Podemos: ¿Es la hora de la gente?
por Mario Espinoza Pino
Desde sus inicios, Podemos ha articulado un fuerte
anhelo de democratización institucional, participación política ciudadana y una
promesa de “asalto a las urnas”; la lucha contra la casta corrupta y el afán
por la transparencia han sido dos de los estandartes más reconocibles del
partido. Durante la campaña por las europeas, el partido supo construir un
movimiento virtuoso en el que gente que acababa de politizarse, activistas y
ciudadanos hastiados de la situación del país, pudieron confluir bajo el slogan
“es la hora de la gente”. El nacimiento de los Círculos supuso un verdadero
equipo de campaña popular para las elecciones, donde se supo aprovechar lo
mejor de las estrategias aprendidas durante años de movilización para hacer
llegar un mensaje claro de ruptura democrática y justicia social. El desenlace
fueron 5 Eurodiputados elegidos por primarias abiertas –totalmente abiertas–
que dotaron a Podemos de una lista plural con actores de diferentes
trayectorias ideológicas, políticas e intelectuales. Una muestra representativa
de lo que latía en la ciudadanía y en los Círculos.
Sin embargo, conforme el proceso de constitución
del partido ha ido acercándose –marcado, además, por una agenda acelerada– el
término “gente” ha ido estrechándose cada vez más, perdiendo su acepción
participativa y adquiriendo unos matices cada vez más electorales y de
marketing social. Mientras la primavera nos anunciaba –llena de ilusión y
cierta perplejidad– que el bloqueo institucional había terminado (algo que hace
tan sólo dos años parecía imposible), otoño se cierra con una Asamblea
Ciudadana marcada por diversas opacidades y un creciente malestar. El verano
anunciaba ya algunas tempestades. Primero fueron los pre-borradores de la
promotora, que no presentaban demasiadas novedades estructurales respecto a lo
que es un partido tradicional. La rehabilitación de la figura del Secretario
General, la centralización de competencias y una promesa de revocabilidad con
un porcentaje inasumible, no auguraba que los documentos definitivos fuesen a
ser mucho mejores. Cambiaron algo, pero no, no fueron mejores. Sin embargo,
estos documentos tendrían que competir con la inteligencia colectiva de
diversos Círculos y grupos que –animados por el proceso– se pusieron a redactar
documentos alternativos. Había motivos para estar entusiasmado.
El comienzo de la Asamblea Ciudadana fue un éxito.
La presentación de los borradores en medio de un baño de multitudes mostró en
los medios una alternativa real de cambio. Una alternativa ilusionante. Pero
los procesos de votación en Agora Voting, los cambios de última hora por parte
del Equipo Técnico y el speech de Pablo Iglesias –dispuesto a “marcharse” si
sus documentos no triunfaban– modificaron la balanza de oportunidades de manera
notable. Lo cual no deja de sorprender: Pablo Iglesias, un líder carismático
con tanto capital mediático acumulado, no necesitaba acudir a discursos de este
tipo para ganar. Las modificaciones de ultimísima hora acometidas por el Equipo
Técnico –que sólo permitían votar en bloque los documentos del equipo de Pablo
Iglesias, sin poder combinarlos con otros–dieron al equipo de Claro Que Podemos
una victoria aplastante. Una victoria que ya tenían, pero que de este modo se
aseguraban sin ninguna fisura (y fisura quiere significar aquí, por desgracia,
pluralidad). Las críticas desde diversos sectores no se hicieron esperar
(algunas certeras, otras excesivamente centradas en el lamento y el deseo de
reconocimiento; hay aristocracias pretendientes heridas).
La segunda parte de la Asamblea prometía ser
también caliente. Y lo ha sido. El hecho de que Pablo Iglesias –candidato a
Secretario General– presentase también una lista completa al Consejo Ciudadano
junto con otra para la Comisión de Garantías, marcaba la tendencia de lo que
sería el proceso: un plebiscito más que unas elecciones. Pero el Equipo Técnico
también jugó, de nuevo, su papel: la posibilidad de elegir “en plancha” la
lista total de Pablo Iglesias (Secretaría, Consejo y Comisión) con un solo
click en la red, hacía que la balanza se inclinase a su favor. Lo cierto es que
Iglesias no necesitaba tampoco esta estrategia para ganar, pero volvía a
utilizarla para evitar fisuras en su proyecto (donde fisura quiere decir, otra
vez, y por desgracia, pluralidad política más allá de sus cálculos). De todos
modos, él lo ha dicho muy claramente: quería un gobierno “de los mejores”. Esto
es: una aristocracia competente y de confianza. Como si para competir contra
las élites hiciera falta una contra-figura especular de las mismas, la imagen contra-hegemónica
de la “vanguardia popular” (que actúa por asalto, no por consenso).
¿Significa esto que la Asamblea Ciudadana no ha
sido democrática? No, claro que no. Ha habido democracia y ciertamente
innovadora en lo formal, nadie puede negarlo; un grado de democracia, si se
quiere, mucho mayor que en la política tradicional española. Pero esa
democracia –con sus estrategias de última hora y “chantajes” carismáticos– no
ha estado a la altura de la ilusión que había promovido. Es más, ha creado
heridas y quebrado fibras de empoderamiento y horizontalidad.
¿Qué queda de “la gente”?
El término “gente” ha sufrido un importante cambio
desde las elecciones europeas hasta el cierre de la Asamblea Ciudadana. Antes
parecía nombrar la participación más allá de los clicks, la inteligencia
creativa del común indignado (y no necesariamente movilizado) a la hora de
hacer política. Gente significaba desprofesionalización de “lo político”,
construcción colectiva de programas y candidaturas. Ciudadanía activa. La gente
y los Círculos parecen ser ahora un decorado sobre el que se destacan ciertas
figuras, pero no ya un motor de cambio social “desde abajo”. Son, más bien,
unas bases que tendrán que asumir los acuerdos políticos tomados por una
aristocracia (y se suponía que los despachos se habían acabado) o simplemente
no asumirlos e irse. Una diatriba que –tal y como laten algunas redes y
espacios–se le presenta a muchas personas. Porque lo próximo que toca en la
agenda electoral, y hablamos de procesos ya iniciados (Ganemos), son las
autonómicas y las municipales ¿Volveremos a ver los dedos “desde arriba”
señalar listas con aval carismático? ¿Con su “marca”? ¿Veremos de nuevo “listas
plancha” que dejarán fuera a aquellos que, por motivos más que razonables,
disientan de la “línea oficial del partido”? ¿Se es consciente del precio que
habrá que pagar por actuaciones de este tipo? ¿Que Podemos es una organización
con pies de barro? ¿Del capital profesional, ciudadano y activista que se tira
por la borda con cierres aristocráticos del signo que sean? Por otra parte ¿se
puede apelar a la unidad social hacia fuera y al cierre elitista desde dentro?
¿Pueden gestionarse los disensos creando fantasmas (IA) y actuar dentro de una
lógica amigo-enemigo? Y, por último ¿Pueden darse lecciones de transparencia
con tantas “últimas horas” y opacidades en la Asamblea Ciudadana? Quizá una de
las cosas que resultan más sorprendentes –sobre todo dada la composición del
proyecto, de la gente que lo ha avalado– sea el fin de una nueva cultura social
del consenso y la diversidad: el 15M abrió esa cultura en las plazas, una
dinámica que –salvando algunos problemas– impulsaba el trabajo en común
permitiendo coexistir la diferencia (ahora ya no se permite, en fin, ni la
“doble militancia”). La ilusión de cambio sigue en pie para mucha gente, pero
los rasgos de la coyuntura y las últimas derivas realpolitik del discurso de
Podemos (escoradas hacia un paradójico “centrismo”), recuerdan demasiado a un
son (socialista) de sobra conocido.
¿Seguimos?