Entrevista a Gustavo Dessal: “La obligación de ser feliz es agotadora, como la de ser un triunfador”
por Pablo E. Chacón
El psicoanalista
y escritor Gustavo Dessal considera que la sociedad terapéutica que da forma a
una de las versiones del mundo contemporáneo, es de una sofisticación acorde su
objetivo: división entre privilegiados y excluidos, mercantilización de la vida
y la muerte, ilusiones de prevención de la contingencia.
¿Cómo piensa un psicoanalista el auge de la sociedad
terapéutica, ese modelo de asistencialismo evangélico, digno heredero de Teresa
de Calcuta, saturado de intensivistas y otros profesionales del laicismo
policial?
Me gusta mucho
esa expresión: sociedad terapéutica. No era esa la idea que Freud tenía de la
sociedad. Pensaba que una de las fuentes fundamentales del sufrimiento humano
reside precisamente en la relación con los otros. Pero el amo moderno (que por
supuesto no se encarna en ningún ente real, sino que es un modo de nombrar la
complejidad actual de los poderes) ha decidido que el orden actual debe ser
terapéutico. No es una idea totalmente nueva, puesto que el higienismo que
surge a finales del siglo XIX ya iba en esa dirección. Pero aquella ideología
estaba avalada por un modelo de tutelaje patriarcal, que en la actualidad ya no
funciona de la misma manera. Ahora es el paradigma científico el que asume la
responsabilidad de medicalizar y terapeutizar todo.
Es apasionante,
si uno toma una mínima distancia sentimental, advertir las innumerables formas
en las que puede ejercerse un totalitarismo sutil, blando, astutamente
disfrazado de buenas intenciones. Consiste fundamentalmente en elevar los
criterios de prevención hasta el extremo de creer (y hacer creer) que, conforme
se incremente el progreso tecnológico, la contingencia se irá eliminando cada
vez más. Tenemos muestras elocuentes: detección precoz en la temprana infancia
de signos de futuro comportamiento delictivo; protocolos para prolongar la vida
que se aproximan al límite del sadismo sublimado; baremos para que las
aseguradoras calculen sus primas mediante algoritmos que calculan el riesgo que
asumen cuando emiten una póliza. Por supuesto, la sociedad terapéutica lo es en
ciertas regiones del planeta. En otras, se siguen empleando métodos de coerción
no muy alejados del sistema feudal. No son realidades aisladas. Desde luego,
están perfectamente conectadas.
El bienestar
terapéutico y médico de una parte del mundo se basa en el vampirismo: se extrae
la sangre de una parte del mundo, para inyectarla en otro. Es mucho más que una
metáfora, desgraciadamente. No es novedad que algunos ciudadanos de la Comunidad Europea ,
por ejemplo, viven gracias a un órgano que ha sido vendido por alguien de
Bangladesh. Pero tu pregunta tiene muchas más facetas y aristas. La sociedad
terapéutica está diseñada siguiendo un protocolo que tiene que definir
previamente en qué consiste lo terapéutico. Eso a su vez implica una definición
de salud, de bienestar, de felicidad, en suma, de todos esos espejismos que
hemos perseguido desde la era de las cavernas. Por supuesto, nos hemos
sofisticado un poco. El discurso capitalista actual es más refinado. Ahora se
muerde la lengua (a veces) y aprende a hablar un nuevo lenguaje, eso que se
califica como políticamente correcto. Si algo debemos reconocerle a ese
discurso, es su extraordinaria plasticidad. Es camaleónico. Puede asumir todos
los semblantes según las circunstancias. El nazismo o la socialdemocracia. Su
baúl de disfraces es inagotable.
En la actualidad
hay muchos ideólogos y políticos que se dan cuenta de los réditos que supone el
liberalismo de algunas ideas. Lo terapéutico ya no es necesariamente ser straight,
como dicen los norteamericanos, o sea recto, en alusión a la heterosexualidad.
La nueva sociedad terapéutica tiene manga ancha, y está dispuesta a incorporar
toda clase de modalidades de vida y de sexualidad. Podemos permitirlo casi
todo, a condición de que tenga la licencia correspondiente. ¿Usted quiere ser
transexual? ¡Ningún problema! Incluso pagamos la intervención. Lo único que nos
importa es que siga sirviendo a las leyes del mercado. Vamos abriendo la mano
de a poco, para que no vengan en estampida, y para ir avanzando en los sistemas
de control que vamos a aplicar para que la supuesta libertad de elección esté
debidamente vigilada. ¡Pasen, pasen, que podemos hacer muy buenos negocios!
¿Qué dice el psicoanálisis lacaniano de síntomas como
la fatiga crónica, la falta de atención, el cansancio del que habla el filósofo
coreano-alemán Byung Chul Han?
Creo haber dicho
en una ocasión que ese nuevo síndrome de fatiga crónica es el correlato del
imperativo moderno a vivir sin límites, a extraer de la vida lo máximo (lo cual
suele ser casualmente lo más caro). La obligación de ser feliz es agotadora,
como la de ser un consumidor modélico, o un triunfador. En los Estados Unidos,
los padres de clase adinerada preparan con psicólogos y pedagogos a sus niños
para que puedan pasar las severas pruebas que les imponen en las guarderías de
elite. La carrera hacia el éxito debe asegurarse desde el principio. Aunque se
trate de una aberración, tiene sentido. Para garantizar el éxito hay que
empezar por elegir el terreno apropiado donde sembrar la semilla. ¿Es
delirante? Por supuesto que lo es. Tan delirante como el concepto de triunfo
social. Se habla mucho de los niños hiperactivos. Pero muy poco de los padres
hiperactivistas, que imponen a los hijos una agenda diaria extra escolar más
ocupada que la de un ejecutivo de Wall Street: clases de música, idiomas, artes
marciales, squash, tenis. No es una crítica a los padres, pobres diablos
prisioneros del imperativo del éxito. Vivimos una crisis del saber. Lacan
descubrió una cosa muy interesante: que no existe el deseo de saber. Es una
idea extrañísima, puesto que el sentido común parece indicar lo contrario, que
el ser humano es una criatura ávida de saber. Sin embargo, Lacan es muy astuto.
Que no exista el deseo de saber, no implica que no se quiera saber. Uno no
busca el saber por deseo, lo hace por la satisfacción que puede aportar. El
saber no es objeto de un deseo, sino algo de lo que puede obtenerse un goce. No
todo el mundo lo obtiene. El síndrome de desatención en los niños es el síntoma
de un mundo en el cual el saber ya no produce gran cosa en materia de goce.
Freud lo comprendió muy rápidamente. Se dio cuenta de que el aprendizaje está
articulado a la libido, y que sin libido no se puede aprender nada. Eros es
imprescindible para que alguien pueda saber algo. Pero la sociedad terapéutica
no promueve el Eros, sino que administra la pulsión de muerte de forma liminar.
Marcelo Barros habla de una articulación entre la
psicosis y la sociedad de control, en tanto la segunda opera mejor -según
entiendo- sobre la forclusión del Nombre del Padre. ¿Cuál es tu opinión al
respecto?
No he leído aún
el libro de Marcelo, pero en la entrevista que le hiciste, aprecio de entrada
algo que para mí es fundamental. Y lo voy a decir con un rodeo. Lacan comentó
un caso clínico muy famoso, que había sido analizado por dos célebres
analistas. Se trataba de un hombre que tenía la obsesión de ser un plagiario.
Voy directamente a la conclusión que saca Lacan en su lectura de esta historia
clínica: al ser humano le resulta verdaderamente difícil soportar el hecho de
tener una idea propia, de pensar por sí mismo. Por fortuna, no le sucede a
todos. A lo que iba: Marcelo Barros parece no tenerle miedo a eso, y apagó la Máquina de Citar. Cuando
uno se aparta del pensamiento canónico, es posible que tenga una idea
interesante. En El retorno del péndulo, el libro que escribí junto con Zygmunt
Bauman, se plantea la idea de que el paradigma contemporáneo invierte lo que
Freud afirmaba en El malestar en la cultura. En esa época, los hombres estaban
dispuestos a renunciar a la seguridad en pos de un aumento de libertad. En la
actualidad los valores se han invertido, y la sociedad de control ajusta con
mayor fuerza sus instrumentos de restricción de las libertades, con la coartada
de mejorar la seguridad. El control se expande en todos los ámbitos, y ya no
solo la felicidad es una cuestión de estado, sino que la vida individual ha dejado
de pertenecernos. En El marketing existencial, el ensayista Miguel Roig ha
formulado con extraordinaria claridad lo que este título anticipa: que la
existencia misma, en todas sus dimensiones, ha entrado en un proceso de cálculo
y protocolización. La vida y la muerte, la enfermedad y la salud, se
administran como otras tantas mercancías, siguiendo una lógica de
costo/beneficio idéntica a la que se emplea para cualquier proceso de
explotación y comercialización de bienes de consumo. No sé de qué modo Marcelo
Barros articula este tema a la idea de la psicosis, en un sentido transclínico,
supongo, pero imagino que debe referirse a que el estado actual del poder y sus
efectos sociales no pueden entenderse si no se introduce el problema de la
descomposición del orden simbólico tradicional, es decir, lo que ocurre cuando
no hay mapa con el que orientarse, salvo el de Google, o el Ton Ton, cuyo solo
nombre lo dice todo...
¿Qué cosa es la práctica política en el siglo XXI
bajo la mirada del psicoanálisis? Ayer leí una columna donde un tipo dice que
las sociedades que cultivan arroz tienden a formar lazos comunitarios, mucho
más que las que cultivan trigo, soja, etcétera, paradigmas individualistas.
Tu pregunta es
más adecuada para mi colega Jorge Alemán, que ha dedicado muchos años a pensar
este tema de la relación entre psicoanálisis y política, y lo hace con gran
rigor. No obstante, me limito a señalar que el psicoanálisis puede aportar a la
política precisamente aquello que contribuya a salvarla del desprestigio y la
degradación absoluta. Sin el reconocimiento del factor subjetivo en la acción
política, en la vida social, en la relación del hombre con la economía, la
praxis política queda reducida a una burocracia ineficiente, reaccionaria y
envenenada por la corrupción. Pero a la vez, y es mi posición personal, el
psicoanálisis no debe adscribirse a una corriente política determinada y
oficial. En ese sentido, creo que Freud y Lacan lograron construir algo
diferente, un discurso que no se deja inscribir en una definición política al
uso. Lacan admiraba a Sócrates por su atopía, porque sus ideas no admitían una
etiqueta. Creo que, en ese punto, Lacan se identificaba a Sócrates. Lacan era
inclasificable, incluso políticamente.