Los nuevos “vándalos” de Brasil
por Eliane
Brum
El 'rolezinho', la novedad de esta Navidad,
muestra que cuando la juventud pobre y negra de las periferias de São Paulo
ocupa los centros comerciales anunciando que quiere formar parte de la fiesta
del consumo, la respuesta es la de siempre: criminalización. Pero ¿qué es lo
que le están "robando" estos jóvenes a la clase media brasileña?
Las navidades de 2013 serán recordadas como aquellas en las que
Brasil trató como gamberros a chicos pobres, la mayoría de ellos negros, por
haber osado divertirse en los centros comerciales donde la clase media hace las
compras de fin de año. A través de las redes sociales, centenares, a veces
miles de jóvenes, se ponían de acuerdo para lo que llaman "rolezinho” (un paseo) en
centros comerciales próximos a sus comunidades, para “hacer jaleo, dar unos
besos, flirtear, divertirse, sin robos”. El sábado, 14, decenas entraron en
el Shopping Internacional de Guarulhos (Estado de São Paulo), cantando
estribillos de funk da ostentação (un tipo de música que exalta la
ostentación). No robaron, no destruyeron, no portaban drogas, pero aún así 23
de ellos fueron llevados a comisaría sin que nada justificara la detención.
Este domingo, 22, en el Shopping Interlagos, varios fueron revisados a su
llegada por un fuerte despliegue policial: según la prensa, una base móvil y
cuatro furgones, cuatro unidades de la Policía Militar, una del Grupo de
Operaciones Especiales y cinco coches de seguridad particular para montar
guardia. Varios jóvenes fueron “invitados” a retirarse del edificio por tener
apariencia de funkeiros, como dos
hermanos que empujaban al padre, amputado, en una silla de ruedas. De nuevo, no
se registró ningún hurto. El sábado, 21, la policía -a la que llamó la
administración del Shopping Campo Limpo- no constató ningún “tumulto”, pero
varios vehículos y motos de la Policía Militar permanecieron en el aparcamiento
para inhibir el rolezinho. Algunos policías entraron en el centro
comercial con pistolas de balas de goma y bombas lacrimógenas.
Si no hay crimen, ¿por qué la juventud pobre y negra de las
periferias del área de São Paulo está siendo criminalizada?
Primero, a causa de su entrada. Los centros comerciales fueron
construidos para mantenerlos del lado de fuera y, de repente, osaron traspasar
el límite. Y lo hicieron reivindicando algo transgresor para jóvenes negros y
pobres en el imaginario nacional: divertirse fuera de los límites del gueto. Y
desear objetos de consumo. No neveras y televisores de pantalla plana, símbolos
de la llamada clase C o nueva clase media -la parcela de la población que
ascendió con la ampliación de renta en el Gobierno Lula-, sino marcas de lujo
internacionales, aquellas que se pretenden exclusivas para una élite, en
general blanca.
Antes, el 7 de diciembre, cerca de 6.000 jóvenes habían ocupado el
aparcamiento del Shopping Metrô Itaquera, y también fueron reprimidos. Varios rolezinhos se organizaron a través de las redes
sociales en diferentes centros comerciales de la región metropolitana de São
Paulo hasta el final de enero pero, por miedo a la represión, muchos han sido
cancelados. Sus organizadores, jóvenes que a menudo trabajan como chicos de los recados,
temen perder el empleo al ser detenidos por estar donde supuestamente no
deberían estar – en una ley no escrita, pero siempre cumplida en Brasil-. Los
agentes de seguridad de los centros comerciales recibieron orientación para
monitorizar a cualquier joven “sospechoso” que esté delante de un escaparate,
aunque sea solo, deseando gafas de Oakley o tenis Mizuno, dos de los iconos de
los funkeiros da ostentação.
En vísperas de Navidad, Brasil muestra la cara deformada de su racismo. Y
necesita encararla, porque el racismo sí es un crimen.
“Eita porra, que
cheiro de maconha” (algo así como "Joder, qué olor a
marihuana") era el estribillo que cantaban los jóvenes al entrar en el
Shopping Internacional de Guarulhos. El funk es de MC Daleste, que homenajea en
su nombre artístico la región donde nació y se crió, la zona este, la más pobre
de São Paulo, aquella que cada verano se inunda con las lluvias por obras que
los sucesivos gobiernos siempre aplazan, aplastando sueños, enterrando casas,
matando adultos y niños. Daleste murió en julio de un tiro en el pecho durante
un show en Campinas (a unos 100 kilómetros de São Paulo). El asesinato es la primera
causa de muerte en Brasil para los jóvenes negros y pobres, como los que
ocuparon el Shopping Internacional de Guarulhos.
La policía reprimió, los comercios cerraron, la clientela corrió.
Una testigo dijo la frase-símbolo a la reportera Laura Capriglione, de Folha
de S. Paulo: “Tiene que prohibirles a este tipo de maloqueiro [término
despectivo para habitantes de zonas pobres de las favelas] entrar en un lugar
como este”. Los días siguientes, en diferentes webs de periódicos, los lectores
definieron así a los rolezeiros (vea entrevista abajo): “maloqueiros”,
“bandidos”, “prostitutas” y “negros”. Negros emerge aquí como palabra ofensiva.
El funk
da ostentação, surgido en la Baixada Santista y la región
metropolitana de São Paulo en los últimos años, evoca el consumo, el lujo, el
dinero y el placer que todo eso otorga. En sus videoclips, los DJs aparecen con
cadenas y anillos de oro, vestidos con ropas de marca, en coches caros,
rodeados de mujeres con mucho culo y poca ropa. (Para conocer el funk de la
ostentação, vea el documental aquí). Distinto del núcleo duro del hip
hop paulista de los ochenta y noventa, que renegaba del sistema, y también del
movimiento de literatura periférica y marginal que, al inicio de 2000, defendía
que para consumir, se comprasen marcas producidas por la periferia para la
periferia, el funk da ostentação coloca a los jóvenes -aunque para la
mayoría solo en la imaginación- en escenarios hasta ahora reservados para la
juventud blanca de las clases media y alta. Esa, tal vez, sea su transgresión.
En sus vídeos, los DJs tienen vidas de ricos, con todos los símbolos de los
ricos. Gracias al éxito de su funk en las comunidades, muchos DJs se
enriquecieron de verdad y tuvieron acceso al mundo que celebraban.
Esta exaltación del lujo y del consumo, interpretada como adhesión
al sistema, hizo el funk da ostentação incómodo para un sector de los
intelectuales brasileños e incluso para parte de los líderes culturales de las
periferias de São Paulo. Ahora, los rolezinhos – y la represión que les siguió– le
añaden a esta vertiente del funk un componente de insurgencia, celebrado estos
últimos días por voces de la izquierda. Al ocupar los centros comerciales, la
juventud pobre y negra de las periferias no estaba solo apropiándose de los
valores simbólicos, como ya hacía con las letras del funk
da ostentação, pero también de los espacios físicos, lo que marca
una diferencia. Y, para algunos sectores de la sociedad, agrega un contenido
peligroso a aquello que era denominado [porque no hablaba de violencia, sino de
ostentación] “funk do bem”.
La respuesta violenta de la administración de los centros
comerciales, de las autoridades, de la clientela y de parte de los medios
demuestra que esos actores leyeron la entrada de la juventud de las periferias
en estos establecimientos como un acto violento. Pero la violencia era
justamente el hecho de no estar allí para robar, el único acto en que se
acostumbra a ver jóvenes negros y pobres. Entonces, ¿cómo encajarlos? ¿en qué
lugar colocarlos? Prefirieron concluir que existía la intención de hurtar y
destruir, algo más fácil de aceptar en lugar de admitir que solo querían
divertirse en los mismos lugares que la clase media, deseando los mismo objetos
de consumo que ella. Llevaron a parte de los rolezeiros a la comisaría. Aunque tuvieran que
soltarlos luego, porque no había motivos para mantenerlos allí, el acto ya los
ha estigmatizado y señalará sus vidas, como históricamente se ha hecho con los
negros y pobres en Brasil.
Jefferson Luís, 20 años, organizador del rolezinho del Shopping Internacional de
Guarulhos, fue detenido, es blanco de investigación policial, su madre lloró y
él acabó cancelando otro rolezinho ya programado por miedo a sufrir más.
Auxiliar en una empresa, ahorró un mes de salario para comprar la cadena dorada
que lleva al cuello. Jefferson dijo al periódico O
Globo: “No iba a ser una protesta, iba a ser una respuesta a la
opresión. Uno no se puede quedar en casa encerrado”.
Por esta subversión no será perdonado. Los jóvenes negros y pobres
de las periferias de São Paulo, en vez de contentarse con trabajar en la
construcción civil y en servicios subalternos de las empresas de lunes a
viernes y quedarse encerrados en casas sin servicios básicos el fin de semana,
también quieren divertirse. Zoar, como dicen. La clase
media acepta que quieran pan, que quieran nevera, se siente más incomodada
cuando llenan los aeropuertos, pero ¿divertirse, y en centros comerciales? Otra
frase de Jefferson Luiz: “Si yo tuviera un cuarto solo para mí ya sería una
ostentación”. Divide una habitación en la periferia de Guarulhos con ocho
personas.
Estas Navidades, los funkeiros da ostentação parecen haberse convertido en los
nuevos “vándalos”, como son llamados todos los manifestantes que, en las protestas,
no se comportan dentro de la etiqueta establecida por las autoridades y por
parte de los medios. En las primeras noticias, el rolezinho del Shopping Internacional de
Guarulhos fue tachado de “arrastão”
(avalanchas humanas que crean confusión para robar). Pero no había arrastão.
El antropólogo Alexandre Barbosa Pereira hace una provocación precisa: “Si
fuese un grupo numeroso de jóvenes blancos de clase media, como sucedió varias
veces, ¿sería interpretado como un flash mob?”.
¿Por qué los administradores de
los centros comerciales, la policía, parte de los medios y los clientes solo
consiguen encuadrar a un grupo de jóvenes negros y pobres dentro de un centro
comercial en un arrastão? Hay varias
respuestas posibles. Pereira propone una bastante aguda: “¿Será que la clase
media entiende que los jóvenes están ‘robando’ su derecho exclusivo de
consumir?”. ¿Este sería el “robo” imperdonable, el que colocó a las fuerzas de
la represión en la puerta de los centros comerciales para impedir la entrada de
chicos desarmados que querían zoar, dar unos besos y
codiciar objetos de deseo en los escaparates?
Para ayudarnos a pensar en los significados del rolezinho y del funk
da ostentação entrevisto
a Alexandre Barbosa Pereira en esta columna. Profesor de la Universidade
Federal de São Paulo (Unifesp), se dedica a investigar las manifestaciones
culturales de las periferias paulistas. En su máster, recorrió el mundo de pichação, un estilo de grafiti característico de
São Paulo. En el doctorado, buceó en las escuelas públicas para comprender lo
que es zoar. Desde 2012 investiga
el funk da ostentação. Aunque los rolezinhos,
por la fuerza de la represión, concluyan estas Navdades, hay mucho que
necesitamos comprender sobre lo que dicen sus protagonistas – y sobre lo que la
reacción violenta en su contra dice de la sociedad brasileña-.
El rolezinho aparece conectado al funk da ostentação. ¿En qué
medida existe, de hecho, esa conexión?
Alexandre Barbosa Pereira. El funk ostentação es una relectura paulista del funk
carioca, hecha a partir de la Baixada Santista y de la región metropolitana de
São Paulo, en la cual las letras pasan a tener la siguiente temática: dinero,
marcas, coches, bebidas y mujeres. No se habla directamente de crimen, drogas o
sexo. Los funkeiros de esa vertiente comenzaron a producir
videoclips inspirados en la estética de los del gangsta
rap estadunidense.
Pero lo más curioso de ese movimiento es el giro que los jóvenes hacen para
cambiar la pauta que, hasta entonces, era principalmente la criminalidad para
el consumo. Las músicas dejan de hablar de crimen para hablar de productos que
ellos quieren consumir. Así, en vez de cantar: “Roba motos, roba coches, un
bandido no anda a pie” (Bonde Sinistro), los funkeiros de la vertiente de la ostentación
cantan: “Vida es tener un Hyundai y una [moto] Hornet, diez mil para gastar,
Rolex....” (MC Danado). De este modo, los DJs empezaron a tener más espacio
para cantar en locales nocturnos y pasaron a producir videoclips cada vez más
elaborados, con más de 20 millones de accesos en Youtube, lo que les llevó a un
éxito al margen de los medios tradicionales. Algunos llegaron a alcanzar gran
repercusión entre un segmento del público joven sin haber aparecido nunca en la
televisión. Vi a niñas llorando por DJs en bailes incluso antes de que el funk ostentação alcanzara el protagonismo que
consiguió en los grandes medios. Surgieron empresas especializadas en la
producción de clipes en el estilo de la ostentación, como Kondzilla y Funk TV,
claramente inspirados en el gangsta rap, en el que los jóvenes aparecen en
coches y motos, exhibiéndose con ropas, dinero y mujeres. Una reflexión interesante
para hacer es cómo los medios tradicionales, que antes execraban el llamado funk
proibidão, que hablaba abiertamente de crimen, drogas y sexo, ahora
comienza a elogiar el funk ostentação,
denominándolo incluso “funk del bien” y resaltando la trayectoria económica y
social ascendente de los DJs.
Pregunta. Haciendo un paréntesis aquí,
antes de llegar al rolezinho:¿cuál es el
camino para que un joven pobre tenga acceso al consumo de lujo, según la mirada
del funk da ostentação? Este giro que tú mencionabas...
Respuesta. Primero, que ese bien de lujo
no es tan de lujo. Al final, una botella de whisky a 60 u 80 reales (de 25 a
menos de 35 dólares) no es ningún absurdo. Siempre es posible comprar una copia
de aquellas gafas de sol que cuestan más de mil reales. En las discotecas de
funk que observé, este era el precio. Pensemos en un grupo de por lo menos
cuatro amigos dividiendo el valor de la compraventa. No sale tan caro jugar a
la ostentación. Eso sí, están los coches. Eso sí que está fuera del alcance de
la mayoría de esos jóvenes. Pero ahí hay una explicación interesante, que
Montanha, un productor y director de videoclips de Funk TV, sabiamente me dio.
Me dijo que las novelas ya vendían una vida de lujo hace mucho tiempo, solo que
en ellas los ricos eran los que pertenecían a ese mundo. En los videoclips de funk
ostentação, son los pobres los que aparecen en un mundo de
“riqueza” o de “lujo”, con coches, mansiones, ropas de marcas más caras. Los
jóvenes ahora podrían, segundo Montanha, verse como parte de un mundo de
prestigio, de ahí la gran identificación. El crimen puede ser un camino para
acceder a ese mundo de lujo o lo que esos jóvenes entienden por un mundo de
lujo, pero no es el único. Esta es la lección que muchos DJs de funk están
intentando transmitir en sus letras. De cierta forma muestran otro camino, que,
de hecho, siempre estuvo presente para esos jóvenes de la periferia: hacerse
famoso por la música o por el fútbol. De hecho, esos son los caminos que
aparecen como los más posibles para que jóvenes negros y pobres de las
periferias del país imaginen un futuro de éxito. En un mundo en que hay una
fuerte división entre trabajo intelectual y manual, con la extrema valorización
del primero, el uso del cuerpo en formas lúdicas como medio de ganar dinero se
muestra como opción para la transformación de la vida. “Crimen, fútbol, música,
cojones, yo tampoco conseguí huir de eso ahí”, ese es el Negro Drama cantado
por los Racionais MCs. Los DJs de funk ostentação están intentando decir que es posible
construir una vida de éxito a través de la música. Y lo que era ficción (los
videoclips con coches importados, prestados o alquilados, con dinero de mentira
lanzado al aire) comienza a hacerse realidad. Muchos de ellos comienzan a ganar
una cantidad razonable de dinero con los shows. Creo que la idea de la
imaginación como una fuerza creativa se presenta con fuerza en el funk
ostentação.
Por otro lado, es preciso destacar
que masculinidades marcadas por el deseo de poseer un automóvil o una
motocicleta no fueron construidas por el funk ostentação. Ya
existían hace tiempo. Para los niños de la periferia, poseer un buen coche,
bonito y potente, es una de las metas principales de vida. La posesión del coche
es, en el imaginario de esos jóvenes, pero también de la población en general,
un indicativo de éxito económico y social, garantizando, como consecuencia, el
éxito con las mujeres.
En este caldo cultural, el consumo es cada vez más exaltado como
espacio de afirmación y de reconocimiento para los jóvenes. Es, inclusive,
bastante compleja la forma de la relación entre criminalidad y consumo en el
funk. En el giro que produjeron, parece que hay el mensaje de que esas dos
acciones pueden ser dos lados de una misma moneda. Ellos no dejan de hablar del
crimen. Acaban citándolo indirectamente, como en las músicas de MC Rodofilho,
en las cuales él celebra: “Ay dios, qué bueno es ser vida
loka”. Lo importante es entender cómo el crimen y el consumo son
pautas constantes en las relaciones sociales de los jóvenes de la periferia.
Los más pobres también quieren que iPads, iPhones y automóviles potentes formen
parte de su mundo. Aún necesito observar y reflexionar más sobre ello, pero
creo que tanto en el caso del crimen como en el del consumo tenemos que estar
más atentos al modo en el que se dan las relaciones entre personas y cosas.
Pienso que la búsqueda de la realización solo mediante el consumo implica
sentimientos y posturas extremas de un egoísmo hedonista y de un profundo
desprecio por otros seres humanos. Las mercancías, o las cosas anheladas, de
cierta forma han conformado las subjetividades contemporáneas. Y en esas nuevas
subjetividades, marcadas por lo instantáneo y la inestabilidad, parece no haber
mucho espacio para la solidaridad. Hay una nueva tendencia en la discusión
antropológica que afirma que no podemos entender las cosas solo como
representación o resultado de lo social. Necesitamos pensar también en cómo las
cosas hacen a las personas e incluso a la sociedad. Cómo las cosas o las
mercancías más deseadas hoy motivan tanto un consumismo desenfrenado,
irracional y egoísta, como el ingreso de jóvenes en la criminalidad. Siempre me
quedo espantado cuando veo las imágenes en otros países de personas corriendo
desesperadas para comprar un nuevo lanzamiento de smartphone, videojuego, tableta... Pero no solo eso, estas cosas
también motivan y determinan formas de estar, pensar, relacionarse y sentir en
el mundo contemporáneo.
Pienso mucho en eso cuando parte de la clase media critica el
consumo de esos jóvenes, diciendo que solo ellos –la clase media que,
supuestamente, paga los impuestos – tienen derecho a consumir, o a relacionarse
con ciertos productos. ¿Será que la clase media entiende que los jóvenes están
robando el derecho exclusivo de que ellos consuman o de relacionarse con esos
objetos de prestigio? ¿Un derecho que, por otra parte, había sido robado de
esos jóvenes pobres hace mucho tiempo?
Esa crítica puede venir inclusive de cierta clase media más intelectualizada
e incluso con ideas políticas progresistas, que cree que sabe lo que es mejor
para los pobres. Hacen la crítica desde sus iPads e iPhones a lo que entienden
como un consumo irracional de los más pobres, que deberían ahorrar en vez de
gastar en productos que no son para su nivel económico. Hay un juego de perder
y ganar y también de búsqueda de satisfacciones individuales que rodea el robo
del derecho de algunos al consumo, que es preciso profundizar para entender
mejor esas dinámicas contemporáneas. ¿Todos tienen el derecho a consumir lo que
quieran? ¿Y sería viable, hoy, que todos consuman a altos niveles? ¿Qué
implicaciones mediombientales tendríamos? Y si no es sostenible o viable que
todos consuman con tamaña intensidad, ¿por qué incentivamos así el consumismo?
Con eso, lo que quiero decir es que no se puede pensar la relación entre crimen
y consumo solo entre los pobres. Creo que también necesitamos mirar hacia las
clases medias y altas y hacia los crímenes que, históricamente, han sido cometidos
contra los más pobres y el medioambiente para proteger el consumo de los ricos.
P. ¿Es en este punto en el que
los rolezinhos aparecen
y crean una tensión reveladora en estas Navidades?
R. Los rolezinhos en los centros comerciales están
conectados directamente a ese contexto. No sé cómo surgieron, pero me
parece que despuntarion por esas nuevas relaciones que las redes sociales
permiten construir, de forma que una broma pueda volcar algo serio. De repente,
una convocatoria hecha en Internet puede llevar a centenares de jóvenes a
encontrarse en un centro comercial, un local donde pueden tener acceso a esos
bienes a los que canta la música, aunque solo sea un acceso visual. Eso sí, es
importante resaltar que no fueron los rolezinhos ni el funk
ostentação los que
crearon esa relación de fascinación con el consumo. Esta ya existía hace mucho.
Os Racionais, hace más de diez años, ya cantaban sobre eso, con afirmaciones
como: “Tú dijiste que era bueno y la favela lo escuchó. Allá también tiene
whisky, Red Bull, tenis Nike y fusiles” o “La abundancia alegra al sufridor”
P. Algunos análisis relacionan los rolezinhos con una acción afirmativa de la
juventud negra y pobre, a una denuncia de la opresión y a una reivindicación de
participación, en este caso en el mundo del consumo. ¿Cómo analizarías tú este
fenómeno tan nuevo?
R. No me arriesgaría a decir que
hay un movimiento político muy claro. Puede indirectamente constituirse como
una acción afirmativa de la juventud negra y pobre. Tal vez la tensión que se
creó con la criminalización de esos jóvenes durante los rolezinhos pueda llevar a algún tipo de reflexión
y acción política mayor, pero es difícil de prever. En un libro intitulado Cidadania
Insurgente, [el antropólogo americano] James Holston analiza el
surgimiento de las periferias urbanas en Brasil, particularmente en São Paulo,
destacando la discriminación contra ciertas clases de ciudadanos en el país.
Ese autor muestra cómo, históricamente, las formulaciones de ciudadanía
elaboradas por los más pobres se dieron a partir de su ocupación de barrios en
las periferias de las grandes ciudades. Nociones y prácticas propias de
ciudadanía que se produjeron, a la vez, por medio de las experiencias de
hacerse propietario, de participar de movimientos sociales por la mejoría de
los barrios y de ingresar en el mercado del consumo. Primero se ocuparon los
barrios, incluso sin estructura mínima. Después llegaron las reivindicaciones
por la legalización de los terrenos ocupados. Y, finalmente vinieron las luchas
por la llegada de la energía eléctrica, el saneamiento básico y el asfalto.
Creo siempre muy interesante, en conversaciones con antiguos líderes de los
barrios periféricos de São Paulo, observar que indican la llegada del asfalto
como el gran marco de transformación del barrio y la integración de este al
espacio urbano.
Percibo, por lo tanto, acciones como las de los rolezinhos,
desde el punto de vista de esa “ciudadanía insurgente”, en referencia a las
asociaciones de ciudadanos que reivindican un espacio para sí y así se
contraponen al gran discurso hegemónico o, si no se disocian del discurso
hegemónico, al menos provocan ruidos en él. Se trata de una reivindicación por
la ciudadanía, la participación política y derechos que, históricamente, fue
hecha por los más pobres, muchas veces en la frontera entre lo legal y lo
ilegal, y que comenzó con la propia ocupación de los barrios en la periferia de
la ciudad de São Paulo, como forma de habitar y sobrevivir en el mundo urbano.
Esa ciudadanía no necesariamente se presenta como resistencia, pero puede
también querer, en muchos casos, asociarse a la hegemonía produciendo
disonancias.
¿Qué son el funk ostentação y los rolezinhos si no esa reivindicación de los
jóvenes más pobres de una mayor participación en la vida social más amplia a
través del consumo? Estas acciones culturales parecen situarse en esa lógica,
que no necesariamente se contrapone a lo hegemónico, en la medida en que
intenta afirmarse por el consumo, pero provoca una incomodidad, un ruido
extremadamente irritante para aquellos que se guían por un discurso y una
práctica de segregación de los que consideran como los “otros”.
P. ¿Cómo definir esa
incomodidad? ¿Qué son los “otros” en este contexto? ¿Y qué papel desempeñan
estos “otros”?
R. La incomodidad de ver pobres
ocupando un lugar en el que no deberían estar, como consumidores de ciertos
productos que deberían ser más exclusivos. Es un tipo de espanto que se
pregunta: “¿Cómo ellos, que no tienen dinero, quieren consumir productos que no
son para su posición social y económica?”. Estos “otros” son los considerados
“subalternos”. Pueden ser funkeiros, pobres y
mestizos de la periferia, pero pueden ser también las empleadas domésticas, los motoboys,
los grafiteros, entre otros “otros”, que muchas veces son utilizados como chivo
expiatorio de las frustraciones de un sector considerable de la clase media.
Los rolezinhos no son protestas contra el centro
comercial o el consumo, sino afirmaciones de: “Queremos estar en el mundo del
consumo, en los templos del consumo”. Sin embargo, por ser jóvenes pobres de
barrios periféricos, negros y mestizos en su mayoría, y que escuchan un género
musical considerado marginal, pasan a ser vistos y clasificados por la mayoría
de la sociedad como gamberros o marginales. Pensemos que, en la propia
concepción del centro comercial, no está prevista la presencia de ese público,
aún menos en grupo y provocando confusión. Me pregunto: si fuera en un centro
comercial más noble, con jóvenes blancos
de clase media alta, vestidos como se espera de un joven de este estrato
social, ¿la repercusión sería la misma? ¿la criminalización sería la
misma?. Tal vez fuera considerado solo un flash mob. Hay una
tendencia, de una parte considerable de la clase media, de los medios y del
poder público, a percibir a los jóvenes pobres a partir de tres perspectivas,
casi siempre exclusivistas: la del gamberro, la de la víctima y la del héroe.
P. ¿Cómo funcionan estas tres
perspectivas, gamberro, víctima y héroe?
R. Son más formas de etiquetar a
esos jóvenes por parte aquellos que quieren tutelarlos que categorías asumidas
por los propios jóvenes. Por eso, son contextuales. Dependiendo de la situación
y de los actores sociales con quienes dialoga, el joven puede ser entendido a
partir de una de esas categorías. El pichador (grafitero de pichaçao),
por ejemplo, es un agente que puede movilizar todas esas clasificaciones,
dependiendo del contexto y de los interlocutores: la policía, la Secretaría de
Cultura, los investigadores académicos o la ONG que quiere salvar los jóvenes
de la periferia de la violencia. En el caso del funk, por ejemplo, ya hay
comentarios e incluso textos de personas más politizadas viendo los rolezinhos como una acción afirmativa o
extremadamente contestataria. Para estos, los protagonistas de los rolezinhos son víctimas que se hicieron héroes.
Otros, como la policía, la administración de los centros comerciales y la
clientela, pero también sus vecinos, que viven allá en los barrios pobres de la
periferia, ven en ellos principalmente a villanos y gamberros.
Jóvenes como estos que están en los rolezinhos no necesariamente aceptan entrar en
esas etiquetas pero, en algunos casos, pueden también encajar en todas a la
vez. No se puede simplificar un fenómeno como este. Sin embargo, si pensáramos
en ese movimiento que surge principalmente con el hip hop de valorar la
periferia como espacio político y de afirmación positiva, es posible ver,
aunque en menor intensidad, una cierta acción política. De decir: “Somos de la
periferia y estamos orgullosos”. Un movimiento de reversión del estigma en
marca positiva.
P. Pero ¿hay, de hecho, una
acción consciente, organizada, con un sentido político previo? ¿O el sentido
está siendo construido a partir de los acontecimientos, lo que es igualmente
legítimo?
R. Mira, sinceramente, es
difícil decir si hay un sentido político, directo, consciente y/o explícito.
Tal vez por parte de algunos, pero por lo que he visto en las redes sociales,
no de la mayoría. Si el movimiento persiste o toma otras formas, puede ser que
el sentido político tome más fuerza. De momento es difícil analizar ese punto.
El antropólogo Arjun Appadurai analiza hace algún tiempo los cambios que se
producen en el mundo a causa del avance de las tecnologías de comunicación y
del transporte. Según este autor, las personas se desplazan cada vez más en el
mundo actual, y no solo físicamente, sino también y tal vez principalmente en
la imaginación, a causa de medios de comunicación como la televisión y, más
recientemente, por Internet. Hoy es posible imaginarse en los más diferentes
lugares del mundo, pero también en diferentes clases sociales. ¿Qué son los
videoclips de funk de la ostentación sino imágenes/imaginaciones que los
jóvenes tienen sobre lo que sería pertenecer a otra clase o poseer mejores
condiciones económicas para el consumo?
Esa imaginación, según ese autor,
puede constituirse como un proyecto político compartido, pero puede también ser
solo una fantasía, algo individualista y egoísta, sin gran potencial político.
Me parece que el funk da
ostentação en São
Paulo y movimientos como lo de los rolezinhos en los centros
comerciales tienen intensamente esos dos potenciales. Difícil saber si alguna
de ellas va a prevalecer o volverse hegemónica.
P. ¿La elección de la música de
MC Daleste, asesinado en un show en Campinas, para el rolezinho del Shopping Internacional de
Guarulhos, puede tener algún otro significado?
R. La elección de la música de
MC Daleste en la entrada de los jóvenes en el centro comercial de Guarulhos me
pareció bastante significativa por varios motivos. Principalmente, porque su
muerte en el escenario, cantando funk, de cierta forma construyó un marco para
ese funk da ostentação. Su asesinato acabó por dar
aún más visibilidad a esta vertiente del funk paulista. MC Daleste cantaba proibidão antes y, así, esa relación confusa
entre crimen y consumo se manifiesta de modo bastante fuerte en lo que él
representa. Hay en su propio nombre artístico esa afirmación de un cierto
orgullo del lugar de donde viene, de ser de la periferia, que tanto el funk
como el hip hop expresan. No es casualidad que él sea “Da Leste”.
Recordemos que Guarulhos también está al este de la región metropoliitana de
São Paulo.
P. Hoy, una parte significativa
de la generación que se crio en las periferias con movimientos contestatarios
como el hip hop y la literatura periférica o marginal ha asumido, por el funk
da ostentação, los valores de consumo de las clases medias y alta.
¿Cómo analizas este fenómeno en el contexto histórico actual de Brasil?
R. Lo que un evento como ese
parece poner de manifiesto es, por un lado, ese anhelo por consumir y por
afirmarse mediante el consumo que esos jóvenes vienen demostrando ya hace algún
tiempo, por las letras de los funks, pero también en el hip hop. A pesar de las
críticas de ciertos segmentos del hip hop, no sé si el funk
ostentação rompe con
el hip hop más politizado de los ochenta y noventa o si ofrece una de las
muchas posibles continuidades a ese movimiento cultural. Me parece que el funk ostentação es una relectura paulista, muy influenciada
por el hip hop, del funk carioca. Muchos MCs de funk eran MCs de hip hop.
Muchos de ellos, además de funk, cantan también rap, y en los shows se escuchan
músicas de los Racionais. Hay trozos de letras de canciones de los Racionais en
las letras del funk. Ahora, el hecho es que el funk no está tan marcado por la
cuestión política como el hip hop. O Montanhame dijo algo
interesante una vez: que, en la verdad, el hip hop ofrecería un espacio de
expresión política que les faltaba a los jóvenes, ya el funk es un espacio de
ocio y de socialización. Me parece una reflexión interesante. No que el hip hop
no pueda contener ocio y socialización, ni el funk protesta política, pero
las dos vertientes tienden hacia uno de los polos. El funk, de hecho, ganó ese
gran espacio junto a los jóvenes de las periferias de São Paulo porque, en esa
articulación de un espacio de ocio, se configuró un espacio para las mujeres
que, en el hip hop, era más difícil. Las mujeres son presencia fundamental en
los bailes de funk. El protagonismo del baile siempre fue suyo. Incluso que los
niños también bailen y las niñas participen cada vez más como MCs. El hip hop
siempre fue mucho más masculino, del baile a la vestimenta.
P. Pero ¿cuál es la diferencia,
en tu opinión, entre cómo hablan de consumo, por ejemplo, los Racionais y cómo
lo hacen los MCs de la ostentación?
R. Hay dos perspectivas. Cuando digo que los Racionais ya lo
cantaban, quiero decir que ellos ya identificaban esa necesidad de consumir de
la juventud. Y de consumir lo que ellos creían que era bueno, nada de consumo
consciente. Por eso digo que los Racionais ya hacían, hace más de diez años,
una lectura de ese anhelo por consumir de la juventud pobre. Por otro lado, hay
esa dimensión de movimientos como el de los escritores de la periferia,
promoviendo productos de la periferia, por la periferia. El funk
ostentação comienza
sin preocuparse con esa cuestión directamente. No le duele la conciencia por
cantar al consumo y adherirse al sistema. Indirectamente, sin embargo, acaba
llegando a un otro punto, en la medida en que una parcela considerable de
jóvenes de la periferia pasa a poseer algún tipo de renta con la producción del
funk. Ya sean los chicos que graban los videoclips, los propios MCs, pero
también los empresarios, productores, técnicos e incluso algunos MCs que se
hacen emprendedores y crean sus propios negocios. Como MC Nego Blue, que
observando de cerca el éxito de las ropas de marca entre los jóvenes, creó
Black Blue, una tienda de ropa cuyo símbolo es una carpa colorida. Hoy, además
de poseer establecimientos propios, vende en tiendas multimarca, al lado de
camisas de Lacoste o de otras marcas famosas que los chicos buscan, y por un
precio muy parecido. Una de las empresas que programa shows de funk en Cidade
Tiradentes se llama justamente “Nosotros por nosotro”.
Los rolezinhos parecen decir: no solo queremos
consumir, queremos ocupar en masa y divertirnos en los centros comerciales, en
los suyos o en los nuestros. Es importante percibir también que los centros
comerciales donde los eventos ocurrieron están en regiones más periféricas,
probablemente próximos a la residencia de los jóvenes. De momento no han ido a
los templos mayores del consumo de lujo en la ciudad, en Jardins, Faria Lima,
Marginal Pinheiros... Puede haber también un componente de un término que
descubrí en la pesquisa que hice en escuelas de bachillerato, en mi doctorado,
que es la idea de “zoar”.
Ellos quieren zoar, que es llamar la
atención y divertirse, flirtear, jugar y, si fuera preciso, pelear.
P. ¿Por qué, en este momento, el
ocio se impone como una reivindicación de esta generación, por encima de
cuestiones como salud, educación y transporte de calidad?
R. Creo que no hay una
reivindicación política bien formulada como sucedía con el hip hop: queremos
más salud, educación y ocio. Ellos simplemente quieren estar en los centros
comerciales para zoar, y van. No existe esa
reflexión más elaborada que el hip hop produce, es más espontáneo. Ese tal vez
pueda ser un punto de distinción. Y el propio funk es, por sí solo, ocio y
diversión, un dispositivo poderosísimo para bailar y flirtear. El zoar puede ser leído como un acto político,
pero no me parece intencional. Creo que crea una tensión que es política, que
es de disputa de poder por los espacios de la ciudad, pero no hay un manifiesto
por la zoeira o por los rolezinhos,
como hubo, por ejemplo, en el caso del manifiesto del arte periférico de los
escritores.
P. ¿Hay también un movimiento
para salir de los guetos y ocupar los guetos de la clase media? ¿De forma
masiva, y no individualmente, como cuando un grupo de rap aparecía en la
televisión (aunque fuera MTV) o un escritor del movimiento literario marginal o
periférico publicaba en una gran editorial? ¿Es esta una novedad importante?
R. Creo que se abre hacia fuera
del gueto, del barrio donde se vive, pero no hasta muy lejos. Al fin y al cabo,
los centros comerciales a los que van están al lado de sus casas. En este
sentido, creo que el hip hop, a pesar de hablar más del gueto, se abre mucho
más hacia fuera en la medida en que conquista un espacio importante en las
políticas públicas de cultura, por ejemplo.
Claro que ese espacio de ocio es
problemático y conflictivo incluso dentro de los barrios de las periferias
donde viven esos jóvenes. Si entrevistáramos a sus vecinos, seguramente la
mayoría se posicionaría totalmente a favor de prohibir las fiestas callejeras
que ellos organizan, con música alta que muchas veces dura toda la madrugada.
Por eso creo importante no tomar el funk ni como un movimiento libertador, ni
como el gran villano o el gran movimiento corruptor de la juventud
contemporánea, como sectores más moralistas, a la izquierda y a la derecha,
tienden a hacer.
La cuestión del consumo también me parece problemática. El deseo
de consumir siempre ha existido. Antes del Gobierno Lula, el proceso de
urbanización ya induce a ese apego mayor al consumo. Sin embargo, no se puede
negar que, en los últimos años, hubo también una mejora económica para
segmentos que antes estaban bastante alejados del mercado. Sin embargo, creo
que reducir el éxito del funk da ostentaçãoa eso es
simplificar demasiado el movimiento y olvidar que han existido y existen
movimientos juveniles parecidos en otras partes del mundo, como el propio
gangsta rap, en Estados Unidos, en el que se inspiran los videoclips.
Debemos cuestionar no la acción de los chicos, sino las relaciones
sociales fomentadas en la contemporaneidad. Es preciso conceder a los jóvenes,
y no solo a los pobres, sino también a los de clase media y alta, otros
espacios de reconocimiento y de establecimiento de relaciones sociales que no
estén guiados por la afirmación por medio de la posesión y del consumo de
bienes. Porque, como dicen los Racionais, otra vez: “¿Quién no quiere brillar,
quién no? Muestra quién. Nadie quiere ser secundario de nadie”. Para algunos
tener un tenis caro, un smartphone de última generación o ir al centro
comercial para zoar puede ser una forma de
intentar brillar.
P. Al ocupar los centros
comerciales, los adeptos del funk da ostentação estarían
promoviendo su primera actitud de insurgencia contra el sistema, en el sentido
de: “Voy a ocupar el espacio que me es denegado o donde no me
quieren”. ¿Es eso? ¿O las propias letras de las músicas, interpretadas, en
general, como adhesión al sistema, ya serían una insurgencia, en la medida en
la que se apropian simbólicamente de los valores de la élite y de la clase
media y, ahora, con los rolezinhos, también de sus
espacios físicos?
R. Sí, creo que esa es la mayor
irritación de la clase media con esos movimientos. Basta ver los comentarios a
los videoclips en el Youtube, irritados con los chicos que ostentan y se
exhiben con productos más caros. Esta es la principal rebelión que provocan. La
clase media, de forma general, más pobre o más rica, más o menos
intelectualizada, se irrita bastante cuando los subalternos compran bienes
caros, incluso antes de ellos. Ya he oído comentarios indignados, del tipo: “Mi
empleada ha comprado una televisión de última generación mejor que la mía”. Eso
tiene antecedentes históricos que parecen llegar hasta hoy. James Holston, en
el libro sobre ciudadanía insurgente que cité anteriormente, pone como ejemplo
la legislación colonial portuguesa, que prohibía a los negros el uso de joyas y
artículos considerados finos...
P. Parece que los rolezeiros de los centros comerciales están
ocupando el mismo lugar simbólico de los vândalos en las manifestaciones, en la
narrativa hecha por parte de los medios de masas y por las autoridades. ¿Como
interpretas esa reacción?
R. Lo que me asustó de verdad en esta historia fueron las reacciones
de medios y policía, condenando y ordenando detenciones, incluso en casos en
que dijeron que no hubo robos, sino estampidas. Me pregunto quién provocó la
estampida: ¿los jóvenes o la acción de los guardas jurados y de la policía?
Eventos como estos revelan también una faceta complicada y extremadamente
prejuiciosa de la clase media brasileña. Concedí una entrevista corta para la
web de un gran grupo de comunicación y me asusté al leer los comentarios de los
lectores, de un odio terrible contras los jóvenes que fueron a los centros
comerciales, contra los pobres, contra mí, que resalté la forma prejuiciosa en
la que se trataba el tema. Al hablar de lo sucedido, algunas palabras
utilizadas como acusación contra los jóvenes fueron bastante reveladoras del
prejuicio, e incluso del racismo, de este segmento social: “favelados”, “maloqueiros”, “gamberros”,
“prostitutas” y “negros”. En ese último caso es evidente el racismo de muchos
comentarios de esa noticia, pero también en las comunidades de rolezinhos que los jóvenes crearon en las redes
sociales. Uno de los comentarios pide los jóvenes vuelvan a África. Eso es muy
grave. Revela ese profundo racismo enraizado en una parte considerable de la
población. Como si esta sociedad dijera, por medio de los administradores de
los centros comerciales, de los medios y de la policía, jugando un poco con la
cuestión de las manifestaciones de junio: “Ustedes, pobres, pueden consumir,
pero ir al centro comercial en grandes grupos, solo para zoar y cantar funk... eso ya es vandalismo”.
P. ¿La clase media es racista?
R. Lo que llamamos clase media
no es uno todo homogéneo. Es posible segmentarla en diferentes niveles y a
partir de diferentes contextos, es posible pensar en una clase media
intelectualizada o no intelectualizada. Pero me parece que la división más
importante para pensar la clase media en São Paulo es la que se da por
criterios socioeconómicos y espaciales. Existe la clase media que está
concentrada principalmente en el entorno del eje céntrico, que va del Centro a
Pinheiros, pasando por la Avenida Paulista y barrios próximos. Esta, en su
mayoría, vive en una burbuja y tiene poco contacto con otras clases, con la
excepción de los trabajadores subalternos: conserjes, empleadas domésticas,
etc. Para esta, en gran medida, el Shopping Itaquera puede estar más distante
que París o Londres.
Sin embargo, hay también determinada clase media baja que vive en
la periferia. Citando nuevamente a Holston, él habla de una diferenciación que
se produjo en las periferias de São Paulo entre aquellos que compraron sus
terrenos, incluso que por medio de contratos opacos, y aquellos que ocuparon
espacios formando las favelas. Esa pequeña diferencia no crea un gran abismo
económico, pero produce una profunda diferenciación, por medio del cual un grupo
estigmatiza el otro. Ya he visto un individuo de esta clase media de la
periferia cuestionando programas como lo Bolsa Familia, porque había visto
envases vacíos de yogur en la basura de la favela. Este individuo afirmaba que
ni él consumía yogur con tanta frecuencia. ¿Cómo ellos se creían con derecho a
consumir un producto que es un lujo, raro, pero sobre el cual él tiene cierta
exclusividad?
La ayuda a los más pobres, en especial el programa Bolsa Familia,
es un factor importante de estigmatización por parte de esos diferentes
segmentos de la clase media, pero sobre todo por parte de esa clase media de la
periferia. Estuve recientemente en una escuela pública próxima a una gran
favela de São Paulo. Según los profesores, uno de los problemas del centro era
que el 90% de los alumnos venían de la favela vecina. Y que esos alumnos
estaban muy acomodados, pues vivían de ayudas y en la favela tenían todo muy
fácil gracias a la gran cantidad de proyectos existentes allá. Incluso
proyectos de música, resaltó un profesor. Es muy importante reflexionar sobre
esto, porque esos profesores, si no viven en la favela, son vecinos de ella.
Pero aun así se permiten marcar diferencias con los jóvenes por cuestiones muy
pequeñas. Y son estos profesores los responsables por formar a esos chicos.
¿Con esta mirada, son capaces de luchar para que la escuela se haga un espacio
de convivencia, afirmación y reconocimiento para los jóvenes?
P. ¿Cómo tú, que has vivido el
día a día de las escuelas públicas en São Paulo, percibes la educación?
R. Es necesario que pensemos en una educación para las diferencias,
para que no caigamos más en la trampa de la intolerancia y de los análisis
apresurados y prejuiciosos de sectores de las élites y de las clases medias al
hablar de “subalternos”. Me acuerdo de un documental portugués que merece la
pena ver sobre la historia de un arrastão que no existió.Se llama Era una vez un arrastão
. En él se habla del día en que jóvenes caboverdianos o
descendientes de caboverdianos decidideron frecuentar la noble playa de
Carcavelos, en Portugal. La policía, al ver la concentración de jóvenes de
origen africano, se asustó y decidió intervenir, provocando una gran estampida
que fue considerada como un arrastão. Pero, en
realidad, los jóvenes huían de la represión policial gratuita. Eso tal vez nos
enseñe algo sobre losarrastões que estamos creando cada día,
criminalizando jóvenes pobres.
Cuando investigaba en escuelas públicas de la periferia de São
Paulo, era común oír de los profesores que, en aquel centro, los alumnos eran
todos gamberros o marginales. El discurso de la criminalización es efectivo y
poderoso y condena a mucha gente al fracaso escolar e incluso al crimen. El
sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en un libro sobre educación y juventud,
resalta la necesidad cada vez más urgente, en la actualidad, de desarrollar el
arte de convivir con desconocidos y la diferencia. En especial en un mundo en
el cual las migraciones tienden a aumentar cada vez más. En nuestro caso, no
fue necesaria la llegada de extranjeros para expresar las más brutales formas
de prejuicio, pues los extranjeros éramos nosotros, los brasileños. Pero
brasileños que viven muy lejos, aunque son vecinos. Viven en Guaianazes, Capão
Redondo, Grajaú, Cidade Ademar, Cidade Tiradentes, Vila Brasilândia...
P. ¿En qué medida, en su
opinión, los rolezinhos se conectan con las manifestaciones de
junio?
R. Creo que no hay una conexión
directa. Pero, indirectamente, es posible percibir la reivindicación común del
uso del espacio público y de quebrar las marcas de la segregación. Me acuerdo
de que, antes de las manifestaciones de junio, para la prensa conservadora era
un tabú ocupar la Avenida Paulista. Los movimientos sociales mostraron que no
solo no era un tabú, sino que era un derecho, el derecho de ir a las calles y
ocuparlas para protestar. Los rolezinhos no parecen tener una pauta tan clara,
pero también están, aunque indirectamente, diciendo: “¿No dijeron que era bueno
consumir? Pues bien, nosotros también queremos”.
P. Esa ocupación de espacios que
supuestamente pertenecerían a “otros”, tanto en el caso de las manifestaciones
como en el caso de los rolezinhos,
parece marcar una novedad importante. ¿Qué está sucediendo?
R. Creo que la novedad está ahí,
pero es difícil decir lo que está sucediendo o lo que sucederá. Puede ser solo
un hecho puntual -algo parecido a la revuelta de la vacuna como reacción a las
propuestas políticas opresoras de la reforma sanitaria de Río de Janeiro [a principio
del siglo XX], por ejemplo – o puede ser una nueva forma de pensar los espacios
públicos y privados en las ciudades brasileñas. Sin embargo, es difícil prever.
Los rolezinhos pueden
haber acabado esta semana, por ejemplo. Y los movimientos como los de junio no
se han repetido con tanta intensidad y repercusión. Pero lo que los movimientos
como estos garantizan es la posibilidad de crear tensión en la ocupación de
espacios urbanos, muy denegada hasta entonces.
P. ¿Por qué este nombre, rolezinho?
¿Y qué significados tiene?
R. Rolezinho es un término que está directamente conectado a la idea de ocio.
De salir a divertirse y sacar fruto a la ciudad. Los pichadores,
con quienes realicé la pesquisa en el máster, también usan la idea derolê (dar una vuelta) para referirse a sus
grafitis. Con eso están diciendo que pintar es dar vueltas para conocer y
apropiarse de la ciudad. Parece que por este término, indirectamente, podemos
entender una reivindicación del derecho de divertirse en la ciudad.
P. ¿Divertirse en la ciudad no
sería un acto de insubordinación para jóvenes pobres y negros? ¿Tal vez hasta
el mayor acto de insubordinación?
R. Sí, sobre todo en una
sociedad en la que pobres y negros tienen que trabajar – y solo trabajar – sin
reclamar. Recordemos que la policía, a finales del régimen militar, actuaba en
las periferias abordando a los habitantes y pidiéndoles la identificación
profesional como prueba de que eran trabajadores y no vagabundos. Dedicados,
por tanto, al trabajo y no a la diversión. Eso sí, claro que estos jóvenes no
están pensando exactamente en eso. Lo que quieren de verdad es divertirse.
P. ¿Cómo entender este fenómeno,
que es, a la vez, una insubordinación y una adhesión al sistema?
R. Creo que la mejor palabra es
paradoja. El funk da ostentação en São Paulo es paradójico: no se le
puede situar en un extremo o en otro dentro del modo tradicional de pensar la
política. ¿Conservador o revolucionario? Ninguno de los dos, pero con la
posibilidad de ser los dos a la vez.