10 años de Tinta Limón + La razón neoliberal.
El último viernes 5 de diciembre presentamos en La Cazona De Flores, en el marco de
los primeros 10 años de Tinta Limón Ediciones, el libro
de Verónica Gago "La razón neoliberal, economías barrocas y pragmática
popular". La sola idea de una pluralización de lo neoliberal implica un
cambio de imagen en el modo de comprender procesos sociales y políticos. Así lo
plantearon sus primeros lectores: el historiador Bruno Napoli, la investigadora
en filosofía política Cecilia Abdo Ferez y Neka Jara, integrante en su momento
del MTD de Solano y hoy miembro del Instituto de Investigación y
Experimentación Política (IIEP). A la espera de que el libro sea leído, que la
provocación cause el necesario quilombo de ideas, publicamos el texto que
preparó para su presentación Cecilia Abdo Ferez
El libro que acá presentamos La razón neoliberal. Economías barrocas y
pragmática popular envuelve un gesto de arrogancia. Quiero que se entienda
bien. A contrapelo del gesto del intelectual que parece justificar su
existencia imprescindible en que él, el intelectual, con su pensar, rescatará los
fenómenos del olvido o de la intrascendencia del bullicio social, este libro no
pretende “salvar” nada –y en este punto, es humilde- pero le espeta al lector
que, a plena vista, frente a sus ojos, está pasando ya no un río subterráneo de
cosas, sino un océano y que peor para él/ella si no lo ve, porque esos
fenómenos no parecen depender de su mirada. Hay un mar de gente en La Salada,
aunque el paseante ciudadano que consulta la Filcar o la Lumi para ubicarse
sólo vea terrenos fiscales; hay una invasión de ropa falsa con etiquetas que
señalan la procedencia de Oriente pero que se tejen acá, en Flores, al lado de
su casa; hay un constante flujo económico de préstamo, microconsumo,
macroventa, un repiquetear incensante de “monedas vivas”, allí donde las ciencias
sociales y el sentido común sólo ven pichuleo insignificante.
El gesto del libro, en ese
sentido, es poner el foco en lo que a primera vista se produce socialmente como
sectores o prácticas marginales e invisibilizados (las ferias llamadas ilegales
como la voraz La Salada y las muchas saladitas, los talleres textiles llamados
clandestinos, el trabajo llamado esclavo), pero no para discutir que no lo sean,
sino para afirmar que son esas
prácticas las que demandan una epistemología diferente y otros linajes
teóricos, porque son esas prácticas las que desestabilizan las fronteras entre
lo legal e ilegal, lo formal e informal, lo visible y lo invisible. Son las
periferias de lo social, de lo económico, de la ciudadanía –porque este es un
libro con una gran atención amorosa a los y las migrantes- las que corroen al
centro y las que exigen una teoría política mezclada: tan mezclada entre
tiempos, formas textuales, imágenes y metáforas como son esas prácticas mismas,
a las que Verónica califica como barrocas, variopintas, sobrepuestas,
heterogéneas, convivientes y simultáneas.
El libro es entonces un palpar
la superficie de lo social latinoamericano, sobre todo argentino, de las últimas
décadas, esas décadas que se disputan en torno al “neoliberalismo” –un concepto que será aquí
particularmente desmenuzado-. Un palpar la superficie sin que eso conlleve una
descripción: no se trata, como dice Verónica, de describir el cambio del
paisaje popular del continente, no se trata de un pintoresquismo ni de un racconto
estadístico, sino de apostar a una experiencia periférica como si ella tuviera
un potencial disruptivo, no sólo de la experiencia social y política sino de la
experiencia teórica. “Desde América latina, hay que completar a Foucault”, dice
la autora. Podría decir, después de leerla: hay que seguir y abandonar a Negri,
rescatar lo que se pueda de Nietzsche (su acercamiento extramoral a la vida),
enhebrar la lectura del conatus como estrategia del Spinoza de Bove para pensar
los calculos populares de la economía, hay que percibir la modernidad del
continente desde el barroquismo de Bolívar Echeverria o de Rivera Cusicanqui,
hay que partir del “oportunismo de masas” del que habla Virno sin que suene
inmediatamente a clientelismo, ni a defección, porque eso repondría otra vez el
lugar del intelectual que juzga. ¿Y qué problema habría con juzgar?, me
pregunto. El libro, que tiene como uno de sus lemas, evitar el victimismo con
que se lee a las economías populares, evitar su moralización y su judicialización,
como toda apuesta extramoral, es también una posición contra la moral imperante: es un libro que busca intencionalmente
la ampliación del concepto de valor, para que ese valor no sea siempre reducido
a su carácter económico contable, sino que pueda asumir caracteres de valor
afectivo, de cuidado, de reproducción y producción de la vida en simultaneidad.
El libro es también un libro de
combate. Porque está escrito acá, en la Argentina, sobre el filo de lo que se
quiere imponer como “fin de ciclo”. “En América latina –dice Verónica-, el
nuevo estatismo está lejos de ser una inmunización al neoliberalismo”. Ahí
está, me parece, la polémica que el libro se carga sobre los hombros, también
con irreverencia: Verónica contrapone unos lenguajes –los de las racionalidades,
las lógicas del ganar y perder, los de la territorizalización y la soberanía
estatal- a otros lenguajes, cargados de metáforas femeninas: habla de tejer (en la clásica y ambivalente
metáfora política del tejedor, pero que acá es claramente un o una feminizada),
habla de hojaldrar el presente para
ver su complejidad, habla de los flujos
migratorios, que son también flujos sexuados, hormigueos que cambian la lógica
de las espacialidades y las temporalidades y los cuerpos que se dejan ver en
los espacios ciudadanos. El combate es, así, dentro de la lengua, al oponer
esas palabras inmediatamente tenidas como políticas a otras, como tejido,
hojaldre y flujo, que remiten inmediatamente a imágenes que se pretenden
domésticas y que, sin embargo, para Verónica, alojarían mejor que las otras,
las transformaciones transnacionales de la globalización contemporánea.
Pero el combate no es sólo
dentro de la lengua, por feminizarla, como se feminizan los sujetos, productos
de las mutaciones del trabajo en el neoliberalismo (una de las hipótesis del
libro), sino que es un combate por enhebrar racionalidades y apostar, apoyar,
tomar partido porque esas lógicas sean reversibles: apostar a revertir las
lógicas del neoliberalismo, término que acá produce un gran ruido al lector por
su polivocidad y quizá también por la extramoralidad con la que se lo
acoge.
Esa es la gran búsqueda del
libro: combatir en el neoliberalismo,
en medio de él, adentro de él, tomándolo como una razón que involucra a otras
racionalidades, como las racionalidades comunitarias y populares. Estar entre
el neoliberalismo tomándolo, en principio, como una razón dual: lo que Verónica
llama un “neoliberalismo de arriba”, que se pretende en el pasado, centrado en el
imperio total de la competencia y la erosión de los bienes comunes (entre ellos,
digo yo, el de las formas estatales) y un “neoliberalismo de abajo”, en el que
las libertades, el cálculo y las estrategias populares pueden ser también, en
su ambivalencia constitutiva, resistencia y estrategia de afirmación de la
vida. Es decir: el libro no sólo no deja al neoliberalismo en el pasado, no
sólo no lo describe, siguiendo a Foucault, como el imperio de la economía del
sálvese quien pueda, sino que lo afirma como una actual(izada) lógica política
del dominio, una lógica que no sólo sigue presente sino que, en su captura de
la libertad subjetiva, en su enraizamiento parasitario en ella, en su
funcionarización de la libertad subjetiva, puede también producir su propio
antídoto, su resistencia, su subversión, su reversibilidad (asi como también,
su total subsunción). Pero ¿por qué -me pregunto, me resisto, me incomodo-, tengo
que llamar con la misma palabra, neoliberalismo, al saber-hacer popular? ¿Y por
qué no debiera hacerlo, si no tuviera desde el vamos una postura normativa que
pone al neoliberalismo en el bando ad hoc
de lo malo y al saber hacer popular en el bando ad hoc de lo bueno? ¿Y qué si tengo esos bandos normativos y hago
mucho por seguirlos manteniendo así?
Combatir en medio del
neoliberalismo pone al libro en un marco de incertezas que, sin embargo, tienen
un dejo de confianza: confianza en que la vida social se reorganiza, migra,
establece vínculos vecinales y comunitarios más allá de las fronteras (de ahí
el lindo cuadro del final en la impresión del libro, que remite a sellos de
pasaporte sin fecha ni completitud), roba, se impone de alguna forma; pero esa
reorganización social de la vida se da siempre como lucha en medio de otros que
también pueden imponerse. El neoliberalismo aparece así como lógica, como razón
compleja, reversible, performática, que se despliega en lo popular como si ese
y no el estatal fuera su campo de batalla privilegiado: “mapear al
neoliberalismo” es entonces constatar el estado actual de esas luchas que se
libran en lo popular, más como “promiscuidad”, como escarceo cotidiano, que
como antagonismo y conflicto épicos.
El libro es entonces una
contra-épica, a pesar de su confianza como última ratio. Lee y traduce las mutaciones del trabajo neoliberales a
nivel global y local a la vez, sigue su impacto en la constitución de
subjetividades, su lógica de competencia y post-soberanía, la interiorización a
nivel de los sujetos de las dinámicas del cálculo. Esa traducibilidad de lo
global en lo local estalla situadamente: en las ferias de acá a la vuelta, en
los talleres textiles de la otra cuadra, en la ciudad abigarrada. Esa
traducibilidad de lo global en lo local de acá a la vuelta no es sin ruidos, y
sin embargo, hay algo de esa mediación entre esos planos que se pierde o más
bien, que se deja encapsulado, reificado: como Verónica dice, se precisa una
nueva teoría del estado, de lo estatal reigional tal vez, no para sacrificar
toda lógica a la suya, sino para que puedan ser también sus formas e
instituciones las que puedan verse también como posibles reversiones del
neoliberalismo.
El libro es una apuesta
teórico-política innovadora y polemista: un texto singular, que busca sus
propios linajes de citas poniéndolas a todas en un marco de igualdad y de
fogueo, en un mismo plano. Un libro que hace empiria siendo irónica con el
positivismo, que hace teoría política feminista, tomando lo femenino como esa
lógica del “desperdicio improductivo de fuerzas”, y que se enmarca en una
colección, la de Tinta Limón, que ha hecho más rico y menos hegemónico el
debate político de este tiempo.