Israel, colonialismo y democracia
por Pablo Stefanoni
Israel
suele ser defendida apelando más o menos abiertamente al viejo clivaje
civilización o barbarie: un oasis civilizatorio en medio de la barbarie árabe;
o una fortaleza democrática cercada por el terrorismo.
En
este marco, la perspectiva del historiador de la Universidad de Tel
Aviv Shlomo Sand resulta muy productiva para ir un poco más allá de esas
visiones apologéticas. El autor de La invención del pueblo judío considera a
Israel como una etnocracia liberal (diario Público, 1/8/2014). Entre otras cosas,
esta formulación permite explicar por qué, en su interior, Israel cobija un
sistema democrático pluralista que posibilita que Sand sea profesor
universitario pese a sus visiones polémicas, o que Tel Aviv sea mucho más
progresista y tolerante que las capitales de Oriente Medio, o por qué,
finalmente, en Israel existe una sociedad civil más activa que en varios de los
países vecinos. Pero la dupla etnocracia + liberalismo también pone de relieve
que Israel se ha conformado como un “Estado étnico” que condena a una cuarta
parte de su población (no judía) a ser ciudadanos de segunda. “Mi tesis –arguye
Sand– es que el sionismo asumió los componentes etnorreligiosos de los polacos
y etnobiológicos de los alemanes y creó una especie de nacionalismo cerrado, que
no es político ni civil como fueron los nacionalismos occidentales” (Público,
2/6/2008).
El
problema es que –al igual que ocurrió con las viejas potencias coloniales– la
civilización contiene a la barbarie, y como explica el investigador Darryl Li,
Israel ha montado un experimento de “management colonial” sin precedentes.
Tampoco debe olvidarse que la
Israel liberal/pluralista convive con otra parte del país que
no tiene nada que envidiar en integrismo religioso al otro lado del muro. Peor
aún, el término “liberal” de la ecuación se ve debilitado por un proceso de
fascistización de parte de la sociedad israelí. La expansión de la ultraderecha
(hoy en el gobierno), del racismo (ver caer bombas en Gaza devino casi un
espectáculo público) y del culto cuasi religioso a las FF.AA. ha dejado atrás a
la Israel
kibutziana y a las imágenes del “sionismo socialista”. Hoy Israel es el décimo
exportador de armas del mundo.
Todo
esto, sin embargo, no parece alterar los análisis binarios señalados al
comienzo, como los tuits de Elisa Carrió señalando que Israel no debe dejar
pasar el terrorismo de Hamas. Yo puedo sentirme tan “judío espiritual” como
ella pero de allí a apoyar la masacre en marcha hay una distancia kilométrica
que la diputada pasa por alto en su sucesión de mensajes en los que repite la
argumentación oficial de la
Embajada de Israel. Menos atención debiera suscitar la
“grosera campaña antiisraelí” denunciada por Aguinis, Kovadloff, Birmajer,
Romer, etc., dado que sólo reproduce la acusación de que cualquier denuncia de
Israel es igual a antisemitismo. La república de estos liberales se acaba en
los checkpoints del ejército israelí. Las Luces (las del Iluminismo, con
mayúscula) son para quienes habitan de este lado del muro; a los que habitan
del otro lado sólo les quedan las luces de las bombas nocturnas. Menos
inconsecuente, Mario Vargas Llosa se ha mostrado molesto, desde el liberalismo,
con esta situación en su columna “Entre los escombros” (El País,
10/8/2014).
Ello
no quita que la solidaridad con Palestina contrabandee a menudo bastante
antisemitismo básico. El programa de Valentín Belza Un día perfecto contra
Darian Schijamn (el Rulo de CQC) puede entrar perfectamente en esta categoría
de antisemitismo de manual. Pero todo eso puede ser rechazado perfectamente sin
volvernos amplificadores de los manuales de relaciones públicas del gobierno
israelí. Como suele repetir Carrió, mejor evitar ser cómplices, en este caso de
una verdadera masacre y del intento por desmantelar material y espiritualmente
el protoestado palestino.