Entrevista a Silvia Duschatzky: “La escuela es el territorio de investigación de un poder social”
por
Julián Mónaco y Alejandro Pisera
(Revista
Sinécdoque)
Existen
investigaciones y textos que parten de preguntas genuinas. Preguntas que
intentan elaborar y problematizar los obstáculos y problemas que surgen de la
propia experiencia, del encuentro con los otros y con las cosas. En ese tipo de
investigaciones -entre las que ubicamos la desarrollada desde hace un tiempo
por Silvia Duschatzky y su equipo, condensada en buena en medida en el libro Imágenes de lo no escolar. En la escuela y
más allá (Paidós, 2011)- las inquietudes se vuelven viscerales y el
pensamiento más sensible, más activo y más pragmático. Descubrir potencias en
aquello que nos inquieta implica lecturas creativas, desprejuiciadas. Incluso
también un cierto trabajo contra
nosotros mismos que permita producir una deriva allí donde la inercia nos
condena a la quietud.
Revista Sinécdoque: En algunos de los
muchos intercambios que suscitó el libro hablabas de un cierto malestar para
con la literatura pedagógica. Quizás
podríamos comenzar por ahí.
Silvia Duschatzky: Lo
que pasa es que, en general, la literatura pedagógica en estos tiempos,
paradójicamente, es la que menos permite iluminar las situaciones de la
escuela. Me comentaban una situación que se dio en Olavarría: en una escuela
secundaria hay un grupo de pibes que se asoma a la ventana y participa de la
clase desde ahí. Obviamente, no son pibes que están matriculados. ¿Qué hacen
los docentes? Cierran las ventanas, y los increpan: "o son alumnos o no
son alumnos". Y los pibes rompen los vidrios. Es bien interesante porque
muchas veces en lugar de pensar cómo esa situación está perforando las
coordenadas tiempo-espaciales tradicionales de la escuela, y de hacerse una
pregunta, tal vez, sobre territorializaciones nuevas, que no reconozcan una
coordenada tiempo-espacio, sino cualidades de la experiencia que se van
produciendo, interrogando por el significado que tiene hoy en día un intercambio
educativo, o en lugar de dejar que eso simplemente acontezca para ver hacia
dónde nos lleva, qué tipo de nuevas agrupaciones se puedan dar, lo que se hace
es eliminarlo simplemente porque no entra porque en las coordenadas de la
institución. Entonces, para nosotros la escuela hoy es más interesante pensarla
como un territorio de investigación de un poder social que como un escenario
que tiene que realizar una serie de prescripciones. Prescripciones que, aunque
todo el mundo da cuenta retóricamente de que están estalladas, siguen rigiendo
las prácticas. La pregunta sería: ¿cómo perforar las prácticas? Para mí la
escuela es muy interesante como lugar de investigación de un poder social, pero
es muy pobre si uno la va a ver –solamente- desde una percepción muy
institucionalista. Porque, desde ese lugar, lo que muchas veces ves es, ya no
hablemos de estallido, ni de situaciones caóticas, lo único que ves es, en
algunas escuelas sobre todo, un lugar de quiebre espantoso.
RS: Desde esa percepción, además,
cualquier realidad que se está produciendo es rápidamente procesada como
“déficit”, impidiendo una verdadera problematización.
SD: Exacto. Traigo
otra situación, de una escuela del sur de la Ciudad de Buenos Aires, que tiene ver con esto.
Llegamos a una escuela de Parque Patricios
y estaban reunidos los docentes y los directivos: dos banditas de
Soldati habían matado a un pibe. En
medio de ese dolor pasaron algunas cosas interesantes: por un lado, la rapidez
del director para hacer que una chica que era familiar de uno de los chicos de
las bandas no vuelva a la escuela –se le dio el pase- porque en ese momento si
volvía la mataban; por otro, lo que circulaba como inquietud entres los
docentes y los maestros, porque era claro que ante situaciones de este tipo la
idea de venir a bajar línea sobre la importancia de tratar bien al otro, al
semejante, o esa especie de confianza en una palabra que ilumine determinados
cuerpos o determinadas experiencias, aparecían como ingenuas o caricaturescas,
además de poco efectivas. En ese momento traíamos a Spinoza y charlábamos con
el director que cuando las situaciones son de una cualidad tan fuerte que
afecta a los cuerpos y a la experiencia de manera tan intensa, esas marcas solo
pueden ponerse en duda o en cuestión, o disminuirse, frente a otras
experiencias que tengan un nivel de intensidad similar o superior. Poco sentido
tiene en ese contexto poner en juego un diagrama moralizador y abstracto. Hay quien dirá: “Esto no es lo que pasa todo
el tiempo en las escuelas”. Es cierto: no es lo que pasa todo el tiempo, ni en
todas las escuelas, pero tampoco se trata de situaciones puramente
excepcionales. Además, si no son situaciones de esta gravedad, sí guardan como
equivalencia la dificultad de introducir la transmisión y la jerarquía como
herramientas para que algo de otro orden suceda. En ese sentido las anécdotas
pueden ser muy diferentes, pero guardan en común ese problema, esa pregunta:
¿cómo armamos lazo social cuando la lógica de la transmisión y la jerarquía ya
no funciona?
RS: ¿Podrías conectar esa pregunta y esta
situación en particular con la hipótesis de la escuela como lugar de
investigación de un poder social?
SD: En primer lugar,
en estas situaciones vemos muy rápidamente que el poder del director, de los
maestros e incluso de los alumnos –y, por qué no también, de los
investigadores- no deriva de una investidura. Los maestros, por ejemplo, no
tienen poder porque son “maestros”, ni porque participan de una estructura, ni
porque fueron formados en una institución del Estado. Su poder no deriva de una
investidura ni de una jerarquía. Acá el rey está desnudo todo el tiempo.
Entonces, la única manera de que algo pueda producirse es poner a prueba qué
capacidad de lectura y de invención se tiene cada vez. Además, digo “poder
social” porque tampoco es un poder meramente individual. Es un poder que se
pone en juego en la relación con los otros. Más aún, es un poder que pone en
juego la posibilidad de que una relación pueda producirse (y con una dinámica
muy singular) o no. En esta misma escuela, nos cuenta una tutora que cada tanto
le pregunta a los pibes de quinto qué tienen ganas de hacer cuando se vayan de
la escuela. Muchos dicen cosas convencionales, pero una piba levanta la mano,
muy decidida, y le dice: “Yo, puta”. La tutora no le dice nada, pero ni se
indigna ni lo celebra. Queda ahí. Cuando salen al recreo se le acerca y le
dice: “Macarena, sabés que no está bueno porque no la vas a pasar bien. Vas a
tener que hacer cosas que no te gustan, te van a maltratar y no vas a ganar un
mango. No creas que es lo que vos escuchás en la tele de ciertos personajes que
eligen ser gatos y tienen mucha guita. Te van a someter. Yo a vos te veo
actriz”. Para mí esta situación, que parece una pavada, encierra un pensamiento
enorme, porque lo que la tutora pudo leer es que había algo en ese cuerpo, un
impulso vital que reclamaba una forma, una cierta sensualidad, una necesidad de
expresión corporal, pero logró mostrarle otra cosa. Para mí acá hay un
pensamiento muy fuerte. Primero, porque la piba le dice “¿sí?”. Hay algo de
cierta empatía, de cierta posibilidad de intercambio que no se agota. Pero,
además, hay una capacidad de respuesta, de devolver algo con una velocidad
enorme.
RS: El libro tiene algo de investigación
en torno a esa rapidez y a esa capacidad de improvisación cotidiana.
SD: Alguna vez en
una escuela un rapero nos dijo: “hay que entrenar en la improvisación”. ¿Pero
de qué se trata eso? ¿No es una paradoja? Volviendo a la tutora: ella tiene que
responder con inmediatez a una situación que no está prevista, que no la había
vivido, que no era análoga a ninguna otra situación, pero, por otro lado, hay
algo que se repite. ¿Y qué es lo que se repite? Lo que se repite es ese
entrenamiento en leer situaciones imprevistas. La situación no se repite, pero
el entrenamiento en leer situaciones imprevistas y la empatía que ella también
va desarrollando con pibes que se presentan de modos muy diferentes a la
expectativa o a la imagen tradicional de un pibe, sí. Hay un entrenamiento en eso.
Porque es una vez y de nuevo y de nuevo, y poner a prueba y luego te ponés a
pensar qué pasó y buscás interlocutores. O sea, hay algo ahí que se expande, se
enriquece, que todo el tiempo se pone a prueba. Pero, a su vez, las situaciones
son inéditas. Para mí el poder social tiene que ver con eso, no es un poder que
descansa ni en una investidura ni en una formación en los términos clásicos.
RS: ¿Cómo se relaciona esa suerte de
“pragmatismo vitalista” con la imagen de lo
no escolar?
SD: En principio, la
imagen de lo no escolar nos permitió pensar cosas que muchas veces la escuela o
no ve o, si ve, interpreta, clasifica y finalmente rechaza. Entonces dice “ADD”
[N: síndrome de déficit de atención] o dice “violencia”. Para nosotros, eso
mismo que la escuela, la psicología y la pedagogía muchas veces piensan desde
conceptos preconstruidos tiene una forma deshilachada y se convierte en una
materia de investigación. Para nosotros lo
no escolar también es la tutora que le responde a la piba: “yo te veo
actriz”. No es que lo no escolar está solamente en los pibes,
o que lo no escolar es lo que no
puede estar en la escuela o a lo que se enfrenta la escuela. Es una materia, en
principio, inorgánica y que puede disparar posibles si conecta con un
pensamiento que no es ni el de la clasificación ni el del rechazo. Diría,
también, que lo escolar está en el
plano de la retórica y lo no escolar
está en el plano de la existencia. Esto no significa que hay planos de
funcionamiento reales y prácticos de lo
escolar: hay maestros, hay alumnos, hay un boletín, hay una nota, muchas veces, también, hay un
aburrimiento, un malestar, pero todo eso se produce e incluso a veces de modo
interesante. Son capas que subsisten.
Pero lo que uno vive todo el tiempo no es un plano activo del discurso escolar.
Lo que uno vive todo el tiempo son situaciones, no solamente altamente
conflictivas ni de tensiones, sino que conmueven emociones, afectos, pasiones,
pensamientos. Situaciones que resuenan en cuerpos y no en aparatos escolares.
En el mejor de los casos, se producen problematizaciones colectivas, ganas de
pensar algo y armar algo con eso. La escuela es muy rica en cualidades de
existencia que no necesariamente están en diálogo con las retóricas o con los
aparatos discursivos escolarizados. Lo
escolar se quedó, de algún modo, más en un relato o en el plano retórico,
pero sin conexión con lo sensible.
RS: ¿Cómo funciona la escuela una vez que
ya no administra, como acostumbraba a hacerlo, ciertas regularidades? ¿Qué pasa
cuando la singularidad y excepcionalidad de las situaciones se vuelve regla?
SD: Hay una imagen
que dice mucho que es la del nodo.
Ignacio Lewkowicz hablaba del galpón:
instituciones devenidas, estalladas. Para nosotros la imagen del nodo es más
gráfica que la del galpón porque el nodo supone un lugar de conexión. El galpón
es un lugar de la pura dispersión. Para nosotros el nodo es un lugar de
conexión, como las redes. Porque todos los días un grupo de pibes está ahí, y
los maestros siguen yendo, aún con todas estas fracturas y fisuras. Y están los
pibes de la ventana. Para mí la escuela es un nodo porque recibe un montón de
presencias que se conectan en ese punto, pero esa conexión no es una conexión
simbólica, no es una conexión de sentido, ni es una conexión dada de antemano.
No es que van los padres, los pibes y los maestros y todos están de acuerdo en
que están ahí porque se necesitan mutuamente. Eso no es así. Como decían, la
escuela ya no administra regularidades, porque ya no vivimos en la lógica
fundacional del Estado-Nación. Lo cual no significa que la escuela no intente
hacerlo todavía y que, como obviamente el registro de la realidad no puede
escaparse, lo haga poniendo en juego dinámicas muy novedosas, muy actuales. Por
ejemplo, multiplicando los programas y los proyectos, desde Conectar Igualdad
hasta el Programa de Embarazo adolescente. Esta multiplicidad de programas y
proyectos demuestra que el Estado ya no tiene delante de sí regularidades, por
eso necesita apelar todo el tiempo a estos dispositivos contingentes. Con el
riesgo de que, muchas veces, estos dispositivos son puestos en marcha como
respuestas mecánicas a problemas pensados como datos. Si hay peleas en la
escuela se lanza un programa contra la violencia. Si hay chicas de catorce años
que se embarazan, se lanza un programa. Y lo que termina sucediendo, muchas
veces, es que estas instancias son vividas por los docentes como una sobrecarga
de control y una sobrecarga burocrática, porque no logran activar el poder
social del que hablábamos. Y ya sabemos qué sucede con cuerpos des-afectados y
des-vitalizados.
RS: ¿Qué forma vislumbras qué podrían
seguir las políticas públicas que pudiera poner en suspenso esta lógica del
dato-programa?
SD: Nosotros tomamos
mucho El Aleph de Borges, donde él
plantea que el “mundo superior” debería supeditarse al “mundo inferior”. Para nosotros sería interesante, aunque suene
ridículo, e incluso imposible, que el Estado pudiera ofrecer un recurso leyendo
las dinámicas propias que se dan las personas en la gestión del propio poder
social. Sería interesante que los
recursos financieros o técnicos que el Estado tiene fueran puestos al servicio
de dinámicas locales que se están gestando de manera embrionaria y en algunos
casos de manera muy contundente. La escuela vive hoy problemas que son
existenciales y no por “existencialistas” sino porque hacen a la existencia
cotidiana todo el tiempo. Y a esos problemas hay que afrontarlos con un
pensamiento que piense la existencia y que se interrogue, además, por un tipo
de consistencia que no va a descansar nunca en suelo sólido, ni en una
regularidad ni tampoco en una estabilidad producto de un dispositivo ajeno a
las situaciones. Se trata de nuevas formas de “consistencia” que implican
momentos de activación pero también de disolución repentina. El desafío es no
ver en esta nueva forma de “consistencia” un fracaso tras otro, sino más una
nueva dinámica social que nos empuja a pensar y que, por mucho que escribamos,
todavía nos cuesta inteligir.
RS: ¿Qué lugar asignás a la investigación
en ese intento de intelección? ¿Y qué características tiene ésta cuando, como
lo dejan en claro en varios pasajes del libro, ni la academia ni la universidad
funcionan como marco?
SD: Si bien trabajo
en una institución académica y discuto con la academia -porque ahí empecé- este
es un libro que rompe profundamente con las reglas del código académico y que
se nutre de toda aquella experiencia que tenga una fuerza vital, una fuerza de
multiplicación. En alguna ocasión Deleuze decía que Foucault nunca hablaba de
lo que no vivía. Bueno, yo creo que la academia habla las más de las veces de
lo que no vive. No estoy haciendo una reivindicación “de base”, ni “populista”,
ni mucho menos. Perfectamente uno puede estar viviendo una preocupación
filosófica y sentarse y pensar. De lo que hablo es de la formulación de
preguntas genuinas, que tienen que ver con la experiencia y con un grado de la
inquietud muy visceral. Esa elaboración luego toma formas más sofisticadas de
pensamiento, también en la medida en que te encontrás con otros interlocutores
que profundizan la pregunta y que tensionan mucho más. La interlocución hay que
buscarla en función de afinidades sensibles y no de “organigramas”. Nadie puede
pensar solo. Hay un modo de investigación, de vínculo, mucho más rizomático,
que las situaciones reclaman. Como así también un pensamiento que intente ser
más sensible, en ese sentido de “pragmatismo vitalista” que mencionaban al
principio. Creo profundamente en la investigación porque creo que la vida es
una investigación en sí. Y más en estos tiempos en los que no sabemos nada, en
los que la propia fuerza de los pibes, tan ambivalente, conmueve todo.
Entonces solo te queda indagar:
investigar de qué se tratan las cosas, de qué se trata tu relación con las
cosas. Y en ese sentido yo creo que todo es investigación.
(Esta entrevista forma parte del
número 4 de Revista Sinécdoque, de
próxima aparición. Consultar: revistasinecdoque.blogspot.com.ar o www.facebook.com/revistasinecdoque)