El impulso vital de otra época
por Diego
Valeriano
(esta nota discute con “¿Un mundo feliz?”, por
Ver qué onda, que a su vez discutía con
esta otra: “Escuela emancipadora”. de Diego Valeriano)
La
ambigüedad es de lo tibios y a esos los vomitan seguro. Es necesario ser
arbitrario para poder pensar, si no es imposible. La escuela pública es el
mejor lugar del mundo para un pibe ¿Cuál otro sería entonces? La escuela está
en su punto caramelo. Una burocracia totalmente permeable, unxs pibes en su
mayoría voraces, el ideal sarmientino latente, las múltiples formas de ser
docente y la asignación universal por hijo hacen un territorio fértil para que
la escuela sea aquello que tantas veces se quiso que sea. Las paredes de
la escuela contienen encuentros que no
se pueden producir en ningún otro lado y extienden esos encuentros a otras
zonas.
Por supuesto
que hay pibes que la pasan mal, desertan, los toman de puntos y demás. Pero,
¿eso hace que deje de ser el mejor lugar? Se aburrirán, lxs maestrxs no sabrán
cómo motivarlos, se escaparán, se enamorarán, harán una radio comunitaria y
traicionarán sus más nobles sentimientos. Una docente que intenta salir de la
inercia, un profe de educación física medio milico, un calefactor que no anda,
uno, tres, cinco, veinte chicxs con problemas, ¿y?. La maestra no deja correr
en el recreo cuando juegan a la mancha y sin embargo juegan. Pasa todo esto y
muchísimo más. En la escuela pasa todo. Y lo que prevalece es el impulso vital
de otra época, pero hecho collage.
Como la
dicha no es cosa alegre, mejor no es feliz. Ni pleno, ni absoluto, ni completo,
ni bueno, ni carente de dolor, aburrimiento y frustración.
Mi fórmula
para pensar que la escuela es el mejor lugar es el amor fati: no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el
futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario: menos aún
disimularlo. Todo idealismo es mendacidad frente a lo que es necesario, dijo y
me conquisto.