Venezuela: Desactivar el fascismo
Si cabe una síntesis, el fascismo
como movimiento reaccionario y contrarrevolucionario extremo, en el caso de
Venezuela, en esencia no es más que una burbuja social que se expande, desinfla
y vuelve a renacer, de acuerdo a la misma desesperación de los sectores
tradicionales dominantes nacionales y transnacionales por controlar la
totalidad de la renta energética y garantizar el ordenamiento tremendamente
desigual de la sociedad que pueden sentir en peligro. Hoy se vuelve a activar,
aprovechando el deterioro profundo que sufre este lento proceso revolucionario,
tanto a nivel de gobierno como en sus bases populares. Su reaparición y
entrelazamiento con la “sociedad civil democrática” es una advertencia
clarísima al movimiento popular de que o convertimos este momento en una crisis
creadora y reactivadora de la voluntad revolucionaria colectiva, o mejor
empecemos a despedirnos de esta linda y traumática historia que hemos
construido en los últimos 25 años.
Antes de abordar la situación veamos algunos elementos
para entender el sujeto social proclive al violentismo-fascismo en la
actualidad
El sujeto fascista
- Su agitación se centra en las capas medias y las clases
trabajadoras estables, jugando a un discurso democrático y una acción que
expande su propia necesidad de violencia, sustentada en odios simples nacidos
del miedo a la igualdad y la pérdida de privilegios.
- El hecho violento es absolutamente necesario para estas
franjas de la sociedad que viven de hecho en un ambiente interno por lo general
pleno de prejuicios sociales y culturales: violencias familiares, encierro
domiciliario y laboral, relaciones personales que tienden a centrarse en el
interés material y la salvación personal; sublimada por la religión y valores
tradicionales como identidad de grupo.
- Su “ideal de vida” lo absorbe el consumo alienado,
buscando el espacio ordenado de la casa, el centro comercial, el hotel
turístico, el placer mediático; siempre preestablecido y acatando el
ordenamiento que se ofrece como salida, en función de hacer equivalentes las
necesidades de placer social prometidas por la sociedad de consumo y la
ganancia capitalista.
- Un mundo tremendamente violento por lo reprimido que
vive y la ausencia de todo goce colectivo realmente libre y abierto, donde el
individuo se haga social en su descubrimiento del mundo y no lo “hagan social”
a la manera de modus vivendi jerarquizado y encerrado de la sociedad de consumo
y división social del trabajo.
- El “fascio”, en ese sentido, es un autentico movimiento
social, un “movimiento de ciudadanos” dirían ahora, siempre inorgánico y hasta
espontáneo en apariencia, pero terriblemente jerarquizado en su juego interno,
promovido por cabecillas y jefes inapelables.
-Por ello, el fascismo no es sólo una expresión política
de la violencia de las clases dominantes frente a un movimiento de
transformación promovido por las clases subalternas. Eso siempre ha existido
con la desigualdad social. Es un movimiento que se sitúa en la necesidad de
orden y esperanza individualizada de una franja de la sociedad que ya ha sido
totalmente amansada por el orden y los valores dominantes.
- Un movimiento donde el esclavo “sienta liberarse” del
miedo que le produce la insurgencia “del otro” inferior que puede voltearle el
mundo y poner en peligro sus estúpidos privilegios.
- Por ello, aunque parezca totalmente paradójico, el
fascismo hoy reproduce exactamente la misma realidad del consumo. Es una
maravilla placentera, pacífico, humano y democrático, un movimiento “de todos”.
Es su cara comercial. Pero necesita a su vez ser terriblemente violento en su
realidad interna, al igual que un centro comercial importante: lindo en sus
fachadas, terriblemente represivo por dentro. La violencia reaccionaria
dirigida contra la persona o el símbolo odiado (el médico cubano por ejemplo),
y no contra el enemigo esclavizante como es el caso de la violencia
revolucionaria, es el momento fundamental de éxtasis que necesita para
desplegarse y sentirse fuerte.
- Así, el antecedente de toda movilización de orden
fascista, apelando al odio y la imposición de un orden, es la violencia
socio-política como acontecimiento inicial. Exactamente como viene ocurriendo
estos días en su primera fase de calle, magnificada de una manera magistral por
la manipulación mediática.
- Pero el movimiento social fascista (racista y
excluyente) por sí solo es incapaz de lograr sus propósitos. Necesita de
dos cosas primordiales:
Primero, de la acción de una fuerza superior
(interna y externa), donde se desvele el verdadero contenido de clase y
aristocrático de su revuelta. Es allí donde ha de actuar la fuerza bruta del
golpe, de la invasión, de la promoción de verdaderos ejércitos paramilitares,
de la guerra civil como estrategia. Combinando todos estos elementos, esto
también está en camino. En caso de concretarse será la fuerza brutal e
incuestionable que termine de arrastrar, bajo una pasividad de aceptación, el
resto de los sectores conservadores de la sociedad no fascistas (no
violentistas y sembrados en el odio social) ganando una aparente mayoría
atemorizada por la violencia.
Y segundo, se apoya en una realidad material de
gran inconformidad generalizada que le permita no sólo arrastrar sectores
conservadores, sino de las propias clases trabajadoras o marginadas que en su
desesperación acepten el orden de la brutalidad bajo la promesa de resolverles
sus problemas inmediatos, estando ellos mismos atados a los elementos básicos
de identidad y aspiración social promovidos por las clases dominantes. Esta es
una clave muy importante para entender lo que hoy pasa.
Los movimientos fascistas del 2002 y de hoy
Situándonos en el año 2002, vemos como el movimiento
golpista se monta sobre una subjetividad fascista (odio a la igualdad y al otro
socialmente inferior) que se va acrecentando rápidamente y que nace de la
enorme violencia social y mediática que se despliega desde finales del 2001
hasta arropar una inmensa mayoría de las clases medias y los restos del
movimiento obrero sindical que aún manejaban los adecos. Es un movimiento en
bloque desde su primer momento, que congrega a toda la burguesía y los sectores
dominantes políticos, religiosos, militares, propios del orden de la cuarta
república, con el apoyo evidente de los EEUU.
El movimiento es muy fuerte, arrastra todo un orden y una
subjetividad social aún viva extensamente a pesar de la victoria de la rebelión
popular simbolizada en la figura de Chávez y su victoria electoral del 98. La
violencia burguesa de los paros empresariales, se une a una violencia de calle
soportada en los sectores medios. Esto hace que el movimiento “ciudadano”
necesario, dispuesto a aceptar cualquier brutalidad que proteja sus miedos y
odios logre, en sólo algunos meses, acumular la suficiente fuerza para permitir
que se quiten las caretas los factores militares que hacían falta, acompañada
por una doctoral manipulación mediática el día del golpe sustentada en la
sangre derramada por ellos mismos. Así tumbaron a Chávez el 11 de Abril.
Pero Chávez regresa el 13 porque hay un punto de la agenda
que no tienen en su poder. El movimiento popular no sólo está lleno de fuerza y
capacidad de autoorganización, para entonces producto de la fuerza acumulada de
más de diez años de revuelta y victoria. Igualmente hay una situación de
esperanza que convoca a las clases subalternas que no aceptan de ninguna manera
cualquier orden de terror. La situación económica por el contrario tiende a
mejorar, aunque nada todavía ha cambiado en lo sustancial. Más rápida es esta
esperanza libertaria, material y justiciera que la imposición del terror
golpista que se queda festejando. Es en este cuadro que vuelve Chávez.
De todas formas, como sabemos, el golpe continúa, esta vez
tratando de unir la actividad golpista con la desesperación material que aún,
con toda su agitación continuada, no la logran generar por el ciclo económico
natural; por el contrario, sigue el buen ambiente económico. Por ello lanzan el
paro petrolero como medida extrema para generar tal desesperación, y
efectivamente lo logran. Pero se impone, por un lado la capacidad de respuesta
que sigue acrecentándose dentro del movimiento popular, ya más exigente y con
capacidad de organizar a una buena parte del pueblo esperanzado; y por otro, no
aparece la fuerza militar complementaria como factor determinante en última
instancia. Esto aunado a la enorme capacidad de liderazgo de Chávez, hacen
fracasar todo el golpismo de entonces y sus restos en los años
posteriores.
Hoy en día el violentismo fascista y el potencial golpismo
que le sucede aparece en una situación muy distinta. Esa subjetividad fascista
sembrada desde el 2002 siempre se mantuvo disminuida pero consolidada. De hecho
López y Capriles, como personajes más representativos de este movimiento
“ciudadano”, nunca se desligaron de ella, desde psicologías y patologías
histéricas distintas, y divididos en su partido original Primero Justicia. Pero
hoy aparecen como los líderes de la oposición compitiendo entre ambos por el
liderazgo único.
Lo cierto es que la reaparición del elemento del “fascio”
violentista y odioso, desde el año pasado se da fundamentalmente como
continuidad de una subjetividad social construida desde temprano en las clases
medias, y que sólo en Venezuela, en el caso de Nuestramérica, la han podido
expandir en forma clara arropando al conjunto de la oposición, aunque una parte
trate de desligarse del violentismo. No es el caso de ningún otro país, ni
siquiera Colombia, donde la oligarquía actúa de manera descarada y dando la
cara directamente como factor de chantaje asesino (estatal o paraestatal)
frente a quien intente cuestionar el orden socio-económico que manejan a
plenitud. No hace falta ningún “movimiento ciudadano”. Mientras en otros casos
la derecha se maneja aún dentro de cánones pacíficos y representativos de las
democracias burguesa, o meramente golpistas y tradicionales, como lo hemos
visto últimamente en Honduras y Paraguay. Todo esto tiene que ver con la
importancia particular de las capas medias y su cultura en una sociedad
rentista como la nuestra.
Sin embargo, el desate del violentismo fascista hoy en día
se da sobre un panorama que lo debilita por un lado y al mismo tiempo lo
favorece enormemente hacia el futuro inmediato. El sujeto social de su acción
se ha centrado particularmente en la juventud, cosa que no aparecía en el 2002,
eso lo favorece por su capacidad de activismo permanente, sobretodo de
estudiantes que no trabajan y sin ninguna responsabilidad social. Pero a su vez
su componente de clase se ha debilitado. Aparentemente, por lo menos hasta los
momentos, pareciera existir un desacuerdo importante entre las burguesías
monopólicas y bancarias con la línea imperialista venida de los EEUU.
Esta gran burguesía nacional ha vivido en los últimos años un paraíso de
ganancias bajo el modelo corporativo-burocrático y de capitalismo de estado
promovido por el esquema económico de gobierno. El rentismo corrupto y de
redistribución clientelar de la renta que han aplicado, las ha llenado como
nunca de divisas y capitales, a ellos y sus pares de gobierno. Por esta razón
no se desbocan a juntar de inmediato toda su fuerza (paros empresariales,
saboteo abierto a la economía, golpe interno, etc) para asaltar el poder. Le
interesa la estabilidad y una transición que no ponga en juego su actual
paraíso de ganancias. Mientras que los EEUU, más interesados en la base
estratégica de apoyo que Venezuela pueda darle a nivel político, militar, y de
base energética para su economía; promueven y financian la transición rápida
bajo un esquema que se trasluce claramente: violentismo fascista “ciudadano”,
actos golpistas y sangrientos que caoticen por completo la situación,
negociación final y caída del chavismo por acuerdo de fuerzas.
Esta doble estrategia divide actualmente la oposición, y
es donde López aparece como la pieza más clara de los intereses EEUU-Uribe y
capital global, aunado a la desesperación de las capas medias; mientras que Capriles
le juega al “nacionalismo” de la burguesía local, con una mano en la
conspiración, pero cautelosa. El fascismo en este caso está obligado a forzar
por dentro de ellos los acontecimientos y obligar al resto del bloque burgués a
juntarse, por ello su activismo, al contrario del 2002, tiene el componente de
la violencia de calle, permitir que se desborde la situación, jugar al
enloquecimiento odioso de la subjetividad social fabricada, ahora centrada en
la juventud y sus aliados inmediatos, respaldados en su retaguardia por una
presencia paramilitar importante no presente en el 2002 y que ya ha penetrado
los organismos de seguridad de Estado y militares. Sincretismo que se probó en
acción con los hechos del 12 de febrero y su saldo de sangre.
Existe una situación que pareciera favorecer esta
posibilidad, antes que se desgaste el juego caótico y violentista actual.
Primero, al contrario del 2002, la esperanza ha mermado de manera tremenda y el
participacionismo socio-político de antes ahora tiende a disolverse, agarrando
a un movimiento popular en gran parte fatigado, burocratizado, administrado
desde las oficinas de Estado y clientelizado. En fin, un movimiento
popular castigado a más no poder (con sangre o retaliaciones) en todos sus
impulsos rebeldes y resistentes más importantes por este esquema
corporativo-burocrático, que ha forzado la desactivación de la lucha de clases
y la tarea emancipatoria permanente. Por ello, el “pacifismo” del gobierno se
recoge abajo sin mayores contradicciones, aunque con muchas dudas e
incomprensiones de la realidad que vivimos. Es una “paz” que no produce, que no
activa un movimiento de renovación interna y radicalización del proceso, que no
crea nuevos retos y nuevos niveles de movilización, simplemente apoya a la figura
victimizada de Nicolás y su gobierno dando claros signos de debilidad y
ausencia del sentido épico que ha de tener toda revolución. Es finalmente un
lenguaje tan pequeño-burgués como los carajitos que se la pasan quemando basura
y destrozando el metro de Altamira.
Esta debilidad interna dentro de las vanguardias
colectivas del pueblo y el gobierno que han elegido, juega evidentemente muy a
favor de esta maldición fascista. Pero hay algo que lo favorece aún más, se
trata del modelo de un capitalismo de Estado rentista y parásito, que bajo sus
políticas de control, concentración de poder y sustitución del control social
por el funcionariato tecnócrata o burocrático; no sólo ha hecho a los ricos más
ricos, a pesar de sus dádivas y políticas de justicia social, sino que ha
aplastado a las fuerzas productivas y creadoras de una sociedad obrera y de
pequeños productores privados y cooperativos. Ese es un modelo que a estas
alturas está en quiebra, como ha quebrado la moneda y monetarizado todos los
reflejos económicos de una vasta población que sólo en el “tracaleo” de divisas
o contrabando ve futuro. Un modelo que en el corto plazo si no se cuestiona
totalmente y se toman las medidas radicales de fondo, nos lleva a un
desabastecimiento e inflación continuada, donde ningún control va a servir para
nada, así estaticen toda la economía si les da la gana, y hagan todas las leyes
y decretos que quieran.
Ese modelo sí que es el granero perfecto del fascismo.
Desespera a las clases medias productoras, vuelve loca toda la demanda de
consumo cada vez más insatisfecha, evidencia su incapacidad de responder por
vía de la economía de Estado (sea de importación o de producción, las empresas
de Estado están siendo quebradas por esta mentalidad inútil dedicada a
destrozar la productividad social). Reactiva la curva de empobrecimiento por la
inflación, y pronto de desempleo, por la improductividad económica, mermando
día a día el valor del trabajo, cualquiera que sea el salario nominal.
El fascismo, a pesar de su irracionalidad absoluta,
mantiene una perversidad lúcida. En este caso se trata no sólo de forzar el
acompañamiento explícito de imperios, burguesías y todo el bloque dominante,
esta vez también mira hacia abajo, tratando de lograr su gran objetivo: que la
desesperación por el quiebre total del ciclo productivo les permita venderse
como salida ante una mayoría popular, convirtiéndose él mismo en un gran
“movimiento popular”, de unión de “amos y esclavos”. Fenómeno que le
permitiría ganar adeptos dentro de un oficialismo de gobierno corrompido y cada
vez más tensionado por esta situación de deterioro político y económico,
adelantando la salida del “golpe o autogolpe” (no teniendo una fuerza militar
significativa en estos momentos, al menos a esos niveles) con suficiente impacto
como para crear el caos total que se busca en la estrategia yanqui, hasta
lograr la negociación de derrota.
Eso aún está todavía lejos de darse. La sociedad, el
pueblo mayoritario, se mueve como puede, alejado por completo de la fachada de
éxtasis violentista del fascismo que sigue reducido a sectores medios y el
anticomunismo militante de los jóvenes. Pero esto puede no ser así en poco
tiempo. Están abiertas las puertas de la desesperación material, con un
movimiento popular pasivo y una vanguardia de izquierda rentista, que no se lo
ocurre otra cosa que pedir más controles estatales, sin acordarse que el abc de
toda revolución social está en el sujeto productivo, hoy aplastado o empleado
en un trabajo explotado pero ligado a cadenas económicas cada vez más
improductivas y de mero servicio.
La revolución se sitúa en la subjetividad proletaria,
jamás en la subjetividad que sólo se remite a la supuesta justicia que ofrece
el derecho al consumo y la tarjeta de crédito, administrado además por una
burocracia corrompida e inútil. El consumidor, y mucho menos clientelizado, no
sirve jamás para transformar absolutamente nada. Su revuelta es la más
individualista de todas, totalmente contraria a la revuelta del “nosotros”, los
obreros, verdaderos productores de este mundo. En un cuadro así la tendencia se
mueve hacia la posibilidad de un puente en el corto plazo entre el fascismo y
el pueblo desesperanzado, individualizado y desesperado, absorbiendo en sus
planes una gran franja delincuente que aprovechará la oportunidad caótica,
acentuando el terror colectivo. El peligro fascista de hoy tiene allí su
principal futuro.
La desactivación del fascismo
Desde que este proceso comenzó hemos visto la salida al
fascismo desde el punto de vista del “plan de contingencia” y la movilización
de apoyo. Si esto es aún una necesidad permanente, se trata de un reflejo
aprendido cada vez menos efectivo y real como mecanismo de desactivación de
todo el potencial contrarrevolucionario que vuelve a insurgir. La
denuncia de planes imperialistas, que los hay, la información interna y la
movilización, los puntos de unidad cívico-militar, ya no resuelven en absoluto
la tamaña crisis a la cual nos enfrentamos como pueblo en lucha y como país.
La respuesta tiene que ser de fondo, porque todo esto se
debe a un proceso que pierde día a día su vitalidad original y capacidad de
transformación. La voluntad transformadora y de verdadera rebelión en favor de
la reactivación de la capacidad productiva y socializada que potencialmente
tenemos y abunda, es la única salida. Es la lucha de clases pura y dura
contra todos los elementos de opresión capitalista y burocrática que viven del
festín de la renta que ahora se pelean a muerte. Lo demás es dejar correr la
arruga, jugar al desgaste y la división del enemigo, a la movilización
controlada, pero guardando un cáncer final que está a punto de acabar, no con
un gobierno que sería lo de menos, sino con la esperanza revolucionaria en sí,
e instalarnos un gobierno de cualquier cosa y cualquier gentes, donde hasta la
presencia yanki puede aparecer de un momento a otro.
Hay medidas de gobierno a proponer. La ingenuidad y la ilusión todavía nos
llevan a adelantar algunas:
- Renovar por completo los cuadros dirigentes y llevar a
juicio la cantidad de bandidos hoy en altos cargos desde ministros para abajo,
incluidos los poderes judiciales, legislativos y militares.
- Renovar todo el gabinete, empezando por el económico,
pero bajo el consenso de una gran asamblea bolivariana que proponga nombres.
- Reactivar la comisión de transformación del Estado
abandonada desde el 2003, ampliada a nivel nacional y regional.
- Acordar en el plazo de un mes la formación de un sistema
de planificación de abajo a arriba por localidades y regiones, que ponga todo
el énfasis en la reactivación productiva y en la medida de lo posible
socializada del país.
- Descentralizar todo el sistema de abastecimiento de
Estado poniéndolo en manos de organismos de base y sobretodo de productores
directos que venderían directamente sus productos allí.
- Sustituir el actual sistema de control de precios por
precios consensuados entre productores distribuidores y consumidores,
establecidos a través de los consejos populares de precios.
-Acabar de inmediato con ese desastroso, corrupto y
monopólico, control de cambio actual y sustituirlo por un sistema de bandas
flexibles, generando una ganancia cambiaria que tiene que devolverse a un
sistema bancario comunal, que debe crearse lo más pronto, y se ajuste a las
decisiones de planificación de abajo a arriba.
- Promover de inmediato una nueva ley de impuesto sobre la
renta que ponga a pagar a los ricos.
- Formar un centro de crédito para la obtención inmediata
de divisas necesarias para la activación de la producción comunal y
socializada.
- Poner bajo control social y de agentes de producción
todos los organismos que en estos momentos condensan el crédito, semilla,
fertilizantes, etc.
- Comenzar la subida progresiva del precio de la gasolina
hasta racionalizar su precio a niveles de costo.
- Devolver a la clase trabajadora el control sobre las
empresas tomadas y nacionalizadas, pero asumiendo el compromiso de su
productividad y rentabilidad en un plan de acuerdo a los casos.
- Hacer un inventario de todas las empresas, maquinarias,
galpones, en manos públicas o privadas que han sido abandonadas y devolverle su
control a unidades sociales productivas convocadas desde ya a su
constitución.
- Declarar el país en emergencia productiva, convocando a
todas las redes de pequeños y medianos productores industriales y agrarios a
reactivar la producción bajo compromiso social y de mercado justo, obligando a
la banca privada a ajustarse a las medidas de este decreto.
- Articular todo el sistema educativo medio y
universitario a colaborar directamente con este plan general bajo la
participación concreta de estudiantes, investigadores, docentes y empleados.
Medidas como estas, aunque sean medias u otras mejores, lo
más probable es que no se tomen y ojalá estemos totalmente equivocados, eso se
sabrá muy pronto. Por ello pensemos desde la perspectiva de “otra política” de
lo que hoy se puede hacer bajo esta situación: fuera del Estado y la
representatividad del Estado burgués. Es imposible estar dando líneas en ese
sentido. Lo cierto es que el fascismo o la movilización contrarrevolucionaria
se monta sobre la disminución progresiva del poder revolucionario del pueblo
organizado, subsumido por la burocracia institucional y corporativa a ser un
mero sujeto administrado en favor de sus intereses. En ese sentido, ante una
situación así, no queda otra salida que el diálogo y la asamblea por la
iniciativa revolucionaria que acuerde acciones de defensa, comunicación, tomas
institucionales y medios de producción, que sin duda nos llevaría a una
confrontación superior, donde es la exigencia sin condiciones y no la
negociación, mucho menos la sumisión, lo que se imponga frente al gobierno, sea
cual sea y quien sea ese gobierno. Eso muy probablemente haga que la enorme
masa potencial que pueda unirse hoy a las clases medias liderizadas por la
subjetividad fascista, se unan más bien a la insurgencia revolucionaria,
incluidos sectores conscientes y progresistas de la clase media.
¿Podrá ser posible? Me guardo mi escepticismo personal y
pongo toda mi credibilidad en el espíritu original del 27F y del 13 de Abril. Lo
cierto es que “llegamos al llegadero” como tantas veces repetimos. Todo proceso
necesita de un desenlace donde se confronten en una batalla inevitable. Toda
esta situación nos toma en una gran debilidad aparente, pero es precisamente
sobre ella que se prueban históricamente los pueblos victoriosos.