La Montaña, el periódico revolucionario de Lugones e Ingenieros
1. Primeros sedimentos
A partir de 1852 Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi entablan un debate que luego se conocerá como “Cartas Quillotanas”. La polémica despliega dos posturas al interior de una matriz ideológica, política, cultural, que se autodefine y se proyecta en contraposición al sistema erigido por el reciente derrotado: Juan Manuel de Rosas. El exilio, la oposición, la denuncia y la injuria como las fuerzas vitales que nutren la posibilidad de otro ordenamiento, la lucha en pos de una nueva alternativa política.
En el combate epistolar entre Sarmiento y Alberdi no sólo está en disputa el cómo y el hacia dónde gobernar el país. Sino, además, el cómo y el qué escribir, pensar, caído Rosas. Literatura de Guerra (Sarmiento) versus Literatura de Paz (Alberdi). “Los gauchos de la prensa” contra una prensa de “la paz, la Constitución y la verdad práctica”. Romanticismo político versus pragmatismo racionalizador y tecnificante. Prensa de resistencia versus prensa de edificación.
Ahora bien, poniendo el foco en el período que abarca las dos grandes “C” (Constitución de 1853 – Centenario de 1910) el balance quizá se incline por la efectiva concreción del proyecto de Alberdi. Una consumación (deforme, monstruosa) del imaginario liberal. ¿El diario La Nación fundado por Mitre y el diario La Prensa de José C. Paz como correctas y aceptables materializaciones del los cánones periodísticos alberdianos? Tal vez. Pero si avanzamos un poco más, sólo un par de décadas, comenzadas las primeras huelgas obreras y el subsiguiente disciplinamiento estatal del “fermento foráneo”, comienza a cobrar fuerza el otro polo del binomio, y resurge una prensa con creciente énfasis crítico.
Demolición y Construcción: categorías políticas (y periodísticas) antagónicas. Es decir, en otros términos, prensa “oficialista” versus prensa “opositora”. ¿No son categorías con plena vigencia en el marco de la conflictiva (y fértil) crisis que atraviesa el periodismo argentino actual?
El debate entre Sarmiento y Alberdi es el primer (y acaso el más virtuoso) hito de esta historia.
Así, lo que intentaremos es pensar esta historia, inclusive “La gran polémica nacional” que entablaron Alberdi y Sarmiento, desde el periódico La Montaña, “periódico socialista revolucionario” que los jóvenes e incendiarios Leopoldo Lugones y José Ingenieros publicaron hacia el año 1897. Es decir: ¿Qué punto de visión nos revela, hoy, La Montaña como espécimen, para releer el pasado y el presente del periodismo argentino en relación a un “rol” que se debate entre ser “crítico” o “militante”? ¿Qué podemos aportar a esta ansiosa y tal vez absurda manía de querer establecer, dictaminar, sentenciar, para luego condenar, a una funcionalidad específica a la práctica periodística? Y una pregunta quizá más interesante: ¿Por qué y de dónde surge la necesidad de explicitar, casi enciclopédicamente, un “rol”?
2. Fallas, plegamientos, derivas
A pesar de su irreverencia corrosiva y su ademán rebelde, basta echar una mirada al mapa de publicaciones periódicas finiseculares para notar que La Montaña y su particular estilo no caen del cielo, son fruto de un “clima de época” propiciado por el agotamiento del liberalismo criollo en política nacional, y por el ascenso político-organizativo de los sectores populares, pocos años más tarde, interpretado exitosamente por el primer radicalismo de Leandro N. Alem.
Hacia 1885 aparece Don Quijote, “periódico que se compra pero no se vende”, como decía en la tapa, dirigido por el dibujante Eduardo Sojo, un español exiliado que actúa y piensa con un riguroso desenfado. “Demócrito” será su seudónimo, y con él marcará los primeros pasos de la caricatura y la crítica política en Argentina, con un claro antecedente en el temprano El Mosquito, de 1863. A partir de 1899, Don Quijote cuenta con las filosas colaboraciones del escritor español Eduardo López Bago, en la sección “Sancho Panza”. Escribe López Bago el domingo 12 de noviembre de 1899: “Escribir verdades en éste tiempo, es contrariar el programa político del General Roca y los proyectos financieros del Doctor Pellegrini”. Inédita mixtura de humor, literatura, crítica política y arte, el periódico se convierte en crucial colaborador escrito de la Revolución del Parque, en 1890. Censurado, detenido Sojo repetidas veces, secuestrada la piedra litográfica con que se imprimía el periódico, Don Quijote deja de publicarse en 1905, pero señalando un camino de resistencia contra un sistema político liberal-oligárquico que, desconcertado, tolerará las travesuras de un estilo de prensa que de a poco comienza a encender la llama de una auténtica amenaza, articulada, proyectiva, que ahora sí, dicho poder ya no podrá permitir, incluido el popular bemol yrigoyenista.
Por otro lado, se pueden ubicar, como parientes de La Montaña (menos espectaculares, sin duda) al numeroso conjunto de periódicos gremiales que comienzan a editarse hacia 1870. El obrero Panadero (1894), La Unión Gremial (1895), El Carpintero (1896), El Mecánico (1895), El Pintor (1898), El obrero (1900), El barbero (1903), El dependiente (1903), El gráfico (1904), son algunos de las publicaciones que componen la colorida constelación de una prensa a la cual las transformaciones de las formas periodísticas en función de los cambios socio-políticos que atraviesa el país a fines del siglo XIX, no le eran ajenas.
A su vez, la prensa gremial deja un lugar en sus páginas a la literatura, en busca de la creación de un ámbito simbólico común. Se publican piezas de autores universales como Zola, Dante, Víctor Hugo, Tolstoi, Dostoievsky. Y locales: Álvaro Yunque, Almafuerte, Alberto Ghiraldo, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, entre otros/as. También surge en el seno de la urbe, en hermandad con el estilo de Don Quijote y El Mosquito, un mundo de imágenes, dibujos, símbolos, consignas gráficas que crean y moldean una identidad obrera, afectiva y estéticamente.
Entonces, dos son las señales que nos guían hacia la “orogénesis” de La Montaña. Nos permiten establecer una filiación, una contextualización que explicite el contorno dentro del cual luego Lugones e Ingenieros imprimirán su sello particular. Primero, el punzante Don Quijote como un antecedente que hace de la injuria un estilo, un instrumento retórico-político particular, una reacción discursiva frente a la política criolla de inicios del siglo XX. Segundo, el peso específico de una naciente prensa gremial que busca crear una conciencia de clase, una matriz común de imágenes, símbolos y lenguajes, una pulsión revolucionaria, que el orden liberal no es capaz de ofertar, porque a su vez no es capaz de asimilar políticamente al nuevo actor social, el proletariado urbano, sino mediante el positivismo en las aulas y el fuego de los fusiles automáticos que una década atrás habían solucionado con éxito y pompa “El Problema del indio”. A lo que podemos agregar, como un tercer elemento, la polémica Sarmiento-Alberdi, leída desde el dialéctico binomio “prensa crítica / prensa edificante”, como la clave desde la cual pensar las implicancias, el significado y el legado periodístico del joven proyecto político-periodístico de Lugones e Ingenieros.
3. “La Montaña” (1897): entre el Sermón y la Revolución
En 1895 Leopoldo Lugones llega a Buenos Aires, en el 96 se une al Partido Socialista, fundado por Juan B. Justo, ese mismo año. Vierte su joven obra poética y sus reflexiones políticas en los periódicos La Vanguardia y El Tiempo. Quince días antes de publicar el primer número de La Montaña, el 17 de marzo de 1897, escribe en El Tiempo un elogio de San Martín y Rosas, en un artículo titulado “El Sable”, que dice: “Hay que confesar que la personalidad de Rozas, no cabía en la vulgar y mediana blusa democrática, a pesar de tener ésta diez mil mangas, y él la hizo estallar magníficamente. Bajo la enorme presión de su pecho dominador, saltaron los míseros broches del convencionalismo legal.” [2] Como para marear a todas las escuelas, convencionalismos y etiquetas: pues resulta que el fermento, la inspiración del joven Lugones revolucionario de La Montaña (luego abiertamente militarista) en la tarea de impugnar la legitimidad y el sistema de valores del orden burgués-liberal, es el mismo Rosas, su némesis. Entre “El Sable” de 1897 y el beligerante discurso “La hora de la espada” de 1924, se traza un confuso pero al fin coherente espectro de acero signado por la crítica virulenta a un Uriburu - José Evaristo - y la justificación e invocación del otro Uriburu - José Félix -, en el golpe de estado de 1930… En 1897 Lugones también escribe Las montañas del Oro, fuertemente influenciado por su porteño encuentro con el famoso escritor nicaragüense Rubén Darío, un año atrás. Pule Lugones ese tono antipositivista, romántico, que colisionará tan fructíferamente, en La Montaña, con el obligado cientifisismo socialista de manual.
Por otro lado, José Ingenieros tiene veinte años y se recibe en 1897 de farmacéutico. Ya ha hecho sus primeras armas periodísticas en el estudiantil La Reforma, de tinte crítico-literario. Ingenieros tiene formación en anatomía, y pronto diseccionará y escupirá sus venenos contra la de los reptiles burgueses.
Así, el 1° de abril de 1897 aparece La Montaña. Lugones e Ingenieros, así los juzga en un artículo el escritor y crítico literario David Viñas:
“Moralistas jubilosos los de esa yunta; inclementes más por ímpetu que por sistema, preferirían lo episódicamente rudo del francotirador a las rutinas vigilantes de cualquier fiscalía. Sabían, vaya si sabían, que convertirse en un mito es un oficio que se lleva la vida.” [3].
Luego, en 1924 Viñas establecerá entre ellos un corte definitivo, rubricado por el peligroso y auspiciatorio belicismo lugoneano y por el simbólico epitafio de Ingenieros dedicado a Lenin. Pero en 1897, las biografías y el pensamiento del dúo, con sus matices, aún encastran.
Ahora bien, una breve fenomenología sobre el periódico arroja lo siguiente: 12 números, del 1° de abril al 15 de septiembre de 1897, casi seis meses; entrega quincenal, fechada según el calendario jacobino; un Sumario triádico compuesto de “Estudios sociológicos”, “Arte, Filosofía, Variedades” y “Actualidad”. En los artículos firmados por “los Redactores”, Leopoldo Lugones y José “Ingegnieros” (aún no se lo ha cambiado a Ingenieros), se lee un estilo rudo pero virtuoso, agresivo, incendiario, intempestivo, relampagueante, a-sistemático pero certero. Destacan publicaciones del campo socialista internacional como las de Gabriel Tarde, Eduard Carpenter, Enrique Ferri, Gabriel Deville, Adolfo Zerboglio, Paul Verlaine, Augusto Bebel, Luis Blanc, Pablo Lafargue, Ada Negri, y el hasta de Karl Marx. Pero dos serán los núcleos temáticos sobre los cuales pondremos la lupa.
I. Lugones: moral y función del Arte.
Existe un hilo conductor entre los artículos “Fundación de una colonia de artístas” (Ejemplar N°1), “La moral del arte” (N°5) y “A 100° de infamia” (N° 7): es la cuestión del Arte y sus mutaciones en el marco del sistema de valores del Occidente de fines del XIX. En Lugones es Arte, con respingada mayúscula. Intuye lo mismo que Nietzsche en Europa: a las puertas del siglo XX algo huele mal, muy mal, en el sistema de valores occidentales, su moral, su ciencia, y también su Arte. Ahora bien, el movimiento cultural-intelectual por el cual Lugones está influenciado es el Modernismo, nucleado, en Latinoamérica, alrededor de Rubén Darío y su fundacional libro de poesías titulado Azul.
Pero lo que nos interesa resaltar aquí es el rarísimo cóctel que resulta de la combinación Modernismo, Positivismo y Prensa Socialista. Todo fundido en los escritos de Lugones. Un fragmento de un artículo publicado en La Vanguardia, en agosto de 1896, condensa el mix: “(…) Yo tengo una idea más alta del Pueblo, y pienso que por lo mismo que no sabe debe enseñársele, y para enseñarle y para aprender a hablar en buena lengua del pueblo y para el pueblo, he permanecido ocho de mis veintidós años en el estudio que ilustra el espíritu, y lo fortifica, para mirar como se merecen y para corregir sin odio, más sin debilidad, a los miopes y a los incapaces, que pretenden hacer armas de su incapacidad y su miopía.” Fricciones de clase. Fricciones morales. ¿Fricciones estéticas? Y cuando el escritor, además, tiene vocación política, milita en el naciente socialismo rioplatense, la tensión entre su preciado Arte y su sujeto político, “el Pueblo”, “los explotados”, es máxima. La dependencia cultural, simbólica y hasta material con respecto al orden que comienza a erigirse y a crecer luego de la caída de Rosas, es determinante para cualquier ademán rebelde, anti-sistema.
Tanto que la crítica naufraga casi en travesura. Algunas más potentes que otras. Pero hemos dicho, travesura que el orden liberal puede tolerar, asimilar, hasta desearlo como descompresor social. Teleológicamente hablando, el sujeto social que se arenga e invoca, que comienza a “asentarse” hacia la década del 30, aún está en formación, en disputa, además de pronto y eficaz proceso de esterilización estatal. En el joven Lugones, moral estética y moral política o social no “confluyen” (no al menos para la pureza de nuestras tablas progresistas-izquierdistas). Desde nuestro prejuicio, combaten entre ellas. Desde aquí es que se juzga “incomprensible” o al menos “sorpresivo” el “viraje” biográfico-político de Lugones. Y con Ingenieros el contraste se intensifica, pues éste último procura ser menos duro con las masas “imbéciles”, acaso magnánimo y más pedagógico; eso sí, hasta su hartazgo y subsiguiente sincericidio en “La paradoja del pan caro (divagación)”, recién en la doceava y última entrega.
De cara al “estado del arte” del actual periodismo argentino, sus formas y usos, la experiencia lugoneana en La Montaña deja en vilo una paradoja: si frente al positivista clima del pensamiento de principios del XX se alza una “prensa artística”, estéticamente vitalizada, descontracturada, original, filosa, ¿por qué hoy frente a un contexto filosófico de creciente fragmentación, debilidad y liquidez, predominan en el periodismo argentino actual la mesura insípida, el tecnicismo académico y los buenos modales gramaticales?
II. “La multa” de Alcobendas
“A. Calzetti 5.00; Un anarchico 1.00; Un socialista 0.50; Un sastre 0.20; Las Mandes 0.10; Uno que desea la revolución 0.20; Un raglia capo 0.10; Vincere o moriré 0.20; Fabron Pallachio 0.05; Un fogoso incendiario 0.15; Un sastre 1.00; Un sastre socialista 0.20; No se entiende 0.50”. Esto se lee en el Nº7 de La Montaña. Se trata de la “lista de suscripción de protesta y solidaridad para cubrir el importe de la multa impuesta a La Montaña”. Pues el intendente de la ciudad de Buenos Aires, el Dr. Francisco Alcobendas, ha secuestrado el segundo número del periódico y estipulado la cárcel para el autor de “Los reptiles burgueses” (José Ingenieros), o bien el pago de 300 pesos. A partir de ese momento, La Montaña pone en marcha una campaña de visibilización, denuncia y resistencia a la disposición municipal; que les ha venido, publicitariamente hablando, como anillo al dedo.
En agosto “la movida” de Alcobendas se cae: “Parece que únicamente se trató de intimidarnos con los cincuenta renglones estúpidos del asesor, la censura previa, el allanamiento de la casa editora, y sobre todo el epíteto de inmorales, cuyo efecto sobre las casas de familia no puede ser más desastroso.” escriben los redactores. Más allá del color de la anécdota y el abono al carácter mítico del periódico, la cuestión de “la multa” permite pensar varias cuestiones. En primer lugar, la ligazón legal y material de todo acto de rebeldía, en este caso periodística, con respecto al orden liberal-burgués. Lo cual ya es un antecedente y a su vez una prefiguración del problema de la libertad de prensa, o libertad de expresión, concepto genéticamente burgués, tan invocado en el presente. He aquí el sentido, irónico, socarrón, burlón, de la “lista de adhesiones” de La Montaña. Así como el problema central de toda prensa que se autoadjudique el título de anti-sistema, anti-capitalista: una contradictoria relación de dependencia respecto al orden que anhela transformar; del cual se desea emancipar, pero a la vez, para poder sobrevivir, le demanda garantías y libertad de acción.
En segundo lugar, la multa nos permite realizar una lectura retrospectiva de la dramática relación entre La Montaña y sus lectores. La multa pone de relieve el simple hecho de no poder juntar 300 pesos. Decíamos que en el artículo “La paradoja del pan caro” Ingenieros pierde la paciencia y rompe definitivamente con las masas, con las cuales, quizá, nunca había tenido relación. “Las bocas, en vez de protestar, murmuran oraciones (…) Las bocas, en vez de protestar, cantan Himnos Nacionales (…) Las bocas, en vez de protestar, aclaman a los polichinelas políticos.”. El divorcio es tan dramático, la decepción tan grande como el matrimonio había sido ilusorio. No importa el esfuerzo que haga La Montaña por tabular los cronogramas y actividades del socialismo local, no importa el fresco y actualizado internacionalismo del cual se jacte, no importa la chapa que le ha dado la persecución sufrida, la patente humillación del gobernador Alcobendas, no importa la precisión quirúrgica con que Ingenieros destripe a los reptiles burgueses, no importan los virtuosos zarpazos leoninos Lugones, pues existe, antes y en el medio, un abismo material-organizativo entre las masas y el programa político que publicitan los dos vanguardistas. Existe también un régimen liberal, decadente pero aún en funcionamiento, dispuesto a activar todos los dispositivos de control social que ha sabido forjar; existe, en fin, una distancia insondable entre la estetizante post-moral nietzscheana de Lugones y la cotidiana urgencia operativa del inmigrante, existe un mundo entre la lejana y fantástica Colonia de Artistas sobre la que escribe Lugones y el puerto de Buenos Aires donde, hacia 1900, desembarcan los cercanos antepasados del peronismo.
4. El periodismo como contienda
Lo cual no significa que La Montaña supone un patético antecedente, un triste desincentivo para las experiencias libertarias, utópicas, maximalistas. Menos para los experimentos periodísticos, que son únicos por contar con el inagotable potencial prefigurativo del lenguaje. No. Todo lo contrario. La Montaña hace obra aquel canto del poeta alemán Hölderlin: “Donde abunda el peligro crece lo que salva”.
Desde La Montaña se profesa un incómodo sermón (que no es el bíblico), y se pronuncia en una ruda lengua. Lugones e Ingenieros ejercitan la dura e inusual tarea de ser críticos y francos con las masas, con el pueblo, actitud político-intelectual pecaminosa para el actual progresismo demagógico y la runfla populista posibilista, ansiosa por ser, adquirir o encarnar una legitimante ontología, precisamente, de lo popular. Un tesoro que muchos anhelan y cuidan, pulen y celan, explotan y monopolizan, a veces, más que el afán transformador, revolucionario, de las reales condiciones de existencia de los pueblos, y mucho más que el aporte al trazado colectivo de nuevos destinos históricos.
Y restaría preguntarnos si para Lugones e Ingenieros hacer praxis la coherencia y la órbita de ese incómodo pathos, es decir la crítica de las masas, también incluiría (no siendo una ruptura o desviación) lidiar con el profundo dilema ético-político, en una encrucijada coyuntural que la historia argentina siempre reitera, de colaborar con un gobierno, en el caso de ellos, el del General Julio Argentino Roca.
En 1898 Lugones conoce personalmente al presidente Roca (sobre quien escribirá un libro, de publicación póstuma en 1938), quien iniciaba su segundo mandato. Lugones se entusiasma con el proyecto de la generación del ochenta, con el que luego colabora desde distintos cargos. Por su parte, José Ingenieros mira con mucha simpatía y hasta inclusive hace sus aportes a los avanzados proyectos de legilación laboral impulsados por Joaquín V. González, también ministro de Interior de Roca.
¿Qué implicaría, llegado este punto, juzgar políticamente a los redactores de La Montaña por acercarse a un gobierno y “abandonar” las trincheras revolucionarias? ¿Y cuáles podrían ser nuestras conclusiones a la hora de pensar la batalla sobre el “rol” de periodismo al observar en Lugones e Ingenieros una “mutación” biográfica que pasa de la “oposición” y la crítica, al “oficialismo” y la función pública?
Desde que toda prensa es irremediablemente política, tanto el imaginario republicano-liberal del periodismo como última trinchera de la libertad y la búsqueda verdad (obturadas siempre de antemano por un gobierno siempre “opresor”), como también su anverso, el grotesco del periodismo “militante”, son espejismos que enfrentados se neutralizan, y oscurecen una realidad concreta que desde el siglo XIX Sarmiento y Alberdi habían puesto en papel: la práctica periodística como una trágica e irresoluble oscilación que a veces decide por momentos de combate y crítica, y otras por momentos de paz y testimonio. En la lucha se imponen o no estilos, ideas, intereses, pero nunca ningún engañoso “rol”, ninguna esencia final, arbitra desde afuera y blandiendo moral suprema, la contienda.