Thought in the ACT: Capítulo 1
por Brian Massumi + Erin Manning
(Traducción: Ana Fabbri)
POR LA NEURODIVERSIDAD
La noción de existencia supone
la de un medioambiente de existencias y tipos de existencias. Cada existencia
singular implica otras existencias, conectadas con ella y sin embargo más allá
de ella. Esta noción de medioambiente introduce la de “más o menos”, y la de
multiplicidad.
— ALFRED NORTH WHITEHEAD, Modes
of Thought
Más o Menos (Multiplicidad)
“Existía muy poca diferencia de significado”, dice la autista Diana
Krumins, “entre los niños con quienes estaba jugando junto al lago y la tortuga
sobre el tronco. Parece”, continúa, “que cuando la mayoría de la gente piensa
en algo como estando vivo, lo que realmente quieren decir es, humano” (citado
en Miller 2003, 23– 89).
¿Qué es lo que verdaderamente queremos decir cuando decimos “humano”?
Según la activista autista Amanda Baggs, ciertamente no queremos decir
“autista”. Queremos decir “neurotípico”, queremos decir que unx se expresa
predominantemente en lenguaje hablado, y sobre todo, queremos decir que unx
está inmediatamente concentrado en los humanos en detrimento de otros elementos
del entorno. La mayoría de la gente pone atención en las voces humanas por
sobre todo lo demás” (Krumins).
“Oigo las rocas y los árboles” (Mukhopadhyay en Miller 2003, 54).
Para el investigador del autismo Simon Baron- Cohen, oír las rocas y los
árboles en igualdad de condiciones con las voces de los niños es un signo de lo
que él llama “ceguera mental”. La ceguera mental se define generalmente como la
incapacidad de desarrollar una percatación de lo que está en la mente de
otro ser humano. Tener ceguera mental, sugiere Baron- Cohen, es carecer de
empatía. Es estar sin relación de manera general. Según él esto es lo que
define a los autistas.
Sin embargo, por parte de los autistas no escuchamos ni un repudio de lo
humano, ni un volver la espalda a la relación. Lo que escuchamos es un
compromiso con lo más-que humano: “a todo le presto la misma atención, sin
discriminar, de modo que el graznido del cuervo en el árbol está tan definido y
es tan importante como la voz de la persona con la que estoy caminando”
(Krumins en Miller 2003, 86). Y un compromiso con una relacionalidad con más
textura: “Mi mundo se organiza alrededor de texturas. […] Todas las emociones,
las percepciones, mi mundo entero […] está influido por las texturas” (Krumins
en Miller 2003, 87).
El hecho de experimentar la textura del mundo “sin discriminar” no es
atribuible a la indiferencia. La textura está modelada, llena de contrastes y
de movimiento, gradientes y transiciones. Es compleja y diferenciada. Prestar a
todo “la misma atención” no es una falta de atención respecto de la vida. Es
prestar igual atención a la gama completa de la complejidad textural de la
vida, en un compromiso extasiado y desprovisto de jerarquías con la manera en
la que lo orgánico y lo inorgánico, el color, el sonido, el olor, el ritmo, la
percepción y la emoción, se entretejen intensamente con la “alrededoridad” de
un mundo con textura, vivo con la diferencia. Es experimentar la plenitud de
una danza de la atención. De todos los desafíos del autismo, éste no es sin
alegría.
“Todo está en cierto modo vivo para mí” (Krumins en Miller 2003, 86).
“Para mí la felicidad era la inmediatez del medio” (Mukhopadhyay en
Iversen 2006, 104).
La danza de la atención es un modelo inmersivo de asimiento de una casi
inidentificable disposición de fuerzas, que modula el acontecimiento en la
inmediatez de su advenir a la expresión. Atención no a, sino con y hacia, en y
alrededor de. No descomponible.
“Todo el tiempo las sombras fueron tomando prestados los colores de los
objetos sobre los que caerían”, escribe el poeta autista Tito Mukhopadhyay. “y
colorearon todos los objetos con un color universal. Ese color es el color de
la sombra, que es más oscuro que el tomado en préstamo” (2008, 21). Un sombrear
coloreado: un entretejido de los campos de experiencia emergente que todavía no
se definió como esto o eso. No está definido como esto o eso,
y sin embargo sus cualidades ya interactúan. Los campos, en su inmediatez,
juegan una eliminatoria, prestándose sus cualidades los unos a los otros,
componiendo un campo único de acción recíproca, de co-fusión y contraste
cambiante: de co-moción. Una conmoción inmediata de texturación cualitativa. Un
modelo generativo de contención, que se mueve cualitativamente hacia una
experiencia en el hacer. Emergió la sombra coloreada: una cualidad
perteneciente al campo composicional. No a sus elementos, sino a la inmediatez
de su acción recíproca.
La emergencia continúa. “Ahora podría imaginar el modo en que una sombra
sería capaz de silenciar la colaboración entre otros colores, si estos cayeran
en el territorio de su silencio”. Se forma un hiato en la conmoción, delineado
por sus mismas cualidades interactuantes. “Podría ver los jazmines húmedos de
rocío matinal, iluminados con la brillantez fresca del alba, crear una fábula
con el perfume de sus pétalos de jazmín. Vería la fábula expandirse en el aire”
(Mukhopadhyay 2008, 21– 22). Una cualidad nueva, una fragancia, ingresa en el
hiato. Un florecimiento baila para la atención el acontecimiento de esta
ingresión. El jazmín se rodea con el juego mutuo del color y la sombra, que
transmuta en un intercambio de humedad y luz. La luz y la humedad, en co-moción
con un aroma. La fragancia del jazmín se entromete en la humedad y la luz,
tomando el relevo de la sombra coloreada como cualidad predominante del campo
composicional en su conjunto. Este relevo atrae al campo hacia el borde de la
expresión determinada. En la perfusión del campo por el aroma, una fábula se
esfuerza por tomar forma. El campo se mueve a través de su perfusión hacia un
contarse a sí mismo. Se esmera para ser tomado en cuenta. La flor no apareció
sino como una función de este afán. No es un objeto discreto. El campo de la
experiencia inmediata no está compuesto por objetos. La flor es el conducto
relacional de una tendencia a la expresión amplia como el campo. Se la podría
llamar objetil para diferenciarla de un objeto totalmente
florecido. Un capullo de objeto. El campo compone capullos de objetos como una
función de su apetencia de expresión.
El baile de la atención, evocado aquí por Mukhopadhyay, es el estado de
atención en que se encuentra una expresibilidad, que tiende hacia una expresión
determinada –todavía por advenir- en el entorno. Sorprendido en el medio de
este acontecimiento, Mukhopadhyay no es el hacedor de la escena. Él acompaña su
baile, co-componiendo con él. “Comprobaría que en el instante en que proyectara
mi sombra sobre las flores, la formación de la fábula se detendría
inmediatamente” (2008, 22). En el momento en que proyecta su sombra sobre el
campo, imponiéndole su presencia, su actividad se detiene. Mukhopadhyay debe
permanecer co-presente. A la atención de la flor, a la sombra, a la
fábula baile-campo, en la frontera exacta entre la experiencia y imaginación,
en el momento, todavía no contado.
“Era muy frágil para mí el límite entre imaginar y experimentar algo.
Quizás aún lo sea. Son numerosas las veces en que todavía necesito verificar
con mi madre, o con alguien que pueda entender mi voz ahora, si es que un
incidente verdaderamente ocurrió alrededor de mi cuerpo o en mi presencia”
(Mukhopadhyay 2008, 22). Presencia con, en, y alrededor de un devenir-campo
incipiente, con una atención sosegada hacia lo que el campo desea.
Incertidumbre en la alrededoridad: ¿dónde empieza y dónde termina el cuerpo?
¿Dónde está el relevo entre la imaginación y la experiencia? La llegada de la
próxima expresión del campo en la conversación, para la verificación cruzada,
desplaza el centro de gravedad de la experiencia a otro campo, el del lenguaje.
Pero este lenguaje es poético, no se restringe a la búsqueda del hecho –un
lenguaje para la narración, un lenguaje que se sostiene de la resistencia
oscilante entre la tracción de la imaginación y la de la experiencia, que
compone con el umbral de expresibilidad que estaba ya activo en el campo, que
sintoniza con la expresión, donde no existe todavía ni el capullo plenamente
florecido de un objeto, ni un sujeto plenamente florecido – solo el retoño de
un devenir cualitativo que se experimenta-imagina intensamente al producir
sentido en la lengua.
El baile de la atención no es el estado de atención intensa que el
humano presta al medio, sino el estado de atención del medio
a su propio florecer, en el límite preciso donde la experiencia y la
imaginación, la inmediatez y la verificación cruzada, se superponen. El
hacer-sentida de una fuerza co-compositiva que todavía no busca distinguir
entre lo humano y lo inhumano, entre el sujeto y el objeto, que en lugar de eso
enfatiza una inmediatez de acción mutua, un medio asociado a su relación
emergente.
Este compromiso co-compositivo con el medio asociado de la relación
emergente es un modo de percatación medioambiental. Es un modo de
existencia integral, para los autistas, con todos los aspectos de la
experiencia. Ellos no deploran esta modalidad de percatación como un déficit,
sino que la afirman como un modo de existencia entretejido tendencialmente con
otros modos de existencia, como aquellos (más “humanos” según la definición
neurotípica) que se centran en el lenguaje.
Jim Sinclair, activista autista, escribe: “El autismo no es algo que la
persona tiene, un “caparazón” en cuyo interior está atrapado. No hay ningún
niño normal escondido detrás del autismo. El autismo es una manera de ser. Es
ubicuo; colorea cada experiencia, cada sensación, percepción, pensamiento,
emoción y encuentro, cada aspecto de la existencia. No es posible separar el
autismo de la persona –y si fuera posible, la persona restante no sería la
misma que la del comienzo” (1993). Las personas vienen en muchos modos. Y las
personas devienen.
La percepción autista baila la atención, afirma la interconectividad de
los modos de existencia, destaca la relacionalidad en el corazón de la
percepción, enfatiza el modo en que la experiencia se despliega a través de la
matriz de los campos de solapamiento y los énfasis cualitativos, que ya
inmediatamente avanzan hacia la expresión en un campo dinámico de advenimiento
a la vida en co-composición. Para los autistas, el lenguaje llega tarde, y esto
es lo que quizás marca más fuertemente su diferencia respecto de los
neurotípicos. La experiencia neurotípica tiende inmediatamente a alinearse con
el más allá del medio relacional, con una fase ulterior en la cual la flor se
sostiene sola, como un objeto solitario separado de sus fábulas-sombras. La
separación del objeto pone en segundo plano la relacionalidad intrínseca del
campo que adviene a la expresión, y despeja así el escenario que, entonces, se
llena con la presencia de un sujeto humano que lo eclipsa, que toma para sí el
crédito personal por la cuenta que el campo medioambiental emergente realiza.
La emergencia del Campo y la Disposición (Affordance)
“Esta noción de medioambiente”, dice Whitehead, “introduce la noción de
‘más o menos’, y de multiplicidad” (1968, 7). La idea no es simplemente
devolver la jugada afirmando que los neurotípicos sufren de ceguera
medioambiental, debida a su concentración en lo humano, y en el valor-uso
humano-céntrico que los objetiles activan en el medioambiente. Los neurotípicos
también son capaces de una percatación medioambiental, “más o menos”: con un carácter
más periférico, prestándole una atención menos frecuente. A la inversa, muchos
de los así llamados autistas “de bajo funcionamiento” no carecen de lenguaje,
como muestran las citas del apartado anterior, aún cuando muchos carezcan de
lenguaje hablado. “Estar incapacitadx para hablar no es lo mismo que no tener
nada que decir”, se lee en uno de los eslóganes del Autistic Liberation
Front. A pesar de que inicialmente se focalizaron en la relacionalidad
cualitativa de los medioambientes emergentes, los autistas también son capaces,
más o menos, dependiendo de muchos factores, de percibir “objetivamente”. Por
“objetivamente” entendemos un modo en que los impactos focalizados, y sus
eventuales usos y recuentos en la lengua, se singularizan en disposiciones (affordances)
particulares de la emergencia del campo medioambiental. Llamamos a esto: modo
de arrastre.
El arrastre, en relación con el campo-flor de Mukhopadhyay,
hubiera situado inmediatamente el florecimiento dentro de un modo eficiente
como el “recoger” o el “oler”. El hecho de que la experiencia de Mukhopadhyay
pertenezca menos a la flor como tal que al campo de florecimiento y sombreado y
narratividad, no sugiere que no pueda también oler la flor o
diferenciarla finalmente de otras disposiciones. Lo que sugiere es
que existe una tendencia dentro del autismo a percibir inmediatamente la
cualidad relacional de un medio fluyente, que aparece de manera dinámica en una
juntura de la experiencia. Llamamos entretenimiento a esta
puesta en primer plano del campo inmediato de la experiencia. El
entretenimiento es anterior a la distinción entre lo activo y lo pasivo, el sujeto
y el objeto.
El entretenimiento es la fascinación en un baile de
atención. Toda emergencia de un campo experiencial incluye arrastres incipientes
y entretenimientos inmediatos. Es una cuestión de grado, y de
mezcla. La inclinación que impele a oler la flor antes que a verla –la
emanación de sentido en virtud de la cual la flor es para algo,
para olerla- es la respuesta neurotípica presente en el ademán que devela la
intención de agarrarla como un objeto, contra el fondo del medio, incluso si el
medio adviene tan solo como entretenimiento. Para el neurotípico,
el modo de entretenimiento tiende a estar ya saturado de arrastre.
El campo de la experiencia está pre-perfundido con para-idad. Tiende siempre ya
hacia la expresión en valor-uso –en vez de entretener la
expresibilidad por su cuenta. Para el autista, la flor y el medio, el arrastre y
el entretenimiento, no son inmediatamente separables. La flor y el
medio no están recíprocamente delimitados como un plano principal contra un
fondo, un objeto separado y su entorno, sino que se ofrecen conjuntamente en
co-actividad. Se co-presentan como diferencias tonales en un campo que modula
la totalidad de la experiencia en todos los niveles, componiendo un modo
general de existencia que está en una clave diferente a la de la norma
neurotípica.
“Los modos de existencia son siempre plurales y relacionales”, escribe
Etienne Souriau: “la existencia puede hallarse no solo en los seres, sino entre
ellos” (2009, 16). Los modos de existencia son intermodales. Según
la definición de Souriau y Gilbert Simondon (2005), los modos de existencia no
reifican al ser como ya constituido. Suponen advenimientos-a-la-existencia a
través de acontecimientos singulares donde los objetos están en fabricación. La
modalidad del advenir-al-ser singular del acontecimiento es la
existencia. No hay un ser ya constituido que hospede a la modalidad. La
modalidad hace al ser. Los modos de existencia no solo son intermodales,
también son plurales en relación con ellos mismos, cada uno contiene en germen
a los otros, en cierta medida, como una diferencia interna que es una
característica composicional de su propia texturización. Cada uno tiende a
hacerles falta a los otros. Los modos de existencia tienen un apetito innato el
uno por el otro, y no se sostienen fácilmente cuando están separados entre sí,
aunque a veces lo intenten.
El movimiento por los derechos del autista acentúa la
multiplicidad de los modos de existencia en el término “neurodiversidad”. No
solo señalan la necesidad de ocuparse del florecimiento de los campos de
relación, donde ni los objetos predefinidos ni los sujetos que proyectan su
sombra sobre todas las cosas todavía llegaron a singularizarse; sino que
también nos alertan respecto de los intrincamientos de la percepción a través
del espectro. Porque los neurotípicos son de hecho neurodiversos, capaces
también de percibir la relación inmediatamente. La diferencia está en la
velocidad de sustracción de los objetos respecto del campo total, debido a la
pre-perfusión del campo con el entretenimiento. Bajo determinadas
circunstancias, los neurotípicos mismos experimentan una predominancia de
percatación medioambiental. Aunque solo excepcionalmente se trata de una
atención focalizada, ya que suele aparecer como un interludio efímero entre las disposiciones que
se sienten más substanciales. Cuando la percatación medioambiental
verdaderamente resurge, lo hace sin objetos plenamente florecidos ni sujetos
que proyecten sus sombras, como describen los autistas. Pero todavía hay un
grado de diferencia entre este y los otros modos de existencia emplazados en el
espectro más amplio de la neurodiversidad. Debido a que el arrastre predomina
como la tendencia inmediata que se presenta en los neurotípicos, incluso cuando
están inmersos en un campo relacional de auto-entretenimiento, las disposiciones ya
se agitan, pero todavía no están objetivadas. Para el neurotípico que, de pie
sobre la hierba en el campo del agricultor, pinta una flor, el florecimiento de
la experiencia puede producirse en el seno de la producción artística, como lo
hace para los autistas. Pero probablemente también habrá un sentido igualmente
inmediato del modo en que la flor se yergue en relación con la hierba y con los
árboles, incluyendo una cartografía tácita del camino para llegar al campo
desde la ruta, hasta la flor y de regreso, así como de lo que esa trayectoria
podría habilitar. Esta orientación eficaz ocurre directamente como un
efecto-de-campo, en el nivel de lo objetil, no en el nivel de los objetos
constituidos como tales.
Flujo y Reflujo
Estás llegando tarde, caminás apresuradamente, en hora pico, desde la
salida del subte hacia la oficina, por una vereda llena de gente. Los cuerpos
están por todas partes, más gordos y más delgados, más veloces y más lentos, en
un complejo flujo y reflujo. En este flujo y reflujo, las aperturas momentáneas
van y vienen. Tu percepción se concentra en el ir y venir de las aperturas, que
no se corresponden a ninguna cosa en particular. Cada apertura
es un efecto de campo. Es un artefacto de la configuración en movimiento de los
cuerpos a tu alrededor, factorizando sus velocidades relativas, y sus índices
de aceleración y desaceleración mientras sus trayectorias se tejen entre sí y
alrededor de los obstáculos. La apertura no es simplemente un agujero, una falta
de algo que lo ocupe. Es una expresión positiva del modo en que todo lo que
está en el campo, lo que se mueve y lo que está quieto, se relaciona
integralmente en ese instante. Es la aparición de la relacionalidad del campo,
desde un ángulo particular. El ángulo particular es el de tu cuerpo saliendo
adelante. La apertura es el modo en que el campo aparece como una disposición para
tu salir-adelante. Tu movimiento tiene que estar presente en la apertura
mientras esta ocurre. Si esperás, la apertura se cierra. Su percepción y tu
movimiento dentro de ella deben ser uno. No hay tiempo para reflexionar, no hay
tiempo para concentrarse, evaluar, elegir. Si prestás atención a un cuerpo y
después a otro cuerpo, lo único que ves es… un cuerpo y… después otro –y no la
apertura en el campo compartido de movimiento. Tenés que suavizar tu
concentración, dejando que la configuración cambiante del campo se dilate para
llenar la experiencia. Tenés que dejar que lo que es normalmente tu visión
periférica tome el relevo, atendiendo a todo de “la misma manera”.
La experiencia entonces deviene textura-movimiento, complejamente
modelada, pletórica de cambio y transición, pululantemente diferenciada. Estás
surfeando la multitud, incluso cuando la multitud te esté surfeando a vos. A
pesar de la prisa, esto no ocurre sin alegría. Te deleitás en la fluidez de tu
trayectoria, sin focalizarla como un tono de sensibilidad separado del
movimiento. Tu performance fue un baile integral de la atención, aparentemente
sin pensar.
Pero estabas pensando, con tu movimiento. Cada uno de tus
movimientos fue la realización de un análisis de la composición del campo desde
el ángulo de su disposición a salir adelante. Al entrar en el
baile de la atención, tu percepción convergió con tu actividad en movimiento, y
tu actividad era tu pensar. Ingresaste a un modo de
percatación medioambiental en la que percibir es actuar el pensamiento, y el
pensamiento es directamente relacional. Este pensar activamente relacional es
también una expresión del campo, pero de un modo diferente que el de la
narración, poética o no, sin ninguna necesidad inmediata de lenguaje,
autosatisfaciéndose en cierta medida con los movimientos del cuerpo: expresión
a-corporizada.
Retrospectivamente, tal vez te parecerá que el objeto
predominante que tu memoria singulariza –la vereda- fue tu disposición desde
el subte hasta la oficina. En la oficina, abarrotada de disposiciones –la
computadora para mandar emails, el teléfono para revisar mensajes, la silla
para sentarse-, los objetos entrarán nuevamente en foco. Pero en el modo de la
percatación medioambiental que efectivamente te condujo a tiempo hasta la
oficina, no fue el objeto “vereda” el que dispuso el último
tramo de tu viaje. Fueron las aperturas fugaces, ahora olvidadas. Las aperturas
no están más. La vereda permanece. La estabilidad de la vereda, su destreza
para caracterizarse en experiencia momento tras momento, es una condición que
habilita el carácter efímero de las aperturas. De este modo singularizamos las
figuras de los objetos para la percatación medioambiental en el momento:
fusionadas en un campo de movimiento, su estabilidad ingresa en ese campo en
igualdad de condiciones, como un contraste único en su compleja modelización
relacional.
Quizás la diferencia entre la percatación medioambiental del autista y
la de los neurotípicos sea que estos siempre fusionan el entretenimiento del
medio con un aprovechamiento de las disposiciones. El autista
deviene el campo, deviene integralmente co-composicional con él. Para el
neurotípico, el campo ya viene saturado de las disposiciones que
este le ofrece, con las aperturas o los capullos-de-objeto que se proponen como
conductos para la expresión del campo por venir, expresión ya orientada
eficazmente. Esta tendencia a la eficacia de los neurotípicos hace que el campo
se preste más “naturalmente” a la verificación cruzada, que en ellos va en la
dirección de encontrar hechos, antes bien que en la de crear historias en un
sentido poético, como era el caso para Mukhopadhyay. Tanto para los
neurotípicos como para los autistas, como para todo el espectro de la
neurodiversidad, es solo más allá del momento, con la memoria, y con el
ejercicio de volver a contar -que la memoria hace posible-, que los objetos
sobresaldrán de manera clara, y observarán sensitivamente la frontera entre la
experiencia y la imaginación. En el momento, se fusionan con los efectos de
campo que son efímeros y están en movimiento y en el umbral.
Cuando el Campo Baila
Un modo de existencia nunca preexiste a un acontecimiento. La
estabilidad de la silla de tu oficina no excluye que se convierta en una disposición para
dormir. El modo de existencia tiene que ver con la cualidad emergente de la
experiencia, no con la identidad verificada empíricamente de los objetos que se
presentan en ella. Lo que resulta sorprendente de los neurotípicos es su
capacidad de llevar a un segundo plano la in-formación del campo, y a
pre-sustraer la potencia expresiva de su complejidad relacional. Prohibidas las
piruetas en el aula.
Pero ¿y la clase en el aula? ¿Qué pasa con los niños neurotípicos que no
pueden quedarse quietos mientras se les dice cómo y qué deben aprender? ¿Dónde
quedó esa alegría que recordamos de sus efímeros cuerpos de cuatro años de
edad, en constante movimiento, antes de que el aula tomara el relevo? ¿Qué
presuposiciones existen en la mera noción de neurotípico? La “epidemia” de
“trastorno de hiperactividad con déficit de atención” hace sonar las campanas
de alarma. ¿No podría el diagnóstico estar dando cuenta de una falta de
atención por parte de los adultos con respecto a un estado de atención de un
orden diferente? El déficit de un modo de existencia podría ser la plenitud de
otro.
Tomemos este ejemplo de Mukhopadhyay. En el contexto de una clase muy por
debajo de su nivel intelectual, se le pide que sume 4 + 2. Cuando se muestra
aparentemente incapaz de llevar a cabo la tarea, el maestro llega rápidamente a
la conclusión de que tiene un déficit intelectual, asumiendo que si
Mukhopadhyay no dio con la respuesta que él esperaba, esto se debe a su
incapacidad para llevar a cabo ni siquiera la más simple de las ecuaciones
matemáticas. Sin embargo, escuchen cómo Mukhopadhyay narra la
historia:
Me preguntaba por qué carajo el 4 tenía que
interactuar con el número 2, a través de un signo + […] Miré el número 2,
preguntándome sobre los ejes de coordenadas de la superficie plana y los
probables puntos de coordenadas que ese 2 sostendría. Y mientras veía la
posición del 2 en algún sitio ubicado en la parte superior de la página, lo
asigné mentalmente con los puntos de coordenadas de 3 y 7. El tres como
coordenada X y el 7 como coordenada Y. Vi la página dividida en matrices
gráficas. Escuché que a mi lado decían algo así como que tenía que terminar mi
trabajo. Pero yo estaba muy ocupado asignando a 4 un valor de coordenada.
Finalmente, me conformé con los valores de 3 y 9 como las coordenadas X e Y. También
le asigné un valor rápido al signo de adición. Después encontré una historia
entera de caracteres numéricos distintos de 2 y de 4, rivalizando, disputando y
autoafirmándose para ser escritos. Finalmente, necesité la ayuda del
“promedio”. Calculé el promedio del lado X y el promedio del lado Y para lograr
la paz entre los números. (2008, 154– 55)
Mukhopadhyay está en el meollo de una experiencia de campo numérico. De
la misma manera en que el color, la sombra y el aroma, en el campo soleado,
sostenían un juego recíproco activo, los números están en una conmoción de
actividad relacional, compitiendo entre sí para pasar al estado escrito, para
ser el conducto de la suma del campo en una expresión determinada.
La ausencia del resultado esperado, que 4+2 = 6, claramente tiene menos
que ver con la incapacidad de Mukhopadhyay para razonar que con una deficiencia
en el arrastre. Esta es una “deficiencia” solo en el sentido de que la suma del
campo –la sustracción de un producto particular que se destaca de la plenitud
de su complejidad - lleva más tiempo, porque el campo de experiencia inmediato
no adviene ya orientado por la eficacia. El acercamiento neurotípico es saltar
lo más rápidamente posible al resultado más “razonable”, el más verificable
empíricamente. Rara vez se acusa recibo de que esta “racionalidad” es una
sustracción de la formación del campo de un acontecimiento mucho más rico. Casi
nunca el acontecimiento es percibido como en el más o el menos de su suma, en
la intensidad de su multiplicidad emergente.
Para Mukhopadhyay, la matemática baila para la atención de una manera
que se ofrece a la fuerza relacional de su medio. Rivalizan todas las
variedades de respuestas potenciales, exóticas. “¿Qué pasa si hay un punto con
2 dimensiones –el punto dimensional se añade al 4?” Mukhopadhyay continúa. “La
cuarta vez vi el vector de coordenadas que conduce el avión, moviéndose en el
sentido de las agujas del reloj, volver cada doce horas, en una rotación de 360
grados. Mi día se llenó con todas las maravillas exóticas que 2 + 4 podían
ofrecer. Desarrollé un sistema muy poderoso de 2 + 4 que me mantuvo
entretenidas la mente y los sentidos durante el resto del día” (2008, 156).
Resulta que la ecuación es mucho más que los dos números, el signo más, y el
resultado –es la generación de un campo que modula la experiencia, que
arrastra, que ocupa el cuerpo y absorbe atención, que crea una panoplia de
sentido. La matemática está intrínsecamente relacionada con la experiencia del
día en desarrollo, con el modo en que el mundo gira con la potencialidad, con
el modo en que funciona el tiempo mismo. No es una herramienta o una tarea
discreta. Es un procedimiento que ingresa integralmente en el “disfrute-de-sí”
–para decirlo en términos de Whitehead- del campo medioambiental.
La Puerta llamada Momento
Así como el lenguaje se adquiere tardíamente, otro tanto sucede con la
resolución veloz de las ecuaciones. El acontecimiento, intensificado por los
efectos de campo de la potencia relacional, arrastra una
especie de idea adicional, una ocurrencia tardía. Esto deja girando la
complejidad conmocional del momento. “Los momentos pueden salirse de control”,
escribe Mukhopadhyay, “cuando se hacen impredecibles y demasiado grandes para
que mis sentidos acumulen todo lo que abarcan dentro de su campo. En un único
momento, podés estar mirando un cuadro, y al mismo tiempo sos consciente del
color rosa de la pared alrededor del cuadro, también sos consciente de la voz
de Jack explicando algo acerca de la pintura. En el momento inmediatamente posterior
estás mirando el reflejo a través del armazón de sus lentes, que compite por la
atención mientras mirás la pintura. Puede que veas una parte de la sala en el
reflejo de los cristales, y puede que estés tan absorbido en el reflejo que no
escuches nada de la voz de Jack porque de pronto descubriste que esos reflejos
están conspirando para relatarte un cuento. La voz de Jack quizás flote en el
cuento como burbujas grandes o pequeñas” (2008, 52– 53). La voz y los reflejos
en disputa para definir el registro experiencial predominante del
acontecimiento, la voz que compite por llevar al reflejo a un segundo plano, el
reflejo que se esfuerza por abarcar la voz como una burbujeante parte de sí.
Esta es la experiencia de una conversación para Mukhopadhyay. La
inmersión en la actividad del campo, animada con las tendencias que compiten
por resolverse. La atención se centra menos en lo que podría ser asumido
típicamente como el “contenido” de una conversación, que en su forma
dinámica: las tendencias performativas que ponen en acto el acontecimiento de
su auto-relación. La realización de las tendencias organiza el campo. “Los
momentos se definen por aquello que tus sentidos se sienten compelidos a
atender”, continúa Mukhopadhyay. “Un momento puede incluir una sombra de la
silla de Jack cayendo al suelo o una lapicera asomando entre una pila de
papeles, quizás deseando tener una voz como para poder gritar: ‘¡Estoy aquí!
¡Estoy aquí!’” (2008, 52– 53). El grito de la expresión resuena ya en el campo.
El campo expresa ya una tendencia hacia la separación de algo. Incluso ahora,
en la inmediatez del momento, algo grita ya por su derecho a sobresalir,
eficazmente o poéticamente –no está claro.
Noten que en el recuento de Mukhopadhyay, el momento es el sujeto. El
sujeto de la experiencia no es lo humano sino la emergencia del campo del
acontecimiento. El elemento humano no es suficiente para dar cuenta de la
actividad del campo. En vez de un sujeto pre-compuesto que se erige sobre el
acontecimiento, que eclipsa el momento, tenemos una conmoción en disputa de
co-actividad. La forma dinámica de esa co-actividad que adviene a la expresión
es lo que Whitehead llama la “forma subjetiva” del acontecimiento. En el
registro de Mukhopadhyay, la forma subjetiva del momento todavía está
irresuelta. Se estremece todavía en el desasosiego de un campo intensamente
resonante. El problema del momento es cómo se resolverá la conmoción: qué
registro de efectos de campo se destacarán, habiéndose expresado con más fuerza vis-
à- vis con los otros. Solo después de que ocurra este vuelo de prueba,
se definirá el contenido determinado del acontecimiento como siendo
predominantemente un reflejo o una conversación, un eclipse o una lapicera
animada.
Esto trae a la memoria el trabajo de William James sobre la lapicera en
relación con la consciencia. James escribe,
Esta
lapicera es… en primera instancia, un eso baldío […] Para ser
clasificada o bien como una lapicera física o como el percepto que alguien se
hace de la lapicera, debe asumir una función… Tan pronto como en ese mundo
adquiere características estables, contiene tinta, marca el papel y obedece la
guía de la mano, es una lapicera física. […] En el instante en que se hace
inestable… que va y viene con los movimientos de mis ojos, alternando con lo
que llamo mi fantasía, en continuidad con la experiencia subsecuente de su
“habiendo sido” (en tiempo pasado), es un percepto de una lapicera
en mi mente. Es a esas particularidades que nos referimos con “estar
consciente” en una lapicera. (1996, 123– 24)
¿En una lapicera? “¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!” grita la lapicera de
Mukhopadhyay. Estoy en el momento; ¡poné el momento en mi! ¡Lapicerá el
momento!
En
James, el momento es la puerta a una experiencia consciente de un tipo
determinado: una experiencia de lapicera en un mundo de valor-uso definido. De
hecho, la lapicera tiene una función doble. Alterna entre dos roles. Si la
agarrás desde el ángulo del arrastre, desde el ángulo de lo que puede hacer-
“contener tinta, marcar el papel, obedecer la guía de la mano”- emerge como un
objeto físico estable en tanto opuesto a un percepto. Si le seguís la corriente
en lo efímero de su auto-entretenimiento –en el modo en que “va y viene”, en
que se auto-relaciona “en continuidad con la experiencia subsecuente de su
habiendo sido”- emerge como un percepto. Lo que llamamos relación cognitiva es
en realidad un modelo de lapicera que emerge alternativamente como física o
como percepto, a través de diferentes momentos. La lapicera solo puede llevar a
cabo este doble deber cognitivo porque “en primera instancia”, en la
singularidad de cada uno de los momentos que van y vienen, hubo un determinado
efecto de campo: un “baldío eso” (no todavía esto ni eso). En esta incerteza de
la emergencia del campo, la consciencia ya alborea, pero sin haber todavía
florecido en una cognición plenamente definida. La lapicera, como diría
Whitehead, ya es cognoscible, pero no es todavía conocida en su forma final.
Todavía no es sino un factor cognoscible en el campo de la experiencia. Cuando
el momento se lapiceró a sí mismo en una determinada emergencia, la conciencia
vacila. Contiene “la lapicera” y su valor-uso en primer plano, en una
experiencia que ahora es objeto-centrada. El campo ya no está saturado con
arrastre, pero está cargado de él, localmente. El objeto singularizado
“lapicera” soporta todo su peso. La amplitud de campo del entretenimiento, su
relacionalidad integrada, pasó a segundo plano. Pero el primer plano no se
destaca sino porque tiene un fondo sobre el cual hacerlo. El fondo y el primer
plano se abrazan mutuamente, la actividad del fondo continúa compitiendo por la
atención. La consciencia vacila con la tensión entre la percatación
medioambiental del fondo y el conocimiento destacado en primer plano. El
conocimiento es la imposibilidad de captar el campo en todos sus efectos
conocibles. Este es el significado de estar consciente “en” una lapicera como
opuesto a ser un cognoscente “de” ella. Significa estar consciente en un
devenir-campolapicera conmocional.
En el caso de In Mukhopadhyay significa que el llamado de
la lapicera -“¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!”- se entreteje con la
risa de Jack en vez de tomar la delantera distintivamente. “Y dentro del mismo
momento”, continúa Mukhopadhyay, “puede presentarse el sonido repentino de una
risa, con su ruido demandante, que disuelve las historias narradas por los reflejos
y el hosco silencio de la sombra de la silla, haciendo que te preguntes qué
parte de la historia divertida proveniente de la voz de Jack te habrás perdido
mientras mirabas las gigantescas aspas del ventilador, que desplazaban con su
aire cada cuento y cada sonido hacia afuera” (2008, 53). En vez de sintonizar
inmediatamente con lo que Whitehead llama “pequeñas regiones focalizadas de
iluminación clara” de la consciencia, el acontecimiento valora por igual el
campo de lo cognoscible, lo que para la cognición totalmente formada
permanecerá como una “gran región de la experiencia en penumbras, que habla de
la experiencia intensa en una aprehensión tenue”- recordándonos vacilantemente
que esa aparente “simplicidad de consciencia clara no es una medida de la
complejidad de la experiencia entera” (1978, 267). En ese momento, el “en” la
lapicera bien podría haber sido un “en” las aspas, o “en” la risa. Todo depende
de cómo termine por sacudirse cognitivamente la conmoción. Incluso en el final
cognitivo de la experiencia, la “gran región en penumbras” de la experiencia
aún titubea con lo que también pudo haber sido. Es el refugio restante de la
variedad de la experiencia.
Variaciones
La experiencia de la variedad no excluye la eficacia del uso; la incluye
diferentemente. Tomemos la experiencia de la puerta de Mukhopadhyay. Escribe:
“Llega el color y después la forma y después el tamaño, la cosa entera necesita
tiempo para quedar integrada. Para describirse como siendo una puerta, está la
posición, que esté abierta o cerrada” (in Iversen 2006, 237). Cuando
Mukhopadhyay ve la “puerta” no ve inmediatamente un umbral de paso, como lo
haría una persona neurotípica. Él ve las cualidades en una textura de
experiencia integral. Primero los campos de color, y a partir de ese juego
mutuo, se afirma la forma. ¡Estoy aquí! Entonces, con la forma, viene el
tamaño. Este relevo de la emergencia está, ahora, listo para ser descripto como
una puerta. Solo ahora tiene una posición, solo ahora puede ofrecerse como
paso. En el devenir de su determinación, la forma de un objeto se separa de la
forma dinámica, se abre una disposición, y la tendencia para la
descripción se constituye como sentida, volviéndose lengua. El campo presionó
hacia su propia expresión en lenguaje. La emergencia del campo está lista para
contar su historia. Mukhopadhyay ve efectivamente la puerta, y su puertitud
efectivamente lo habilita para que la atraviese, y esta disposición es
expresable en lenguaje. Pero todo eso requiere tiempo. Requiere tiempo que el
campo de la experiencia se resuelva hacia su advenir a la expresión
determinada.
Para el neurotípico, tiende a ocurrir algo cualitativamente distinto en
el mismo campo. Debido a que atravesar una puerta es una experiencia tan
habitual, probablemente el cruce ocurra como automáticamente, sin siquiera
registrar la interacción de las cualidades, su relevo, la emergencia de
la puerta, y la apertura de la disposición. La puertitud
desaparece. La puerta figura como estando siempre-ya atravesada, habitualmente.
Cualquier descripción tendrá que ser una reconstitución, el acontecimiento que
llega a la expresión en lenguaje, desde la memoria del campo y no
desde el campo de la inmediatez. Esta es, todavía, otra variación, añadida a la
percatación y la cognición medioambientales y su vacilación: esa consciencia
reflexiva. La consciencia reflexiva es una variación sobre lo neurotípico
–subyacente al aspecto antes señalado según el cual cada modo de existencia,
incluyendo el neurotípico, es de hecho neurodiverso, intermodal en su
composición interna.
“¿Qué pasa si cambia la posición, si, por ejemplo, cerramos la puerta?”
Portia Iversen se lo pregunta a Mukhopadhyay. “Puede que interrumpa la cosa
completamente, y podrías tener que empezar de nuevo”, responde (Iverson 2006,
238). La tendencia hacia la objetualidad, la disposición, y la
expresión lingüística tienen que retornar al campo y comenzar de nuevo desde el
“eso baldío” del momento. La diferencia clave entre el autista y el neurotípico
es que el neurotípico no necesita explícitamente empezar de nuevo a cada rato.
El neurotípico siempre tiene a mano una especie de taquigrafía experiencial con
la cual compendia el acontecimiento: el hábito. El neurotípico tiene un
procedimiento listo para reconstituir algo después del hecho a partir de las
fases de emergencia del campo de la experiencia, cuyo entretenimiento inmediato
fue salteado: el procedimiento de la conciencia reflexiva. La abreviación de la
experiencia por el hábito y su reconstitución por la reflexión va
neurotípicamente de la mano con la mayor fluidez. Lo que cae entre el hábito y
la reflexión, dejando un agujero que trabajan en concierto por allanar, con la
ayuda del lenguaje proveniente del campo de la memoria, es la animación del
campo de la inmediatez experiencial, en su emergente baile de atención.
Fragmentación
Anne Corwin, quien se autodefine como ingeniera, fascinada por la
ciencia, apreciadora de los gatos, hiperléxica y fabricante de objetos variados
y azarosos casi-funcionales, explica de qué manera es diferente entrar en una
habitación para un/x autista:
¡Probablemente al entrar a una habitación vería un “modelo de
verificación” antes de ser capaz siquiera de identificar la puerta como puerta
y el mantel como mantel! [...] el proceso de “resolución en objetos familiares
de los diseños y las figuras y las formas” es, de hecho, semiconsciente para
mí. [...] Con frecuencia tiendo a sentarme en el suelo y sobre otras
superficies, incluso cuando hay muebles disponibles, porque me es mucho más
fácil identificar “la superficie lisa sobre la que una persona puede sentarse”
que clasificar el entorno en los fragmentos “sofá”, “silla”, “suelo” y “mesa
ratona”. [...] Hay mucho más. Siempre hay más. (2008)
Sin duda es más fácil
atravesar, habitualmente, la entrada de una habitación que se trocea por sí
misma, habitualmente, en sillas y mesas, que comenzar con el modelo entero en
tanto que todavía no resuelto en objetos. Más que la separación en
pedazos, lo que ocurre en el espectro autista de la neurodiversidad es un entretenimiento inmediato
de las modalidades de relación. El modelo, en tanto juego mutuo de contrastes,
es previo al uso familiar y describible de la fragmentación.
El acercamiento neurotípico coloca en un segundo plano esta modulación de
énfasis relacionales, al sustraer del entorno emergente aquello que no se
adapta inmediatamente a su uso. En el caso de la reunión a cenar, al entrar en
un comedor extraño, el neurotípico probablemente se alineará a los arrastres de
la sentabilidad de la silla y de la comiditud de la mesa incluso antes de
percatarse totalmente de la verificabilidad del campo. En otro contexto –al
pintar la cocina, por ejemplo- la sillidad cambiará automáticamente en
escaleridad, alterando así toda noción según la cual el arrastre sería
invariable. Lo que es invariable en el arrastre es que
siempre hace énfasis-por sustracción. Todavía en otro contexto, por
ejemplo, al crear una instalación artística en la cocina, las disposiciones de arrastre pasan
a segundo plano. El entretenimiento toma el relevo, ahora con un
énfasis-relacional que co-implica los efectos de campo del color, la
luz y la superficie, el modelo y el contraste, el conjunto caracterizado por un
campo cualitativo general de espaciosidad o estrechidad, frescura convivencial
o estancamiento de la constricción familiar. El campo de la inmediatez
reaparece, en sus propios términos relacionales cualitativos. Se resolverá de
una manera o de otra, pero en el momento siempre habrá habido mucho más.
El “mucho más, siempre hay más” de Corwin al entrar en una habitación sugiere
que el desafío del autismo yace con el “menos” de la sustracción. La habitación
es inmediatamente experimentada en su siempre-más, cada trozo que se distingue,
como un logro, una aventura nueva en la experiencia que se anima hacia la
expresión. “Aprendí a leer por mi cuenta a los tres
años”, relata Amanda Baggs, “y tuve que aprender de nuevo a los diez años, y
todavía otra vez a los diecisiete, y a los veintiuno, y a los veintiséis. Las
palabras que me tomó doce años encontrar se habían vuelto a perder, y a
recuperar y a perder, y todavía no regresan del todo como para poder sentir una
seguridad razonable de que estarán cuando las necesite. No fue suficiente
descifrar solo una vez cómo controlar los ojos y los oídos y las manos y los
pies al mismo tiempo; perdí su pista y tuve que volver a encontrarla una
y otra vez. (2010d).
Contra el Neurorreduccionismo
El “neuro” hoy está en todas
partes. La neuroarquitectura, la neuroestética, el neurocriticismo. Aquí
promovimos el término “neurodiversidad” a los efectos de problematizar el
“neuro” no menos que el “típico”. Ciertas neurocorrientes actuales, aquellas
informadas por la cognición incorporada (embodied cognition) y su más
joven retoño, la percepción representativa (enactive perception),
convergen en algunos de los aspectos desarrollados aquí. Sin embargo, nos
preocupa la excitación general suscitada por los avances recientes en la
tecnología de obtención de imágenes cerebrales, que se encontró con otra ola de
la locura cíclica por encontrar “correlatos” neuronales de los acontecimientos
de la experiencia. Se reconoce que los modelos son enormemente más complejos
que los paradigmas anteriores de localización, porque están matizados por las
nociones de retroalimentación sistémica, redes distribuidas y modelización
emergente de la actividad neuronal. A pesar de estos verdaderos avances, para
nosotros permanece el problema de que el impulso para identificar un
acontecimiento experiencial con un estado del cerebro tiende a hacerse
predominante, y demasiado a menudo se le otorga la primera y la última
palabras.
Las
aproximaciones que se oponen a este reduccionismo cerebral, como la cognición
incorporada y la percepción representativa, frecuentemente apelan a la
fenomenología con el fin de restaurar la plenitud de campo experiencial. Por
nuestra parte, no seguimos esta línea, porque para la fenomenología el campo de
la experiencia inmediata es ya-siempre subjetivo o, más precisamente,
“pre-subjetivo” (en el sentido de que ya está imbuido de un significado
específicamente humano que simplemente espera a ser “revelado”, o traducible a
partir de un estatuto de “conocimiento implícito” hacia un esquema explícito).
Para nosotrxs, como para los autistas, no se trata de eso. Nos acercamos al
campo de la experiencia “pura”, en el sentido de William James, de no todavía subjetivo
ni objetivo –no obstante ya listo para ser ambos o ninguno, más o menos,
multíciplemente. Sin importar el significado humano que tenga una experiencia,
ni qué esquema exhiba, los ha adquirido, como una aventura de auto-composición
integralmente renovada y de variación emergente, comenzando siempre todo de
nuevo desde el conmocional “eso baldío” de la puerta de entrada de ese momento.
Esto prohíbe apelar a la fenomenología como un correctivo para paliar nuestra
incomodidad para con el neurorreduccionismo.
Desde
la perspectiva desarrollada aquí, la noción de que lo neuronal se correlaciona
–la idea de que los acontecimientos experienciales “se corresponden” con
estados cerebrales- se equivoca al presuponer la dicotomía entre lo
determinadamente físico y lo volublemente perceptivo. En lo que a nosotrxs
respecta, siguiendo a James y a Whitehead, esta distinción toma forma sobre el
nivel altamente derivado de la consciencia reflexiva, que es en sí misma
predicada sobre la emergencia sustractiva de la cognición respecto de un campo
más rico y abarcador de experiencia en advenimiento. La búsqueda de los
correlatos neuronales pasa por alto la inmediatez del campo de la experiencia,
sus devenires y variaciones en fases, sus vacilaciones, sus constantes recordatorios
de que la simplicidad de la consciencia clara no constituye una medida para la
complejidad de la experiencia completa. La búsqueda de correlatos neuronales
desvirtúa esta intensidad y complejidad de la teoría, mientras que en la
práctica vuelve a ellas sin reconocer ese movimiento.
La
atracción subrepticia de los neurocientíficos hacia el campo total es una
necesidad práctica. Una correlación entre un acontecimiento experiencial y un
estado cerebral no se establece sin provocar un acontecimiento experiencial
desde el que puede ser extraída una imagen cerebral. A los sujetos se les
muestran imágenes particulares, o son inducidos en ciertos tipos de actividad o
en ciertas orientaciones afectivas. Un mapeo de la actividad cerebral se extrae
entonces del acontecimiento con la tecnología de imagen. Las características
experienciales predominantes del contexto del cual la imagen fue extraída –una
percepción visual de cierto tipo determinado, la ejecución de una categoría
particular de acto, una preparación afectiva de una cierta tonalidad- se
disponen entonces contra el estado cerebral. El estado cerebral se analiza como
el lado físico/objetivo/corporal del acontecimiento. No obstante, sin importar
cómo se analice filosóficamente la correlación, esta tiende a estar
desequilibrada. El lado físico tiende a ser considerado como explicativo del
lado perceptivo. Esto reduce lo perceptivo/subjetivo/fenoménico al estatuto de
un epifenómeno. Incluso las interpretaciones que amarran los dos
lados junto con un modelo de emergencia no escapan al desequilibrio explicativo
inherente en la atribución de un estatuto epifenoménico a lo fenoménico.
Lo físico/objetivo/corporal aparece como más “real”. La existencia de una
valorización del polo determinadamente físico es inherente a cada
“descubrimiento” de una correlación, desde el momento en que la entera
disposición está diseñada precisamente a los efectos de extraer este lado del
acontecimiento. Es precisamente debido a esto que la tecnología se produce por
encargo. La totalidad del ejercicio está a la caza del énfasis-por-sustracción
de lo físico respecto del contexto experimental.
Dicho
en otras palabras, la disposición del laboratorio siempre reingresa su proyecto
de modelización explicativa a través de la puerta de entrada llamada momento.
Se desencadena un acontecimiento. Sin importar cuán controlado esté el
contexto, siempre hay elementos menores considerados periféricos al tipo
predominante, la categoría o el aspecto del contexto respecto del cual el
estado cerebral será correlacionado. Cae la contribución de estos elementos
activos al campo total. Esto no es poca cosa, porque entre los elementos
designados como “prescindibles” hay toda una panoplia de efectos de campo
relacionales que, desde el punto de vista de la percatación medioambiental que
venimos mencionando, son absolutamente integrales a la génesis del
acontecimiento. El procedimiento experimental los sustrae sistemáticamente, con
el propósito de enfatizar la contribución del cerebro, en la medida en que este
pueda ser reducido a lo físico.
No
estamos afirmando que esto carezca de valor. El aspecto central que nos
proponemos destacar es que la actividad de las neuronas ingresa al
acontecimiento en igualdad de condiciones con otros ingredientes: desde el
ángulo de la habilidad de las neuronas para co-componer efectos de campo
relacionales. Solas, no son nada. Juntas con otros ingredientes, los cuales son
de naturaleza concebible y determinable, las neuronas compiten para que su voz
se “escuche” alto en el modo en que el acontecimiento se mueve hacia la
expresión. ¡Elegime a mí! ¡Elegime a mí! Los neurocientíficos las
eligen alegremente –sin darse cuenta de que es cuando lo neuronal como tal es
más determinante de los resultados del acontecimiento, que este opera del modo
más automático. Lo “físico” es de hecho un estado-límite de lo habitual, su
extremo. Muchas cosas inciden en hacer un hábito además de los impulsos
eléctricos y las señales químicas. Todo un mundo de relacionalidad entra en él,
subrepticiamente. Lo físico como automático-habitual es una limitación
sustractiva del baile de atención del campo de la experiencia. Extraerlo del
campo es sumar sustracción a la sustracción, llevando el
énfasis-por-sustracción del hábito a una potencia superior. Esto es exactamente
lo que hace que la modelización neurocéntrica resulte tan útil
terapéuticamente: que aísla el límite sustractivo del funcionamiento del campo
de la experiencia. En el límite de ese límite yace lo patológico:
cuando la automaticidad de lo físico toma el relevo al extremo de socavar el
valor-uso del hábito en otros niveles del mundo relacional. La configuración
entera está ideada como una función de lo patológico. Apuntamos a lo siguiente:
lo neuronal es un concepto inherentemente terapéutico ideado con y para lo
patológico –lo que equivale a decir que está guiado por un compromiso a priori
con una distinción base-estado presupuesta, cuantificable entre lo normal y lo
patológico. No importa qué tipo de calistenia filosófica ser realice a su
alrededor, lo neuro permanece profundamente neurotípico.
No hay duda de que los
cerebros autistas están “cableados” de manera diferente. Existe la posibilidad
de que esta diferencia pueda “curarse”. Lo que nos importa destacar es que
mientras que lo neuro tiene valor terapéutico, solo tiene valor explicativo en
la medida en la cual la composición de la experiencia pueda reducirse a su polo
físico. En otras palabras, en el contexto expandido del acercamiento al campo
entero aquí propuesto, tiene un valor explicativo limitado. En el momento, el
campo de la experiencia inmediato es auto-explicativo en el modo en que se
desarrolla su complejidad, componiendo resultados auto-expresivos para sí. De
momento a momento, la experiencia se auto-explica en las variaciones sobre sus
resultados expresivos. Su auto-explicación siempre comienza desde los efectos
de campo cualitativos, como la sombra coloreada. Sus resultados siempre tienen
un color cualitativo general, o una tonalidad afectiva. El campo de experiencia
es mejor descripto como relacional-cualitativo, no físico o perceptivo,
o alguna combinación correlativa de estos. Esta cuestión de “curar” los modos
de existencia tales como el autismo debe situarse en este terreno
relacional-cualitativo. No se trata de una simple cuestión terapéutica. Es un
asunto que atañe a la diversidad de los modos de existencia, y de los modos de
pensamiento que ellos ponen en acto, y de las variedades de resultados
expresivos que ellas componen, y de las determinaciones de experiencia
discrepantes con que esos resultados crean instancias en el mundo. La pregunta
por la cura no es tan directa como podría parecer. Es de hecho una pregunta ecológica que
concierne al modo en que las diversidades co-habitan el mismo campo de
devenir-humano y co-componen. Quizás el campo pueda curarse
–de la devaluación neurotípica de la experiencia autista. DJ Savarese, que
escribe en los aplastantemente sobremedicalizados Estados Unidos, argumentó
polémicamente en términos de “libertad”, hizo jugar la retórica política
convencional de su país natal contra su tendencia hacia la exageración
terapéutica:
El gran Estados Unidos de Norteamérica es
impresionantemente no libre. La igualdad no es tan sagrada porque no todos
tienen acceso a ella. La libertad no está tan disponible como muchos se
imaginan. Primero, la gente libre trata a mi gente, personas muy inteligentes
que escriben para comunicarse, como si fuéramos estúpidos. Segundo, nos
subestiman como muy malxs en vez de ponerse en contacto con nosotrxs. Los
creadores de la muy importante para todxs Declaración de la Independencia,
malgastaron su aliento. (Ralph Savarese 2007, 417)
Nos esforzamos aquí por ayudar a esbozar, a co-componer con
escritores como DJ Savarese, Amanda Baggs y Tito Mukhopadhyay, una Declaración
de la Independencia para todxs respecto del neurorreduccionismo.