Las reverberancias de una sensibilidad

por Silvia Duschatzky

Nos encontramos allá por el 2001 aunque nos conocíamos de niños. Compartíamos lazos lejanos de parentesco y en ocasiones nos cruzábamos en algún evento familiar. Luego y tal vez por “herencia” coincidimos en la militancia a fines de los 70.

Pasó mucho tiempo desde entonces y por azar ( o más bien por esas proximidades que se buscan sin saberlo) llega a mis manos Pedagogía del aburrido. Cierto ritmo de su escritura, de un discurrir problemático y sensible me sacaba de ese letargo académico que hacía rato me pesaba.

Lo llamé por teléfono y tuvimos un encuentro. A partir de allí se abrió un camino de pensamiento que aún continúa, con muchos compañeros que fueron sus interlocutores y con otros que hoy podrían serlo.

No puedo decir que pensar con Ignacio y Cristina fuera un nicho de rosas. Los problemas que abrían despertaban una inquietud por momentos insoportable. La atmósfera de discusión e interrogación me resultaba de una enorme potencia y al mismo tiempo una sensación de mucho extrañamiento me invadía. Cómo habitar esos climas sin los “reaseguros” de un saber que hoy me suena verborrágico.

Lo que más me sorprendía era que cualquier asunto que se tocara carecía de esa distancia propia de una discursividad ( que me había acompañado en la militancia y posteriormente en la formación académica)  hueca de presencia. Nacho estaba adentro de cada problema y en consecuencia participar de sus invitaciones a pensar implicaba abandonar la abstracción protegida en las disquisiciones crípticas, lejanas y solidificadas de un cierto lenguaje.

En ocasiones nuestras charlas rozaban preocupaciones cotidianas; hijos, pareja y esas cuestiones mundanas que nos toman a los humanos. Curiosamente sus modos de rodear esas “nimiedades” guardaban ese rasgo  de merodeo sutil que se exponía cuando tocaba  asuntos “públicos”. 
  
En distintas circunstancias lo invité a dar unas charlas en Flacso. Recuerdo las sensasiones adversas que producía en el auditorio. No era sencillo escuchar el estallido de las instituciones para quienes concebían la vida amasada en la protección de sus confines. Solía tildarse unos segundos mientras hablaba como si “escuchara” una pregunta que interrumpía el devenir de su pensamiento.

Ignacio era radical en sus planteos, sus hipótesis no nacían de una mente alocada, trasnochada o del esfuerzo brillante de una persona. El leía su tiempo, leía más allá de un acotado realismo, próximo a lo que acontecía pero lejos de una estrecha actualidad. 

La producción de Nacho puede leerse atendiendo a sus afirmaciones  pero lo más sugerente nace de la atención puesta en el funcionamiento de un pensar singular. Qué lo hace decir lo que dice, de qué modo hace hablar a un conjunto de experiencias.

Me sorprendía esa capacidad de acuñar conceptos apoyado en imágenes cotidianas  imposibles de filiar en categorías cientificistas como por ejemplo cuando sostenía la figura del galpón para describir los efectos del declive institucional

El poder de su enunciación está más en la imaginación que despiertan sus apreciaciones que en la verdad de lo que señala.  Nunca me pareció preocupado por ganar discusiones, su inquietud iba por otro lado. Pensar-se en su tiempo, en sus relaciones, en sus afectos. en todo aquello que lo provocaba. 

Ignacio ya no está, tampoco Cristina; sin embargo de algún modo continúo “hablando” con los dos o más bien impregnada por un tono desparramado por ellos.    

Diez años prescindiendo de su compañía. Diez años acompañados por las huellas de su presencia.