La disponibilidad de lo inédito: entrevista a Silva Rivera Cusicanqui
por Claudia
Arteaga & Gerardo Muñoz,
(New York, 2014)
Realizamos
esta entrevista a Silvia Rivera Cusicanqui el 20 de Marzo de 2014, exactamente
hace un mes, en el Centro Rey Juan Carlos de la New York University,
donde Silvia Rivera ocupa este semestre la cátedra Andrés Bello de Global
Profesor. Esperamos a Silvia unos minutos hasta que llegó a su oficina con su
usual sombrero y rostro sonriente. Rápidamente le explicamos nuestro interés en
ciertos temas relacionados con el nuevo conflicto social en América Latina, la
crítica de lo decolonial, y las nuevas formas para pensar el fin de la
hegemonía en Bolivia y a nivel planetario. La conversación que sigue es prueba
de la fluidez de este intercambio y de la infinita lucidez y generosidad de
Silvia. Al sentarnos en su oficina, Silvia comenzó a tejer con su material
bioreciclable (hilos de bolsas plásticas). Lo que sigue es la transcripción de
nuestra conversación.
P:
Justamente queríamos comenzar a hablar de los 90s, García Linera, Evo, pero
primero ir al pasado y ver tu punto de vista sobre los 70, del katarismo como
esa posibilidad que comenzó abrazando al indianismo como una cierta opción
étnica, y que tuvo un auge y que luego se disolvió, ¿no es cierto?
Silvia Rivera: Bueno, en los 70s
nadie apoyaba al katarismo, el katarismo era en realidad una voz solitaria, y
los que nos atrevíamos a meternos con el katarismo éramos tildados de racistas
por la izquierda. La izquierda nos decía racista y traidores, a los que nos
habíamos atrevido a apoyar las luchas clandestinas de los aymaras. Luego se
vino la Asamblea
Popular en 1971 y a los aymaras no les dejaron entrar porque
los consideraron oficialistas pro Torres, que era un general pero que le picó
también cierta cuestión antiimperialista y que llevó a cabo varios proyectos de
nacionalización. Fue muy complejo el panorama, y ahí la izquierda partió agua
con mucha gente, y yo me fui al campo. Me aburrí de esa alianza obrera-campesina,
cuando nadie sabía ni el idioma de los indios. Entonces yo me puse a aprender
quechua, después aymara, y ahí me di cuenta que la izquierda estaba en la
estratósfera. Ya en la clandestinidad, en el Perú cuando estudiaba la maestría
en el 76 con mis dos hijos en condiciones muy difíciles, ya que estuve en la
cárcel, comencé a ver las cosas con claridad. Allí descubrí toda la sociología
sobre el mundo andino que fue importantísima: el trabajo de Flores Galindo,
Rodrigo Montoya, los trabajos de la etnohistoria. Entonces yo escribí un
trabajo comparativo sobre el Perú y Bolivia, donde yo decía que en el Perú
estos estudios eran más avanzados que en Bolivia, pero menos conectados con los
movimientos sociales. En cambio, en Bolivia se hacía menos pero eso que se hacía
salía al tiro y era un insumo que apropiaba inmediatamente la gente. Mi libro Oprimidos yo lo he visto pirateado y
leído en el campo, de adentro, por los mismos campesinos...
P:
¿Entonces el katarismo tuvo una conexión estrecha con el campesinado?
El katarismo era un mundo
campesino y a la vez indígena - eso yo he analizado con mucho detalle en mi
libro Oprimidos pero no vencidos -
que buscaba retomar una conciencia étnica por los campesinos dominados por el
Estado, y hacerle grietas a la dominación, un poco en el sentido en que John
Holloway habla de las grietas. Le
hicieron grietas al pacto militar-campesino, y al final lo derrumbaron, y en 78
ya era otra la configuración. Pero todavía en aquella época la izquierda
despreciaba a los aymaras, pero ya no por racismo, sino por miedo a la potencia
de su autonomía. Un izquierdista que ahora ya ha muerto me dijo una vez algo
muy revelador: la gran potencia de los
kataristas es su autonomía, pero su gran peligro es también su autonomía.
Son peligrosos pero además promisorios. Ese era el mensaje. ¿Cuándo es que la
izquierda comenzó a darse cuenta que el problema indígena era central? Bueno,
con la caída del Muro de Berlín...o sea en el 89 cuando ya llevábamos dos
décadas con los movimientos indígenas campesinos, entonces ahí sí viene la
izquierda a formular un programa y un nuevo discurso, que luego se volvió
neo-liberal y que luego pacta con González Sánchez de Losada. Ellos comenzaron
a usar mi libro para su escuela de cuadros y dotarse de un nuevo sentido en
vísperas del fracaso del comunismo clásico.
Ahí te das cuenta de la forma
instrumental de como el indio entra en el horizonte de la izquierda, y eso
incluye a Álvaro García Linera: hay que instrumentalizar y controlar a éstos de
otra forma se nos van de las manos. Y ese ir de las manos para mi tiene dos
variantes: podría darse una suerte de nacionalismo étnico, que para mí es la
variable menos posible, o podría darse una alternativa autonomista de base, de
control de comunidades autónomas y autogestionadas, y ese es el mayor temor.
Porque si fuera meramente un nacionalismo se le combate muy fácilmente desde el
Estado, como las 36 naciones que defiende el Álvaro y todo lo que se nos impuso
como naciones. Lo que está ocurriendo ahora en Bolivia es eso; esto es, un
reconocimiento de la nación desde un discurso logocéntrico, patriarcal,
masculino, territorializado, en una nueva "champa-guerra" de indios
(que sería algo así como la guerra de los matorrales).
P: ¿Se
pudiera decir que Rene Zavaleta en los 70s tampoco pudo ver el problema del
indio, ya que incluso para él, la noción de "abigarramiento" fue un
impedimento, no?
Fuimos muy amigos con Zavaleta, y
creo haber influido en algo en su tránsito hacia el reconocimiento de lo indio,
ya que en Lo nacional-popular estaba
empezando a entender el problema del indio, pero se quedó a medio camino, en el
"vanguardismo obrero". Comenzaba a cuestionarse la centralidad de lo
indio. Pero es que hemos discutido con Zavaleta muchísimo. Yo siempre le
cuestionaba la tontería de meterse en el Partido Comunista, cosa que nunca le
perdoné. Además, hoy se han apropiado de su memoria sin haberlo entendido ni
leído, es una especie de significante vacío flotante. Yo estoy justamente
intentando rescatar su memoria de la manipulación estatal contemporánea.
P:
Claro, justamente una compañera de Columbia University, Anne Freeland, quien
traduce al inglés Lo Nacional-Popular,
estudia también las formas de reapropiación de las categorías de Zavaleta por
García Linera, tales como el Estado Aparente o lo abigarrado instrumentalizadas
hoy para dar cierto legitimidad al Estado Boliviano. Lo cierto es que para Zavaleta no hay una
antinomia historicista entre "estado aparente" frente a "estado
hegemónico".
Lógico, se está distorsionando el
legado de Zavaleta y yo lo estoy planteando en un artículo reciente. O sea el
nacionalismo es la camisa de fuerza más tenaz y peligrosa más dura de romper
que enfrenta el movimiento indio hoy. Es el mismo nacionalismo del MNR, con la
única diferencia que el MNR desconocía la noción de indio y lo campesino. Ya no
hay más indios, ahora hay campesinos: es la típica lectura de clase. Pero el
nacionalismo entendido como territorialidad circunscrita es el nuevo modo de
neutralizar la energía de los nuevos movimientos indígenas; la energía que
puede tomar dos matices - la nacionalista o autonomista - que pueden ser muy subversivas
ante el control estatal.
P: ¿El
nacionalismo étnico era lo que proponía Felipe Quispe?
Quispe es muy confuso en ese
terreno. No ha desarrollado un modelo claro al respecto. El habla de una nación
aymara que históricamente tiene que expulsar a los q’aras, pero ni la nación
aymara ni la expulsión son horizontes viables. Se reproduce, entonces, el mismo
autoritarismo pero con poncho, cosa que no es deseable. Es una lectura muy
patriarcal. En cambio, la etnicidad que plantean las mujeres es una etnicidad
intercultural, de tejido de domesticación de las diferencias, de diálogo con el
otro a través de mecanismos de humanidad compartida, de articular diferencias
por la vía de un reconocimiento del cuerpo, entre madres por ejemplo. Hay toda
una lectura de lo que implica el "cuidado" que puede llegar a tener
un potencial muy rico intercultural, pero eso no se explora. El discurso mestizo,
en cambio, es un discurso paternal, de la falta del padre, puesto que sustituye
al padre por el Estado. Hay un nexo entre esa forma paternalista trunca y las
ansias por construir centralidad estatal, y el enorme temor a la
descentralización estatal. Esto fue lo último que explotó en los 90s en las
guerras del gas y del agua, una multitud que llenaban las calles y que
sobrepasan los líderes. Ahí estaban las mujeres, los jóvenes, o sea los
marginales. Los que hemos hecho esa revolución son quienes no hemos aspirado al
poder.
P:
Hemos mencionado a García Linera como parte de la crítica al gobierno actual,
¿pero dónde queda Evo Morales?
Bueno, lo que ocurre es que él
emblematiza la táctica mestiza de montarse encima de los movimientos sociales y
de subordinarlos por la vía de una nueva división del trabajo, desconociendo la
potencia indígena, teórica y epistemológicamente, e instrumentalizando lo indio
como mero ornamento. ¿Y qué pasó, entonces? Se empieza a acomplejar al indio,
en el sentido de que les hacen creer que ellos no saben de los asuntos de
Estado, y que hay otros que sí "saben" (el economista). Estos son los
think-tanks. Evo es el acomplejado que entrega su condición decisoria a
otros. Pero hay más: el mestizo es un ser ambivalente, entonces tiene el acto de
la bravuconada y de la "digna-rabia", pero por otro lado tiene el
acto de agacharse y ser sumiso frente al que piensa o el que sabe más que él.
La habilidad del mestizaje cochabambino ha sido el espacio de un mestizaje
negador, pero a la vez con una habilidad para hacerse con una retórica de la
pluriculturalidad. Un ethos muy apegado a la ética mercantil. Una
pluriculturalidad que al fin y al cabo no se vive. A lo más que puede llegar a
hacer García Linera es a comer ají de fideos. García Linera trabaja muy bien
con esos elementos simbólicos: en realidad, ¡él es el "Estado
Aparente"! Es la apariencia de pluriculturalidad, es la apariencia de
indianismo. Y el núcleo duro son las fuerzas armadas, que suplen la ausencia
del padre.
Q: Ayer
justamente hablábamos del valor de la palabra como algo que se dice sin miedo,
y entonces nos preguntábamos por el lugar de la palabra en el interior de una
lucha múltiple atravesada por la intraducibilidad del nuevo conflicto social y
sin interés de poder-de-Estado en toda hegemonía. ¿Cómo pudiéramos pensar ese
núcleo de tensión?
Lo idea, digamos, es que todos
podamos hablar aymara o seamos trilingües en el contexto quechua. El tema de la
dignidad, por ejemplo, es tan central para la opresión andina, ya que con una
sola palabra se evoca oprimido u opresión y explotar, que en aymara es una sola
palabra: "empequeñecer". Y
ese es el tema de la dignidad humana, es decir, todo aquello que te rebaja la
dignidad humana (sea un mal salario o un mal trato) te empequeñece como
persona. Es un concepto poderosísimo, y
disminuye tu potencial como ser humano. Es por esto que la gente se levanta. La
gente no se levanta a causa de las fuerzas productivas, se levantan porque les
pisaron el poncho o les escupieron al recibir la limosna. Igual en quechua
tiene que ver con la palabra "pisotear" en relación con el que te
oprime. Hay que poner el cuerpo, no hay otra.
P:
¿Cuáles serían, entonces, las diferencias entre las luchas de los 90s y las que
se dan hoy en este nuevo conflicto social en el interior de la reconstitución
de una nueva hegemonía en nombre de una "identidad indígena"?
Yo creo que hoy se ha retrocedido.
De la manera en que lo indígena estaba planteando un nuevo horizonte para la
política, algo inédito, ahora es más de lo mismo. Lo que ocurre hoy es de un
cinismo abierto: compran a todos con plata proveniente de la destrucción de la Amazonía , en la peor
forma del extractivismo. Y todo esto es un retroceso, porque la gente aun así
piensa que está mejor que antes. Toda la subversión que encarnó el indianismo
antes ha sido convertida en discurso neutralizador del poder. Es trágico lo que
ha pasado con el despilfarro de la energía, antes había una disponibilidad para
lo inédito que ya no hay ahora. Entonces, hay un retroceso.
P:
Queríamos preguntarle por su distancia con lo que desde acá (en la academia
norteamericana) se conoce como la "escuela decolonial" - impulsada
por Walter Mignolo, pero donde también se asocian estudiosos como Aníbal
Quijano o el pensador Enrique Dussel - y su propuesta de descolonización. Se lo
comento porque desde este pensamiento se tiende cada vez más hacia la hegemonía.
Pensamos en particular en la defensa de Mignolo del bloque del BRICS como
instancia decolonial planetaria, pero que en última instancia no es más que una
defensa hegemónica-imperial.
Lo que está defendiendo no es más
que el capitalismo de tercera generación. Es el mismo capitalismo de Evo, un
capitalismo expropiador de los transgénicos y los biocombustibles. Además del
industrialismo de los nuevos consumismos, para eso fue que se hizo la carretera
del Tipnis. Mignolo ha sido un alimento muy importante de personas como García
Linera, y va a Bolivia porque saben que pueden sacar algo de allí...
P:
Hasta cierto punto Enrique Dussel también...
Una figura patriarcal, un cura
absoluto, puesto que para él, ¡el trabajo es castigo! ¡Hay que hacer la
revolución para tener más ocio!, dice. Al contrario, hay que hacer la
revolución bailando, hacer del trabajo un goce, un trabajo creativo de
construcción y conocimiento colectivo. Yo prefiero bailar en el interior del
gran poder. En lugar de negar Occidente y su pensamiento (de la
"libertad" por ejemplo, concepto que no está en el mundo indígena),
yo hablaría de un "choque", más de un encuentro, de mundos en
contradicción y así ser creativo. Esa mi noción de lo ch'ixi.
P: En
buena medida la decoloniedad tiende a una fetichización de la comunidad como
lugar de lo propio y lo identitario algo que nosotros buscamos descolocar a partir
de la infrapolítica o desde una noción de comunidad espectral, siempre impropia
ante sí misma...
Esa noción de comunidad es una
versión esencialista de la comunidad, desde luego. Lo que buscan estos
académicos es agarrar solidaridad con esos actores, y lo cierto es que los
actores están hartos de la forma de la solidaridad. Y no es así. Somos un
devenir, un proceso que se renueva siempre. Es el camino (que es el camino
espiritual de la división del espacio de la territorialidad indígena)
permanentemente en contacto con todo movimiento. En este sentido estoy muy de
acuerdo con Gayatri Spivak en el sentido del "double-bind" planetario
del cual habla.
P: Por
un último está la pregunta en torno al trabajo en colectivo (ya hemos hablado
de ello antes). Para nosotros esta pregunta atiende a dos formas derivativas:
por una parte como generar saberes de una situación particular, pensando en una
pedagogía domótica de transmisión de saber sin jerarquías. Eso por una parte.
Por otro lado, estaría entonces la forma misma del colectivo como algo que
supera a la noción del sujeto.
Lo que se juega ahí es una autopoiesis
en continuo devenir, que no es una cosa terminada jamás, y que tiene algo que
ver con la afinidad sin territorio o identidad, siempre autoconvocadas. Lo que
hacemos como colectivo se transforma en voluntad de "hacer". En lugar
de hacer cosas ch'ixi en tu casa y luego la vida normal pública, nos
proyectamos siempre hacia un afuera como voluntades colectivas que rompen la
barrera entre lo manual y lo intelectual. Así, ya no estamos más solos, nos
acompañan también un montón de bichos y la tierra.