El intelectual orgánico y el cartógrafo
(¿ o cómo discutimos el impasse de lo político radical en un frente
común contra el neoliberalismo?
por Verónica Gago, Diego Sztulwark y Diego Picotto
En
momentos en los que el gobierno nacional choca contra los mecanismos más
reaccionarios de la governance global[1] y en
España se activa la esperanza en torno a las posibilidades políticas de
“Podemos”,[2] el
ejercicio de problematizar el esquema político-discursivo que Ernesto Laclau
llamó “populista”, y que sustenta en alguna medida a ambas experiencias, puede
parecer inoportuno. Pero quizás sea al revés: en la medida en que actúa como
base conceptual de una comunicación entre la situación de Sudamérica y el sur
de Europa, este modo de concebir lo político adquiere un nuevo interés y ofrece
más aspectos a la discusión. Sobre todo, porque el contraste no es sólo geográfico. Juega un papel productivo,
también, el destiempo: si de este
lado del Atlántico ya tenemos mucho material para el balance y discutir a
Laclau puede sonar a cierre, del otro,
la irrupción de ese incipiente “monstruo”[3] que es Podemos nos coloca más ante una pregunta
abierta.
La preocupación central respecto de las políticas
autodenominadas “populistas” es que, nacidas de la insatisfacción y de la
rebelión contra el neoliberalismo, y habiendo ensanchado derechos sociales, acaban
organizando las expectativas políticas en torno a la capacidad de recrear “soberanías
novedosas”, perdiendo de vista el mapa de posibles que contienen las luchas
sociales (en particular, las figuras del desacato y de la inteligencia
colectiva que aparecen en las crisis, como en el 2001 argentino o 15-M español,
etc.). Este “borramiento” es simultáneo con la instauración de un puñado de
significantes destinados a ocupar el lugar del origen o la fundación.
Concretamente,
tres son los problemas centrales de esas “soberanías novedosas”: el primero, es
que tienen una comprensión muy tradicional y simplificada de la fuerza del
neoliberalismo: en lugar de apreciarlo como un dispositivo gubernamental cuyos
mecanismos funcionan a nivel global y a nivel micro político –incluso cuando
queda deslegitimado como ideología– se lo ve como mera cosmovisión favorable a
los grupos dominantes. El segundo, es que considera al tejido social desde arriba, es decir, subordinándolo a
la lógica estatal (en lugar de entenderlo a partir de una dinámica cuya
autonomía resulta fundamental para producir transformaciones). Y el tercero
consiste en que las instituciones, las de estas “nuevas soberanías, aunque voluntariosas,
operan necesariamente dentro de las estructuras de governance del mercado mundial. Estos problemas quedan
completamente de lado en la secuencia populista fundamental:
demanda-insatisfecha/articulación discursiva de esas demandas y constitución de
un conflicto de intereses/representación, siempre discursiva, de nuevo
tipo/políticas innovadoras.
Con
todo, este texto pide indulgencia de antemano. Lo que aquí se plantea son
preguntas. El mencionado destiempo de
los procesos políticos a considerar y la diversidad de contextos fragilizan
cualquier certeza de largo alcance. Se suma una dificultad extra: la
complejidad de la argumentación que se despliega a lo largo del escrito en tres
niveles: 1. Un balance más bien argentino sobre la disputas entre “populistas”
y “autonomistas” (con el irónico reduccionismo que implican siempore, de por sí,
estos términos); 2. Un cierto involucramiento del discurso filosófico en las
polémicas políticas (centradas en los argumentos de Ernesto Laclau y de Gilles
Deleuze) y 3. El intento de participar en la conversación –a la que nos invitan
amigxs de España- sobre las influencias e intercambios que vale la pena
realizar entre las experiencias de disputa social e ideológica con el neoliberalismo
entre el sur de Europa –al que casi desconocemos– y Sudamérica.
1.
Fuga y hegemonía, una alternativa que se repite
La
reflexión política crítica –que renace donde la resistencia a las políticas
neoliberales se agudiza en el contexto de la crisis, es decir, en una coyuntura
en la que ya no es posible imponer dócilmente la dominación a las clases
subalternas– encuentra en la obra de Laclau un ejemplo teórico inspirador. No
son pocos los núcleos militantes que leen su obra y asumen sus esquemas.
Releída hoy, a la luz de la coyuntura griega o española, la enseñanza de Laclau
rejuvenece, beneficiada del prestigio que las experiencias de los gobiernos
llamados progresistas de Sudamérica proyectan sobre el sur de Europa.[4]
Dos
tesis centrales parecen resumir la lección de las políticas que surgen de la
crisis y que a su vez buscan expresarse en la filosofía. Uno: que la política
debe ser comprendida como expresión de un conflicto de “intereses” (acotando,
así, el juego de la representación de un modo que la teoría de Laclau –leída al
detalle– no autorizaría). Dos: que la acción política consiste en instaurar una
hegemonía, esto es, coaligar demandas
con miras a constituir una convergencia plural de fuerzas capaces de abrir un
espacio nuevo en la cultura y en el control de estructuras estatales, opuesta a
las políticas (“neoliberales”) que se limitan a transmitir designios del
mercado
La
mediación entre lucha de intereses y articulación hegemónica –en esto sí se
sigue estrictamente a Laclau– queda a cargo de la producción discursiva (entendida
a partir de las enseñanzas del estructuralismo lingüístico). Se concibe, así,
que el sentido de las luchas políticas en una coyuntura específica surge del
funcionamiento de una lógica combinatoria –“equivalencial”/”diferencial”–, en
la que se constituye, o bien se bloquea, la puesta en serie (la constitución
política) de las demandas en juego. Es en este intento por establecer una
comunicación de demandas equivalenciales con relación a un cierto nombre
(“significante flotante”) que determinados significantes (los políticamente
relevantes en una determinada situación) se vacían/llenan, se
universalizan/particularizan.
La
pregunta clave que estas teorías intentan responder parece ser la siguiente:
¿cómo se pasa de las luchas que protagonizan los movimientos a la producción de
hegemonía? La experiencia de resistencia frente a las políticas de austeridad
en Europa actualizan, sobre todo en los casos de Cyriza y Podemos,
discusiones muy similares (dentro de lo que cabe) a las que recorrieron hace
más de una década a los movimientos populares e indígenas de Sudamérica.
Entonces
como ahora, aquí como allá, la comprensión hegemónica/discursivista de lo
político tiende a resolverse en beneficio de una categoría sociológica
específica: la de los intelectuales –y
su capacidad de articulación comunicativa.[5] Este
desplazamiento de un proceso múltiple de la discusión política a un centro
comunicativo privilegiado, cuando ocurre, reduce la complejidad del proceso
devaluando el momento de creación de sentidos practicado por las sociedades en
movimiento. Los requerimientos de la máquina mediática y los procesos
electorales (para no entrar a evaluar los cerrojos institucionales) constituyen
un desafío evidente: sin ellos se hace muy difícil imaginar que las propias
fuerzas puedan tomar las posiciones estratégicas que les permitan frenar el
despojo. Pero, por otro, son estos mismos requerimientos mediático-electorales
los que demasiado a menudo licuan estas fuerzas y boicotean estos propósitos.[6]
2. Destituyentes e instituyentes: ¿cómo
se supera el neoliberalismo?
Otras
imágenes conceptuales inspiran políticas libertarias en los momentos de crisis.
Nos detenemos en algunas ideas presentes en la obra de Gilles Deleuze,[7] uno de
los pensadores que ha inspirado a muchos de quienes apostamos (aquí y allá,
entonces y ahora) por una política que piense de otro modo. Este “otro modo” no
se reduce sólo a una diferencia de tácticas (tal vez incluso en cuestión de
tácticas, en la lucha contra el despojo por todos los medios, las diferencias
puedan no ser grandes),[8] sino de
imágenes mentales y sensibles.[9] En sus
textos no encontramos la idea de la política como conflicto de intereses y hegemonía:
es precisamente esta ausencia lo que conduce a que sus detractores a negar que
esta filosofía se ocupe de la política
y mucho menos que pueda inspirar política alguna.
Contrariamente,
al partir de un radical rechazo del consenso, la filosofía de Deleuze da una
respuesta diferente al campo de los problemas llamados “políticos”. Su punto de
vista no es el de los “conflictos”, en general, sino el de aquellos conflictos
en los que se emprende una fuga.[10] De ahí
que en lugar de la secuencia “conflicto/lingüística-estructural/hegemonía
pos-neoliberal” encontramos en Deleuze algo más parecido a “fuga/mapa de nuevos
afectos/creación de agenciamientos”.[11]
Si
volvemos aquí a confrontar ambas posiciones a partir de la experiencia
recorrida estos años, no es para reeditar antiguas antinomias entre populistas (que no logran romper
efectivamente con el neoliberalismo) y autonomistas
(que devienen, devenimos, incapaces de estructurar procesos políticos en el
tiempo).[12]
Ambas imágenes resultan caricaturales[13] y hasta
cierto punto anacrónicas.[14] Y si
registran algo de su verdad lo hacen sólo negativamente (el autonomismo
“destituye”, pero no “instituye”; el populismo “instituye”, pero no
“constituye”). El paso del tiempo debería ayudarnos a superar estas imágenes
como modo de relanzar el debate político en torno a los procesos constituyentes
(de democracia radical o absoluta) frente al neoliberalismo.
La
crítica más evidente que puede plantearse a la imagen política inspirada en el
pensamiento de Laclau es su
reduccionismo, al menos en una doble expresión:
(1) la reducción de las prácticas sociales a meras “demandas” y
(2) la reducción de la pluralidad de procesos políticos a una lógica
unificada y formalista de la hegemonía extraída de las reglas lógicas
(articulación vía equivalencia o diferencia de valores entre los términos) de
la lingüística estructural.
No se
trata, obviamente, de señalar un defecto teórico, sino que es el intento por identificar
aquello que, en el punto de vista de esta filosofía, obtura o inhibe un balance
más crudo de los límites de las políticas populistas en desarrollo en
Sudamérica.
El
problema político que se plantea pasa por descubrir el modo de reconocer lo que
hay de avance táctico en ciertas iniciativas de los gobiernos “progresistas” (o
“populistas), evitando el compromiso con un modo de gubernamentalidad
“neodesarrollista” que devalúa –explícita o implícitamente– las tentativas por
replantear sus propios límites.
3. La mediación progresista
Para
discutir la filosofía de Deleuze no vamos a acudir a sus textos. No nos
interesa ahora la práctica de la filosofía como esclarecimiento de categorías,
sino el conjunto de preocupaciones e intuiciones que hacen que, en una coyuntura
determinada, ciertas ideas adopten un valor político. No se trata, tampoco, de
reseñar cómo se dio en la
Argentina la gubernamentalidad llamada progresista, sea en la versión oficial que subraya la participación
de movimientos sociales como conductos de demandas para ser procesadas por el
estado a cambio de legítimas mejoras materiales y simbólicas;[15] sea la
interpretación de la crítica, ciertamente amarga, de quienes denuncian el
proceso en curso como un mero “simulacro manipulador”). Vale la pena, en cambio,
preguntarse por el vínculo existente entre los límites del proceso político
actual (tomado por el binarismo neodesarrollismo/liberalismo) y la necesidad de
superar la neutralización de perspectivas que, por intentar pensar de otro
modo, podrían aportar un nuevo vigor a las luchas democráticas.
Un
breve recorrido ayuda a resituar históricamente la disyunción entre estos
puntos de vista (“populistas” y “autonomistas”), que no se dio durante el
periodo intenso de las luchas contra el neoliberalismo –que va de 1996 al 2002–,
ni a partir del gobierno de Duhalde y la masacre del Puente Pueyrredón que le
puso límite, sino a partir de la llegada del peronismo al gobierno, bastante
después de las elecciones del 2003.
Para
las diferentes izquierdas que se fueron sumando al gobierno (procedentes o no
del peronismo), sobre todo a partir del conflicto con los exportadores de
granos (allá por los años 2008-2009), se trataba principalmente de formular los
términos de la invención de un pueblo nuevo, constituido a partir de los
fragmentos y despojos de la crisis. Dos fuertes procesos de interpelación se
pusieron en marcha a tales fines: una estabilización económica sustentada en la
ampliación del consumo (y un modo de
inclusión a través del esta dinámica) y una fuerte interpelación simbólica en
la cuestión de los derechos. La viabilidad de esta articulación
nacional-popular intensa, en un momento de innovación política en buena parte
de Sudamérica, tuvo como condición de posibilidad (y como límite estructural)
una inserción en el mercado mundial fundada en la exportación de commodities y
en el neoextractivismo.[16]
Esta
articulación se da también como una refutación de las izquierdas críticas
consideradas como “economicistas”. El
acento “culturalista” (o “politicista”, como en el caso de Laclau) enfatiza la
interpelación imaginaria/simbólica en detrimento de marxismo leído –y
desdeñado– como mero objetivismo. La crítica de la economía política –la
transformación de los modos de hacer sociedad a partir de la producción social
del valor– resulta desplazada/sublimada. Y, en su lugar, se asume una
dialéctica que consta de un polo significante
(politicismo/culturalismo) y un polo significado
(gestión neokeynesiana de la economía).[17]
4. Dialéctica, resistencia y fuga
Cuando
se dice que Deleuze rechaza el conflicto, aclaremos ahora que no lo hace como
forma de recobrar lo consensual, sino más bien para rechazar dos imágenes
predominantes: la de la ruptura del consenso y la del cambio social. Según la
primera, las sociedades cambian cuando se contradicen (dialéctica hegeliana).
Según la segunda, las sociedades se transforman cuando ingresan en procesos
estratégicos de poder-resistencia (Foucault). Para Deleuze –y también para
Guattari– las sociedades, sobre todo, huyen.
Y precisamente lo que hemos perdido de vista durante esta última década larga
es esta potencia activa de la huida.
La
huida, tal y como la entienden estos autores y la practican en las luchas, es
lo opuesto al retraimiento neoliberal en un mundo privado. Remite, más bien, a
la substracción practicada frente a las estructuras que asignan valores y
jerarquías a la vida. Pensar una política en el rastro de las diversas huidas
supone, entonces, un arte articulatorio mayor, capaz de aprender la riqueza del
momento destituyente de la hegemonía neoliberal y de proyectar rasgos
institucionales a favor de nuevas formas de existencia.
Lo que
la filosofía política (populismo) y
la mediación progresista se resisten a ver, (porque no cabe en sus esquemas) es
el valor estratégico del exceso subjetivo producido por las luchas en los
proceso de invención de políticas.[18] Y esta
ceguera, que se evidencia en el esfuerzo por reducir este exceso a mero pliego de demandas, no es gratuita. Lo reprimido
vuelve y lo hace negativizado, como resistencia oscura y boicot a los esquemas
de inclusión y democratización.
Este
retorno de los elementos subjetivos y materiales excluidos y negativizados,
actúa frecuentemente como rechazo reaccionario sobre la mediación política
(oportunismos de mercado, desenfado racista, ejercicio pornográfico de
jerarquías) y presiona sobre los puntos de restricción que constituyen la
arquitectura ultra-precaria de la nueva gubernamentalidad.
5. Un Nuevo Conflicto Social [19]
Para
comprender este proceso, vale la pena retomar aquellos aspectos –líneas de
fuga– contenidos o neutralizados (satisfacción/desactivación) por la mediación
progresista. No para imaginar lo que pudo haber sucedido y no sucedió, ni para
pretender que las cosas pudieran volver a comenzar donde fueron interrumpidas,
sino para, en el plano de las percepciones políticas, volver a situar fuerzas y
problemas que podrían ayudarnos a superar el impasse de las luchas democráticas.[20]
Y esta
cuestión de percepción no es nada menor. Si lo propio de la mediación progresista
es fijar un espacio de percepción política diáfana, lo específico del nuevo
conflicto social es opacar una realidad que se tiñe de dinámicas ambivalentes:
se torna verdaderamente imposible percibir sus tramas.
Lo que
algunos movimientos piqueteros, e incluso los escraches de HIJOS, ponían en
juego allá por los años 96-2002 tenía una dimensión irreductible a meras
demandas (y otra que sí podía ser parcialmente satisfechas mediante la
creación de puestos de trabajo, políticas sociales y la activación de los
juicios contra la impunidad). La realización/reducción de una sola de sus
dimensiones delimitó su potencial, interrumpiendo el desarrollo de un/os
posible/s que las fugas preparaban.[21]
Los
escraches y los piquetes, entre otras formas de lucha, son o fueron formas de
huida. Pero ¿huida de qué? Vista desde hoy, la respuesta es aún más interesante
de lo que pudimos comprenderla entonces: huir quería decir, pues, fuga de una
sociedad del trabajo y de la justicia que ya resultaba imposible en los términos
conocidos. Esta imposibilidad (de sostener la sociedad del trabajo en el actual
ciclo del capital) conducía –de seguir la línea de fuga– a la necesidad de
inventar nuevos modos de comprender la praxis colectiva.
Ese
camino no se ha explorado del todo. Entendida como mero reclamo de empleo, esa
“demanda” redunda en la precariedad de los planes y del trabajo en negro. No
seguir la huida, no armar los mapas, no imaginar posibles, no invertir más
imaginación política en nuevo elementos institucionales: he ahí una defección
de la política. Una defección que tiene por epicentro la estatización (en el
sentido de una articulación entre derecho y economía) y que consiste en
mejorar, vía consumo, las condiciones de vida, bloqueando otros modos posibles
de existencia.
Y con
los escraches otro tanto. Producto del muro de imposibilidad que las políticas
de impunidad imponían, estas modalidades de producción democrática de justicia
fueron reconducidas en la mediación estatal a unos actos judiciales y de
reparación simbólica absolutamente necesarios y reivindicables, pero que no se
combinaron con una ampliación y una intensificación de las prácticas llamadas
de derechos humanos hacia las nuevas resistencias (cosa que sí sucedía, y de
modo muy notorio, en su momento).
Piquetes
y escraches han desarrollado, para el caso argentino, los rasgos de una
secuencia de creación de una potencia (política) frente a este “muro de
imposibilidad” del que nos habla Deleuze; rasgos inaugurados entre nosotros, seguramente,
por las Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura, al convertir el lugar de
la víctima en el sitio de constitución de una nueva potencia pública: fuga y
creación.
Si las
políticas de la fuga deben validarse por su capacidad de cumplir/compartir
ciertos objetivos[22], las
filosofías políticas populistas deben asumir que muchas veces la mediación
progresista que proponen impone un marco –la agenda del desarrollo- que
entrampa las fugas, justo al interior del marco que puede ser subvertido por
ellas.
Las
políticas de la fuga vienen a señalar tres aporías de las gubernamentalidad
progresista. En primer lugar, la presencia de fuertes lógicas neoliberales
ligadas a la extensión de los mecanismos financieros de diversas escalas que
compiten con (e incluso explotan a) la mediación social. Segundo, la
articulación de la agenda neodesarrollista/neoestractivista con unas
estructuras neoliberales que permanecen intocadas. Y, finalmente, el hecho de
que estas lógicas financieras –que subordinan la riqueza social a la
explotación feroz y que crean tendencialmente zonas soberanas y de violencia
para estatal– operan en las partes oscuras de la sociedad y del mismo estado
que querría regularlas, pero los impulsos legalistas y democráticos del poder
público no entran, ni a regular, ni a comprender.[23]
La
máquina hegemónica de construcción de equivalencias sorteó uno de sus
principales desafíos: la posibilidad de que renazca, en lo inmediato, un modo
alternativo de estimar, de valorar la vida y lo social. La neutralización de la
fuga convierte en ingenuos y en románticos a quienes desean continuar el
movimiento de la fuga respecto de las restricciones neoliberales y
neodesarrollistas del presente.[24] Y la
eficacia de esta impugnación/subordinación puede resultar tanto más terminante
cuanto más los componentes de una sensibilidad autónoma valoran ciertos avances
tácticos en las confrontaciones que da el gobierno.
La
política en curso logró activar, hasta cierto punto, la producción de
equivalencias entre realidades de mercado y realidades de derecho. La economía
política y la reparación estatal ocuparon el lenguaje total de la política.
Pero el ciclo virtuoso de esta política parece muy erosionado. Le toca ahora
sortear el segundo desafío: evitar que los efectos oscuros y adversos de los
aun estrechos marcos de la gubernamentalidad no derriben lo que aún queda de
expectativas de cambio por la derecha. ¿Cómo comprender y combatir ese
“populismo oscuro” que todo lo invade?; ¿hemos de convertirnos, en la fase
defensiva y declinante del ciclo, a un defensismo de tipo liberal
(antisecuritista)?, ¿es tal el horizonte de este modo de pensar lo político?
6. Núcleo autoritario del llamado
neodesarrollismo
Hemos
hablado de los gobiernos progresistas como avances tácticos. Esto se ve, sobre
todo, en la apertura de espacios de participación (de modo paradigmático, la
movilización en torno a cuestiones como los derechos humanos o la ley de
medios), en la revalidación de discursos históricos de las militancias, en la
ampliación (cierto que precaria) de las políticas de captación de renta para
financiar políticas sociales y en el papel desarrollado por estos gobiernos en
la constitución de espacios de cuestionamiento al consenso neoliberal global.
El
problema es que cuando se trata de defender a estos gobiernos, no suele haber
espacio para salirse de un binarismo bastante infantil. En el caso argentino,
hay varias cuestiones que son muy difíciles de discutir. A saber: el patrón de
acumulación y adquisición de divisas (el sistema financiero, los agro-negocios,
la megaminería, la concentración y extranjerización de la economía, etc.); el
apañamiento a los poderes territoriales y sindicales reaccionarios del propio
peronismo y la cultura política vertical que subordina los debates políticos a
la conducción política.[25]
En ese
sentido, junto con la fenomenología del nuevo conflicto social, los rasgos
centrales de la acumulación económica y política, nunca debatidos
democráticamente, constituyen determinantes que inciden negativamente a la hora
de radicalizar los propios componentes democráticos del proceso.[26]
7. ¿Qué podemos?
La
coyuntura presente, en la medida en que aparece definida a partir de una
alianza entre todos aquellos que desde el sur realizamos críticas al consenso
neoliberal, es auspiciosa y crea un espacio de necesaria discusión.
El
espacio de esta discusión aparece definido por experiencias que se desarrollan
según un doble eje. Uno vertical, que se define dentro de cada país como el
pasaje de la lucha social a la síntesis electoral, y otro con eje horizontal,
transnacional, de diálogo e influencias sur-sur. Sobre el primer eje, Iñigo
Errejón, de Podemos, enuncia así el
caso de España: “Podemos no hubiese sido posible sin el aprendizaje
latinoamericano y tampoco sin el 15-M, eso no significa que represente al 15-M
porque éste es políticamente irrepresentable, por ser un movimiento muy
diverso. El que reclame eso para sí, o no ha entendido nada del 15-M, o está
mintiendo. Sin embargo, es verdad que el 15-M y su ciclo de protestas
modificaron elementos fundamentales de nuestra cultura política, abrieron
grietas en los consensos, modificaron la agenda y pusieron a las élites en la
defensiva. No modificaron los equilibrios de poder en el Estado, pero por
debajo, en la sociedad civil, se están empezando a producir cambios culturales
muy importantes”.[27]
En
torno al segundo eje, Errejón percibe la coyuntura sudamericana como “una
política de la expansión, una política de lo imposible, si quieres, y no un
afán utópico, porque hemos visto que todo lo que era imposible, según los que
se beneficiaban de que todo se haga siempre de la misma forma, cuando empujas
el horizonte hacia adelante, se consigue hacer. Insisto en la renegociación de
los contratos, acá, de hidrocarburos, de la deuda en el Ecuador, de la
redistribución, que era imposible. Lo posible es el resultado de un equilibrio
de fuerzas en políticas. En la medida de que lo posible estaba determinado por
los que mandaban, generaba resignación. El horizonte de lo posible se puede
empujar, nosotros hemos nacido haciéndolo. Hicimos una campaña sin dinero de
los bancos, sino con dinero de la población: con 110.000 euros, cuando 3
millones de euros fue el gasto del siguiente partido, del PSOE, y del PP ni qué
decir”.
Como
parte de la discusión sobre cómo se constituye, en la actual situación de
crisis capitalista en Europa, una hegemonía pos-neoliberal, conviene retener la
advertencia de Christian Laval y Pierre Dardot[28]
sobre el hecho que el neoliberalismo no se reduce a un conjunto de políticas
económicas ni a una ideología de las élites. En efecto, discutir al
neoliberalismo como razón gubernamental (Foucault), nos lleva a no confundir la
crisis de la razón neoliberal con su superación.
Lo que
está en discusión, entonces, no es el valor o la esperanza que representa esta
posición de Podemos (o la de los
gobiernos progresistas en Sudamérica), sino los riesgos de simplificación en
los que se pudiera incurrir al identificar la lucha contra el neoliberalismo al
plano de los discursos (tan necesarios como insuficientes) de lo estatal-nacional. Las “política de lo imposible” (las que
promueven la creación de nuevos posibles) en nombre de las cuales –¡por
suerte!- actúa Podemos, no pueden
quedar presa del resultado de “un equilibrio de fuerzas posibles”.
Pero
tampoco podemos pedirle todo a Podemos.
Quizás este sea el punto en el cual la discusión debe abrirse aun con más
fuerza: la buena nueva de Podemos es
la organización política multinivel. Se trata de evitar que en nombre de esta
buena nueva se repita un aplanamiento de estos niveles a partir del efecto de
centro estratégico que posee la apuesta al estado.[29] En todo
caso, una política multinivel puede partir de una constatación: del hecho de
que en el estado se gestiona según la relación de fuerzas y sus conflictos
(también en Sudamérica), mientras que la tarea de atravesar lo imposible
concierne a las luchas que no dejan de fugar.
[1] Ver al respecto la
informada entrevista de Maura Brighenti al economista Pablo Míguez http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/08/argentina-en-default-tecnico-entrevista.html.
[2] En el sitio Lobo Suelto! (www.anarquiacoronada.blogspot.com)
se han publicado varias intervenciones en torno a Podemos. La contraposición entre el texto de Raúl Sánchez Cedillo (http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/06/el-posse-de-podemos-notas-tras.html)
y el firmado por Nacho Murgui, Jacobo Rivero y Ángel Luis Lara (http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/07/ganar-la-democracia-cambiar-nuestras.html)
permite apreciar cómo, sobre un fondo similar de experiencias y lenguajes,
resaltan énfasis y hasta tácticas diferenciadas.
[3] “Monstruo” fue la palabra elegida por Ángel Luis Lara para
referirse a los potenciales de Podemos.
Abierto, hábil, capaz de combinar un programa extraído del 15-M con imágenes
provenientes de América del sur. En una conversación radial sostenida en
Clinämen, en FM La Tribu
, el “Ruso” Lara expresaba el entusiasmo por el “momento” Podemos, con una
seria preocupación por el desplazamiento de la política de la intensidad del
15-m a la política del significante, expresada tanto en la adhesión a los
textos de Laclau, como en la restricción de las prácticas políticas del tejido
a social al marco electoral. (Se puede escuchar esta conversación en: http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/08/clinamen-podemos-un-progresismo-la.html
[4] Esta comunión ha llegado
en la Argentina
al rango de política oficial. Pensadores de renombre como Jorge Aleman y
Ricardo Forster, ambos funcionarios del gobierno nacional, incluyen dentro de
sus respectivas agendas encuentros frecuentes con el núcleo dirigente de Podemos.
[5] En la Argentina ,
la expresión más interesante de politización de los intelectuales fue la
reunión de Carta Abierta. Se trata de
una experiencia que reúne, hace ya un lustro, a cientos de militantes e
intelectuales que funcionan en asambleas públicas y que han apoyado varias
políticas del gobierno. Los citados Forster y Aleman han participado de ese
espacio desde el comienzo. Sus posiciones habituales son de defensa cerrada y
teorización de lo actuado por el poder ejecutivo. El caso de Horacio González,
director de la
Biblioteca Nacional y fundador de Carta Abierta, es algo diferente, dada su insistencia, que es
también una impronta en su modo de gestión institucional, en dialogar con los
componentes más libertarios de la cultura política argentina. Su autonomía
política se manifestó en varias ocasiones: en el caso de la violencia a los
Qom, ante el ascenso del general Milani a Jefe del Ejército –acusado de
participar de la represión de la dictadura- o en relación al alineamiento oficial con el Papa
Francisco.
[6] En el caso de Argentina,
las fuerzas políticas en el gobierno abrieron un fenomenal proceso de
movilización en torno a la Ley
de Medios, en conflicto con el principal grupo mediático del país (Clarín). Si
se evalúa la traducción de esa disputa en la producción de contenidos
mediáticos y culturales en la prensa y la televisión, el resultado no es nada
impresionante. Aunque hay experiencias sumamente interesantes, lo general es
que esta disputa divide la enunciación mediática en un binarismo muy sencillo: “a
favor” o “en contra” de las políticas oficiales.
[7] La referencia a Deleuze
no se debe a que su obra de lugar a una política en específico, ni porque sea
la más visitada por quienes desean radicalizar o cuestionar la insuficiencia de
la crítica populista al neoliberalismo, sino porque de ella extraemos tres
nociones que están en el centro de la discusión que aquí proponemos: la de
“fuga”, la de “cartografía” y la de “muro de imposibilidad”.
[8] Es lo que surge de la
impresionante lista de apoyos internacionales de prácticamente todas las
corrientes de la izquierda intelectual (http://apoyointernacionalapodemos.wordpress.com).
[9] Entre los lectores más recientes de Deleuze, Jon Beasley Murray (Posthegemonía, teoría política y América
Latina, Paidós, Bs. As., 2010) ha sido uno de quienes ha intentado promover
esta diferencia de imágenes a partir de una confrontación con la obra de
Laclau. Mientras la teoría de la hegemonía confía en los discursos y las
coherencias ideológicas a la hora de establecer consensos o bien rupturas, la
post-hegemonía se identifica con un mundo “cínico”, en donde lo que determina
la práctica política –las revoluciones y las estabilizaciones- son los afectos
y los hábitos. Beasley Murray asume que las política neoliberales, tanto como
las populistas, constituyen mediaciones alternativas para la común expropiación
del poder constituyente de la multitud por parte del poder constituido. En la
primera parte de su libro afronta el desafío de refutar a Laclau en el terreno
de la comprensión del peronismo como modelo último del populismo.
[10] Entendemos la “fuga” de un modo más amplio y plural que el
“éxodo”. La imagen del éxodo ha sido muy discutida durante la década pasada,
sobre todo a partir de autores como Michel Hardt, Toni Negri y Paolo Virno.
Entendidas como tácticas específicas de vaciamiento de la legitimidad y la
legalidad, las políticas de éxodo deben enfrentar la cuestión de un “afuera”,
no siempre percibido por las luchas. La “fuga” en cambio no precisa afuera
alguno y no es patrimonio de actores políticos reconocidos como tales. La fuga
no es negativa. Interesa la fuga por lo que abre. La fuga, tal y como la
entendemos, rompe un imposible, abre un posible, crea una potencia (ver: Perros
Sapienz, Redondos a quien le importa,
biografía política de Patricio Rey, Tinta Limón Ediciones, Bs. As., 2013).
[11] Para referencias del caso
argentino, sobre el modo en que estas dinámicas de fuga y creación de agenciamientos
(cultura de la feria, de la inmigración, de las economías anómalas) se dan como
apropiación desde abajo de las condiciones del mundo neoliberal, puede verse el
libro de próxima aparición “La razón neoliberal. Economías barrocas y
pragmática popular” publicado este año por Tinta Limón Ediciones.
[12] Llamamos “autonomistas”, en el contexto argentino, no a quienes
adhieren a una doctrina, sino a aquellos que forjaron su sensibilidad a partir
de ciertos rasgos del ciclo de luchas de que va desde mediados de los ’90 hasta principios del ’00 encuentra su
epicentro en 2001.
[13] Caricaturas como éstas no
dejan de reconocer los avances concretos que puedan haber en experiencias
agrupadas bajo el nombre de “populismo”
(nombre inadecuado, ya que incluso en la obra de Laclau no deja de evocar un cierto congelamiento histórico respecto de
experiencias de la década del ‘50 y de remitir a una constitución del pueblo
desde arriba), ni permite valorar experiencias que, como el zapatismo, no se
caracterizan por su fugacidad. También puede resultar inadecuado el nombre
“autonomismo” si recae en una cierta figura de la lucha obrera de los años
sesentas y no se enriquece con las experiencias de las últimas décadas.
[14] El anacronismo viene dado por el hecho de que durante estos años
se han producido todo tipo de matices y fusiones entre autonomistas y
populistas. Si bien es cierto que entre los cuadros del kirchnerismo la idea de
conducción política vertical restringió el intercambio con la tradición
activista provenientes de las luchas del 2001, es muy visible en la base de las
propias movilizaciones kirchneristas la pervivencia de autonomistas sensibles
al kirchnerismo y kirhcneristas con vocación autónoma.
[15] Aunque en la mayor parte
de su obra Laclau prácticamente se desentiende de la noción de estado, no pocos
intelectuales argentinos que trabajan al interior de la constelación populista
prefieren hablar de estado antes que de la foucaultiana gubernamentalidad. Como señala Pablo Esteban Rodríguez: “Quisiera
comenzar con una cita extraída de la “nueva época” de la clásica revista El Ojo
Mocho, uno de los grandes faros intelectuales argentinos en los ’90. Se trata
de una entrevista a Eduardo Rinesi, actual rector de la Universidad Nacional
de General Sarmiento, publicada a fines de 2011. Refiriéndose a Michel Foucault
(p.19), ubicándolo dentro de un pensamiento, digamos, antiestatalista, afirma
lo siguiente: “Las cosas que estamos
pensando en la Argentina
no van tanto en la dirección de pensar en formas no estatales o extraestatales
o antiestatales de funcionamiento de la vida social. Me parece que hemos dejado
de pensar que la libertad está del otro lado del Estado, digamos así, para
pasar a pensar (y me parece que allí estamos en el corazón de la gran tradición
republicana clásica) que uno es libre no contra el Estado, sino en el Estado o
gracias al Estado, no fuera de la ley o contra la ley, sino dentro de la ley y
gracias a la ley”. Uno de los entrevistadores, Alejandro Boverio, acababa
de señalarle que “en los ’90 no había Estado y, mientras tanto, se leía a
Foucault”, y Rinesi retruca: “lo que en algún sentido pedía el progresismo era
todo lo que Foucault criticaba: una estatalidad fuerte”. No es el único lugar
en el que Rinesi, y otros con él, se refieren a Foucault en estos términos”. En
contraposición, Rodríguez retoma una lectura foucualtiana del papel actual del
estado en la Argentina :
“El Estado que vuelve no es el que intenta dirigir todos los ámbitos de la
existencia garantizando un tipo de seguridad, sobre todo, la subjetiva, sino el
que garantiza a los individuos que estará allí cuando quiera llevar adelante
sus iniciativas, en forma cuidada para las clases medias y, obviamente, en
forma precaria para las clases populares. Esto se puede ver en la cantidad de
leyes sobre la salud que se han sancionado en los últimos años tomando como
base la demanda de los supuestos afectados (antitabaco, fertilización asistida,
menúes light en los restaurantes, programas de fomento a la actividad física,
etc.), pero también en el momento en que los representantes de la feria de La Salada viajan con la
comitiva presidencial al exterior (el tan mencionado viaje a Angola), o en el
hecho de que el Estado multiplica y superpone programas de asistencia que deben
tanto al diseño de macropolíticas públicas como a la contingencia y la
precariedad de aplicación. Es en esa contingencia y precariedad donde
interviene una racionalidad neoliberal, como dice Gago, “desde abajo”. Su
ponencia, sobre la vigencia de Foucault a 30 años de su muerte concluye: “Para
finalizar, entonces, creo que la “vuelta del Estado” se emparenta íntimamente
con la “vuelta de Foucault” para analizar lo que ocurre en América Latina y
para imaginar nuevas formas políticas y sociales. Déjenme ser obvio: como el
eterno retorno de Nietzsche, no retorna lo mismo. El Foucault que retorna, el
de la genealogía del neoliberalismo, permite comprender al Estado que retorna.
Es para festejar que el neoliberalismo macroestructural haya perdido
predicamento, y para estar en guardia frente a los intentos que habrá, desde
ya, en reimponerlo ni bien se acentúen los problemas que hoy estamos viendo
aparecer. Pero, también, y esto es lo que quiero plantear, es para comenzar a
ver la lógica neoliberal desde otro ángulo, mucho más inquietante, que no se
manifiesta en declaraciones de principio ideológicas sino en prácticas
concretas de existencia de una miríada de sujetos provenientes de diferentes
grupos sociales. Las luchas políticas que vendrán tendrían que jugarse,
también, en este terreno”. (http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/08/el-neoliberalismo-el-mito-del-estado-y.html).
[16] Aunque habitual, la
crítica ambientalista al llamado modelo neoextractivista nos resulta
insuficiente. Con fuerte riesgo moralista, se desentiende del momento
urbano-plebeyo que, por ejemplo en la Argentina , fue fundamental como lucha (piquetera)
en la crisis. La necesaria crítica al “neoextractivismo” debería tomar dos
recaudos. El primero es evitar pensar este proceso de modo reducido: extractiva
no es sólo la actividad que tiene por objeto los bienes llamados “naturales”,
sino también la captura de valor social a partir de diversos dispositivos
propios del capital financiero. El segundo, evitar subordinar la dimensión
democrática implicada en las resistencias populares a la dimensión precaria de
la gubernamentalidad, hecha mayormente de políticas sociales. Este segundo
aspecto implica tener en cuenta el valor de la mediación estatal, de captura y
redistribución de renta en la constitución de la gubernamentalidad progresista.
Posiblemente no contemos con un “modelo” alternativo al neodesarrollista en
curso, incluso porque éste no llega tampoco a ser un “modelo” coherente.
Podemos enfrentar, en cambio, los aspectos notoriamente antidemocráticos de
esta gubernamentalidad, como los mecanismos fundamentales que surgen de la
subsunción capitalista de la sociedad y la naturaleza. Siguiendo y desplegando
los elementos que surgen de las luchas/fugas, se abren procesos de
comprensión/desplazamiento (se puede llamar a esto “mapeo”), momentos de
constitución de fuerzas antagonistas con estos elementos
neodesarrollistas/neoliberales. Esta es, seguramente, la tarea de la investigación
militante.
[17] Esta dialéctica
“culturalista” contiene un carácter fetichista: en apariencia es la
reconfiguración nacional y popular (polo significante) la que se impone y
define las posibilidades de la “economía política” (polo significado).
[18] La cuarta tesis de Walter
Benjamin del célebre texto “Sobre el concepto de historia” recuerda que las
cosas “espirituales y refinadas” están presentes en la lucha de clases “de otra
manera que como idea de un botín que corresponde al vencedor”, tal y como sucede
con las clases dominantes. Ellas “están vivas en esta lucha como confianza,
como coraje, como humor, como astucia, como tenacidad, y tienen efecto
retroactivo en la lejanía del tiempo. Vuelven a cuestionar una vez y otra
cualquier victoria otorgada a los dominadores. Lo mismo que las flores se
vuelven mirando hacia el sol, así también lo pasado, gracias a alguna
misteriosa forma de heliotropismo”.
[19] En Buenos Aires, el
Instituto de Investigación y Experimentación Política (IIEP) (www.iiep.com.ar)
emplea esta expresión para abrir un nuevo espacio de politización entre
organizaciones territoriales e investigadores. Para un desarrollo de la noción
de un nuevo conflicto social en la genealogía de la gubernamentalidad en la Argentina se puede
consultar: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-54/del-2001-al-nuevo-conflicto-social-una-genealogia-de-la-gubernamentalidad-a
[20] Según el Colectivo
Situaciones, el impasse de la radicalización democrática constituye la otra
cara de la hegemonía neodesarrollista. Ver: Colectivo Situaciones, Conversaciones en el impasse, dilemas
políticos del presente, Tinta Limón ediciones, Bs.As., 2009. La relevancia
del impasse es resaltada en el libro a partir de entrevistas con diversos
autores como Antonio Negri, León Rozitchner, Raquel Gutiérrez Aguilar o
Santiago López Petit, entre otros (véase: http://tintalimon.com.ar/libro/CONVERSACIONES-EN-EL-IMPASSE)
[21] Durante los últimos años, prácticas como el escrache fueron
llevados muchas veces adelante por contingentes sociales que, como los llamado
“caceroleros”, se apropiaron del repertorio expresivo de las manifestaciones
del 2001, invirtiendo su sentido. Si en aquellos años la presencia popular y
piquetera impuso a las clases medias indignadas un espacio de convergencia
común, opuesta a las premisas del neoliberalismo, los recientes “caceroleros”
asumen una serie de demandas propias y recortadas del común popular,
estructuradas en torno a la sacrosanta alianza entre familia, seguridad y
propiedad. En este contexto, lejos de disputar el valor y el contenido de estas
prácticas, resulta absolutamente habitual escuchar en los discursos oficiales
una referencia completamente condenatoria al escrache como práctica. Algo
similar ocurre con los cortes de rutas y piquetes (véase “Cacerolas Bastardas”:
http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2012/09/cacerolas-bastardas_21.html?q=cacerolas+bastardas)
[22] Los trabajos de Raquel
Gutiérrez Aguilar, justamente, muestran la importancia concreta de las
políticas del común, que superan las categorías de público-estatal y
privado-mercado con que se atenaza las luchas contra el
neoliberalismo/patriarcalismo/neodesarrollismo en el continente (http://www.anarquiacoronada.blogspot.com.ar/#!http://anarquiacoronada.blogspot.com/2014/08/leo-la-historia-reciente-de-america.html).
[23] Rita Segato desarrolla esta lógica de la excepción para la
actualidad de América Latina bajo el nombre de “segunda realidad”. Esta lógica
de la excepción es el lugar desde el cual Segato critica la articulación
estatal que se substrae a la voluntad democrática (y eventualmente
progresista). Ver Rita Laura Segato, La
escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Tinta
Limón Ediciones, Buenos Aires, 2013.
[24] El ensayista Christian
Ferrer es quien mejor ha notado la continuidad de imagen de felicidad, de
modelo de consumo, de producción de conocimiento y de patologías entre el
periodo “neodesarrollista” y el supuestamente dejado atrás modelo “neoliberal”:
http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/07/entrevista-christian-ferrer-la.html?q=christian+Ferrer
y http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2013/05/clinamen-todo-es-politico.html?q=christian+Ferrer.
[25] En el fondo la discusión sigue siendo entre política y gestión.
¿Es la política lo que ocurre y se subsume en la gestión o hay una diferencia
de naturaleza entre ambas, a partir de la cual es pensable una dialéctica
virtuosa, en que la política abre mundos y la gestión se ocupa de tramitar
democráticamente la innovación política? Si las teorías que se autodefinen como
populistas acaban por afirmar muy
tradicionalmente la primera opción, la comprensión alternativa, que ha sido sostenida
por muchas luchas de Europa y de América Latina, insiste en abrir una nueva vía
de articulación entre gestión y política desde el ángulo de la invención
autónoma de la política (Ver: Miguel Benasayag y Diego Sztulwark; Política y situación, de la potencia al
contrapoder; Ediciones De mano en mano,
Bs.As., 2000).
[26] Una de las críticas que
se dirigen con sensatez a la experiencia de varios gobiernos progresistas es
que aun alterando situaciones profundamente injustas no logran transformar las
estructuras neoliberales. Su performatividad no alcanza (aunque hay que
aprender de ella, cuando actúa como componente activo y democratizador) en
muchos casos, a producir cambios profundos. En el caso argentino de la lucha
por los derechos humanos se ha avanzado de modo fundamental en muchos aspectos,
pero no se ha logrado una redefinición de los dispositivos de las fuerzas de
seguridad. En el plano de los derechos, no se ha logrado implicar de un modo
sustancial a la población en la constitución de instituciones capaces de
desarrollar derechos desde abajo en relación a la tierra y la vivienda. La
lucha contra el poder financiero de extracción de renta está aún en pañales. El
conjunto de estas limitaciones devienen impotencia política (del gobierno y de
los movimientos) capitalizable por derechas reaccionarias, en menor medida por
progresismos banales y aun en menor medida por una izquierda militante que no
logra romper con esquemas de radicalización abstracta.
[27] Véase la entrevista “Latinoamérica enseñó a Podemos una política
de lo imposible” a Íñigo Errejón:
http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/08/latinoamerica-enseno-podemos-una.html?q=errej%C3%B3n
[28] Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo, ensayo sobre la sociedad neoliberal. Ed.
Gedisa, Barcelona, 2013.
[29] Para ampliar esta cuestión, es interesante el diálogo entre Álvaro
García Linera y María Galindo, así como la lectura que Rosa Lugano y Raquel
Guitérrez Aguilar hace de la relación entre gobierno y voz autónoma.