Brujas son negocios, reseña de Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de Silvia Federici
por Darío Semino
El último capítulo
del primer tomo de El Capital está dedicado al período histórico de transición
entre feudalismo y capitalismo. Después de explicar en capítulos anteriores la
lógica del desarrollo capitalista según la cual "el dinero se convierte en
capital, éste en fuente de plusvalía y ésta en fuente de capital
adicional" Marx se ve en la necesidad de establecer un momento histórico
en el cual ese proceso comienza. Puesto que si la acumulación capitalista
presupone la existencia de la plusvalía y esta a su vez es el resultado de una
producción capitalista que se llevó a cabo gracias a la acumulación, en algún
momento tiene que haber, para salir del círculo, una acumulación inicial. Según
Marx esta acumulación llamada originaria o primitiva está caracterizada en las
visiones más idealizadas de la historia del capitalismo como un período en el
cual una minoría o elite de la sociedad va acumulando riquezas de a poco,
gracias a su dedicación al trabajo, su sentido de la responsabilidad y la
frugalidad de sus costumbres. Mientras que el resto, la gran mayoría, se dedica
a la pereza y el derroche sin lograr, claramente, acumular nada. De estos dos
grupos nacen, como no podía ser otra forma, los capitalistas y los proletarios.
Marx dedica todo este último capítulo a demostrar históricamente la mentira de
semejante visión. El origen de la acumulación primitiva se encuentra en un
proceso de varios siglos durante los cuales se expropió violentamente a los
campesinos de sus tierras, obligándolos a convertirse en trabajadores
asalariados para poder sobrevivir. La colonización y explotación de los pueblos
de América, la esclavitud de los africanos, la explotación de niños y el
desarrollo de medidas represivas que condenaban la mendicidad como un crimen
son algunos de los trazos que terminan de pintar el verdadero perfil de este
idealizado período. Sin embargo el retrato todavía no está completo. Puesto que
llamativamente durante estos siglos de acumulación originaria se produce, con
la mayor saña y violencia, un fenómeno que nuestra imaginación histórica suele
asociar a la Edad Media, la caza de brujas. De eso se trata este libro.
Construido desde una
posición que combina el análisis marxista con una perspectiva feminista,
Calibán y la bruja se mete de lleno en esos convulsionados siglos que van desde
el final de la Edad Media al arranque de la Modernidad. La acumulación
originaria descripta por Marx estaría, de acuerdo a la autora, incompleta
porque no es capaz de ver una distinción de género. Y lo mismo puede decirse de
la historia de la sexualidad escrita por Foucault. La situación de las mujeres
no es la misma que la de los hombres. Sus sufrimientos y exclusiones no son los
mismos y tampoco son las mismas las transformaciones del lugar que ocupan en la
sociedad. Si a los hombres campesinos les fue mal con el cambio, a las mujeres
les fue peor y a la larga todos se vieron perjudicados por la nueva
distribución del trabajo y sus consecuencias.
El libro avanza de a
poco a lo largo de los siglos. Su punto de partida son los movimientos
heréticos medievales, algunos de los cuales llevaron a cabo grandes rebeliones
y en los que las mujeres, en ciertos casos, ocuparon un lugar importante. Es
interesante detenerse un poco en este punto para hacer una distinción. A pesar
de que nuestro sentido común establece una relación casi de sinonimia entre las
palabras bruja y hereje, lo cierto es que históricamente se trata de dos
persecuciones distintas, por más que muchas veces las brujas fueron declaradas
herejes. Los movimientos heréticos (bogomilos, cátaros y valdenses entre tantos
otros) fueron diversas corrientes que se dieron dentro del cristianismo europeo
durante buena parte del Medioevo. La inquisición medieval fue la institución
encargada de combatirlos, aunque no fue la única herramienta utilizada para la tarea.
Contra los cátaros, por ejemplo, se realizó una Cruzada que derivó en una
guerra territorial de varios años en el sur de Francia. Existe una relación
entre algunos de los últimos movimientos heréticos y la posterior Reforma
protestante, de hecho muchos líderes herejes no fueron otra cosa que
reformadores prohibidos por la autoridad de la iglesia. Otra cosa, como estamos viendo, es la caza de
brujas. Más adelante veremos por qué nosotros tendemos a confundir, o a fundir,
ambas realidades. Ahora sigamos avanzando.
En el siglo XIV toda
la estructura de la sociedad medieval sufriría un colapso con la Peste Negra
que disminuyó entre un 30% y un 40% la población. Pero paradójicamente este
desastre demográfico acarreó con el tiempo consecuencias positivas para los de
abajo. Puesto que la fuerte disminución de la mano de obra aumentó su valor y
fortaleció su posición en la relación de poder. El siglo XV fue una suerte de
"edad de oro del proletariado europeo", los campesinos adquirieron
mayor libertad para elegir las tierras que querían y discutir el tributo a los
señores, y los trabajadores demandaban altos salarios por su trabajo. De la conflictividad social entre siervos y
señores, entre empleados y empleadores, fueron naciendo diversas estrategias de
control así como también uniones de clases. El miedo a la revuelta popular
determinó la alianza entre la nobleza decadente y la burguesía en ascenso. Y
entre insurrecciones y derrotas, nuevas legislaciones y pactos fueron
gestándose las primeras estructuras del Estado moderno como garante de las
relaciones de clase. En ese contexto se produjo el descubrimiento y
colonización de América. Las riquezas del Nuevo Mundo cambiaron para siempre la
ecuación económica en Europa.
No se convierte a un
campesino en un trabajador asalariado de la noche al día. Como ya vimos, hace
falta separarlo de la tierra, pero también hace falta fijarlo en un lugar de
trabajo, porque el campesino desarraigado se convierte en vagabundo y el
vagabundo deambula. Es necesario, a su vez,
que esté necesitado para que su fuerza se doblegue por un salario.
También es necesario transformar su relación con el tiempo, dado que su vida ya
no va a regirse por los intervalos del sol y la luna sino por las horas y hasta
los minutos del reloj. Y hace falta que no se retobe. Para todo esto es
necesario que el campesino olvide sus viejas formas de vida, sus vínculos
comunales, sus relaciones de solidaridad. Es en este punto que resulta de vital
importancia el rol de la mujer. Sin idealizar el lugar de las mujeres en la
sociedad medieval, Federici señala que "en la Europa precapitalista la
subordinación de las mujeres a los hombres había estado atenuada por el hecho
de que tenían acceso a las tierras comunes y otros bienes comunales"[1].
Ahora, en cambio, las mujeres no solamente van a verse despojadas de la tierra
sino también del trabajo. De a poco va perfilándose la división entre el
trabajo asalariado del hombre y el trabajo no asalariado, y por lo tanto no
considerado trabajo, de la mujer. Sin embargo esta exclusión del mercado
laboral no es la única consecuencia del nuevo estado de cosas. Puesto que en
los vientres de las mujeres del pueblo se encuentra la fuerza generadora de la
fuerza de trabajo. Es por ello que en estos siglos las mujeres van perdiendo el
control que durante tanto tiempo habían tenido sobre el embarazo, sobre su
propia sexualidad e inclusive sobre sus mismos cuerpos. La natalidad pasa a ser
una cuestión de Estado y los abortos y métodos anticonceptivos se convierten en
materia regulable desde el poder político y el discurso científico.
La autora dedica todo
un capítulo al tema del disciplinamiento del cuerpo, en el cual aborda las
nuevas concepciones racionalistas que tienden a considerar el cuerpo como una
máquina. Uno de los principales ejes de este análisis es la obra de Descartes.
Al respecto la autora dice: Con la institución de una relación jerárquica entre
la mente y el cuerpo, Descartes desarrolló las premisas teóricas para la
disciplina del trabajo requerida para el desarrollo de la economía
capitalista.[2] Sobre este punto vale la pena hacer otra digresión. La cuestión
es la siguiente: las diversas transformaciones que sufrió la sociedad para
pasar del período llamado Edad Media al período llamado Modernidad, como dijo
Marx y profundiza Federici, fueron cruentas y terribles. Sin embargo Marx,
desde su visión hegeliana de una historia que avanza dialécticamente,
interpreta estos cambios crueles como algo inevitable y en última instancia
positivo. Federici, en cambio, sin dejar de reconocer su deuda con Marx
establece aquí su diferenciación. Las atrocidades llevadas a cabo en el período
de la acumulación originaria no pueden ser justificadas bajo ninguna filosofía
del progreso dialéctico. Dicho de otro modo la sociedad no necesariamente
evolucionó con el capitalismo. Viendo el mundo en el que vivimos resulta
difícil no estar de acuerdo con Federci. Sin embargo este tipo de visión
conlleva el riesgo de pasarse, por decirlo de alguna forma, del otro lado. Y el
caso de Descartes puede ser un ejemplo. No tiene sentido ponerme a hacer una
defensa del filósofo francés y tampoco pretendo negar la interpretación de la
autora. Pero me parece justo señalar que la obra de Descartes es mucho más que
la producción de una clase dominante. Su grandeza filosófica convive, en todo
caso, con su faz más oscura. La visión mecanicista cartesiana encaja con la
necesidad de disciplinar el cuerpo del trabajador y las futuras concepciones
económicas del mercantilismo. Pero también es el punto de partida para un
conocimiento capaz de curar las enfermedades del cuerpo. Esa ambigüedad recorre
todo este período y llega hasta nosotros en las dos caras de una ciencia que
sirve tanto para salvar como para destruir vidas.
Aunque para esto
último no hace falta adelantarse tanto en el tiempo. Porque ya en la cultura de
la época se establece una lucha que dejará sus muertos. La visión
pre-capitalista y animista del mundo es incompatible con el racionalismo
naciente. Y el triunfo de éste implica la muerte de aquella. La magia ya no
tiene nada que hacer en el nuevo orden. Hobbes, Descartes, Bacon, Galileo, el
racionalismo, el empirismo, los primeras latidos de la ciencia moderna, de a
poco van desplazando las supersticiones y tradiciones populares. El mundo va
siendo desencantado. Pero, como estamos viendo, el cambio no es pacífico
"La incompatibilidad de la magia con la disciplina del trabajo capitalista
y con la exigencia de control social es una de las razones por las que el
estado lanzó una campaña de terror en su contra"[3].
Federici arroja
información contundente. Las primeras descripciones del aquelarre en la
literatura europea son recién del siglo XV. En la misma época nacen los
primeros trabajos que conformarían la doctrina sobre la brujería, siendo el más
célebre de todos el Malleus Maleficarum, conocido como el "Martillo de los
brujos" y publicado en 1486. En 1484 el papa Inocencio VIII considera a la
brujería como una nueva amenaza. El punto de mayor intensidad de la persecución
se produce en los cincuenta años que van desde 1580 hasta 1630. En Inglaterra se legaliza la persecución
mediante tres actas aprobadas en 1542, 1563 y 1604. "Es bien sabido que la
"supersticiosa" Edad Media no persiguió a ninguna bruja; el mero
concepto de brujería no cobró forma hasta la baja Edad Media y nunca hubo
juicios y ejecuciones masivas durante los Años Oscuras,"[4]. La caza de
brujas no es el efecto residual del oscurantismo medieval sino el costado más
cruel del disciplinamiento social producido por la acumulación originaria. Un
aspecto que refuerza esta idea es el hecho, también contrario al estereotipo
histórico, de que no haya sido la Inquisición católica la única ocupada en la
persecución. En el apogeo de la caza de brujas fue mayor el número de
ejecuciones ordenadas por tribunales seculares. Y las naciones protestantes,
enemigas de la Iglesia romana, mostraron el mismo rigor y la misma crueldad que
los inquisidores católicos. Otro dato, más del 80% de las personas ejecutadas
por brujería entre los siglos XVI y XVII fueron mujeres, y la gran mayoría eran
pobres.
La bruja en el pueblo
medieval cumplía diversas funciones. Era la partera, la médica, la adivina, la
hechicera. Su desaparición allanó el camino para el desarrollo de la medicina
profesional, basada en un conocimiento ajeno las clases bajas, un conocimiento
que viene de arriba. Los años más duros de persecución a las brujas coinciden
con el apogeo de las primeras teorías económicas modernas que son englobadas
con el nombre de mercantilismo, coinciden también con el nacimiento de las
preocupaciones sobre los problemas demográficos. Controlar a la población,
aumentar la productividad, evitar rebeliones, son algunos de los objetivos que
se van logrando a medida que las curanderas del pueblo se convierten en
servidoras del Diablo. En Inglaterra la mayor parte de los juicios tuvieron
lugar en Essex, donde la tierra había sido cercada y privatizada durante el
siglo XVI. En las otras regiones de las Islas Británicas donde no hubo
cercamientos no hay registros de caza de brujas. En el sudoeste de Alemania la
caza de brujas empezó menos de dos décadas después de la inmensa rebelión de
siervos conocida como la Guerra Campesina. En las mismas aldeas donde
masacraron a los rebeldes quemaron a las brujas.
A finales del siglo
XVII la clase dominante comenzó a sentirse segura en su lugar de poder y la
caza de brujas fue atenuándose de a poco. Al siglo siguiente le tocaría
reescribir la historia desde la perspectiva de la Ilustración, que caracterizó
el fenómeno como la última barbarie de la ignorancia medieval.
***
Ante todo esto vale
la pena formularse una pregunta. Si admitimos que la caza de brujas fue más un
producto de la Modernidad naciente que del agonizante Medioevo, por qué la
visión contraria adquirió la fuerza de un lugar común, no sólo entre los
intelectuales de la Ilustración sino entre nosotros mismos, más de doscientos
años después. Se me ocurre que esa tergiversación puede ser interpretada como
un síntoma. La negación de la cultura moderna de su relación con la caza de brujas
bien podría ser un síntoma de la necesidad moderna de seguir produciendo cazas
de brujas. Si bien esto puede sonar rebuscado no lo es tanto cuando se ve cómo
toda la historia moderna está salpicada con diversas réplicas de la caza brujas
llevadas a cabo por los Estados de todo el mundo. Esas innumerables réplicas
parecerían confirmar la tesis de Federici. Una buena forma de ocultar la
responsabilidad por un crimen es encontrando a otro culpable, especialmente si
se quiere volver a cometer el crimen.
[1] Pag. 164
[2] Pa6. 230.
[3] Pag. 221.
[4] Pag. 252.