El nuevo campo político en Bolivia
por Álvaro García Linera
Unas semanas antes de las elecciones,
Juan del Granado lanzaba la siguiente sentencia al Presidente Evo: “que prepare
sus maletas para irse de Palacio”; por su parte, Tuto Quiroga, reafirmando que
ganaría las elecciones, sermoneaba: “la biblia regresará a Palacio”. Sin
quedarse atrás, Doria Medina vaticinaba: “iremos a una segunda vuelta y
ganaremos”. Sin embargo, al final el MAS se llevaría la victoria con el 61,4 %
de los votos, lo que significa que más de 3 millones de personas habían
derrumbado las ilusiones del bloque opositor.
A la luz de estos resultados
democráticos, se pueden observar tres nuevas características dentro del campo
político boliviano.
1. El horizonte de época
Una de las funciones del Estado moderno
es la construcción de consensos fundamentales sobre el sentido común, es decir,
el orden y el destino del mundo social; esto no solo garantiza la consolidación
de una forma estatal sino, ante todo, la cohesión social que sostiene el orden
estatal. En su libro Sobre el Estado, Bourdieu propone la
distinción de dos componentes en la construcción de los consentimientos
duraderos sobre la organización de la vida social: la integración lógica y la
integración moral. La primera hace referencia a los acuerdos inmediatos
alcanzados por personas que tienen similares categorías de pensamiento,
percepción y construcción de la realidad, mientras que la segunda tiene que ver
con la presencia de valores morales compartidos.
Lo que ha sucedido en Bolivia en la
última década, es la emergencia y consolidación de un tipo de integración
lógica y moral de la sociedad, esto es, de una manera casi unánime de entender
el mundo y de actuar, caracterizada por el trípode constitucional de: economía
plural con eje estatal, reconocimiento de las naciones indígenas con un
gobierno de movimientos sociales, y régimen de autonomías territoriales. Se
trata de un trípode discursivo con la capacidad de explicar lógica y moralmente
el orden aceptable de la sociedad boliviana, y de orientar las acciones
colectivas hacia un porvenir con todas las clases sociales. Es, no cabe duda,
un horizonte de época que ha desplazado a los tres ejes
discursivos que 20 años atrás definieron al neoliberalismo en el imaginario
social: la extranjerización de los recursos públicos, la gobernabilidad
partidaria, y la oenegización de la deuda social.
A diferencia de las elecciones
generales del 2009, donde el bloque de la derecha intentó reflotar la lógica
privatista de las materias primas y el orden racializado del poder político, en
las elecciones del 2014, esta polarización desapareció. ¡Claro!, si retomaban
la jurásica propuesta de la privatización, corrían el riesgo de desaparecer del
mapa político. Entonces, lo que hicieron fue adoptar ambiguamente un nuevo
discurso. “Respetaremos la nacionalización”, “vamos a mejorarla”, “dialogaremos
con las organizaciones sociales”, etc., fueron las frases que día a día se
repitieron ante un electorado cuyas categorías de percepción y construcción del
mundo ya se habían afianzado en torno a la nacionalización de los recursos
públicos y al poder de las organizaciones sociales. Al mutar de traje
discursivo y adherirse sin convicción a un sentido común popular prevaleciente,
la derecha devino en una derecha travesti que buscó por todos los medios
ocultar no solo su raíz privatizadora y antipopular, sino sus intenciones más
profundas. El desliz de Doria Medina de proponer el 50 % para las petroleras o
la ingenuidad de Tuto al “fotocopiar” el artículo 3 de la Ley de Capitalización
de Sánchez de Lozada para “repartir” acciones, mostraban lo superficial y falaz
de la adhesión discursiva de la derecha al espíritu revolucionario de la
Constitución.
Con todo, este esfuerzo de camuflaje
electoral imprescindible para cualquier candidatura que quisiera mantener
vigencia, confirmaba las cualidades del nuevo horizonte de época dominante.
En los hechos, dentro del campo político, las izquierdas, los centros y las
derechas, están obligadas −por un buen tiempo− a moverse en esos tres
parámetros organizadores y orientadores de la acción de la sociedad boliviana.
La legitimidad política de cualquier propuesta emerge de su adhesión a
ese horizonte de época; esto significa que en la actualidad no es
posible imaginar nada al margen de ese techo discursivo. Y justamente por ello,
las fuerzas opositoras habrían incursionado en una guerra perdida. Sin importar
la cantidad de propaganda que hicieron, la cantidad de críticas que lanzaron, o
los asesoramientos extranjeros que contrataron, el campo discursivo legítimo,
dominante, no era el de ellos; su adhesión tenía el tufo de impostura; y por si
fuera poco, tampoco habían hecho ningún esfuerzo para crear, o siquiera
comenzar a imaginar un horizonte, una propuesta política distinta y creíble.
Al final concurrieron a un campo
político ya definido. Sus intentos de polarización fueron fallidos porque no es
posible polarizar sin un proyecto alternativo (que al final nunca existió). Por
eso, la votación de octubre del 2014 se constituye en la primera elección
unipolar desde 1997; y esto deja para los siguientes años un campo político
unipolar, es decir, uno con una única hegemonía discursiva definida por el
MAS/Movimientos Sociales, y una variedad de partidos regionales armando
coaliciones circunstanciales para disputar el electorado más frágilmente
adherido al núcleo hegemónico.
2. Irradiación territorial hegemónica
Si por hegemonía entendemos −en el
sentido gramsciano− la capacidad de un bloque social de convertir sus
necesidades colectivas en propuestas universales capaces de articular a otros
sectores sociales distintos a él; ella no es posible sin que antes se dé la
derrota política e ideológica (Lenin) de esos otros grupos o clases sociales
convocadas a ser integradas. La hegemonía es pues una combinación de fuerza y
seducción, de victoria (Lenin) y convencimiento (Gramsci). Y eso es
precisamente lo que ha aconteció en el país entre el 2000 y el 2014.
El año 2000, con la Guerra del Agua y
el bloqueo de caminos de 20 días durante el mes de septiembre, el campo
político se polarizó en torno a un bloque de partidos neoliberales y la
emergencia de los movimientos sociales con capacidad de movilización
territorial y discurso alternativo. El año 2003, con la Guerra del Gas, quedó
consolidada la propuesta universalista del movimiento social: nacionalización
del gas, gobierno indígena y asamblea constituyente. Entre el 2003 y el 2005,
el nuevo sentido común se impuso y el discurso privatizador entró en un ocaso.
En diciembre del 2005, esta victoria ideológica se transmutó en victoria
electoral y la mayoría política plebeya (indígenas, campesinos, vecinos,
trabajadores urbanos…) quedó constituida. El 2008 se derrotó militarmente a la
derecha golpista (septiembre), y políticamente al neoliberalismo (aprobación
del texto constitucional en octubre). Por último, el 2009 el proyecto del
retorno neoliberal fue derrotado electoralmente.
En ese sentido, octubre del 2014 no
solo es la consolidación estructural de un único proyecto de economía, Estado y
sociedad, sino la irradiación social y geográfica de la revolución democrática
y cultural.
El MAS creció con 201.850 votos respecto
al 2009, logrando más de 3 millones de votos; triunfó por primera vez en Pando
(antiguo bastión opositor controlado por las formas cacicales de la política) y
en Santa Cruz, convirtiéndose en mayoría política e inaugurando una nueva época
en una región controlada anteriormente por las fuerzas radicales de la derecha.
Es así que nos encontramos frente a la expansión geográfica de la hegemonía y
la disolución geopolítica de la llamada “media luna” conservadora.
El triunfo en Pando se explica
básicamente por la presencia estatal que ha desplazado el poder hacendal, el
impulso de un tipo de economía diversificada de las ciudades, y la distribución
de tierras a campesinos y pueblos indígenas, que han quebrado las relaciones de
dependencia frente al viejo poder cacical y terrateniente. Precisamente las
reiteradas derrotas en el Beni, tienen que ver con esta aún ausencia estatal en
amplios territorios, la debilidad de los movimientos sociales populares,
indígena-campesinos, y el poderío todavía vigente de las viejas estructuras
hacendales, patrimoniales y comerciales.
A su vez, la victoria en Santa Cruz
está ligada al creciente fortalecimiento de los movimientos sociales urbanos y
rurales, la incorporación de los obreros y trabajadores urbanos de la COB, pero
ante todo, la disolución de los prejuicios y mentiras con el que las antiguas
elites ultrareaccionarias regionales mantuvieron a un electorado cautivo de
clase media cruceña. El estigma de “anticruceñismo”, de “quita casas” y “quita
autos” con el que la derecha generó distancias con el Proceso de Cambio, hoy se
ha disuelto. El MAS ha mostrado no solamente que valora los avances económicos
y sociales de la sociedad cruceña, sino que los quiere mejorar y ampliar. El
doble aguinaldo democratiza la distribución de la riqueza en las diversas
clases asalariadas; la inversión estatal brinda amplias oportunidades de
negocios para profesionales y pequeños empresarios; se ha presenciado en la
región el relanzamiento de la producción de hidrocarburos, de plantas de procesamiento,
de la nueva petroquímica, además de una gran inversión en energía eléctrica y
en la futura represa de Rositas; todo esto muestra que el “modelo de desarrollo
cruceño” se ha democratizado y engrandecido con otras áreas productivas.
Como resultado final, el Proceso de
Cambio ha expandido su base territorial, y con seguridad en las futuras
elecciones nacionales se expandirá aún más. La lógica de estabilización
electoral del proceso revolucionario nos lleva a pensar que el voto duro
tenderá a consolidarse en torno al 60 % en los siguientes años. Un porcentaje
mayor solo es posible en momentos extraordinarios de polarización social.
3. El efecto “gravedad fuerte”
Dentro del espacio euclidiano, que
normalmente usamos en una hoja de cuaderno, el punto medio entre dos puntos
cualesquiera se obtiene uniendo con una línea recta a ambos y hallando la mitad
de dicha recta. Algunos analistas políticos aplican esta forma básica y
primitiva de comprensión geométrica a la lectura de la sociedad y cuando se refieren
al “centro político”. No cabe duda que se trata de una lectura falsa y
simplista, pues supone la existencia de “dos puntos”, es decir de dos
propuestas políticas polarizadas, con el mismo “peso” social, por lo que el
“centro” político correspondería a aquellos que se ubican en la “mitad” de
dichas propuestas. Pero, ¿qué sucede cuando no se tienen dos propuestas
políticas polarizadas, sino una sola, mientras que las otras giran como
satélites, más a la izquierda o más a la derecha, del centro unipolar?
Evidentemente, Euclides aquí no ayuda mucho. Abusando de las analogías,
el espacio de Riemann es más útil en este caso. Se trata de un
espacio de 4 dimensiones: ancho, largo, profundidad y tiempo. Einstein lo usó
para graficar las curvaturas del espacio-tiempo bajo los efectos de la
gravedad. Bajo estos supuestos, el “medio” de dos puntos no es la mitad de la
línea recta euclidiana entre ellos, sino la mitad de la línea curva que los
une, de manera que si la curvatura del espacio es muy pronunciada cerca de uno
de ellos, visualmente la “mitad” estará muchísimo más cerca del punto que se
encuentre en el borde de una curvatura del espacio. Esto, debido al efecto de
gravedad que curva el espacio-tiempo.
En política, podemos aplicar el
concepto de efecto de gravedad fuerte que da la curvatura al
espacio político, es decir, el efecto de una propuesta política lo
suficientemente fuerte y hegemónica que anula −temporalmente− otras
alternativas políticas discursivas convirtiéndolas en variantes satelitales,
más a la izquierda o más a la derecha del vórtice gravitacional. En este caso,
lo que surgió en el año 2000 inicialmente como una alternativa de izquierda
opuesta a una de derecha, al anular plenamente a esta última, hizo que el campo
político se convirtiera de bipolar en unipolar; y entonces la propuesta de la
izquierda, por el efecto de la fuerza de gravedad política, devino en “centro”.
Pero, ¡ojo!, no es que ella haya cambiado o se haya “derechizado”; al
contrario, la fuerza de gravedad de la propuesta de izquierda es tal, que al
anular la de la derecha (que equilibraba el campo político), hace que el campo
político entero, que la sociedad boliviana entera, se “izquierdice” en su
totalidad. Es así que todas las propuestas políticas ya no cuestionan ni la nacionalización
ni la participación de las organizaciones sociales, y simplemente hablan de
ajustes de forma en torno a este único núcleo discursivo.
El que el MAS ocupe el centro político
no significa que se hayan abandonado propuestas o principios; al contrario,
significa que esos principios y propuestas de izquierda se han convertido en un
“sentido común”, en un horizonte de épocaunánime −con tanta fuerza
de atracción, que a los que tenían posiciones de centro o de derechas, no les
queda más que cambiar de posición “izquierdisándose”−, y al hacerlo, ha
convertido a su vez a la izquierda en el “centro” de gravedad política.
¿Cuánto durará esta cualidad del campo
político unipolar con variantes satelitales? Es difícil saberlo. En todo caso,
esta traslación del centro político hacia la izquierda será lo que marque los
debates políticos y sociales durante toda esta década.