Con la tapa de los diarios
Por Esteban
Rodríguez Alzueta
Una imagen repetida en las presentaciones públicas de
la Presidenta Cristina Fernández consiste en mostrar una tapa del diario para
señalar una contradicción o probar la vocación sistemática para desinformar que
tienen determinados medios o los periodistas que trabajan en esos medios. Ayer
le tocó otra vez al Diario Clarín. Con la tapa del 9 de marzo de 1993 en mano,
la Presidenta mostró cómo tituló ese medio el inminente cierre de ramales
ferroviarios decidida por el Carlos S. Menem. Expuso, primero, una nota del
cuerpo interior que citaba a Cavallo diciendo… “desde mañana trece provincias
se quedarán sin trenes”, y luego pasó a la tapa donde se leía: “La gente quiere
los trenes”. Pero enseguida reparó en el título que figuraba abajo que
informaba sobre el asesinato a un mafioso que había matado antes a un guardia
cárcel; y también el recuadro de la derecha: “Yo te amo, yo te mato”. Y
concluyó: “Como verán, los hechos delictivos no empezaron hace dos años,
estaban en el ‘93. Parece que ahora los han descubierto, pero no hay nada nuevo
bajo el sol, señores, lo único nuevo que tenemos hoy son estos ferrocarriles,
que los hemos comprado y los hemos puesto nosotros".
No me interesa pensar ahora si este tipo de
intervenciones fortalece o debilita a la Presidenta, si conviene o no ponerse a
responder a los diarios asumiendo los costos que eso implica (la réplica
descalificatoria y en cadena del día siguiente), si conviene exponerse en estos
momentos cuando el jefe de gabinete asume ese papel. Quiero detenerme en esa
tapa señalada por la Presidenta para señalar dos cosas.
Primero porque efectivamente CFK tiene razón cuando
dice que el delito no es un tema
nuevo en la prensa nacional. Pero lo que sí es nuevo es la inseguridad, es decir, el miedo
al delito y el tratamiento que se hace sobre ese miedo, la relación
mecánica que se postula entre el delito y el medio al delito y su
espectacularización en clave de “pánico moral”. La tapa de Clarín no estaba
para contar la inseguridad sino el crimen, por eso, como otros diarios en aquel
momento, cargaban las tintas sobre el victimario, el que casi siempre era
presentado como un monstruo y de manera grotesca. Eso sí, de a poco, como
señaló la investigadora Shila Vilker en el libro “Truculencia”, en esos años
empieza a producirse una serie de cambios en la prensa Argentina. A medida que
la inseguridad se transforma en un problema de agenda y es referenciado como un
ítem central –y esto por muy distintas razones que no vienen a cuento ahora-,
la noticia deja de apuntar al victimario para concentrarse en la víctima. El
pasaje del delito al miedo al delito es el pasaje del caso a la serie (“las olas”). Los periodistas no están para contar un hecho extraordinario (y por tanto monstruoso)
sino un evento ordinario, presentado
como regular, cada vez más cotidiano. Si la noticia es la inseguridad, si el
problema no es el delito sino “otro delito”, entonces, la noticia somos todos. Puesto que todos somos potenciales víctimas del delito,
todos tememos ser la próxima víctima.
En eso consiste la sensación de
inseguridad: sentir que el delito aguarda a la vuelta de la esquina.
(Aclaro entre paréntesis: no estoy diciendo que el miedo al delito no sea un problema. Al contrario, digo que constituye
un problema separado y separable del delito
y que, por tanto, se duplicaron los problemas para cualquier gobierno, toda vez
que de ahora en más tendrá que dar una respuesta frente al delito, pero también frente al miedo
al delito)
En segundo lugar, el comentario de la Presidenta revela
las prácticas políticas que organizan actualmente las tareas en el Ministerio
de Seguridad. En efecto, con la llegada de Sergio Berni a la Secretaría de
Seguridad, tiende a pensarse la seguridad con la tapa de los diarios. “Dime
cuál es el titular de hoy, y te diré qué anunciará Berni”. Tengo muchos
ejemplos, pero me basta con uno: después de una secuencia de robos en edificios
de Barrio Norte en el 2012, Berni anunció la instalación del “botón
antipánico”. No quiero decir que el Ministerio vaya detrás de las
conflictividades sociales. Se posa encima de la tapa y barrena “las olas”.
Tiene una perspectiva coyunturalista,
cortoplacista, de la seguridad, es decir, piensa a la seguridad desde la
superficie de las cosas, con la noticia del día. Para Berni, las
conflictividades no son complejas sino transparentes. El anti-intelectualismo
que profesa lo lleva a repetir: “mejor que pensar es hacer, y mejor que hacer
operar y representar un show”. Por eso desarmó los equipos que en su momento
armó Nilda Garré. Las cosas son sencillas y tienen que serlo porque la única
herramienta que tiene en su cajón es el martillo. Para Berni todos los
problemas se parecen a un clavo. La policía es la respuesta a todas las
preguntas. No tiene intenciones de calar hondo con reformas estructurales,
ensayando respuestas multiagenciales para problemas multicausales. El ocasionalismo que impera en la cartera
de seguridad pone en evidencia que Berni habla para la hinchada, está más
interesado –lo que no es poca cosa, hay que reconocer- en las próximas
elecciones que en resolver la conflictividad. Eso se llama acá y en los Estados
Unidos, en París o la provincia de Buenos Aires, demagogia punitiva.