Al amigo que me salvó la vida
por Damián Huergo
En el primer encuentro no se vieron los ojos. Fue
en 1974, en el sur italiano. Para dejar de hacer saltos de rana y saludos
marciales en un cuartel de castigo, Franco Berardi decidió hacerse pasar por
loco. Un amigo francés le había contado de un psicoanalista que “intentaba ver
el mundo desde el punto de vista del esquizo más que desde el psiquiatra”.
Berardi movió cielo, tierra y librerías para conseguir uno de sus libros. El
único que estaba editado en Italia era Una tumba para Edipo. Berardi lo leyó
como un actor “stravinskiano” que estudia el libreto hasta volverse uno con el
personaje. Aprendida la lección, hizo una breve escena de locura en su turno de
guardia y lo llevaron a un hospital psiquiátrico de Nápoles. El coronel médico
a cargo se ocupó de requisar su estado mental a través del lenguaje. Con la
sospecha de saberse engañado, le diagnosticó neurosis cenestopática y lo mandó
a su casa. Desde entonces, el filósofo italiano y agitador político Franco
Berardi, más conocido como Bifo, afirma: “Félix me salvó de la colimba”.
Félix es Guattari. Y tras esa primera lectura que
fue derivando en otras, se encontraron por primera vez cara a cara en 1977.
Bifo había llegado a París escapando de un juez italiano. Lo acusaba, entre
otras cosas, de instigación al odio de clase por su activismo político. Al
final, en Francia logró apresarlo. Félix reunió a diferentes intelectuales de
la generación del 68 y creó las condiciones materiales para sacarlo (incluida
la elaboración de la ya famosa Declaración de 1977). Otra vez, ese “amigo
generoso, inocente y genial” de nombre Félix, lo había salvado del cautiverio.
En 2001 Bifo publicó Félix. Narración del encuentro con el pensamiento de
Guattari, cartografía visionaria del tiempo que viene. Un desafío íntimo y
político que tenía pendiente, al parecer, desde la muerte del pensador francés
en 1992. Un libro potencia que hace de significante para contener la fuerza y
la creatividad de la amistad cuando se encuentra.
En los últimos años, el pensamiento de Bifo se fue
traduciendo y discutiendo en ciertos sectores de agite de la Argentina, sobre
todo a partir de la edición en castellano de los valiosos Generación post-alfa
y La fábrica de la infelicidad. La publicación de Félix es una extensión de ese
movimiento. Una muestra de la apertura de sus ideas al roce con distintas
disciplinas y, en particular, un modo de sintonizar con su preocupación “por el
rol central del capital financiero en la política y la cultura de los años
noventa”, como explicó en una entrevista al Colectivo Situaciones. En tal
contexto de producción, Félix no funciona como un dispositivo necrológico o una
biografía amistosa y celebratoria, o una presentación abreviada del corpus
teórico de Guattari. Por el contrario, según las palabras del propio Bifo,
“este libro querría reconstruir el mapa rítmico del pensamiento de Félix, y
hacer resonar los acordes, los ritornelos y las disonancias de la rapsodia
planetaria contemporánea a partir de aquel mapa”. En otras palabras, es una
especie de diálogo con delay que mantiene Bifo con Guattari. Con una estructura
espiralada, se ocupa de desarrollar los conceptos de su amigo desde diferentes
capas de análisis, que van desde la filosofía hasta la psicología, pasando por
la biotecnología, el esquizoanálisis y la psicopatología, entre otras. Además,
vincula los elementos teóricos de Guattari con sus procesos psico-corporales
(el capítulo inaugural sobre la depresión de Félix es brillante, por sus
extensiones epocales), con sus experiencias políticas y existenciales y, en
especial, como si fuese la sombra de una malla intangible, Bifo ensaya sobre
los alcances esperanzadores de la maquinaria rizomática, actualizada y
problematizada con internet, la red de redes.
Félix está dividido en dos partes. En un primer
momento, Bifo recupera la vigencia del pensamiento de Guattari para comprender
la disrupción histórica que significó la caída de los presupuestos sobre la
modernidad y su correspondiente tensión en el presente. En los capítulos
“Capitalismo mundial integrado” y “Psicopatía planetaria”, reflexiona sobre los
efectos de la simulación en la política, ejemplificados con la crisis de los
misiles en el último tirón de la guerra fría. Una simulación cuyo fin soterrado
fue unir a los dos bloques (soviético y americano) en su “guerra contra la
humanidad”, al desviar los recursos económicos necesarios para la transformación
social hacia una militarización con efectos virtuales. Ante este panorama,
donde muchos intelectuales elegían posicionarse en un bando o en otro, Guattari
tuvo la lucidez de augurar que se estaba tramando un capitalismo mundial
integrado, con eje en el proto capital financiero y en el direccionamiento
económico del deseo. Es decir, ensayó lo que en la actualidad se reconoce
fácilmente como globalización y, en la esfera singular, se manifiesta en
cuerpos productivos y deserotizados. Los apuntes de Bifo destacan que Guattari
vio en nervio, en su momento de inicio, mayo del 68, lo que hoy vivimos en
plenitud.
En la segunda parte del libro, Bifo realiza un
repaso del uso que Guattari y Deleuze hicieron de la “caja de herramientas” de
la filosofía, tal como la llamaban. Revisita nombres claves como Hegel,
Bergson, Heidegger, Nietzsche y Spinoza, entre otros, que habitan sus obras y
dan cuenta que “el autor de sus libros es una verdadera multitud”. Por otro
lado, Bifo se ocupa de las obras que escribieron a cuatro manos Guattari y
Deleuze y que le dieron marcha a la máquina rizomática; a ese pensamiento
arborescente, multiplanar, polisémico, que permite fugas hacia otros planos,
que agita y acompaña el devenir otro de sí. En la misma sintonía, desde el
comienzo del apartado, para enaltecer la labor de cada uno de ellos, Bifo
aclara que existe Deleuze sin Guattari y Guattari sin Deleuze. Y, como si fuese
un triunfo de la amistad creacionista, subraya: “luego existe la máquina
rizomática que se pone en movimiento a partir del encuentro de ambos”.
Uno de los problemas contemporáneos que purga Bifo
en sus libros, es la cuestión de la competencia, asociada a la aceleración y a
la ansiedad generada por la devastación cultural del tardocapitalismo. La
competencia, dice, nos impide entender al otro, desafecta el encuentro, genera
distancia al no poder percibir su sufrimiento ni su placer. En Félix, insinúa
que la amistad brinda posibilidades de producir una vida social compatible con
el otro. Según el filósofo italiano, “Amistad quiere decir comunidad
provisoria, que no se funda sobre ningún origen común, sobre ningún destino
escrito, sobre ninguna necesidad histórica (...). Quiere decir amor por las
mismas situaciones, persecución del mismo objetivo provisorio, placer de realizar
juntos el mismo recorrido, o de fracasar juntos y caer”.
El libro de Bifo sobre Guattari, en uno de sus
varios pliegues, es un ensayo sobre la amistad. No sobre la amistad romántica o
calculista, sino sobre la amistad creativa y comunitaria. Es decir, sobre la
amistad entendida como ética, tal como la sostenía Guattari en sus acciones.