Cuerpo y pensamiento en Spinoza
por Verónica Gago y
Diego Sztulwark
Mayo del 68 fue el
epicentro de una época de convulsión más amplia. Según el filósofo Gilles
Deleuze comenzó en los 50, con los proyectos de autogestión de fábricas en la
Yugoslavia de Tito y se extendió transversalmente durante la década del 70 con
la elaboración en Italia de la autonomía obrera. Es en esa convergencia –no
sólo sesentayochesca, no sólo francesa– donde se produce la última y más
perdurable mutación de la imagen que nos hacemos aún hoy de un filósofo que
jugará un papel importante, también en términos coyunturales. Hablamos de
Baruch Spinoza (1632-1677), bautizado entonces como el “Príncipe de la
inmanencia”.
Pero
casi medio siglo después, la edición más o menos simultánea de cuatro libros
sobre el filósofo excomulgado que vivió en Amsterdam y escribió su obra en
latín, vuelve a confirmar su presencia en el mundo de habla castellana y,
particularmente, en la Argentina. ¿Cuál es la lectura que se hace de Spinoza
más allá de la generación del 68? Tres filósofos y un poeta se proponen
descubrir aspectos de su obra para renovar, una vez más, la fuerza de su
filosofía, a la que cada generación parece dedicarse como si se tratara de un enigma
siempre nuevo.
Dice
Toni Negri en el prólogo a Estrategia del conatus, del
filósofo francés Laurent Bove, que en los últimos tiempos se suceden tres
generaciones de investigadores spinozistas. La primera de ellas, la de Deleuze
y de Alexandre Matheron, fue la que inmortalizó el retrato de un Spinoza
subversivo, alejado tanto del estructuralismo académico como del estalinismo
político de mediados de los años 60. En los efectos de ese proyecto se sitúan
los últimos trabajos de Louis Althusser, dedicado a confrontar las filosofías
idealistas y a encontrar en Spinoza un apoyo materialista para un Marx
sustraído de todo influjo hegeliano.
A
partir de los años ochenta, sobresale una segunda generación de filósofos
spinozistas: entre ellos se cuentan el propio Toni Negri ( Spinoza,
la anomalía salvaje ), Pierre Macherey ( Hegel
o Spinoza ),
Pierre-François Moreau ( Spinoza y el spinozismo ) y
Etienne Balibar ( Spinoza
y la política ).
Son ellos quienes se dedican a la tarea de articular investigaciones eruditas
con problemas políticos derivados del reflujo de la revuelta y el advenimiento
de la hegemonía neoliberal. Quizás los trabajos más originales y los que más
interés siguen despertando en la Argentina sean los de Toni Negri –cuyo libro
escrito en la cárcel de Rebibbia, acaba de ser reeditado aquí por Waldhuter– y
los de Etienne Balibar, de reciente paso por Buenos Aires. Mientras Negri busca
mostrar la función de un constitucionalismo materialista en la reapertura de un
proyecto colectivo de liberación en plena reestructuración de las relaciones
capitalistas, los escritos de Balibar enfrentan el ensalzamiento del
individualismo liberal apuntando hacia una ontología de la comunicación que lo
lleva a la noción de transindividual y a una conexión original con la filosofía
de Gilbert Simondon. Más acá, la tercera generación de investigadores
spinozistas continúa con el programa de una inmanencia radical pero su
preocupación específica es la localización de la potencia. Allí se ubican los
libros recién salidos. Por un lado, el problema de la potencia como la pregunta
por cómo se constituye el cuerpo individual y colectivo, como lo propone
Laurent Bove en La
estrategia del conatus . Luego, la subjetividad de la
multitud como sitio en el que se despliega una temporalidad plural, como
argumenta Vittorio Morfino en El tiempo de la multitud .
Finalmente, la formalización de una conectividad propia de las ideas organiza
Spinoza: una física del pensamiento, de François Zourabichvili. En
efecto, el bellísimo libro de Bove (que ya había sido editado por la
editorial madrileña Tierradenadie) se dedica a comprender la capacidad de
auto-constitución del cuerpo humano –y del cuerpo político– concebido como
unidad de afecciones e imágenes de pensamiento –memoria, significados, saberes–
que crean lenguaje. La esencia del individuo (persona o comunidad) es
productividad deseante, resistencia a las fuerzas adversas de la naturaleza y
comercio con el mundo. De allí que el conatus (término latino que designa la
fuerza con la que cada cuerpo persevera en su ser) sea inseparable de una
estrategia que es constitución y resistencia, es decir, libertad y
engendramiento de la vida en común (multitud).
Para
el investigador italiano Morfino, interesado por la historia del pensamiento
materialista desde la antigüedad greco-rromana, el problema que se plantea es
la articulación plural de lógicas en la producción de la subjetividad política.
A partir de Althusser y Negri se propone renovar los fundamentos de la
inmanencia redescubriendo una modernidad alternativa que pasa por Maquiavelo y
Spinoza. Althusser le sirve para resituar lo político como acción en una
coyuntura y Negri para concebir una temporalidad múltiple que se revela como
multitud. La potencia política nace como confluencia de lo contingente (los
encuentros, la coyuntura) con lo necesario racional (estructura).
Por su parte, Zourabichvili –autor conocido en la Argentina por dos trabajos
pioneros sobre la filosofía de Deleuze– se empeña en rastrear una física del
pensamiento en Spinoza, una formalización específica de las ideas adecuada a una
materialidad distinta respecto de la materia que se organiza en la física
mecánica de los cuerpos. Así como crean potencia los cuerpos en lo que Spinoza
llama lo extenso, al pensamiento le concierne la creación de formas en una
materialidad que le es propia. Se trata, en este trabajo, de acceder a un
“hablar spinoziano” cuya sintaxis es la de la simultaneidad diferenciada: el
spinozismo es el lenguaje del intelecto infinito, en el cual la formación de
ideas adecuadas del cuerpo de los otros deriva de una idea adecuada de nuestro
cuerpo en un mismo universo infinito.
Por
último, y lejos de la filosofía política del 68, Henri Meschonnic pertenece a
la tradición de los poetas, la primera en leer y en celebrar a Spinoza. En
su Spinoza,
poema de pensamiento , no se trata de explicar sistemas ni
de analizar políticas, sino de dar cuenta del lenguaje de un sujeto. Lo que en
el caso del filósofo judío supone conjugar el español (ladino) de un hogar de
padres marranos provenientes de la península, el hebreo en que fue educado (llegó
a redactar una gramática hebrea en latín), el holandés de la nación en la que
vivió toda su vida y latín en el que escribió su obra.
En
Meschonnic se distingue la lengua del lenguaje para hacer aparecer al sujeto
del poema (distinto al del psicoanálisis o al de la filosofía) como acto de
singularización. En el lenguaje de Spinoza se concreta la unidad –y la “unión”–
de cuerpo y pensamiento, afecto y concepto, y el ritmo adviene significante
mayor. Deus
sive Natura :
el pensamiento de lo divino, principio donador de vida, resulta radicalmente
desacralizado y se abre a la historicidad del poema (que no es la poesía
de género, métrica y rima).
Traductor
erudito, Meschonnic escucha el discurso de Spinoza, su modo de retorcer el
latín, y encuentra en su concepción del lenguaje como capacidad de crear vida
humana la definición ética y política del poema. La publicación de esta
bibliografía al castellano no hace sino enriquecer el campo de los estudios
spinozianos, que en la Argentina tiene su dinámica propia entre la filosofía,
la política y el poema, animada por una nutrida lista de nombres en la que
sobresalen Lisandro de la Torre, León Dujovne, Jorge Luis Borges, Leiser
Madanes, León Rozitchner, Gregorio Kaminsky, Diana Sperling y Diego Tatián.