Del fin del mundo
por Eduardo Viveiros de Castro
Hablando del fin del
mundo. Nos parece agradablemente simbólico que una de las versiones recientes
del fin del mundo, que ha excitado a la vasta platea pop globalizada de la red,
haya sido aquella del “Apocalipsis
Maya”. Como podemos constatar, el día 21/12/2012
el mundo no acabó, lo cual, por cierto, no estaba previsto (en estos términos)
en ninguna tradición de los indios Maya. A pesar del equívoco, no nos parece
inoportuno ligar el nombre de los Maya
con la idea del “fin del mundo”.
En primer lugar, porque
la gran civilización Maya de Mesoamérica parece de hecho haber sufrido una
severa crisis ambiental a lo largo de los siglos VII-X A.D., lo que llevó
finalmente al colapso de su sociedad, al abandono de todas aquellas pirámides y
ciudades espectaculares y, muy probablemente, de la cultura científica y
artística que florecía en aquellas ciudades de la selva. Primer fin del mundo,
por lo tanto, en el período pre-colombino, lo que puede servirnos de ejemplo y
advertencia ante los procesos ambientales globales actualmente en curso.
Seguidamente, con la
invasión de América por los europeos en el siglo XVI, los Maya, como los demás
pueblos nativos del continente, fueron diezmados, i.e. reducidos a un décimo de
su población anterior –en verdad, la pérdida puede haber alcanzado, en varios
puntos de las Américas, hasta el 95% de la población efectiva. El exterminio a
hierro, a fuego y virus de los pueblos amerindios –el fin del mundo para ellos-
fue el comienzo del mundo moderno en Europa: sin la expoliación de América,
Europa jamás habría dejado de ser el patio trasero de Eurasia, continente que
abrigaba, durante la “Edad Media”, civilizaciones inmensamente más ricas que
las europeas (China, India, el Islam). Sin el saqueo de las Américas, no
existiría el capitalismo, ni la “revolución industrial”.
Este segundo fin del
mundo de los Maya es todavía más emblemático, en vista del hecho de que la condena inaugural
contra el genocidio americano es del puño del Obispo de Chiapas, Bartolomé de
las Casas, campeón de los derechos indígenas, opresor temprano arrepentido del
tratamiento brutal que los muy católicos europeos infligían a los, justamente,
Maya.
En tercer lugar,
porque, con todo eso, a pesar de haber pasado por sucesivos fines-del-mundo,
reducidos a un campesinado pobre y oprimido, tener su territorio dividido y
administrado por diversos estados nacionales (México, Guatemala, Belice,
Honduras, El Salvador), los Maya continúan existiendo, su población aumenta, su
lengua florece, su mundo resiste, disminuido pero irredento.
Finalmente, son hoy
los Maya quienes nos ofrecen el ejemplo de una insurrección popular exitosa (en
el sentido de no transformarse en otra cosa) contra el monstruo bicéfalo
Estado-Mercado que oprime las minorías del planeta. La única insurrección de
los pueblos indígenas de América Latina que consiguió mantenerse sin degenerar
en un proyecto más estado-nacionalista, y, es importante, sin apelar a la vieja
escatología revolucionaria llamada “marxista” (en verdad, profundamente
cristiana), con la que Europa, a través de sus insoportables
intelectuales-clérigos, continúa queriendo controlar las luchas de liberación
de los pueblos. Estamos hablando, está claro, del Movimiento Zapatista, esta extraña
revuelta que es un modelo de “sustentabilidad” –sustentabilidad política,
también y sobre todo. Los Maya, que vivieron varios fines-del-mundo, nos
muestran hoy en día cómo es posible vivir después del fin del mundo. Cómo, en
suma, es posible desafiar al Estado y el Mercado, y hacer valer el derecho de
autodeterminación de los pueblos.
Especialistas en fines
del mundo, los Maya y demás pueblos indígenas de las Américas tienen mucho que
enseñarnos, ahora que estamos en el inicio del proceso de transformación del
planeta en algo parecido a las Américas del siglo XVI: un mundo invadido,
arrasado y diezmado por bárbaros extranjeros. En este caso, nosotros mismos.
(Traducción: Santiago Sburlatti)