Cantes de ida y vuelta: entre primavera y otoño
Reflexiones entre el
15M en España y Junio de 2013 en Brasil
por Giuseppe Cocco y Raúl Sánchez
Traducción: Sandra Arencón Beltrán // Revisión: Salvador
Schavelzon
“Las experimentaciones democráticas dejaron de existir y predomina una
visión estatal y centralizadora: todavía no se ha hecho el luto por el
socialismo y el autoritarismo estatal. La crítica del mercado y de los
mecanismos de la democracia representativa no sirve sino para mitificar
prácticas de explotación del trabajo y, peor aún , prácticas arcaicas! (…) En
Europa y en América Latina la izquierda nos muestra que es incapaz de pensar
más allá del Estado: sea socialista o neo-keynesiana en el régimen discursivo,
lo cierto es que solo sirve para contener las luchas en el régimen de facto.
Entre los dos continentes, la urgencia consiste en salir de esa doble trampa,
en emprender el éxodo de la invención de nuevas institucionalidades”, advierten
Giuseppe Cocco, sociólogo y profesor en la Universidad Federal de Rio de
Janeiro –URFJ, y Raúl Sánchez Cedillo, traductor, filósofo y miembro de la
Fundación de los Comunes en España.
“No queremos cadenas, queremos
conexiones”
Celio Gari
1.
Siempre hemos sido antropofágicos, nunca
fuimos modernos.
Una de las razones que
explica la densidad del diálogo entre el tropicalismo antropofágico (brasileño)
y la antropología simétrica (europea) es, sin duda, la convergencia de las
críticas que les anima: siempre hemos sido antropofágicos; nunca fuimos
modernos. El animismo es un sincretismo que mezcla bárbaros y salvajes: la otra
modernidad con lo no moderno.
Afirmando que siempre
hemos sido antropofágicos, el tropicalismo
rechazó y rechaza los atajos nacional-populares por los cuales continuaba la
izquierda socialista y antiimperialista y, más en general, el tercermundismo,
en búsqueda de raíces de identidad y autenticidad; afirmando que nunca fuimos
modernos, la antropología simétrica atacó las raíces de la razón instrumental occidental,
esto es, los procedimientos de purificación que imponen un sinnúmero de
asimetrías entre ciencia y vida, entre mente y mano, alma y cuerpo, cultura y
naturaleza. El tropicalismo antropofágico nos muestra que las raíces de lo
nacional-popular son, en realidad, las del colonialismo
europeo y que este se reproduce como colonización interna, produciendo
imaginarios reflejados en la dialéctica del amo y el esclavo, de las pieles y
las máscaras. La antropología simétrica explica que el contenido del proceso
colonizador es su razón (la ciencia) y que este se afirma como biopoder: poder sobre la vida de los
colonizados mediante los mecanismos de su purificación instrumental, que acaban
atribuyendo la potencia práctica y constituyente de la invención científica a
los tribunales constituidos en la instrumentalidad de los laboratorios de
experimentación y formalización. Como decían los jóvenes “operaístas”
italianos: no nos interesa la ciencia, sino el principio de su desarrollo y,
por lo tanto, la técnica no será el
premio para quien gana la lucha de clases, sino el terreno de esa lucha y al
mismo tiempo de su redefinición.
Lo nacional-popular (el socialismo) y la tecnociencia son – ambos – intrínsecos
al capitalismo y organizan su poder en los laboratorios, mediante la imposición
de la separación e incluso la oposición entre ciencia “pura” y ciencia
“humana”, entre objeto y sujeto, entre pensamiento racional y pensamiento
salvaje, entre el norte racional y el sur salvaje.
Los laboratorios, en
su calidad de mecanismos de purificación del pensamiento, son los dispositivos
centrales de reproducción del eurocentrismo en el Sur y también en el Norte,
como colonización al mismo tiempo externa e interna. En el “no lugar sin
afuera” que define el espacio-tiempo de la globalización imperial, el Occidente
no es más el laboratorio del mundo, esto es, ya no constituye más el porvenir
radiante (capitalista o socialista) de un progreso positivo y lineal. La noción
misma de futuro está en crisis y con ella la del progreso, aun cuando se
presente como “epistemologías del Sur”. Los huérfanos del antiimperialismo y de
los muros totalitarios dicen que la noción de Imperio es eurocéntrica, sin
embargo, no pueden aceptarla únicamente por no ser suficientemente occidental y
así procuran un “afuera” paranoico en la nostalgia por “nuevas guerras frías”,
en la falsa oposición entre, por un lado, el capitalismo “liberal” de la UE y
los Estados Unidos y, por otro lado, el capitalismo “social” de China, Rusia y
Brasil (BRICS).
Ya no hay cobayas en
los laboratorios. Tanto si se trata de ratas como de arañas, están ejerciendo su derecho de fuga de las
alternativas binarias que el pensamiento postcolonial produce en el Norte y en
el Sur [1]. Si hoy sigue habiendo un “afuera” es el que se constituye en el
éxodo, entre redes y calles.
2.
“Los
cantos de ida y vuelta”: de mayo a junio.
Nunca fuimos modernos,
pero los laboratorios de poder no cesan de capturar y jerarquizar la potencia
del saber producido por la cooperación social, por las relaciones constitutivas
de democracia real. Incluso aquellos que dicen preocuparse por su “desarrollo”,
precisamente porque procuran construir los “laboratorios” de ese futuro,
terminan queriendo colocar de nuevo a arañas y ratas en las jaulas de un saber
purificado, impotente e… insensato. Siempre hemos sido antropofágicos, pero la
izquierda nacional desarrollista y soberanista continúa falsificando las pautas
de la “reforma”, soñando con el “socialismo en un único país” y funcionando
como abre-alas autoritario de la derecha y de su globalización neoliberal: entre megarepresas y
megaeventos, los indios son
transformados en miserables y los pobres en trabajadores subcontratados; los
inmigrantes no dejan de ser subalternosy la ciudadanía es reducida a una
operación de inmunización del cuerpo de la nación productiva, tal y como la
piensan Dilma y Serra en Brasil, Chevènement y Le Pen en
Francia, Renzi y Salvini en Italia o Thilo
Sarrazin y Merkel en Alemania.
Si la antropología
simétrica nos dice que nunca hemos sido modernos y, por lo tanto, que ningún
laboratorio nunca reproduce ciencia del mismo modo que ninguna tribunal jamás
hizo justicia, el perspectivismo amerindio coloca la producción del saber en
las mil mesetas diseñadas por los intercambios de cambios de puntos de vista.
El ser humano es un nudo de relaciones: la impureza del mestizaje universal,
sujeto y objeto, cultura y naturaleza. Así, pues, no se trata de pensar el
Norte desde el Sur, ni el Sur desde el Norte, sino pensar entre, en el éxodo:
el agenciamiento, el devenir-Sur del Norte y el devenir-Norte del Sur, los
“cantos de ida y vuelta”: la situación postcolonial no es solo la de las
ex-colonias, sino también la de la metrópolis.
El pensamiento es salvaje y civilizado.
El perspectivismo
amerindio, la filosofía de la percepción así como el esquizoanálisis son las
múltiples caras de un mismo proceso de producción de saber: discursos y actos
políticos que constituyen las sociedades, los grupos, las “clases”. La justicia
es lucha y no un tribunal y ello precisamente en la medida que la verdad no
está en un laboratorio, sino en el coraje de destruirlo: el atreverse a saber
precisa lo que acontece entre Norte y Sur, entre España y Brasil, o sea, entre las situaciones más dinámicas de
Europa y de América del Sur, por más que esa “dinámica” tenga sentidos
opuestos.
De los levantamientos
que siguieron la ola de las primaveras árabes, el 15 de Mayo de 2011 en España
(15M) fue el único que, en Europa, consiguió generalizarse y mantenerse en el
tiempo. El de Junio de 2013, en Brasil, fue aquel que en América Latina más se
masificó, radicalizó y – a pesar de todo – continua durando. En los dos casos,
entraron en el escenario nuevos personajes: las multitudes del trabajo metropolitano.
El 15M nació inmediatamente como un
levantamiento contra una representación secuestrada por un doble dispositivo de
poder de mando: el del sistema financiero y el del sistema de partidos; se afirmó como movimiento emergente
y distribuido a través de las redes sociales, siguiendo el ejemplo de las primaveras árabes y de la Geração à Rasca portuguesa y se tradujo
rápidamente en una ocupación generalizada del espacio público (las acampadas).
El 15M es una especie de “criticalidad autoorganizada”: no un “movimiento
único”, sino un acontecimiento aumentado donde apareció el país del otro lado
del espejo: “Now, here, you see, it takes all the running you can do, to
keep in the same place”. Estar en el mismo lugar significa estas en una
situación abierta al acontecimiento donde la energía potencial distribuida
transforma el statu quo en proceso
constituyente. La excepción aquí es la persistencia inédita de esa
“criticicalidad autoorganizada” del sistema de luchas sociales. Criticalidad es
el hecho de una evolución no-lineal con variaciones que expresan tensiones
éticas, políticas, eróticas, biopolíticas. El 15M pasó al menos por 3
bifurcaciones: la conexión con plataformas de lucha oriundas de los movimientos
que decían “No pagaremos vuestra crisis”, como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH); la emergencia de un
sindicalismo social (con las Mareas
de educación y salud); los movimientos de ocupaciones en las ciudades (los Centros Sociales) y la creación de un
sistema de red emergente, multicapa, entre las redes y las calles, entre las
personas y los colectivos (la tecnopolítica).
Con esa capacidad de
durar (y con su resiliencia), el 15M comenzó a ser atravesado por la cuestión
de la representación electoral en dos momentos: ya en 2011, cuando rechazó
escoger entre lo peor y lo menos malo y dejó que el PSOE fuera derrotado por el PP;
en las elecciones europeas de mayo de 2014, cuando se presentaron dos
formaciones políticas nuevas: el Partido
X, Partido del Futuro y Podemos.
A pesar de que el Partido X era oriundo de las redes tecnopoliticas
pertenecientes al 15M, fue Podemos el que tuvo un éxito rotundo y consiguió
controlar el debate de la transformación electoral e institucional abierto por
la persistencia del 15M y que, hoy en día, pese a las inevitables dificultades
–derivadas de su hipótesis organizativa y estratégica-, puede convertirse en el
epónimo de un cambio político
constituyente en España y en la Unión Europea. Podemos no es el único proyecto
de asalto institucional, sino el que más éxito ha cosechado hasta la fecha de
hoy, en clara competencia (que tiene que ser un ejercicio saludable de
democracia) con procesos como el de Guanyem
y Ganemos en Barcelona, Madrid, Zaragoza y, en menor medida, en A Corunha,
Málaga, entre otros.
El Junio brasileño de 2013 estalló como
una huelga metropolitana contra el aumento de las tarifas de transporte
(convocada por el Movimento Passe Livre
– MPL) y se convirtió en el mayor levantamiento de la historia de Brasil,
generalizándose a todo el país y a todas las reivindicaciones de
democratización, más allá del régimen postdictatorial cristalizado en la “constitución de 1988”. Por un lado, fue
haciendo converger en una revuelta general un sinnúmero de luchas de
resistencia contra el modelo de ciudad legado por la hibridación
neo-desarrollista y la construcción de la “ciudad global”; por otro, se
desdobló con la multiplicación de las acampadas directamente dentro de los
parlamentos: las tentativas de ocupación del Congreso en Brasilia se reprodujeron
después con las ocupaciones de al menos 12 Consejos municipales y de Asambleas
Legislativas (en Porto Alegre, Belo Horizonte, Campinas, Rio de Janeiro…). La
forma de la huelga metropolitana
sirvió de referencia de un sinnúmero de movimientos autónomos de huelga: en Rio
de Janeiro, con los profesores, en octubre del mismo año, que volvían a ocupar
la Cámara desafiando la violencia policial en 3 días de batallas campales y con
la lucha victoriosa de los Garis (trabajadores de la limpieza urbana), en
febrero de 2014. Esas huelgas indicaron el terreno de la constitución de
coaliciones sociales. Pero junio de 2013 fue deconstruido: la resistencia a la
violencia policial, que inicialmente masificó el levantamiento, se tornó en el
terreno de una represión feroz que paralizó las movilizaciones de los pobres; a
no más tardar, el marketing
multimillonario del gobierno y sus defensores (del PT en particular)
consiguió –después de destruir la posibilidad de un “lulismo sin Lula” (con Marina
Silva) y, mintiendo descaradamente, polarizar y mistificar la contienda
electoral de octubre de 2014. La irresponsabilidad de una política totalmente
corrupta fue tan grande que terminó llevando a la movilización de una derecha
que se había quedado completamente paralizada y que hoy está en las calles
atravesando la justa indignación popular.
3.
¿Qué Podemos entre España y Brasil?
En España, el 15M fue
una movilización general contra toda la “representación” monopolizada por el
sistema de partidos nacido con el régimen constitucional postfranquista de
1978, incapaz de bloquear, o por lo menos frenar, el proceso de destrucción del sistema de protección
social. En Brasil, junio de 2013 fue
un levantamiento metropolitano contra una “representación” que se convirtió en
un obstáculo para la aplicación de un verdadero Welfare. En el norte, el
trabajo se está volviendo precario y pobre, sometido a una brasilianización. En
el sur, el pobre ha sido puesto a trabajar de manera precaria, sometido a una
“europeización” que en realidad es una brasilianización, pero ya no por causa
del atraso y del subdesarrollo, sino de la modernización y de la globalización.
En el 15M se produjo un rechazo de la austeridad neoliberal, pero también la
afirmación de la nueva potencia del devenir-pobre del trabajo, entendido como
la producción de una nueva generación de derechos, la producción de otra
ciudad. En junio de 2013, el trabajo de los pobres reivindicaba un nuevo tipo
de derechos, anticipaba la crisis de la aventura neoliberal en el terreno de la
transformación de los valores. El devenir-pobre del trabajo, intercambiando los
puntos de vista con el devenir-trabajo de los pobres, indica un devenir-Brasil
(un devenir-Sur) de la multitud del
trabajo en España y un devenir-España (un devenir-Norte) de la multitud de
los pobres en Brasil. Los levantamientos plebeyos del 15 de mayo de 2011 y de
junio de 2013 perduraron en el hacerse de las multitudes, tanto en España como
en Brasil.
La autonomía de las
luchas se afirmó inicialmente como base de una crítica sistémática de la representación y de la “autonomía de lo
político”, que apuntaba a desarticular las dimensiones productivas de las
luchas en el terreno de la composición orgánica del Estado, de los partidos y
de las corporaciones. No obstante, las multitudes españolas y brasileñas
necesitan lidiar hoy con el desafío de saber qué pueden para que su potencia se
afirme como brecha democrática, como “democracia real ya”. ¿Cómo atravesar la
representación sin dejar que la autonomía constituyente del movimiento sea reducida
nuevamente a autonomía de lo político?
Una de las
especificidades de Podemos en España
ha consistido en hacer referencia explícita, además del 15M, al virtuosismo de
los “gobiernos progresistas” de América del Sur. Por un lado, se desmarca de
experiencias electorales parecidas por su combinación entre la potencia del
ciberactivismo y, en particular, de la politización de las redes sociales y un hiperliderazgo promovido mediante el uso de los
medios tradicionales –con rasgos
similares al italiano Movimiento 5
Estrellas-; por otro lado, es
precisamente ahí, en ese viaje de ida y vuelta al Sur, donde las referencias
pueden convertirse en una tremenda trampa. El ciclo de los gobiernos llamados
“progresistas” ha acabado y, peor aún, no deja entrever ningún “virtuosismo”,
ni siquiera residual o inercial. El chavismo,
convirtiéndose en un socialismo del siglo XXI, ya ha producido en menos tiempo
todas las desgracias del capitalismo de Estado y sobrevive hoy como un régimen
fallido, apoyado prácticamente en la capacidad represiva del Ejército y, más en
general, del Estado. No se trata solo de la Venezuela agonizante. Argentina
también llega extenuada al fin del
kirchnerismo cuando el régimen tiene que apoyar a un candidato oriundo del
“menemismo”. En Ecuador también hay
señales de agotamiento frente a amplias manifestaciones sociales,
particularmente de los indígenas. En todos los casos, y esto incluye a la Bolivia de Evo, las experimentaciones
democráticas dejaron de existir y lo que predomina es una visión estatal y
centralizadora: aún no se ha superado el luto del socialismo y del
autoritarismo estatal. La crítica del mercado y de los mecanismos de la
democracia representativa tan solo sirve para mistificar prácticas de
explotación y, lo que es peor aún, ¡prácticas arcaicas!
Pero en el caso de
Brasil, baricentro geoeconómico del subcontinente y fiador que estabilizaba el
conjunto del ciclo, el agotamiento se presenta de la forma más radical y
devastadora. La crisis brasileña estalló definitivamente en el momento en que
varios observadores internacionales pretendían vislumbrar su vitalidad: en las elecciones de octubre de 2014. De la
complejidad de la situación brasileña interesa extraer tres grandes rasgos: (1)
en primer lugar, su dimensión subjetiva, (2) en segundo lugar, el determinante
objetivo, y, finalmente (3), el desdoblamiento político-teórico.
(1) En el plano
subjetivo del acontecimiento, a diferencia de otros países de América del Sur,
el movimiento de junio de 2013
anticipó la crisis objetiva (económica y política) abriendo una gigantesca brecha para un giro en términos de
radicalización democrática. Frente a ello, el lulismo (desde el gobierno, pasando por el PT y por el propio Lula)
movilizó todos los recursos que el poder político y económico le daba para
cerrar la brecha con arreglo a tres líneas de intervención: la descalificación
del levantamiento, amalgamado como un todo con
un resurgimiento “fascista”; la vergonzosa promoción de algunas redes de
jóvenes patrocinados por el propio PT como si fueran “el” movimiento; la
planificación y coordinación federal de un fortísimo plan de represión aplicado
en todos los niveles federales. Además de esto, el oficialismo (“gobernista”)
utilizó su poderosísima máquina de marketing para elaborar la propaganda de una
supuesta “ola conservadora” en la sociedad y de una “campaña de odio” en las
redes sociales. El PT y el “lulismo” utilizaron
todo su poder (estatal) para cerrar la brecha democrática sencillamente porque
ellos no cabían en ella. Efectivamente, la “brecha” se caracterizaba por
permitir dos dislocamientos virtuosos: el primero era inmanente a la propia
dinámica del levantamiento como posibilidad para los pobres de poder luchar sin
ser asesinados (y fue precisamente eso lo que se expresó en la
campaña por Amarildo – el albañil torturado, asesinado y desaparecido por la
policía “pacificadora” de la favela de la Rocinha en Rio de Janeiro); el
segundo remite al rechazo del dispositivo binario que regía toda la comunicación
del lulismo y que consistía en alimentar una lucha “ideológica” (el PT contra la elite blanca) violenta, vacía y
totalmente falsa, desde el momento en que ellos gobiernan con las grandes
empresas constructoras, los bancos, mientras que cuando hablan de reducción de
la desigualdad la piensan como emergencia de una nueva “clase media”. Junio de 2013
era insoportable para el PT y para Lula porque impedía continuar surfeando
cínicamente sobre los atrasos de la sociedad y la economía brasileña para
justificar su corrupción política y moral, es decir, el hecho de gobernar
para y con los ricos.
(2) El determinante
objetivo tiene dos dimensiones, incluidas una en la otra: la crisis en Brasil
no llega –como en Europa- por el hecho de que el gobierno haya rechazado hacer políticas anticíclicas, sino porque las
hizo; a continuación, a diferencia de otros países de América del Sur, el
gobierno Lula-Dilma –una vez
reelecto- dio un giro de 180 grados a sus prioridades y pasó a aplicar una dura
política económica de austeridad. Independientemente de lo que eso significa
desde el punto de vista del fraude electoral, lo cierto es que Brasil se
encuentra hoy sumergido en una grave crisis
económica, gobernada por un violentísimo dispositivo de recortes
presupuestarios, recortes de derechos laborales, aumentos de los tipos de
interés y, al mismo tiempo, aumentos generalizados de las tarifas (de los
servicios públicos: particularmente de los transportes, los combustibles y la
electricidad). Dicho de otra manera, los pobres en Brasil tendrán que aguantar
un largo período de recesión con
alta inflación: el gobierno Dilma está realizando un verdadero decomiso de la
renta de los trabajadores y de las capas intermedias del empresariado.
El largo período de
los gobiernos Lula-Dilma puede ser dividido en dos fases. Entre 2003 y 2008, el
PT siguió a rajatabla las recetas
neoliberales, pero se dejó atravesar por pequeñas innovaciones que
constituirían algunas brechas. Todo ello se resume en tres dimensiones: la
masificación de las políticas neoliberales de distribución de renta (el
Programa Bolsa Familia); las
políticas de acceso (en particular en la educación superior con Prouni, Reuni y las cuotas raciales);
la valorización del salario mínimo que, además de mejorar el nivel de renta de
los trabajadores pobres permitió un upgrade
general de un sistema de protección social.
A partir de 2009,
después de la gran crisis financiera, el gobierno Lula-Dilma pasó a políticas
de crecimiento teóricamente inspiradas en el viejo nacional-desarrollismo y, en la práctica, planificadas y aplicadas
a partir de la traducción en términos de política económica del juego
electoral, esto es, de la corrupción sistémica de la cual el PT pasó a ser no
solo “uno más” de los actores, sino “el” principal articulador. De esta suerte,
la pequeña reducción de la desigualdad producida en la primera fase era
procesada como emergencia de una “nueva clase media” destinada a ser –en el
plano subjetivo-, la base del nuevo consenso y al mismo tiempo –en el plano
objetivo-, la destinataria de políticas de reindustrialización, de
megaobras y megaeventos y de
construcción de un Brasil Mayor. Fue
un festival de subvenciones públicas a los global players: desde las grandes
empresas automovilísticas multinacionales hasta las grandes constructoras,
pasando por el gran agronegocio.
Todo ello alimentado
por la completa participación de la empresa Petrobras en la explotación “nacional” de los yacimientos de
petróleo en aguas muy profundas (el presal),
por las grandes obras (oriundas de los proyectos megalomaníacos de la
dictadura), así como por las mega-represas hidroeléctricas en la Amazonia, el
submarino y las centrales nucleares, los mega-eventos (la Copa de la FIFA y las
Olimpiadas como paradigma). No hubo ninguna reindustrialización y las
inversiones en las megaobras y mega-ventos tan solo saturaron las metrópolis de todo el país. La “factura” llegó antes
de que Brasil fuera Mayor y la llamada “nueva clase media” ya se fue para el
espacio.
(3) Tenemos aquí una
implicación teórica importante sobre la razón de esa convergencia del Brasil
Mayor neodesarrollista en dirección a las mismísimas e incluso más violentas
políticas de austeridad. Lo que
caracteriza los “límites” de los gobiernos progresistas de América Latina no
son los compromisos con el “extractivismo”.
Desde luego, el extractivismo es una de las características fundamentales del
capitalismo en todo el subcontinente y los gobiernos, que eran “nuevos”,
tuvieron que negociar y aliarse precisamente con esos viejos intereses. Pero no
es esto lo que define la especificidad de los ensayos de políticas económicas.
Por el contrario, el agotamiento de los nuevos gobiernos y la crisis vinieron
de resultas de los intentos de salir del
extractivismo. En el caso brasileño esto aparece claramente: en vez de apostar
por la radicalización democrática y por los procesos, el PT y Lula solo creen –como la propia elección de la figura de Dilma
lo demuestra- en el Estado y en el Gran Capital (los Global Players). Así,
pues, no hubo ninguna ruptura del extractivismo ni ninguna aceleración del
cambio, antes bien, hubo una profundización de la inserción en las dimensiones
mafiosas del capitalismo contemporáneo y de sus formas de control de
territorios y del Estado. Los yacimientos de acumulación del capitalismo
cognitivo en Brasil están en las metrópolis y se refieren a la movilización de
los pobres como pobres: un trabajo del pobre que ya no pasa, previamente, por
la relación salarial. Lejos de pensar en reconocer –por la radicalización
democrática- la potencia productiva de nuevos valores, el PT de Lula y Dilma
tan solo se juntaron con las viejas y nuevas mafias mediante las cuales el
capitalismo cognitivo captura la excedencia producida en los territorios. La
mafia neodesarrollista (de los
grandes contratistas de obras públicas) se fue juntando con la mafia
oligárquica del agronegocio y con las mafias difusas que controlan los
territorios productivos de las metrópolis, en una orgía improductiva que solo
crea segregaciones urbanas, profundiza las desigualdades y dispara la
inflación.
4 – Coaliciones
sociales y Municipalismos constituyentes
La gran victoria de Junio de 2013 reside en las luchas y en las prácticas
de coaliciones que, en Brasil, miran hacia el Municipalismo Constituyente
expresado en los éxitos electorales del 24M de 2015 en España.
Las coaliciones sociales ya están en un devenir-municipalista,
toda vez que los jóvenes gobiernos municipales necesitan seguir siendo
atravesados por los agenciamientos de las coaliciones sociales. Los Ganemos nacieron
como oportunidades de ensayar, en las elecciones municipales, el asalto
institucional propuesto por Podemos, pero también como inflexión
significativa, más allá de Podemos. El proceso de construcción de Podemos, con
la Asamblea constituyente de Vista Alegre (en noviembre de 2014), ha
cobrado un precio demasiado alto porque limita severamente la polifonía y un
estilo de hacer política que presupone una cooperación de tipo distribuido. En
ciudades como Barcelona, Madrid o Zaragoza, el “efecto Podemos” estuvo
compuesto desde el inicio por iniciativas ciudadanas que funcionan como puntos
de atracción y bifurcación del sistema red creado en el 15M. El
municipalismo, como en el caso de Ahora Madrid demuestra, suma más que Podemos:
sin el tesón de la iniciativa Municipalia antes y más tarde de Ganemos Madrid,
la victoria habría sido imposible, pues la radicalidad democrática que
constituye el “código 15M” se habría visto dominada por relaciones de fuerza
entre entidades cerradas y atrincheradas.
En Rio de Janeiro, el punto de vista de la lucha de los garis de
Rio de Janeiro es el que nos introduce directamente en el contexto de ese
devenir. La lucha de los barrenderos estalló en febrero de 2014 y fue tal vez la mayor victoria del movimiento de
Junio. Los garis se inspiraron directamente en las dinámicas autónomas y
horizontales de Junio y sus reivindicaciones retumbaron con potencia en las
redes y las calles. La lucha fue rápida y victoriosa (con un aumento salarial
del 37%) y contó con un amplio apoyo social, convirtiéndose en la referencia de
todo activismo. Pero a medida que el activismo se fue extenuando en una espiral
sin fin de actos de represión, los garis decidieron emprender el éxodo fuera de la esclavitud de sus condiciones de
trabajo y, en febrero de 2015, se presentaron de nuevo para reanudar la lucha
salarial (que consiguió arrancar un 8% de aumento ya en el periodo de la
política de austeridad) y presentar un sindicato alternativo al sindicato
mafioso. La respuesta del Ayuntamiento de Rio (donde cogobiernan el PT y el
PMDB) se produjo con arreglo a dos hechos complementarios: por un lado, una
represión feroz; por otro, automatización y subcontratación. En lo que atañe a
la represión, se trata de centenares de despidos, incluidos los de los miembros
del sindicato autónomo que disputaban la dirección del sindicato mafioso; más
de 30 garis bajo investigación policial por pertenencia a una
“organización criminal” y todo tipo de amenazas. En lo que atañe a la
automatización, el Municipio de Rio procedió a introducir contenedores de
recogida de basuras que permiten a los camiones operar automáticamente (sin los
garis colgados en la parte trasera teniendo que correr como locos para mantener
las metas de producción) y a subcontratar el trabajo de los motoristas así como
la gestión de los propios camiones. Dicho de otra manera, la lucha de los garis
ya ha conseguido –en poco menos de un
año- llevar a cabo el proceso de innovación que la condición
neoesclavista en la cual eran mantenidos permitía retrasar. Al mismo tiempo,
con todas las dificultades que ello puede implicar, la práctica de los garis,
con los Círculos de cidadania, el trabajo en las favelas, las conexiones
con los demás intentos de construcción de un “sindicato social”, ponen a los garis
en condiciones de profundizar sus luchas directamente en el terreno en el que
se decide quién sacará provecho de esa modernización que ellos mismos
determinaron: ¿el capital y sus mafias o los garis como agentes
ambientales de una nueva ciudadanía? Aquí, la “coalición social” no aparece
únicamente como el terreno necesario y urgente para que la lucha autónoma esté
en condiciones de entrar en el terreno
constituyente, de la gestión de la empresa de limpieza urbana, de la cuestión
medioambiental y de la salud en las comunidades y favelas. La lucha es
metropolitana e implica la construcción de coaliciones de trabajadores y
residentes, para que la modernización de la recogida de basuras se traduzca en
mejoras de las condiciones de trabajo de los garis que podrán, además de
conservar el empleo, ser agentes de protección medioambiental en los
territorios donde ello es más urgente. El
común es ya el terreno de la lucha autónoma de los garis que, no
por casualidad, se constituyeron como un círculo de cidadania, el
Círculo Naranja, que remite al color de sus uniformes de trabajo.
En el caso de España, un buen resultado de las confluencias basadas en la
transversalidad y en la radicalidad democrática en las próximas elecciones
generales, siguiendo el ejemplo de Ahora Madrid, Barcelona en Comù, etc.,
significaría una mutación histórica del sistema red 15M en un sistema de orden
superior, capaz de integrar el sistema político y representativo. Esa sería una
ruptura constituyente, algo que es, en todos los casos, la clave de una
situación frente a la cual toda “autonomía de lo político” es un obstáculo para
que se realice la promesa del 15M: Democracia Real Ya.
El desprecio por la relación entre singularidad y estructura, entre
dinámicas nacionales y contextos continentales o entre excepción y ciclo,
podría llevarnos a privilegiar de manera narcisista o voluntarista las
experiencias más cercanas a nosotros, o a pensar en una estrategia de
proliferación lineal. Si la situación brasileña constituye una perspectiva
sobre la fase transitoria que vive todo el continente sudamericano, el caso
español es inseparable de la descomposición-mutación del subsistema europeo
centrado en la Unión Europea (UE) como consecuencia de las políticas de
austeridad y de las opciones políticas y geoestratégicas subyacentes. La
“germanofobia” no constituye una clave seria de esclarecimiento del enigma
democrático europeo.
En efecto, la lógica
supuestamente internacionalista de los opositores de izquierda al proyecto de
la UE no se sustrae a la ontología de las naciones como clave de existencia
política del capital y de su contrario: el pueblo-nación-soberano sometido a un
derecho político extranjero. Aquí, la narrativa nacional-popular se muestra,
tanto en Europa como en América Latina, como una gigantesca trampa. La obsesión
por la soberanía nacional tan solo nos recuerda aquello de das andere Mal
als Farce de Marx: las subvenciones del gobierno del PT a las
multinacionales automovilísticas son emblemáticas: cuanto más neodesarrollista
es el discurso, mayor es la ampliación de toda forma de dependencia por la
política real.
Las luchas son tan
globales como los procesos de acumulación y precisan de espacios adecuados:
como la Unión europea o Mercosur: en Europa se trata de
conectar la defensa del sistema de protección social con las luchas de los
subalternos y de los inmigrantes y apátridas; en América del Sur la conquista
de un sistema de protección social necesita ya –desde el inicio- inventar una
nueva esfera, juntando las luchas de los
indígenas con el éxodo de los
refugiados, pasando por las multitudes de pobres que viven y producen en
las metrópolis.
En Europa y en América
Latina, la izquierda nos muestra que es incapaz de pensar más allá del Estado:
socialista o neokeynesiano en el régimen discursivo, tan solo sirve para
contener las luchas en el régimen de facto. Entre los dos continentes la
urgencia consiste en salir de esa doble trampa, en emprender el éxodo de la
invención de nuevas institucionalidades.
El sistema mundo se
está autodestruyendo. En esta situación, solo el terreno europeo y el terreno
sudamericano permiten continuar la lucha por la democracia real. La oposición
entre guerra y democracia se coloca como principal antagonismo en el sistema
mundial. La UE está hoy rodeada de zonas de guerra. En América del Sur, la
guerra está dentro de las fronteras, en el corazón de las grandes metrópolis.
En las fronteras de la UE, la guerra es contra los migrantes y refugiados,
tratados como animales enloquecidos y
peligrosos. En las metrópolis y en las selvas sudamericanas la guerra es contra
pobres y contra indígenas, pero también contra los refugiados y los inmigrantes.
Debe haber un modo de
nombrar al enemigo y al adversario sin convocarlo y realizarlo como en una
profecía autocumplida. Debe haber un partido de los sin-partido. Ni el supuesto
realismo decisionista del populismo, ni las dialécticas negativas o progresistas
que acompañan a la izquierda contienen clave alguna para evitar la catástrofe del sistema mundial. Es
necesario pasar del (inter)nacionalismo a la democracia real de los
subalternos, del resistencialismo cínico al poder constituyente, de la
comunidad a la constitución del común. Tenemos que ser prudentes, pero
poderosamente altermodernos y no-modernos.
Nota:
[1] Huyeron en la
Selva Lacandona, en las calles de Seattle y Génova, gritando “Que se vayan
todos” en las calles de Buenos Aires, acampando en la Plaza Tahrir y en la
Puerta del Sol, defendiendo la vida en Gezi Park y levantándose contra las
tarifas de transportes, los megaeventos y megaobras en las selvas y en las
metrópolis brasileñas.