¿Cuántas gaseosas se pueden tomar en un día?
por Diego Valeriano
El Joel no sabe que significa un adulto.
Solo cree que es lo que sus cuerpos puedan. Sabe lo que es la capacidad de
obrar. Además de eso, sabe muy pocas cosas. Es poseedor de una comprensión
proclive a interesarse por lo real. Por absorber lo real y actuar según sus
inmediatos deseos.
¿Cuántas gaseosas se puede tomar en un día?
Joel desorienta a las estadísticas de puro voraz que es. También va a la
escuela (¿primero o segundo?), padre adolescente, una causa, CUIL, dos planes,
una Honda 100. Los mensajes urgentes y simples del futuro lo empujan al
presente. Joel sabe (ellos saben) que la transformación de los modos de vida en
los últimos diez años los colocó en una posición ambigua: imposible de ser
mejor y, a su vez, mortal. Hacedores y víctimas. Poderosos y frágiles. Es
decir, con la ambigüedad propia de un proceso de liberación que es puro
presente.
Lo bueno de las vidas runflas es que no se
cuidan con las palabras. No ensayan justificaciones, no cuidan los modos. Van.
Solo van en ese proceso absurdo y profundo. Van en moto, como insinuó la
Presidenta. Un ruido insoportable acompaña la emancipación. Lejos, muy lejos de
las estéticas de antaño. De tan real que es la liberación, se escapa de las
explicaciones posibles, de las palabras morales, de las rimas necesarias.
¿Qué institución modera al Joel? Fuerza
sobre fuerza, acción sobre acción, que induce, disuade, vuelve probable;
detona. ¿Qué consigna es capaz de atrapar algo que estalla en la cara? El
consumo libera, insinúan Joel y Mati cuando entran a capital por la Rivadavia
en la Honda 100, cuando se cagan a piedrazos con la policía, cuando se arruinan
en Chacarita, cuando acosan a una pibita en el barrio, cuando verduguean al
boliviano que abre la verdulería a las cinco, cuando no aceptan esperar
absolutamente nada; cuando solo obedecen a su voracidad (y le hacen otra Coca,
la quinta sexta del día, al Chino).