Syriza: el otro proyecto europeo
por Juan
Domingo Sánchez Estop
La
victoria de Syriza en las elecciones griegas del 25 de enero marca un antes y
un después en la historia del país y en la de Europa. En la historia griega, es
la primera victoria de un partido de la izquierda histórica, de la izquiersa
que alrededor del KKE (partido comunista) resistió al nazismo y lo derrotó,
habiéndose convertido durante ese proceso de resistencia en un fuerte partido
nacional con raíces en todo el país. La victoria del frente de liberación
nacional (EAM) y de su ejército guerrillero (ELAS) contra el ocupante
hitleriano y los colaboracionistas griegos fue frustrada por una segunda
ocupación inglesa con apoyo norteamericano destinada a impedir una victoria
electoral de la izquierda. La nueva ocupación y la nueva colaboración de las
clases dominantes griegas culminan en una guerra civil ganada por estas.
Durante
más de sesenta años esa guerra civil téoricamente acabada en 1949 prosiguió,
como afirma nuestro amigo el escritor Akis Gavriilidis “por otros medios”: un
Estado no democrático puntuado de violencia paraestatal y con un breve episodio
de dictadura militar abierta representado por la Junta (sic: en español) de los
coroneles. La reconstitución de un juego democrático representativo en Grecia
tras la caída de la Junta coincide con la oleada de democratización del sur de
Europa de mediados y finales de los 70. Sin embargo, esto no conduce a una
recuperación de la democracia sino a la subordinación de esta a los imperativos
económicos, que se expresan cada vez más en clave neoliberal. Tras la dictadura
llegó el cinismo del “It's the economy, stupid!”. Este cinismo unido a la
incorporación al nuevo poder democrático de una élite “de izquierda”
representada por el PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico) condujo a una
variante particularmente nepotista del régimen neoliberal en la que se
configuró una auténtica casta bipartidista entre el partido de la derecha, Nea
Dimokratia (Nueva democracia o nueva república) y la izquierda personalista y
clientelista del PASOK. Durante el período de fuerte enriquecimieno del país
debido a la inversión masiva en Grecia de capitales excedentes alemanes
(finales de lo 90 a 2008) esta élite política gestionó el reparto de la
riqueza. La amenaza de unas clases populares y de un movimiento comunista
potente parecía enteramente descartada: Grecia se había convertido en un país
relativamente rico y desarrollado cuya población ya no emigraba y que, incluso,
acogía inmigrantes. El partido comunista, por su parte, se había convertido en
un Parque Jurásico del stalinismo, una curiosidad, no una fuerza real. Las
clases dominantes consiguieron así, por medios no violentos, que la política
siguiera no siendo un problema.
Todo
esto, evidentemente, tuvo su coste. La historia superficial se combina con la
de una Grecia subterránea en el exilio interior o exterior, una Grecia vencida
y humillada por la otra, pero que conserva la memoria del gran momento de
dignidad que fue la victoria sobre el nazismo e incluso la de experiencias de
autoorganización popular en la zonas liberadas que el Gobierno de la Montaña
gestionó durante la guerra de liberación. Tanto en el campo como en la ciudad,
el poder popular (laokratia) funcionó como un elemento básico de la
resistencia, dándose la paradoja de que bajo el gobierno de un frente político
dominado por un partido comunista staliniano se diesen auténticas experiencias
de autogestión. También se crearon, sobre todo en medio urbano redes
horizontales de resistencia económica frente a la ocupación y al gobierno
colaboracionista que ya en los años 40 empobreció el país hasta el límite
extremo -en el invierno del 41 hubo decenas de miles de muertes por hambre- de
la precariedad...en nombre del pago de una “deuda de ocupación” (sic) a
Alemania. Mientras la población -caso único en Europa- se manifestaba en las
calles de Atenas y las grandes ciudades bajo las balas del ocupante, se
producía un desafío más subterráneo al poder de este y de sus aliados griegos:
la constitución de una red de solidaridad que daba de comer a centenares de
miles de personas. La política, en esos durísimos años 40 era también una lucha
por la vida: en eso consistió su principal radicalidad.
Esa
tradición de radicalidad del sentido común, de revuelta de la vida contra el
poder que la destruye ha llegado hasta hoy, por conductos subterráneos. Primero
se manifestó en la explosión de indignación y la insurrección que sucedió al
asesinato por la policía de un joven de 16 años en el invierno del 2008,
posteriormente, al estallar la crisis e imponerse con particular brutalidad las
políticas de austeridad, ese fuego subterráneo volvió a manifestarse en 2011 en
paralelo a las demás insurrecciones mundiales, árabe, española, norteamericana
con la ocupación de la plaza Syntagma y las numerosas batallas campales entre
los jóvenes y la policía por ese espacio central de la capital en el que
durante semanas se respiró el olor de los gases lacrimógenos y la máscara de
gas fue parte del uniforme del joven acampado. Sobrevivir, aguantar, mutar para
aguantar el gas tóxico y los palos, regresar a pesar de todo, “como las
cucarachas”, decía Nelly Kambouri, una participante en la acampada de Syntagma.
No tardaron en formarse con la agravación de la crisis impuesta fuertes redes
de ayuda mutua y solidaridad como Solidaridad para Todos, que hoy coordina más
de 1000 centros en todo el país. Sin embargo, la ocupación de las plazas, las
grandes manifestaciones, los intentos insurreccionales de ocupación del
parlamento se acabaron. Para acabar con una situación material y éticamente
insoportable, había que derribar el régimen, había que entrar en el parlamento
y cambiar la mayoría existente. La insurrección que pretendió forzar las
puertas del parlamento fue sustituida por las urnas. La indignación se hizo
para una mayoría impulso democrático. Llegó así el momento de Syriza.
La
principal característica de Syriza, que la diferencia de otras fuerzas de
izquierda radical nacidas de la descomposición del comunismo histórico es su
gran capacidad de adaptación a la realidad y de escucha de los movimientos
sociales. Syriza, mejor que nadie integró la voz de las calles, y aun teniendo
una estructura de partido, incorpora elementos propios de un movimiento social
horizontal en su organización y en sus mecanismos decisorios. La tensión
representación-horizontalidad existe y no es una debilidad, sino una fuerza.
Syriza es hoy el partido de las “cucarachas de Syntagma”, pero también el
legítimo heredero de la resistencia y el antifascismo, de la resistencia
política y de la resistencia material. Testimonio de ello es que un porcentaje
del sueldo de los cargos electos de Syriza se destina a apoyar a las redes de
solidaridad, y que las distintas administraciones locales y regionales de
Syriza dan a estas un importante apoyo logístico.
Syriza
no solo ha roto con ese siglo XX en el que las clases dominantes griegas
hicieron todo lo posible para que jamás levantase la cabeza -y aún menos
gobernase- ninguna formación política heredera de la izquierda histórica,
también ha roto con el inmovilismo político y económico del consenso neoliberal
que ha paralizado hasta ahora el proceso de constitución europea. Syriza ha
efectuado una fuerte apuesta europea. No se hace ilusiones respecto de una
“salida nacional” de la crisis, fuera del euro y de la UE. Esas ilusiones
quedan para la extrema derecha nazi y para el búnquer stalinista en que se ha
convertido lo que queda del partido comunista griego (KKE). La radicalidad del
programa de salvación ciudadana de Syriza se plantea como exigencia de sentido
común a nivel europeo. Sus propuestas de reestructuración de la deuda
elaboradas por un equipo que cuenta con economistas de la talla de Miliós y
Varoufakis son propuestas europeas, no solo nacionales. Grecia ha movido ficha
como miembro del club europeo y su nueva mayoría está dispuesta a impulsar un
proceso de cambio continental que recupere una Europa de los derechos y de la
democracia efectiva. Otras fuerzas de otros países han recibido este mensaje
que, aparentemente, también se ha recibido en las más altas instancias de la
UE. Empieza ahora un gran pulso entre las poblaciones europeas golpeadas por
las crisis y la instancia cuasi-federal europea. Ambos actores saben que
estamos en el mismo barco y que es necesario salir de unas políticas económicas
y sociales que son causa de depresión económica así como del desprestigio
popular que sufre la construcción europea. La constitución europea de Giscard
fracasó y fue rechazada en Francia y en los Países Bajos porque consagraba en
su texto el orden neoliberal. Hoy, el cuestionamiento de la constitución
material europea por parte de Syriza y de los demás nuevos actores europeos tal
vez constituya el impulso necesario para una nueva etapa de la construcción
europea que corresponda al proyecto democrático y social expresado por Altiero
Spinelli y otros padres fundadores en el Manifiesto de Ventotene (1944), ese
manifiesto europeista escrito por desterrados del fascismo que sirvió de
inspiración a la resistencia italiana. En él ya se afirmaba una concepción del
socialismo enteramente dominada por la democracia y no tanto por los conceptos
de Estado y de soberanía: “El principio
verdaderamente fundamental del socialismo -afirmaba el Manifiesto- es aquel
según el cual las fuerzas económicas no deben dominar a los hombres, sino ser
sometidas, guiadas, controladas por el hombre, del modo más racional hasta que
las grandes masas dejen de ser víctimas.” Los vencedores de las elecciones
griegas de ayer no están repitiendo otra cosa tanto a escala nacional como
europea. Se trata de recuperar la democracia como conjunción de la
radicalidad y del sentido común.