Notas preliminares a "Lxs artesanxs libertarixs"
por Silvia Rivera Cusicanqui y
Zulmena Lehm
El pensamiento es el diálogo del pensador con su mundo,
de una biografía
con la historia de su tiempo
Eric
Hobsbawm
El trabajo que aquí presentamos está basado en las
vivencias, recuerdos y reflexiones de un puñado de hombres y mujeres cuyas
trayectorias personales se enraízan en una fase crucial para el despertar
organizativo de la clase trabajadora en el país: la década de 1920. Tomados en
conjunto, los relatos cubren un período que va desde principios del siglo hasta
la década de 1950, llegando en algunos casos a proyectarse hasta el presente.
Esta amplia trama temporal está cruzada por distintos hilos argumentales, en
los que frecuentemente se entremezclan la narración histórica, la reflexión
ética y la discusión doctrinaria. El resultado está presentado en forma de un montaje, en el cual la ordenación temática, de carácter
reflexivo, ha primado sobre la reconstrucción estrictamente histórica o
cronológica.
Esta
forma de presentación estuvo determinada por la evolución misma del proceso de
investigación en el que nos vimos involucrados a partir de 1985, primero con
miembros del Sindicato de Constructores y de la Federación Obrera
Femenina, y luego con dirigentes de la antigua Federación Obrera Local: José
Clavijo, Max Mendoza, Juan de Dios Nieto, Teodoro Peñaloza y Lisandro Rodas.
Con estos compañeros constituímos un equipo de investigación, a partir del cual
buscamos a otras personas para continuar con las entrevistas y enriquecer
nuestra perspectiva global. Inicialmente, nuestro interés y el de los
compañeros se centró en la reconstrucción de la historia de los grupos
anarquistas que confluyeron en la
FOL , desde sus inicios a principios de la década de 1920,
hasta su virtual liquidación en 1952. En este afán no estuvo ausente la
intención de destacar fechas, hitos históricos y personajes, más aún si se
trataba de una historia difamada y deformada por los historiadores “oficiales”
del movimiento obrero. Sin embargo, el proceso mismo de las discusiones nos
llevó a descubrir el verdadero eje de nuestras preocupaciones: nos interesamos
cada vez más en el significado que tuvo para los protagonistas su participación
en estos episodios de organización y lucha sindical, y en el modo cómo
transformó sus conciencias y sus vidas, aún en el plano más oculto y cotidiano.
Una
anécdota puede resultar ilustrativa de este cambio de orientación en el
trabajo. En las primeras reuniones colectivas, a principios de 1986, los
compañeros se mostraron preocupados y aún escépticos por la escasez de
documentos fidedignos con los cuales respaldar el esfuerzo de reconstrucción
histórica. Nadie podía precisar siquiera la fecha exacta de fundación de la Federación Obrera
Local. Todo lo que se había logrado reunir era un pequeño juego de volantes y
manifiestos que los compañeros habían salvado de la destrucción ocasionada por
las innumerables acciones represivas de que fueron víctimas. Dos años más
tarde, cuando ya este libro iba cobrando forma, volvimos a discutir sobre el
tema de la fecha de fundación de la
FOL. En esa ocasión, uno de los compañeros afirmó
enfáticamente: “Al final no importa la fecha exacta de fundación; lo que
importa es que la FOL
ha existido, y ha abierto la brecha para la organización sindical en Bolivia”.
Entonces,
nos dimos cuenta de que el proceso de investigación había generado uno de sus
frutos más valiosos; tras muchos años de incomunicación y aislamiento entre los
compañeros, y luego de prolongadas sesiones de trabajo en las que la brecha
generacional se iba cerrando, habíamos conseguido, entre todos, revalorizar la
experiencia vivida y construir un sujeto colectivo, pleno de dinamismo y
actividad reflexiva, en el que las fronteras entre “investigadores” e
“investigados” comenzaban a difuminarse.
Esta
convicción ha nutrido la decisión de explorar, en este libro, precisamente los
temas para los que la investigación documental resulta menos pertinente. Además
de dispersos y de difícil acceso, los documentos escritos que nos dejó el
movimiento obrero-artesanal ofrecen dificultades para el abordaje de temas
ideológicos y vivenciales como los que aquí nos preocupan. En primer lugar,
porque se trata, frecuentemente, de discursos formalizados, más cercanos a la
propuesta doctrinal generalizante que a las prácticas discursivas y
lingüísticas cotidianas. En segundo lugar, porque el manifiesto, la proclama o
el artículo de prensa, recogen los resultados finales de una elaboración
ideológica cuyo proceso mismo se nos escapa. Este proceso se transparenta, en
cambio, en los relatos orales, porque a través de ellos podemos aprehender los
factores subjetivos de la experiencia histórica, y las reflexiones y doctrinas
que orientaron el accionar, tanto individual como colectivo, de los protagonistas.
Los temas que emanan de este proceso de reflexión serán analizados con mayor
detenimiento en el epílogo que cierra el libro.
Cabe, sin embargo, ofrecer al lector un contexto histórico
más amplio en el cual ubicar las referencias implícitas o explícitas que surgen
en los testimonios, donde la cronología a veces toma caminos zigzagueantes o
difusos. La necesidad de precisión surge no sólo por el afán de informar y
comunicar reinterpretaciones y hallazgos sobre hechos y períodos históricos
poco conocidos y frecuentemente deformados ante nuestra conciencia histórica.
Hemos querido también sintetizar y equilibrar la dimensión subjetiva de los
testimonios, con la reconstrucción histórica, puesto que tanto una como la otra
resultan imprescindibles a la hora de evaluar muchos de los juicios que aquí se
vierten sobre la historia oficial: aquella que, desde el poder —llámese Partido
o Estado— no ha cejado en su intento de “aherrojar los cuerpos y las
conciencias”, condenando las múltiples voces de “los de abajo” al silencio y al
anonimato colectivo.
La
memoria del trabajo y la memoria organizativa
Los
testimonios se refieren, por lo general, a situaciones y hechos percibidos en
un fluir temporal marcado por sucesos de gran trascendencia, en tomo a los
cuales los recuerdos se organizan en un “antes” y un “después”. En lo que se
refiere al proceso de trabajo, uno de estos momentos fue la crisis de 1929, que
llevó a límites extremos la desocupación y la miseria de los trabajadores,
rompiendo la precaria estabilidad del período precedente. Sin embargo, esta
crisis coincidió con el momento de mayor auge de la Federación Obrera
Local, de modo que sus efectos catastróficos se atenúan en el recuerdo, para
ceder paso a la dimensión heroica de la lucha reivindicativa. Así, don Juan de
Dios Nieto recuerda: “Esas veces, como había tanta desocupación, fácil se
organizaba, todos venían de todos los lugares a la Federación porque había
una hambruna tremenda, no había trabajo, así que quieras o no quieras tenían
que ir”.
Después
de la guerra del Chaco, en cambio, se inicia un proceso más profundo de crisis
en el sector artesanal, que llega a su punto más álgido en la década de 1940.
Esta vez, el desmantelamiento de los sindicatos afiliados a la FOL hizo que la crisis fuese
sentida con todo rigor por los artesanos. Una serie de cambios se sucedieron en
la estructura productiva del país: en las industrias y manufacturas se dio una
mayor concentración de capitales, tecnología y fuerza de trabajo; la producción
creció en escala y comenzaron a utilizarse técnicas más estandarizadas. Todo
ello condujo al desplazamiento y pérdida de valor del trabajo artesanal
individualizado y por encargo.
Así,
en el gremio de los constructores, se percibe como línea divisoria la
utilización del hormigón armado y, paralelamente, la proliferación de empresas
de construcción que desplazaron o subordinaron a la mano de obra calificada del
sector. Los sastres nos hablan, por su parte, de la introducción de
manufacturas de “ropa de confección”, con un trabajo estandarizado y
“ordinario”, pero competitivo, por su precio, con la obra manual hecha a
medida. Las maestranzas de carpintería, tanto como las de mecánica y fundición,
si bien coexistieron durante el período previo con los pequeños y medianos
talleres artesanales, tuvieron preponderancia “antes del 52” , profundizando la división
social del trabajo y la especialización en su interior. Se menciona también la
“llegada de los judíos” como un factor que incidió en la implantación de nuevas
formas de trabajo, de tipo manufacturero, lo cual confirma la ubicación
cronológica de este fenómeno en los albores de la década del 40, durante la
segunda guerra europea.
Un
proceso similar se observa en los gremios femeninos —floristas, recoberas,
culinarias— en conexión con cambios en la esfera de la circulación en ese mismo
período. Los primeros mercados seccionales modernos de la ciudad de La Paz se construyeron en 1938.
Aunque el proceso de trabajo se mantuvo sin mayores cambios, el crecimiento
urbano y la ampliación del mercado de bienes de consumo modificaron las
condiciones laborales para este sector. En época mucho más reciente —la década
de 1960—, las floristas se refieren a transformaciones más de fondo en las
condiciones del mercado y en el proceso de trabajo: la competencia de las
“florerías de señoras”, con mano de obra asalariada, y la aparición de “flores
modernas”, cultivadas con insumos químicos, que transformaron por completo el
sistema de autoabastecimiento de materia prima vigente hasta entonces.
Aunque
los testimonios de culinarias y recoberas no hacen referencias muy explícitas a
esto, cabe también mencionar la involución sufrida por ambos gremios en los
últimos años; la desaparición de los sindicatos, la reaparición de la repudiada
institución de las “maestras mayores” en los mercados, y la reversión de todas
las conquistas laborales que las culinarias habían logrado en el trabajo
doméstico. Las dificultades que atraviesan actualmente las trabajadoras
domésticas para organizarse en sindicatos —dadas las condiciones de aislamiento
y opresión cultural que caracterizan la situación laboral—, permiten valorar
aún más la experiencia organizativa de estas mujeres en la década de 1930.
Otro
hito histórico importante, al que se hace reiterada referencia, es el proceso
de la revolución de 1952 y la reforma agraria de 1953, por los cambios que
produjo en el proceso de trabajo y en las condiciones del mercado laboral. Los
testimonios del segundo capítulo coinciden en señalar la avalancha de migrantes
campesinos, como un fenómeno altamente desestabilizador de las antiguas
jerarquías y valores del oficio calificado. Los aspectos ideológicos de esta
confrontación son analizados en el epílogo de este libro.
Sin
embargo, cabe señalar que tanto la modernización de la producción como la
democratización del consumo significaron un duro golpe para los oficios
tradicionales, ahondando la tendencia a la descalificación del trabajo
artesanal. Ahora bien, este proceso de modernización industrial nunca llegó a
ser lo suficientemente fuerte como para provocar la desaparición total del
artesanado, que hoy debe aún enfrentar los mismos problemas que en épocas
pasadas: la dependencia tecnológica, la ausencia de políticas de promoción, el
exceso de cargas impositivas, la competencia del comercio de importación y del
contrabando. En este contexto, el recuerdo del “trabajo de arte” que se hacía
antes, más que proponernos una imagen del pasado adornada por la nostalgia, se
convierte en una severa crítica a la deshumanización y al caos de la producción
mercantil-capitalista del presente. Más aún en una sociedad como la nuestra,
donde la máquina no sólo absorbe al ser humano, sino que también condena a la
colectividad a un destino subordinado.
El ordenamiento de los relatos de la historia organizativa
del movimiento obrero-artesanal está marcado por hitos más complejos y
dramáticos: la experiencia de la represión estatal y la memoria de los logros
reivindicativos de los sindicatos anarquistas nos muestran una imagen en la que
se suceden cíclicamente períodos de flujo y reflujo en la movilización social.
En un vértice entre estos ciclos, la guerra del Chaco constituye una línea
divisoria de primera importancia en la organización de los recuerdos. Para
nuestros protagonistas —que hoy bordean los 80 años—, éste fue un momento
crítico de quiebre en todo el proceso de acumulación previa, a tal punto que,
para algunos, significó prácticamente el fin. Teodoro Peñaloza no vacila en
afirmar: “Vino la guerra y canceló todo”. Pero si bien esto es cierto para el conjunto
de la organización, y en particular para sus gremios masculinos (carpinteros,
mecánicos, sastres, pintores, albañiles); no lo es del todo para los gremios
femeninos, puesto que éstos, más bien, se organizan y diversifican con mucho
mayor vigor en la posguerra.
Esta diferenciación se percibe en los testimonios de los
Capítulos 3 y 4, a
través de un claro contraste entre los estilos narrativos de varones y mujeres,
el cual alude también a diferentes formas de expresión de la memoria histórica.
Así,
la precisión de fechas, y el recuerdo de fases nítidamente marcadas entre sí es
más propio de los relatos de los compañeros, en tanto que la narrativa femenina
tiene una atmósfera casi intemporal. Esto no quiere decir que los relatos
femeninos sean imprecisos, sino que, quizás, son más sensibles a los detalles
de la vida cotidiana que a los avatares de la política y del mundo público.
Aún
así, las mujeres nos recuerdan episodios y personajes muy concretos de la
historia local: las actividades de tal o cual alcalde, las fechorías de un
intendente municipal. Incluso aluden a hechos que pasarían desapercibidos y
que, confrontados con la información documental, revelan su sentido. Así por
ejemplo, doña Petronila Infantes cuenta que en su juventud le tocó trabajar en
una “compañía de los gringos” en Eucaliptus. En cierto momento, el relato
resulta enigmático, al punto de parecer inverosímil: “Esos gringos habían
llegado porque por el lado de Quime hay un tesoro, el tesoro de Choquetanga.
Ellos llegaron con su plano para buscar ese tesoro, cuarenta gringos con sus
rifles...”. Una noticia de prensa confirma la veracidad de sus palabras:
“Ha
llegado a la ciudad de La Paz
la comisión de arqueólogos y exploradores británicos enviada por ‘The Sacambaya
exploration Limited’ de Londres, para continuar las excavaciones en la
provincia de Inquisivi, buscando el tesoro escondido por los jesuítas en el año
1767” .
No
hay razón, entonces, para dudar de sus palabras cuando afirma que la aventura
culminó con la desaparición de la mayoría de expedicionarios, tragados por los
misterios de la selva americana.Valga la disgresión para ilustrar los sutiles
vínculos de la memoria femenina con una sabiduría popular muy arraigada cuyo
contenido ético explica en buena medida, la solidez de su compromiso con el
sindicalismo libertario. Como veremos más adelante, esta tenacidad convirtió a
las mujeres en el eje de la reorganización de la FOL en la posguerra.
Este
vínculo de la dimensión subjetiva con la historia “objetiva” aparece también en
otros testimonios, mostrando que constituyen espacios estrechamente
interdigitados. No resulta casual que la grave enfermedad y un elocuente sueño
premonitorio de don José Clavijo hubieran ocurrido precisamente en 1952, año
que marca, en muchos sentidos, el fin de la FOL y la derrota de su lucha por un sindicalismo
autónomo y contestatario frente al Estado. Para ayudar al lector a confrontar
ambas perspectivas, veamos pues algunos hitos de la trayectoria anarquista en
la historia boliviana. El primer capítulo es un esfuerzo de reconstrucción de
la trayectoria del movimiento anarquista y la FOL , desde la década de 1920 hasta su ocaso en la
década de 1950. En los cuatro capítulos subsiguientes, los testimonios de
hombres y mujeres protagonistas de este movimiento nos hablan de sus
experiencias, tanto en el ámbito del trabajo como de la organización y lucha
sindical, sin excluir las reflexiones, sistematizaciones y debates ideológicos
que este proceso implica. Finalmente, el epílogo constituye un intento de destacar
algunos de los temas centrales que surgen en los testimonios, particularmente
el postulado de una ética del trabajo —de ahí el título de este libro— como un
eje de la elaboración doctrinal del anarquismo boliviano.