los “cuerpos en concierto son capaces de actuar y
mostrar su interdependencia a nivel horizontal”, de modo que “reunirse con
otrxs en el espacio público es fundamental para la gente que se consideraba
abandonada, desprotegida, u olvidada. Ellxs así articulan y actúan una nueva
formación de lo que es el pueblo”. Performativo significa acá actuar una fuerza
común y también usarla políticamente.
3. Una
posición táctica: dentro y fuera de
la ley: “No toda libertad política puede ser asegurada o nombrada por una ley y
la transformación política no es lo mismo que la reforma legal. De hecho pienso
que tenemos que trabajar dentro y fuera de la ley, especialmente aquellas que
tenemos asociaciones íntimas que no logran ser descriptas como matrimonio. Por
supuesto, muchas veces requerimos y necesitamos un reconocimiento legal, pero
creo que queremos seguir viviendo y amando en lugares extra jurídicos”. El
doblez no es trampa ni renuncia: actuar en los dos planos sabiendo que no son
simétricos. La transformación política queda más cerca del “imperativo” de que
nuestra lengua se tensione por el encuentro con otras lenguas: “una desposesión
productiva de nuestro propio lenguaje que deviene otro, como forma de apertura
al mundo” dijo Butler también citando a Stuart Hall y Gayatri Spivak y llamando
a hacer una diferencia, ¡una más!, entre una “desposesión productiva” y una
“desposesión destructiva”.
4.
Desacoplar vulnerabilidad de victimización: Considerar
la vulnerabilidad como parte de la capacidad de resistencia porque en la medida
que hemos sido afectadxs por algo es que tenemos capacidad de respuesta: “El
punto de resistencia no es superar la vulnerabilidad para ser parte de un
sujeto-masa (lo cual es una idea muy masculina). Creo que tenemos que ser
capaces de seguir sintiendo esos afectos para poder enfrentarlos”. Butler
propone desacoplar vulnerabilidad de victimización. Poner el cuerpo en la
línea, en la valla, en el frente, no es incompatible con sostener la
vulnerabilidad: sólo hay que dejar de lado el paternalismo masculino que opone
poder a vulnerabilidad.
5. Un
punto innegociable: derecho al aborto
“Creo que primero tenemos que rechazar el lenguaje del debate: Pro-Vida o
Contra la Vida. Lo que está en cuestión es: ¿cuáles, de quiénes, son las vidas
que importan? Esta es la pregunta que refiere al debate del aborto: ¿la vida de
qué mujeres importa?, ¿qué vidas son las que se hacen vivibles, incluyendo
poder decidir cuándo tener hijxs? No estoy tan interiorizada del debate en
Argentina pero me doy cuenta de algo claro: hay gente con acceso a recursos que
puede pagar por un aborto y hay mujeres pobres que no tienen esa oportunidad
privada y costosa. Entonces, manteniendo el aborto como ilegal se están
protegiendo los negocios privados, su aspecto lucrativo, sustentando una
cuestión de clase (lxs ricos pueden abortar, lxs pobres no). Esto implica no
sólo privar a las mujeres pobres de esa posibilidad y derecho, sino también
criminalizarlas. Estamos hablando de inequidad económica y de racismo”.