La gran ranchada
por Leandro y Andrés
Somos
nosotros (una ciudad)
Somos
una ciudad, dijo el Indio en el recital de Mendoza, está vez trasladada a Entre Ríos. Una ciudad
itinerante, moviente, de campaña (se
desarma y se vuelve a armar), una ciudad de diseño utópico que fue pensada para
que la habiten y la celebren los humanos (cuando no lo son tanto), una ciudad
con una de las tasas de concentración demográfica más elevadas que se puedan
encontrar, una ciudad dentro de otra; Gualeguaychú tiene 90 mil habitantes, la copamos casi el doble de ricoteros. Con
el axioma hospitalario de siempre, nos apretamos pero entramos todos, realmente
se trata de un devenir-ciudad, somos
nosotros. Mas que bienvenidas a las multitudes ricoteras, las ciudades ceden
para ser anexadas al territorio del Rey Patricio.
En estos años de recitales a
escala no-humana (hipódromos, autódromos) es posible imaginarse que una toma
cenital mostraría diferentes formas movientes, como si de las líneas del
desierto de Nazca se tratase.
Están los que llegan en auto, en
combis, a dedo, en micros (las empresas de transporte ya se apiolaron, es más
común ver distintas empresas -Chevallier,
Plusmar- donde antes solo se veía a un precario micro sin nombre). Y si
somos una ciudad, no podemos darnos solo un recital, el del Indio será el
corolario de los cientos o miles que se sucedieron durante toda la jornada: en
la previa que arranca en la madrugada del viernes, en los embriagados micros,
en los campings, en los asados, en las esquinas…Todos cantan y bailan, tan solo
–pero tan igualmente necesaria- es la excusa del recital en el hipódromo. Esta
fiesta, esta magnitud es nuestra, pero sin los pocos y mágicos cuerpos que la
siguen convocando esporádicamente desde
arriba es probable que no la podamos continuar… (Queda como siempre hecha
la promesa).
Como anunciaran las pantallas al
otro día, todo se vivió en paz. Quizás el aprendizaje de que no hay que pudrir
la fiesta cuando no hay motivos (antagonismos nítidos y potentes), quizás el
mandato del trauma –revestido con culpa, vivido de diferente forma de acuerdo
al corte generacional- de que “si hay violencia no hay más Indio” (cuando cada
vez parece más certero que el divorcio de los redondos tiene otras motivaciones
más oscuras e intimas). Como sea, una fiesta vivida bajo el principio de la
tranquilidad y eso también es certeza, ¿Cómo se explica sino la presencia de
1000 policías –“camuflados” en el paisaje-
para controlar 180 mil personas? La hipótesis de conflicto con los
ricoteros es parte del pasado. Pero como hemos dicho en otro momento, estas
fiestas se viven con alegría y simpatía mutua, pero sin perder la violencia
jamás. O eso queremos creer, la otra hipótesis sería pensar que nos
desactivaron cualquier posibilidad de violencia colectiva (o más bien, que si
se suceden violencias futuras, ya no tendrán a estos espacios roqueros como
epicentro).
Entre
Ríos (el puente, el campo y la misa)
Estamos en una ciudad, o más bien
en una provincia, neurálgica de la década ganada, si a movilizaciones y
conflictos nos referimos. Pensemos en el conflicto de las papeleras (que
comenzó a poner en la escena mediática y política a los vecinos movilizados –e indignados-y que se volvieron a enojar el
sábado cuando el Indio no quiso hacerse eco de sus reclamos), el conflicto del
campo, cortes de ruta y multitudinarias movilizaciones que incubaron a Alfredo de Angeli y que también
mostraron la lealtad K del gobernador actual, Sergio Urribarri que ya en carrera pensando en las presidenciales
del 2015, nos eligió como plataforma de lanzamiento, diciéndose “ricotero”.
Casi como si se hubiera arrojado en modo mosh
desde el escenario hacia la marea humana…Después de todo, si llega a ganar le
podemos exigir un Ministerio de Turismo, ¿o no? (La luna todavía está un poco
lejos).
La
soja y la ricota (algo más que puta guita).
Gualeguaychú es la ciudad de los
carnavales. Pero parece que este año no hubo tantos asistentes, ¿la economía
ricotera podía equilibrar la balanza de pagos comercial? Si de turismo y
economía doméstica se trata, el saldo fue positivo. Se calcula que casi 100
millones de pesos “dejamos” en la ciudad: ocupación hotelera al cien por
ciento, casas de familia, campings, departamentos. Nos saturaron con miles de
puestos que ofrecían birra, ferné, vino, choripan, empanadas, etc. (por
supuesto, muchos de estos puestos son de vendedores de otros puntos del país.
Muchos del conurbano). Todos te vendían
todo lo que podían, no era raro ver locales cotidianamente usados para vender
otros productos o servicios (Ferreterías, casas de electricidad, lavaderos) que
vendían sándwich de milanesa, ferné, pizzas…Todas las familias puestas a
trabajar, las unidades productivas domésticas funcionando al palo en obscena
desnudez. Y por supuesto, saben que los ricoteros ponemos en práctica una renuncia activa al ajuste; precio
cuidado las pelotas, hay guita y se quema acá, en la fiesta y la joda,
aceptación realista de la inflación –como la violencia o el smog- como
condición para vivir en la ciudad.
Es probable que la rentabilidad ricotera
(en términos de mucha guita en poco tiempo) haya sellado la alianza contingente
entre los intereses económicos de las localidades y ciudades sojeras que nos
albergaron en estos años y nuestra necesidad de fiesta. Fuimos a Tandil y
dejamos más guita que durante semana santa, lo mismo en Junín o en Mendoza.
Muchos pueblos del interior han podido derramar hacia sus capas más
empobrecidas, pero emprendedoras (y no solo los grandes empresarios) la
ganancia y prosperidad de muchos negros
del conurbano con guita caliente en los bolsillos. Pero que nos acepten
(incluso a regañadientes, con la sonrisa fingida del comerciante) no significa
que los miedos sociales a la invasión se hayan desactivado: en Mendoza como en
Entre Ríos hubo temor a la mugrienta, desenfrenada (por los niveles de escabio
y drogas) festiva, presencia de barbaros en el espacio público (muchos de ellos
del lejano conurbano, o de pueblos y barrios pobres de sus mismas ciudades…Los
mismos que, cotidianamente “escondidos” –por las fronteras sensibles, por los
estigmas y los odios, por el racismo- aprovechan nuestra llegada para salir a
jugar…quedando habilitados para habitar su ciudad como si fuera de ellos).
Durante esta última década hemos
movido una masa increíble de dinero, reactivamos economías regionales o
domésticas, ayudamos a ganarse el mango a quiénes viven aquí de los restos de
las ganancias sojeras…Pero hay una certeza compartida, sin guita estaríamos igual, sin dinero entraríamos al recital,
tendríamos nuestra fiesta con los mismos insumos de siempre.
La
indiada.
Esto es obra del Indio y gracia de
Patricio Rey, y perdón por la blasfemia señor Francisco. Lo que vivimos acá, la
previa, el viaje delirante, los miles de recitales, el acontecimiento es muy
actual, muy presente. No hay lugar para la nostalgia, acá hay mucha vida, hay
citas entre diferentes generaciones, diferentes clases y regiones (¿Cuándo nos
podemos encontrar con un vago de Salta, Córdoba o Entre Ríos? Federalismo de abajo, popular, la patria de la vagancia).
Durante estos años el público ricotero
ha crecido no solo horizontalmente (los que se contagian de la movida y quieren
vivirla, los turistas-ricoteros, los consumidores de experiencias-mercancías)
también la cosa se derramo verticalmente, mucha herencia: padres con hijos,
pibes con tíos o hermanos mayores…Es probable que las diferencias
generacionales se trasluzcan igual, sobre todo en la manera en que se agarra el
ferné y la Coca ;
los mayores de 30 los sujetan como hablándole a la inflación, “a mí no me lo quitas eh”, “la concha de tu madre manaos”. “¿Sabés
lo que costo acostumbrase a este combo? Para los más wachines es algo natural;
ven a las cocas desfilar y las piensan gratuitas…
El
legado.
Una vez más como tantas otras,
llega el final y las sensaciones son ambiguas. Hay resto anímico para rato
(todavía suenan Todo un palo y Ya nadie va a escuchar tu remera), pero
hay preguntas que inquietan y, cuando no, traen angustia o melancolía. Años de
educación sensible roquera sobre nuestros cuerpos muestran que movidas como
estas son nuestras fugas de la cotidianidad, pero también lo más intenso que
vivimos en nuestro paso por el mundo. Esto no es joda: acá somos más nosotros
que nunca. Acá siempre apostamos mucho más de lo que nos pudimos llevar a
nuestra cotidianidad, quedamos endeudados entonces.
Estas zonas temporalmente autónomas nos marcaron y también fueron y son
–en los últimos diluvios restantes- muestreos de la década, de su superficie y
también de sus clandestinidades y agujeros, de lo subterráneo: hay dinero que
circula, hay consumo, hay movilización y cierto sentido común crítico, hay
mística, hay puesta en escena de lo ganado por los pibes (estabilidades
laborales y afectivas, lindos autitos), pero también está el desborde anímico y
social, convocatoria al acto de la memoria esquinera y roquera, lugares de
libre circulación para los atrevidos y barderos…(a pocas cuadras de donde fue
el recital está la cárcel de Gualeguaychú, en un recital de La Renga en el Corsódromo, del
penal colgaba una bandera…¿este es también el último lugar que queda para los
rochos y marginales, para los damnificados, para los sonados y fundidos, para
los resentidos…?).
Siempre vuelven las preguntas ¿Qué
hacer con lo que nos llevamos del recital?, ¿Cómo lo componemos –previa
perversión- con nuestra vida cotidiana?, ¿Cuánto pudimos y podemos traducir de
lo que pasa aquí? Siempre que estamos acá nos asaltan las inquietudes sobre la
potencia de nuestros cuerpos cuando están juntos, siempre nos contamos una
historia común que ya es memoria y legado; creamos un materialismo roquero.
¿Será posible usarlo más en nuestra vida cotidiana, precisamente para romper
con ella?
Los que seguimos creyendo (la
creencia siempre es producto del aprisionamiento de las condiciones vitales,
decía Federico) que acá pasan más cosas que un simple recital, seguimos
convencidos de que de acá van a salir otros cuerpos y preguntas movilizantes
para nuestras vidas futuras, acá –y quizás esto es solo un ensayo de
anticipación- está circulando por la superficie otra sensibilidad social,
distinta a la oficial que regula nuestras vidas.
En lo inmediato y hablando de vueltos sin
pagar, este es el año de Cromañon, el año en que se cumple una década del
acontecimiento que marcó muchas de las vidas de nuestra generación y que se
llevó a varios para el barrio de los acostados. Siempre que nos convocamos
aparece de forma elíptica, aún no lo pudimos nombrar de frente, aún no nos
hicimos cargo de lo que les debemos, quizás en mucho más de lo que pensamos,
quizás ahí descansa el origen de nuestros temores y nuestras comodidades. Como
diría el indio, No nos olvidemos de
nosotros mismos, recordémonos.