10 tesis sobre el “divorcio” entre izquierda y progresismo en América Latina
por Eduardo Gudynas
Todos sabemos que los gobiernos de la
nueva izquierda han dominado el escenario político latinoamericano reciente. En
un viraje sustancial, suplantaron a presidentes conservadores y neoliberales, y
actualmente están presentes en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua,
Uruguay y Venezuela.
También sabemos que se trata de un
conjunto variado. Existen diferencias notables, por ejemplo, entre los modos de
hacer política de Evo Morales y los de José Pepe Mujica en Uruguay.
Más allá de su diversidad, tienen muchos elementos compartidos que explican que
sean parte de un mismo conjunto, y que además son efectivamente distintos de
gobiernos conservadores o neoliberales.
Así, se delimita el
"progresismo” como una cristalización reciente de una identidad política
específica; una denominación adecuada, usada en varios países, y que deja en
claro que todos comparten la fe en el progreso, con sus particulares modos en
organizar la economía, las relaciones sociales y la apropiación de los recursos
naturales.
Pero, también, frente a estos
gobiernos hay un creciente debate. No me refiero a las clásicas críticas de la
derecha (que los acusa de antidemocráticos), ni a las de una izquierda muy
dogmática (que los denuncian como conservadores). Los señalamientos provienen
de un número significativo de simpatizantes, militantes e incluso conocidos
líderes de izquierda, que están lejos de ser dogmáticos, y que se sienten
desilusionados, alejados o incluso enfrentados con este progresismo.
Impulso
hacia la izquierda
Una de las razones de este malestar
parece deberse a que el progresismo comienza a apuntar en sentidos que son
significativamente distintos a los trazados por la izquierda que le dio
origen. Como "izquierda” es también una categoría plural, estas
comparaciones deben hacerse con precaución. La izquierda que lanzó al
progresismo se nutrió de muy variadas tendencias, aprendió de sus errores y se
renovó. Mucho de eso se debió a que convergió en lo que podría llamarse una
"izquierda abierta” (parafraseando al "marxismo abierto” de Ernest
Mandel), que intentaba no ser dogmática, era tolerante y aceptaba aportes
diversos. Esto le permitió establecer relaciones estrechas con
movimientos y organizaciones populares (especialmente indígenas y campesinos),
destronar al neoliberalismo, fortalecer el Estado y atacar la pobreza. Fue una
sinergia exitosa que fructificó en conquistar gobiernos, lanzar procesos de
cambio y superar durísimas oposiciones internas (como en Argentina, Bolivia o
Venezuela).
Con el paso del tiempo, en su seno
emergió el progresismo con una identidad política propia y que apuntaría en una
dirección distinta. Estaríamos frente a una "gran” divergencia entre
izquierda y progresismo.
La
divergencia
¿Cuáles son los temas en los cuales
izquierda y progresismo están difiriendo? Se pueden identificar algunas
cuestiones donde las propuestas progresistas actuales son diferentes a las de
la izquierda que lo cobijó.
1. Desarrollo. Más allá de sus
pluralidades, la izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970
criticaba en profundidad el desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus
bases conceptuales como sus prácticas concretas, como la de ser proveedores de
productos primarios.
2- El progresismo actual ha
abandonado en buena medida este debate y acepta las bases conceptuales
del desarrollo. Festeja el crecimiento económico y los extractivismos. Es
cierto que en algunos casos se denuncia al capitalismo, e incluso hay intentos
alternativos (por ejemplo, con empresas nacionalizadas), pero prevalece la
inserción en éste. Las discusiones están en cómo instrumentalizar el desarrollo
(por ejemplo, si con más o menos Estado), pero no se disputa el mito del
progreso. En cambio, sí mantuvo de la izquierda de los 60 y 70 una
actitud refractaria a las cuestiones ambientales.
Democracia. Al menos desde fines de los 70,
las izquierdas latinoamericanas hicieron suyo el mandato de la democracia. La
idea de llegar al poder por las armas fue desechada; así lo entendieron
desde Pepe Mujica a Hugo Chávez. No sólo esto, sino que se buscó ir
más allá de las elecciones nacionales, hacia la llamada radicalización o
profundización de la democracia. Se crearon los presupuestos participativos, se
promovieron referéndums y se buscó diversificar la participación ciudadana.
El progresismo, en cambio, está
abandonando ese entusiasmo y se contenta con el instrumento electoral
clásico, las elecciones. Profundiza la democracia delegativa y llega a
extremos hiperpresidencialistas.
3. Derechos humanos. Aquella
izquierda incorporó la defensa de los derechos humanos, especialmente en la
lucha contra las dictaduras en el Cono Sur. Fue un aprendizaje notable, donde
el viejo ideal de igualdad se articuló con la salvaguarda y ampliación de los
derechos. Hoy, las actitudes han cambiado, ya que cuando se denuncian
incumplimientos en derechos, hay reacciones progresistas defensivas. En lugar
de atender esos problemas, se cuestiona a veces a los denunciantes o se critica
la institucionalidad jurídica. Incluso ponen en duda la validez de algunos
derechos, como ha hecho Rafael Correa diciendo que los derechos de la
naturaleza son "supuestos”.
4. Constituciones y leyes. La
izquierda abierta insistía en recuperar el papel de las constituciones como el
marco básico compartido. Es más, en Bolivia, Ecuador y Venezuela se aprobaron
nuevas constituciones (con innovaciones sobre los derechos), y nuevos
ordenamientos normativos. A su vez, en todos los casos se proponía reforzar la
independencia, imparcialidad y capacidades del Poder Judicial. Ahora, el
progresismo da señales contradictorias. Se incomoda con obligaciones que le
imponen sus propias constituciones, e incluso opera sobre ellas para aligerar
controles políticos, sociales o ambientales. Se toleran desprolijidades en
cumplir exigencias legales, manipular leyes o presionar al Poder Judicial. Y en
algunos momentos parecería que erosiona su propio nuevo constitucionalismo.
5. Corrupción. La izquierda de fines
del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción. Ése era
uno de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y en aquellos
años la izquierda atacó una y otra vez en ese terreno, desnudando negociados,
favoritismos empresariales, etcétera. Aquel ímpetu parece menguar. Hay
varios ejemplos en los que no ha manejado adecuadamente los casos de corrupción
de figuras claves dentro de gobiernos progresistas, o la asignación de fondos
públicos termina repitiendo viejos vicios. Asoma una actitud de cierta
resignación y tolerancia.
6. Movimientos sociales. La izquierda
latinoamericana durante décadas cultivó un relacionamiento estrecho con grupos
subordinados y marginados. El progresismo inicial resulta de esa simbiosis, ya
que gracias a indígenas, campesinos o movimientos populares urbanos
alcanzaron los gobiernos. Desde esos sectores surgieron votos, pero también ideas
y prioridades, y unos cuantos dirigentes y profesionales que ahora están
en las oficinas estatales.
En los últimos años, el progresismo
parece alejarse de varios de estos movimientos, no comprende sus demandas, se
pone a la defensiva, intenta dividirlos y si no lo consigue, los hostiliza.
Gasta mucha energía en calificar, desde el palacio de gobierno, quién es
revolucionario y quién no lo es, y perdió los nexos con organizaciones
indígenas, ambientalistas, feministas, de derechos humanos, etcétera. La
desazón se expande entre líderes sociales que, en el pasado fueron atacados por
gobiernos neoliberales y ahora vuelven a serlo, pero desde el
progresismo.
7. Justicia social. La izquierda
clásica concebía a la justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la
educación a
la alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así
sucesivamente. El progresismo en cambio apunta sobre todo a una justicia
como redistribución económica, enfocada en la compensación monetaria a los más
pobres y en el consumo masivo para el resto. No niego ni la importancia de esas
ayudas para sacar de la pobreza a millones de familias, ni la relevancia de que
los sectores populares accedan a servicios y bienes necesarios. El punto es que
la justicia es mucho más que bonos, la calidad de vida es más que comprar
televisores, y no se la puede reducir al economicismo de la compensación
monetaria.
8. Integración y globalización.
La izquierda logró relanzar la integración regional y continental, y combatió
esquemas de liberalización comercial como el ALCA, los TLCS e IIRSA. Lanzó
algunas iniciativas muy interesantes, como el Tratado de Comercio de los Pueblos,
el SUCRE, el Banco del Sur y algunos de los convenios del ALBA.
Hoy se mantiene la retórica
latinoamericanista, pero no se logran políticas continentales en sectores
claves como energía, agroalimentos e industria. Hay avances en algunos planos
(como la integración cultural), pero los Estados siguen compitiendo
comercialmente y no pocas veces los vecinos hacen trampas comerciales. Y,
finalmente, todos aceptaron la gobernanza global del comercio.
9. Independencia y crítica. La
izquierda mantenía una estrecha relación con los intelectuales, y más allá de
discusiones puntuales, respetaba la rigurosidad e independencia. Incluso se
buscaban ángulos originales, se hurgaba en lo que estaba oculto y se navegaba
en una pluralidad de voces.
El progresismo da señales que cada
vez le gusta menos la crítica independiente y prefiere escuchar a los
intelectuales amigos. Y cuando ellos escasean dentro del propio país, los traen
del norte, aprovechando lo poco que saben de las realidades nacionales.
Desconfía de análisis exhaustivos y prefiere las felicitaciones y
el apoyo publicitario. Denuncia a libres pensantes y reclama seguidores fieles.
La crítica es apresuradamente rotulada como traición neoliberal.
10. Discursos y prácticas.
Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo
elabora diferentes discursos de justificación política, a veces con una
retórica de ruptura radical que resulta atractiva, pero sus prácticas son
bastante tradicionales en muchos aspectos. Por ejemplo, los discursos por la
Pachamama se distancian de la gestión ambiental, se cita a Marx y Lenin pero
los acuerdos productivos son con corporaciones transnacionales, se reivindica
la industrialización pero prevalece el extractivismo, se dice responder a los
movimientos sociales pero se clausuran organizaciones ciudadanas, se felicita a
los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente.
Entre el concepto y la praxis: los senderos del progresismo
En la actualidad, el progresismo
parece tomar un camino distinto al de la izquierda.
El progresismo nació como una
expresión reciente en el seno de la izquierda latinoamericana. Maduró como una
particular mezcla e hibridización de distintas condiciones culturales y
políticas, pero quedó enmarcado en las ideas occidentales del desarrollo. No es
una postura conservadora ni neoliberal, lo que explica que sus defensores lo
presenten como una expresión de izquierda, y como ha sido exitoso en varios
frentes, cuenta con apoyos electorales.
Pero, en la actualidad, el progresismo
parece tomar un camino distinto al de la izquierda. Quedó enmarcado en el
desarrollo convencional, y lo ejecuta a su manera, ajustando la democracia y
apelando a compensaciones monetarias. Es un camino propio, pero que comulga
también con el mito del progreso.
Tal vez este progresismo
rectifique su rumbo en algunos países, retomando lo mejor de la izquierda
clásica, para construir otras síntesis de alternativas que incorporen
efectivamente temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido amplio. Sean
ésas u otras cuestiones, en todos los casos deberá desligarse del mito del
progreso. Dicho de otro modo: menos progresismo y más izquierda. Pero si
persiste en prácticas como el extractivismo o el hiperpresidencialismo, se
alejará definitivamente de la izquierda.