Entrevista a César Rendueles:

“Deberíamos hablar menos de sistemas operativos y más de reformas fiscales que financien la educación pública”
por Pablo E. Chacón

¿Por qué asegurás en el libro que el mundo corporativo ha perdido la batalla por la opinión pública? ¿Qué habría que entender por mundo corporativo?

Me refería a que hace años las grandes empresas de la comunicación parecían prometer un capitalismo de rostro humano lleno de creatividad y libertad individual, socialmente consciente y desentendido del consumismo más craso. Hoy cada vez más vemos a Microsoft, Apple o Amazon como megaempresas monopolistas cuyos beneficios se basan en la especulación y en el uso abusivo del sistema de patentes, que recurren a condiciones laborales infrahumanas en sus factorías y se alían con los aparatos represivos estatales para espiarnos.

Si entendí bien ciertas cosas que dicen Roberto Saviano y Sergio González Rodríguez, el mundo de hoy sería imposible sin la liquidez introducida por el dinero negro. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

No soy ni de lejos experto en el tema, pero yo diría que la distinción entre dinero blanco y negro en buena medida se ha difuminado. En España, por ejemplo, en los últimos años hemos descubierto la extrema corrupción de toda la casta política, desde la Casa Real a próceres de la transición democrática, y su conexión con las élites económicas extractivas. La conclusión, creo, es que conseguir algo tan básico y modesto como un sistema económico no cleptocrático requiere de cambios políticos muy profundos.

A un máximo de conexión, ¿le corresponde tout court un máximo de aislamiento? ¿Esto es así? Si fuera así, ¿cómo pensar la época sin interrogar otra vez al sujeto? ¿Qué sujeto para esta época?

Se puede estar muy conectado y tener una riquísima vida social. Durante mucho tiempo los sociólogos creyeron que las grandes ciudades generan aislamiento y anomia. En realidad, en los entornos urbanos puede haber una intensa actividad asociativa cuando se dan las condiciones políticas precisas. Lo mismo ocurre con la tecnología. La fragilización de las relaciones sociales en la postmodernidad es el resultado del torbellino neoliberal, no de Internet. Es un efecto de esta lucha de clases unilateral de los ricos contra los pobres que padecemos. Lo que ocurre es que la ideología tecnológica dominante encaja como un guante con ese medioambiente político. Pero en un entorno social diferente, con sujetos políticos diferentes, la tecnología puede tener efectos hoy inimaginables.

¿Cómo pensar una ideología para internet? ¿Quién se animaría a decir que la red no sirve cuando de hecho sirve para montones de cosas?

No estoy seguro de que necesitemos una ideología para Internet. En realidad, tenemos muchísima ideología tecnológica. En cambio, lo que apenas hemos hecho es pensar el tipo de cambios políticos que pueden hacer que la tecnología tenga los efectos sociales de los que realmente es capaz. ¿Queremos que el software libre revolucione la educación? Pues entonces deberíamos hablar un poco menos de sistemas operativos y un poco más de un reformas fiscales que financien adecuadamente la educación pública y permitan que el conocimiento libre tenga efectos explosivos.

Y de la intimidad, ¿qué puede decirse en el mundo de hoy?

Intimidad y privacidad no son exactamente lo mismo. La privacidad, en el fondo, es un invento bastante reciente y bastante raro. En la mayor parte de las sociedades tradicionales se ha vivido de una forma pública y expuesta. La intimidad es otra cosa. Como decía el filósofo José Luis Pardo, es eso que callamos cuando hablamos con los demás y que, de algún modo, nos compromete con el reconocimiento de una comunidad de diferentes: con la fraternidad, en suma.