Lo que las Europeas abren
por Madriloña
Noche
cálida y noche intensa la de ayer. Tres datos la calentaron hasta el punto de
hacernos sudar. El primero y más obvio: el bipartidismo está al borde del
precipicio. No se trata de que hayan perdido 30 puntos respecto a la media de
las tres últimas décadas –del 80 % a menos del 50 %– sino que en números
absolutos, han perdido tres de cada cinco votantes: de los 19 millones de 2011
a los 7,5
de ayer. ¿Qué es lo que decían las encuestas? Al parecer la resilencia del
sistema de partidos español está al límite. Han bastado tres años.
El segundo
es, que por más que se quiera acallar, la abstención fue salvaje. Rozó al 55 %.
Sólo en las dos anteriores comicios europeos se habían alcanzado niveles
similares, y si se descontara Cataluña como una circunscripción aparte –por
razones obvias–, la abstención habría alcanzado récord históricos. Para unas
elecciones que se han vivido en clave de avance de las generales, tamaña
desafección de la mayor parte de la ciudadanía apuntala que la crisis de régimen
es profunda, o por decirlo en viejos términos, orgánica y no coyuntural.
El tercero
es la irrupción de nuevas fuerzas políticas, entre las que sin hacer de menos
los resultados del Partido X (100.000 votos), y de la aparición de Ciudadanos y
Primavera Europea, la principal es sin dudas Podemos. Cinco escaños que han
sorprendido a propios y a extraños, cinco esaños que han desbordado las
previsiones más optimistas. Una formación apenas constituida, casi una campaña
mediática anti-régimen y cuyo único elemento discursiva es «echar a la casta
política» ha conseguido 1,25 millones de votos, prácticamente lo mismo que IU
en las últimas convocatorias.
Los tres
elementos apuntan en la misma dirección: el proceso constituyente es la clave
del ciclo electoral que continua en las municipales y concluye en las
generales. Lejos de haberse hecho más complejo, el escenario se ha
simplificado; para bien. La física política del próximo curso puede llegar a
reducirse a dos movimientos. Arrinconadas y empujadas hacia una solución que
integre la «cuestión catalana», que trate de maquillar la crisis social y
confiar en la recuperación convertida en largo estancamiento económico, las
fuerzas del régimen apostarán, casi seguro, a la reforma constitucional. Si es
el caso, los gobiernos de concentración nacional, las reformas impuestas y los
grandes pactos serán el modo. Su resultado, apenas sepamos movernos, será el
fracaso a medio plazo.
Del otro,
se ha constituido ya un movimiento plural en el que todavía faltan actores, y
cuyo propósito principal es la democratización institucional y a todos los
niveles. Por paradójico que parezca, el principal vehículo político de este
movimiento es Podemos. Si la progresión se mantiene, y es lo más probable, este
puede superar a IU (ya lo ha hecho en Madrid y en Asturias), romper en dos a
esa formación y proponerse como cabeza para un proceso constituyente
democrático que realmente lo sea.
A aquellos
que participamos en las iniciativas de movimiento, que pensamos que Podemos así
manejado y construido, desde la presencia mediática, no era ni la mejor opción
ni la más óptima para la revolución democrática, nos quedan básicamente dos
opciones. O dejar pasar, presionando desde fuera, y en la medida de lo posible,
para que se incorporen algunos elementos de movimiento a unas «posiciones de
partido» cada vez más receptivas, aunque sólo sea por falta de programa y
discurso. O participar directamente en la herramienta que se ha convertido en
ariete institucional. Caso de optar por esto último, se trata de «movimentizar»
Podemos, empujar contra la inevitable consolidación de los aparatos de partido
y apostar por una organización política, que resulta necesaria, pero que no
puede quedar anclada en lo meramente electoral.
Ambas
opciones están ya sobre la mesa antes de saber los resultados. Y ambas se verán
de nuevo tensionadas y modificadas por lo que ayer sucedió.