La justicia de Galeano

por Ángel Luis Lara


I.

La voz del subcomandante insurgente Moisés suena clara y serena. El mando zapatista pasea la lengua castellana arrastrando las eses, con la misma cadencia singular con la que el caminar tzeltal, tzotzil, zoque, mame o tojolabal sube una loma o se adentra en un maizal. “Por mi voz hablan el dolor y la rabia de cientos de miles de indígenas, hombres, mujeres, niños y ancianos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional”. Han asesinado al compañero Galeano y el dolor de los pueblos zapatistas hace una muesca más en su ristra de siglos de crueles agravios. Los poderes políticos y económicos mandan y la criminalidad paramilitar ejecuta. A Galeano lo emboscaron para asesinarlo de tres disparos y un machetazo en la boca, como si con esas balas y con el filo de ese machete quisieran detener el corazón rebelde y callar la palabra zapatista. Nada más lejos. “Si no pudieron acabarnos el amanecer del primero de enero de 1994, menos ahora. Porque es nuestro compromiso liberar este país, pase lo que nos pase, cueste lo que nos cueste y venga lo que venga”. Las palabras del subcomandante Moisés dibujan un viaje desde la serenidad a la determinación. Es el viaje al revés de alguien que ya ha estado allí y viene de vuelta. “Venimos a desenterrar al compañero Galeano”, dice Moisés. El zapatismo tiene siempre de regreso y de mundo al revés. En un planeta enfilado por los poderosos hacia la devastación y la catástrofe, vivir al revés no es solo cuestión de dignidad y de rebeldía, es, sobre todo, el único camino posible para la sensatez. Al compañero Galeano lo han matado precisamente por eso, por ser zapatista, o sea, digno, rebelde y sensato. 

II.

La venganza y la justicia emanan de raíces diferentes. La primera se deriva del vocablo latino vis, que significa fuerza y es el origen también de palabras como violación o violencia. La segunda se relaciona con el término sanscrito yoh, que quiere decir sanar y salvar. La práctica paramilitar asociada a la guerra contrainsurgente que soportan los pueblos zapatistas persigue la conversión de la justicia en venganza. La acción paramilitar tiene un doble propósito: la producción de miedo y la reproducción de su imagen especular en el seno del proyecto emancipador que trata de reprimir. Su objetivo es conseguir que el rebelde al que combate se envenene con sus mismas pasiones tristes.

El proyecto zapatista, sin embargo, consiste en una fuga sistemática de toda imagen especular del poder y de los malos gobiernos. Su concepto y práctica de la justicia emanan de una cosmovisión radicalmente otra. Desde su levantamiento en armas en enero de 1994, los pueblos zapatistas han soportado una constante agresión que ha buscado su reacción en forma de venganza. Pero los zapatistas y las zapatistas son muy otros y muy otras. A la guerra le han respondido con la paz. A la venganza le han opuesto siempre la justicia. “Nos da dolor y tristeza lo que le hicieron a nuestro compañero Galeano, pero no vamos a mancharnos del mal al mal”, ha explicado el subcomandante insurgente Moisés. Sus palabras no comunican una estrategia, expresan una verdadera ética.

III.

El compañero Galeano era un maestro de la escuelita en la que en el último año los pueblos zapatistas han compartido con el mundo sus modos de vida. Miles de estudiantes llegados de diferentes partes del planeta han tenido la oportunidad de participar de un proceso de co-aprendizaje en el que han estado acompañados de un votán, un maestro zapatista con el que han convivido de noche y de día. Galeano era uno de ellos.

Cada estudiante de la escuelita porta como un tesoro sus historias y su propio relato de las intensidades vividas. El mío tiene que ver con el aprendizaje del carácter profundamente decolonial de la práctica y la cosmovisión zapatistas, así como con un proyecto revolucionario que se aloja en primer término en el tejido de los afectos y en la transformación de los hábitos: más en el territorio inmanente de los cuerpos que en la entelequia casi siempre insondable de la conciencia.

Una parte sustancial de mi aprendizaje ha tenido que ver con la relevancia de las pasiones alegres en los modos de vida zapatistas, fundamentalmente con el papel central que juega la práctica de la amistad en la constitución de las relaciones sociales, los marcos normativos y las formas de la política. La profundidad de la intersubjetividad y de la amistad en la praxis de los pueblos zapatistas alcanza una intensidad inusitada en la relación con el otro, con el diferente, con aquel que no es zapatista. “Volvimos a regresar a la comunidad y ya no había nada porque lo aprovecharon todos los hermanos que quedaron ahí, que son priístas”, cuenta Miriam, una base de apoyo zapatista de Morelia. “(…) pero esa tierra recuperada está en manos de los priístas, que son los hermanos de Agua Clara”, continúa Floribel, ex-integrante de un Consejo Autónomo. “Ese hermano paramilitar mató no por su ser hermano, sino porque ha sido confundido por el mal gobierno o los finqueros. Yo pierdo mi dignidad si hago lo mismo que él me hizo”, apunta Aníbal, el votán que me acompañó como maestro en mis días en la escuelita zapatista. Cuando el enemigo es definido como un hermano y la causa del delito se desaloja del individuo, se asiste a una dialéctica muy otra del conflicto y a una práctica abiertamente diversa de la justicia. En el territorio zapatista la criminalidad posee una raíz eminentemente social y no se deriva de una cualidad particular de la persona. “Nosotros no nos vengamos, nos vamos a vengar pero contra el capitalismo”, ha expresado el subcomandante insurgente Moisés sobre el asesinato del compañero Galeano.

IV.

¿Quiere decir todo esto que en el territorio zapatista los delitos no se pagan ni se castigan? No. “Los engañados asesinos, sí se hará justicia”, ha dicho Moisés. Lo que quiere decir es que la justicia es para los zapatistas antónimo de venganza y algo muy diferente al Derecho. La realidad de la justicia según los zapatistas determina una distancia con la racionalidad punitiva del Estado. En el territorio zapatista el castigo no consiste tanto en separar a la persona que comete un delito de los espacios y los tiempos de la sociabilidad mediante el encierro, como de una intensificación de la integración social mediante tareas de índole comunitario. “Nuestra ley es para prevenir y dar vida a nuestros pueblos. Para nosotros la justicia es la razón, cómo vamos a ayudar al compañero o a la compañera para que se componga otra vez. Lo que queremos es volver a componerlo”, me enseñó Aníbal.

Decía Iván Illich que cada vez que se propone utilizar el Derecho como herramienta de transformación de la sociedad, los poderosos ponen la misma objeción: no todos pueden ser juristas. La justicia para los hombres y mujeres zapatistas es otra cosa. “Es una justicia desde abajo, controlada y vigilada desde abajo y hecha por todos”, me contó Aníbal. La cualidad profundamente democrática del régimen normativo zapatista descansa sobre el carácter participativo y participado de la administración de justicia: de abajo hacia arriba. Y la esfera militar del movimiento no escapa a la pauta: “Pero no podemos hacer como queramos, sino que tenemos que respetar y obedecer a nuestros pueblos cuál es el camino que hay que seguir y qué tenemos que hacer como EZLN que somos”, explica Moisés.

A fuerza de rebelarse durante siglos a la imposición de la condición de objeto, los pueblos zapatistas se muestran incapaces de concebir como objeto a nadie. El agente zapatista de justicia es un mediador que impone un marco dialógico y de negociación para resolver los problemas. Mientras que el Derecho coloca a denunciante y denunciado frente al Estado, el modo zapatista de hacer justicia trata de recomponer la relación entre las personas afectadas: denunciante y denunciado no entran en relación de delegación y dependencia con una instancia superior, sino que participan del intento de restauración de la relación entre ellos. De este modo, el carácter dialógico de la administración de justicia convierte en sujetos de la acción de justicia a los propios afectados. Si el sistema judicial del Estado constituye siempre un ejercicio de heterodeterminación, la justicia zapatista se relaciona con un ejercicio de autodeterminación mediado por la comunidad y por las autoridades.

Lo que subyace en el fondo de los modos zapatistas de la política, el gobierno y la justicia es un desplazamiento desde lo universal, concebido como aquello que existe en cada uno de nosotros, hacia lo común, que se funda siempre en la relación de unos con otros. Es la diferencia entre un derecho universal y una justicia de lo común. Definitivamente, una racionalidad muy otra, obsesionada con la restitución de la relación y del lazo social hasta cuando la gravedad del delito impone la dureza de la sanción y del castigo.