El pensamiento de Ignacio Lewkowicz
por Pancho Ferrara
A diez años de su muerte el pensamiento de Ignacio late con una vitalidad
sorprendente.
Con frecuencia recorro sus libros (lamentablemente pocos) sus artículos, la
desgrabación de sus clases, a veces en la búsqueda de algún pensamiento necesario
a la hora de abordar cuestiones de la subjetividad, de la fluidez, otras simplemente
por el placer de recorrer su pensamiento.
Y siempre se reitera la admiración por la apertura, la invención, la emergencia
de la novedad en esos textos.
Como ocurre, por ejemplo, en Sucesos
Argentinos, ese inolvidable fresco de los acontecimientos vividos en
2001-2002 y aun no suficientemente abordados. O con sus reflexiones acerca del
desfondamiento de las instituciones estatales en Pensar sin estado. O en los trabajos sobre las adicciones, el estatuto
de la niñez o sus notas sobre la subjetividad contemporánea.
En un libro que escribí en 2003[1]
Ignacio compuso una postdata que reflexionaba sobre algunas de las ideas allí expuestas.
Planteaba que, si existe una postdata, es que el texto no termina en su punto
final, que, por el contrario, propone una continuidad necesaria a partir de lo
que “hace hacer”, ya se trate de pensamiento o acción. Y arroja su desafío: “un
texto, un gesto o un acto no valen sólo por lo que hacen sino por lo que hacen
hacer, no valen sólo por lo que piensan sino por lo que hacen pensar”. Más aun,
provocativamente afirma: “un texto solo piensa si hace pensar”.
Esto nos conmina a replantearnos una
serie de cuestiones convertidas en viejos vicios intelectuales. Primero, que no
habrá lectura cómoda, porque si ésta debe “hacernos pensar”, entonces cuestiona
cualquier pensamiento previo, urge la reubicación de las bibliotecas, apura el
desmonte de edificios conceptuales trabajosamente levantados, intima a lanzarse
a la aventura de pensar. Segundo, declara la inevitable provisoriedad de cualquier
idea, por costoso que haya sido su hallazgo, porque cada nueva lectura estará
allí incomodando, replanteando, susurrando tal vez herejías. Tercero, no
seremos nunca los dueños de los pensamientos sino que ellos nos poseerán, nos
llevarán por sendas tortuosas o luminosas, en viajes que permanentemente nos
ofrecerán un boleto y estará en nosotros subirnos o no para continuar el viaje.
“La subjetivación –afirma Ignacio- es ese movimiento de continuación del pensamiento”.
En Sucesos[2]
avanza sobre esa idea considerando que el pensar la coyuntura requiere
redefinir esquemas muy básicos, y remata: “Bajo el peso de la inmanencia de la
situación no hay nada que quede a salvo.”
Que nada quede a salvo, claro está, sonaba en sintonía con los aires del levantamiento
plebeyo que proclamaba “¡Que se vayan todos!”.
Si algo de esto se pudiera expresar
en esta actualidad nuestra tan reñida, seguramente nos estaría empujando al
desafío de pensar en situación, a la continuación del pensamiento alborotador y
a la revisión minuciosa de tantas ideas resecas.
Si Spinoza afirmaba que nadie sabe de qué es capaz un cuerpo y
Lewkowicz requería que un texto “haga
pensar”, podríamos intentar una suerte de mixtura proponiendo que, definitivamente,
nadie sabe de qué es capaz un texto. Y esto, se me ocurre, estaría en línea con
lo que dejó de plantearnos Ignacio hace diez años.