Facebook o la imposibilidad de la amistad
Al dedicar a Zuckerberg su famosa portada, Time[1]captó el núcleo profundo de la condición juvenil contemporánea, en la que solo un improbable éxito financiero puede ofrecer una salida al sufrimiento psíquico y material.
Capitalismo financiero y trabajo precario, soledad y sufrimiento,
atrofia de la empatía y de la sensibilidad, imposibilidad de la amistad y la
solidaridad, tales son los temas que emergen en la película de David Fincher, La red social. La película cuenta la
historia de la creación y primera fase del lanzamiento de Facebook: una odisea
en la época del semiocapitalismo financiero y, al mismo tiempo, una evolución
decisiva para Internet. Pero en la película la atención también se centra en
las implicaciones psíquicas, a causa de la aceleración e intensificación
derivadas del auge de la banda ancha.
Amor, amistad, afecto; toda la esfera de las emociones se enfrenta a los
cambios de ritmo de la infoesfera que rodea a la primera generación que
aprendió más palabras de una máquina que de su madre.
Aunque algunos detalles biográficos (como el final de una historia de
amor narrada en la primera escena de la película) no sean necesariamente
verdaderos a diferencia de la narración de los primeros pasos de Facebook y los
sucesivos conflictos legales, la ficción narrativa es útil para una plena
comprensión de la mutación psíquica y relacional que conlleva la vida social de
la fuerza de trabajo cognitiva. El personaje principal de la historia, Mark
Zuckerberg, el joven que ha lanzado al mercado virtual la red social, podría
obviamente ser descrito como un ganador: es el millonario más joven del mundo,
propietario de una compañía que en pocos años se convirtió en la web más
importante del mundo y tiene quinientos millones de usuarios. Y aún así es
difícil ver en él a una persona feliz, y la película lo describe como un
perdedor en el plano psíquico y humano. La amistad parece algo imposible para
él, hasta el punto en que se puede suponer que el éxito de su web se debe a la
sustitución artificial de la amistad y del amor por protocolos estandarizados.
Quizás justo porque su experiencia existencial lo ha convertido en un
experto en el sufrimiento, la alienación contemporánea se manifiesta
perfectamente en la creación de Zuckerberg: Facebook.
El deseo se desplaza desde el contacto físico hasta el territorio
abstracto de la seducción simulada en el espacio infinito de la imagen. La extensión
ilimitada de la imaginación (descarnada) lleva la experiencia erótica hacia lo
virtual, a la huida infinita de un objeto a otro. Valor, dinero, excitación
financiera, son la formas perfectas del deseo transformado en virtual. La
movilización permanente de las energías psíquicas en la esfera económica es
causa y efecto de la “virtualización” del contacto. La palabra misma “contacto”
significa exactamente lo contrario de lo que significa: no ya percepción
epidérmica de la presencia sensual del otro, sino intencionalidad puramente
intelectual. La virtualización del deseo provoca un efecto patógeno de
debilitamiento de la solidaridad social y del sentimiento de empatía.
Infelicidad existencial y éxito comercial son las dos caras del mismo
fenómeno. Zuckerberg parece tan hábil en la interpretación de las insatisfechas
necesidades psíquicas de su generación porque la soledad y la frustración
afectiva son una característica inherente al proceso mismo de creación de la
empresa. El genio de Zuckerberg parece revelarse sobre todo en la habilidad
para sacar provecho de la energía de la masa y del sufrimiento colectivo: la
energía que proviene del lado oscuro de la multitud.
La idea originaria de la web no es de Zuckerberg como se supo tras los
juicios que lo obligaron a pagar grandes sumas de dinero (pero mínimas respecto
del valor que los mercados atribuyen hoy en día a Facebook). La idea le había
sido sugerida por dos ricos gemelos de Harvard que querían contratarlo como
programador. Zuckerberg fingió trabajar para realizar su proyecto y creó una
web que, si bien parte de la idea de los gemelos, tiene una potencia
comunicativa mucho mayor, justamente porque se inserta en las necesidades
psíquicas producidas por la alienación de masas. ¿Quiere esto decir que el programador
les robó algo a aquellos que lo querían contratar? Sí y no. En efecto, en la
red es imposible distinguir claramente los diferentes momentos del proceso de
valorización: la fuerza productiva de la red es colectiva mientras que las
ganancias son privadas. Aquí se encuentra la insuperable contradicción entre
colectividad produciendo en red y la apropiación privada de lo producido, que
mina las bases del edificio del semiocapital y que Fincher describe a su
manera.
La película propone también una visión del trabajo en la época de la
precariedad. La palabra “precario” significa aleatorio, incierto, inestable, y
no se refiere solamente a la incertidumbre de las relaciones de trabajo, sino
también a la fragmentación del tiempo y a la incesante desterritorialización de
los factores de producción social. Ni el trabajo ni el capital tienen ya una
relación estable con el territorio y la comunidad. El capital fluye por los
circuitos financieros mientras que la empresa no se basa ya en la producción y
la posesión de los bienes materiales, sino en símbolos, ideas, información e
intercambios lingüísticos.
Esto significa que la empresa ya no está ligada al territorio y que al
proceso de trabajo no se basa en la copresencia cotidiana de una comunidad de
trabajadores. El proceso de trabajo se convierte en una recombinación continua
de fragmentos de tiempo conectados a la red global. Los trabajadores se
encuentran cada día en el mismo lugar, pero permanecen solos en sus cubículos
hiperconectados, contestando los pedidos de las empresas para las que trabajan
o consumen. El capitalista no se encuentra ya empeñado en firmar un contrato
para poder explotar la energía productiva del trabajador durante toda su vida,
en definitiva ya no compra la entera disponibilidad del trabajador, sino que
sencillamente compra un fragmento de tiempo disponible, que podemos definir
como tiempo fractal, en cuanto es compatible con los protocolos de
interactividad y combinable con otros fragmentos de tiempo.
El trabajador industrial desarrollaba un sentimiento de solidaridad con
sus compañeros porque los reconocía como miembros de su comunidad existencial y
porque compartía sus intereses, mientras que el trabajador cognitivo en red
está solo y es incapaz de solidarizarse porque cada uno está obligado a
competir en el mercado de trabajo y en la carrera constante por las
oportunidades de un salario precario.
Este tipo de soledad y de miseria psíquica no caracteriza solamente la
vida del trabajador, sino también la del emprendedor, porque desde el punto de
vista laboral la frontera que separa trabajo y empresa es confusa, indefinida.
Si bien la renta de un trabajador es cien (o quinientas) veces inferior a la
renta del emprendedor, el modo en que Mark Zuckerberg vive su jornada de
trabajo no es muy diferente del modo en que la viven sus asalariados. Todos
ellos se sientan delante del ordenador y escriben con el teclado. La miseria
existencial los une.
Zuckerberg tiene un solo amigo al principio de la película, Eduardo
Saverin, quien por diecinueve mil dólares, acepta convertirse en inversor de la
empresa. Saverin cree que la amistad lo protege de las feas sorpresas que la
competencia normalmente le reserva a los que se mueven en los círculos del
capitalismo financiero. Pero rápidamente vemos que se trata de la imposibilidad
de la amistad en una condición de abstracción virtual y de la imposibilidad de
construir solidaridad cuando la vida se transforma en un contenedor abstracto
de fragmentos de tiempo en competencia.
- Ir a "La sublevación como teoría política del cuerpo", de Diego Sztulwark, prólogo de La sublevación.
- Ir a "Respiración, conspiración, solidaridad", de Bifo, editado en La sublevación.
[1]Zuckerberg fue tapa de la revista Time el 15 de Diciembre de 2010 cuando se lo llamó “El personaje
del año 2010”. Ver:
http://content.time.com/time/specials/packages/article/0,28804,2036683_2037183,00.html