Infrapolítica en tiempos posnacionales. Una reseña de El Estado Posnacional: Más allá del kirchnerismo y el antikirchnerismo, de Pablo Hupert
por Gerardo Muñoz
Repetiríamos un lugar común
si dijésemos que las nuevas gobernabilidades de la izquierda latinoamericana
representan hoy la clausura total de la larga noche neo-liberal y la
inauguración de un nuevo proceso que pone al Estado como portador de
instituciones capaces de mediar los reclamos populares más allá de los
conocidos diseños de la democracia representativa. Más bien, al decir esto,
estaríamos repitiendo el discurso con el cual, amén de sus diferencias y
dispositivos varios, los nuevos gobiernos de la marea rosada intentan
auto-legitimarse con relación al reciente pasado neo-liberal. Si bien es cierto
que los gobiernos de Morales en Bolivia o de Correa en Ecuador, del chavismo en
Venezuela o del kirchnerismo en la Argentina, marcan una diferencia sustancial
con respecto a la despiadada post-política neo-liberal, esta construcción de
una historia del presente suele narrarse a partir de la visión monolítica del
Estado, dejando a un lado la complejidad de sujetos, lenguajes, y actores en
potencia que crearon condiciones de posibilidad para el arribo mismo de esos
gobiernos populares a comienzos de este siglo. Si en efecto hay cierta ganancia
simbólica en construir estos relatos – ya no “somos más neo-liberales”, ahora
“somos Estado”, se nos anuncia – lo que se suele perder es el ejercicio de una
compresión mucho más integral, donde tal vez el actor estatal no sea el centro
de un monólogo, sino otras las piezas políticas en juego.
El libro del
joven historiador Pablo Hupert, El Estado Posnacional: más allá de kirchnerismo
y el antikirchnerismo (2011), se propone justamente intervenir en un
espacio más allá de una dicotomía alrededor del Estado tomando como realidad
política la irrupción de Néstor Kirchner hacia el 2003. Esta dicotomía suele
establecerse a partir de dos bandos bastante bien definidos: aquellos que
defienden el regreso del Estado y cuya fidelidad al proceso nacional se vuelve
definitiva (desde los estudios latinoamericanos de Estados Unidos, esta
posición es defendida con mayor lucidez por John Beverley en Latinamericanism
after 9/11); o bien aquellos que, desde la defensa del institucionalismo
republicano y la “tiranía” de los derechos individuales, terminan por defender
un pasado neo-liberal frente al quiebre del institucionalismo populista. Hupert
no solo problematiza esa construcción binaria para la compresión de la última
década kirchnerista, sino que ofrece explorar los límites de ese proceso
antagónico desde otro ángulo.
Según Hupert,
el regreso del Estado no puede signar hoy el regreso al Estado-Nación,
entendido como regulador de capitales y eje de un gobierno sobre una
ciudadanía, sino más bien lo “nuevo” pasa por la expansión del aparato del
Estado sobre los niveles micro y macro de lo social. Es decir, si el Estado ha
regresado con Néstor Kirchner en el 2003, es sobre la operación de una práctica
que activa una serie de dispositivos y mecanismos en el interior de un proceso
estatal capaz de dar coherencia política y “gobernabilidad” a los registros
tanto institucionales como informales. Así mismo, lo “posnacional” marca la
vuelta del Estado ya no en nombre de una “política del nosotros” – en
particular aquella que cobra mayor visibilidad en la crisis del 2001 o el
primer Peronismo cuya clase electoral contaba con una unidad laboral– sino como
una continuidad de procesos extractivistas o neo-desarrollistas característicos
de la inserción latinoamericana en tiempos globales. Lo “posnacional”, explica
Hupert:
“no es un concepto, una categoría que sea parte de un sistema de pensamiento estricto y coherente. No es el engranaje de una maquinaria de teoría y política. Es más bien una expresión que resultó cómoda para ir reuniendo y distinguiendo todos esos rasgos, prácticas, características, acciones, que se vienen desarrollando sobre todo en el ámbito estatal desde el 2003 a esta parte y que no coinciden con las características de un Estado nacional”. (p.15).
¿Cómo se
construye, entonces, ese nuevo tejido estatal desde lo posnacional? Hupert no
solo lo explica mostrando que los mecanismos de nación en tanto soberanía han
quedado ya en el pasado, sino que la nueva legitimidad peronista que recorre el
período presidencial de Néstor y Cristina Kirchner tiene como condición y
aporía a la crisis del 2001, o lo que a través del libro se entiende de
dos formas análogas: “la política del nosotros” y la “infrapolítica”. La aporía
pasa por el hecho de que, a la vez que la irrupción del “que se vayan todos”
hace posible un escenario favorable para la intromisión hegemónica de Néstor
Kirchner, el propio triunfo electoral del Frente para la Victoria y su
gobernabilidad posterior suele acentuarse bajo la condición de negar y
silenciar esa potencia iniciática que irrumpe en el 2001. Sobre ese punto
ciego que signa “ el nosotros”, kirchneristas como anti-kirchneristas estarían
compartiendo una misma posición que niega la infrapolítica del poder
destituyente, o peor aún, que lee esa interrupción como un elemento más de un
panorama más amplio de la crisis económica y social que produjeron los reajustes
neo-liberales. El Estado Posnacional, entonces, se construye a partir de la
invisibilidad de los modos de organización política que, a contrapelo de una
conquista hegemónica del Estado, propusieron formas varias de participación
común y construcción de resistencias encarnadas en diversas figuras
infrapolíticas que van desde la multitud al desocupado, del piquetero al
investigador militante.
Frente al
nivel infrapolítico que recoge la amplia gama de la “política del nosotros”, el
kirchnerismo según Hupert no solo opera con su tachadura simbólica, sino que
también en la práctica suele cooptarlos a través de mecanismos de expansión que
transforma la infrapolítica en micropolítica. Si por zona infrapolítica
entendemos un proceso de actuar y hacer en autonomía y en constante resistencia
al Estado (formas nocturnas, secretas, y contaminadas de la resistencia, como
lo entiende James C. Scott en Domination and the arts of
resistance, de donde proviene originalmente el término), en el nuevo
nivel micropolítico asistimos a una diagramación por parte del Estado en donde
se reorganizan las territorialidades y se aglutinan sujetos más alejados del
aparato estatal. Si la infrapolítica supone una actividad del “nosotros” frente
al Estado, desde la inversión micropolítica, la operación estatal aparece
habitar los niveles más recónditos y alejados del tejido social. Por momentos,
Hupert parece entender que la hegemonía, en su proceso de acumulación de signos
y demandas en una cadena equivalencial, puede llegar a resultar nociva para la
infrapolítica hasta convertirla imperceptible o inexistente. En otras
discusiones de la “infrapolítica” a lo largo del libro, también pareciera que
la infrapolítica marca una período histórico, y no tanto una actividad capaz de
agrietar la extensión de la dominación y la visibilidad misma de la sumisión
hegemónica:
"Si recordamos que las Madres son el primero de los acontecimientos infrapolíticos, se hace manifiesto que el régimen político kirchnerista es un régimen forjado en función del reconocimiento inoculado de lo antes excluido de la representación…[…] 2001: afirmación infrapolítica + agotamiento de la representación como liga >> 2003-11: ascenso de las ligas gestionaría e imaginal + investigación de la infra como micropolítica. Y ahora, 2011: desafío de cierre + desafío de apertura (p.67-70)”.
Si bien
Hupert abre espacio para pensar la política argentina del presente de otro
modo, al concebir la infrapolítica dentro de una periodización histórica de
sujetos políticos anti-estatales concretos (Abuelas, piqueteros), este análisis
pareciera incapaz de profundizar en los modos en que la infrapolítica puede
subvertir, escapar, y fisurar los dispositivos de captura estatal, incluso
luego de la expansión de la representación en forma micropolítica.
El concepto
de infrapolítica para denominar una “política del nosotros”, tal y como la
irrumpe hacia el 2001, se asoma también como recurso analítico para entender la
política del presente desde abajo. Pensar el kirchnerismo desde su condición de
posibilidad no-estatal, permite interrogar zonas de subjetividades, lenguajes,
potencias, y afectos que se resisten a la reducción de la “lógica de demandas”
tal y como propone Ernesto Laclau en su modelo de retórica populista. La
infrapolítica sería el espacio de condición, aunque también aquel donde habitan
las pasiones felices atravesadas por la contaminación de una subjetividad que,
desde la informalidad y asaltos microscópicos, consiguen habitar en un registro
subterráneo paralelo los diseños de visibilidad simbólica y discursiva que
supone la construcción del Estado. Como concepto quizás es importante apuntar
que la infrapolítica proviene de dos genealogías disímiles, aunque compatibles
en más de una forma.
Por una
parte, infrapolítica consta de una vertiente antropológica y descriptiva de modos
de “resistencias tenues” tal y como los estudia transversalmente el politólogo
James C. Scott, en su importante libro Domination and the Arts of
Resistance (Yale University Press, 1990). Para Scott, la infrapolítica
no denomina una forma de resistencia voluntarista o ideológica de las capas
subalternas frente a la dominación política de Estado, sino que describe todo
el arsenal de murmullos y actos transgresores por los cuales los sujetos
subalternos cobran agencia y rehúsan a su antojo herramientas y esquemas de la
dominación misma. Infrapolítica intenta burlar y desviar los “efectos” de la
dominación. Otro uso del término infrapolítico aparece, de manera intermitente
y con múltiples usos analíticos, en varios trabajos del filósofo y crítico
literario latinoamericanista Alberto Moreiras. Para Moreiras, infrapolítica
suele articularse como sinónimo de un doble registro político de la
deconstrucción frente a la estructura que encarna el “biopoder” y la totalidad
de los aparatos de subjetivizacion. En otras instancias, en particular en el
libro Línea de sombra: el no-sujeto de la política(Palinodia,
2006), la infrapolítica pareciera señalar un éxodo del poder tanto hegemónico
como contra-hegemónico, siguiendo a Heidegger, para quien estas dos formas de
lo político no logran escapar su forma imperial-romana. El uso del término
“infrapolítica” en Hupert, en cambio, estaría más cercano a la reelaboración
llevada a cabo desde el 2001 por Diego Sztulwark y Colectivo Situaciones, que
se sitúa en relación doble ante la categoría del Estado. Un primer modo de
entender la infrapolítica sería como el nombre y práctica de la politizaciones
autogestionada durante la década de los 90s, y carentes de modos de
representación institucionalizadas, renuentes a toda traducción hegemónica.
Otro uso de infrapolítica aparece en el post-2001, y tiene que ver con la
continuidad de estas formas de autogestión una vez que se ha instalado el
Estado posnacional. Curiosamente el libro de Hupert no elabora sobre los modos
en que la infrapolítica, precaria o debilitada, ha continuado durante la era
kirchnerista. Más bien uno pudiera decir que al entender la infrapolítica tan
apegada a los hechos y condiciones del 2001, se vuelve un tanto difícil
entenderla como praxis cotidiana y rutinaria, contestataria y
subterránea, a la menara de Scott o Moreiras, cuyos usos no se restringen a un
historicismo o a sujetos identitarios.
Si el estado
posnacional es la expansión sobre los hilos más profundos de la subjetividad
social, sus modos de concentración simbólica se dan a través de un balance
entre lo que Hupert denomina el proceso de “imaginalización”. En esto el libro
de Hupert comparte un elemento que libros sobre el kirchnerismo tan disímiles
como La audacia y el cálculo de Beatriz Sarlo, Kirchnerismo:
una controversia cultural de Horacio González, o La anomalía
kirchnerista de Ricardo Forster, también colocan en el centro de la
discusión argentina: el lugar de lo simbólico y la producción de imágenes como
soporte fundamental en la gestión kirchnerista. La novedad del análisis de
Hupert radica, sin embargo, en lograr escapar de la polaridad que entiende el
uso de las imágenes ya sea como “Celebrityland” cuasi-oportunista (Sarlo), o
como proceso de reactivación de espectros peronistas y lenguas nuevas (González
y Forster). Hupert sitúa el uso de la “imaginalización” no como recreación de
simulacros ni formas del pasados, sino como franjas en donde se intenta
enmendar la distancia entre la esfera económica y la política, la de la
construcción de una imagen selectiva, cortando y pegando momentos históricos y
obviando otros. La teleología kirchnerista se traza en una línea recta que va
desde el primer peronismo sindicalista basado en el imaginario del trabajo
proletariado, pasado por las resistencias del peronismo de izquierda de los
70s, hasta llegar al nuevo momento de refundación nacional con Kirchner en el
2003. Discutir la “imaginalización” del kirchnerismo le permite a Hupert
demostrar los modos en que la presentación del gobierno, así como su
“temporalidad histórica y económica” caminan a ritmos desiguales. Así, el
imaginario del kirchnerismo no es tanto una discusión sobre los usos de
símbolos, sino más bien sobre la imagen política que el gobierno construye para
poder hablar desde el “Estado” en tiempos que ya han dejado de serlo. La
imaginalización es el modo de gobernar una vez que ya hemos comenzado a habitar
tiempos posnacionales.
Si en un
registro la “imaginalización” describe el nivel simbólico de la gobernabilidad,
la “gestión” denomina su modo práctico, tal vez el dispositivo tecno-político
que hace posible traer de vuelta la politización a las bases en tiempos
posnacionales. La “gestión” más allá de ser un plan de gobierno con contenidos
ideológicos fuertes que determinan el carácter “progresista” del gobierno,
viene a marcar un modo de llevar la gobernabilidad hacia delante,
conteniendo así una mínima conflictividad posible. La gestión, según Hupert, va
marcando el “desorden objetivo” de la realidad posnacional que el kirchnerismo
va aliviando y resolviendo a su paso. Al igual que la extensión estatal
micropolítica, la gestión es un proceso expansivo que va tapando huecos en su
camino, evitando así niveles de conflictividad mayor, y reduciendo todo intento
de una “política del nosotros”. La “gestión” se preocupa por ir multiplicando
respuestas a estos conflictos (aquellos marcados por la producción misma de
subjetividad), a la vez que suele interpelar a sectores del poder, para así
mantener una visibilidad de gobierno populista que en lo imaginario busca
dividir, en efecto, la sociedad entre aquellos que representan al “pueblo”
contra a los bloques de intereses económicos-institucionales. Así, la gestión
funciona paralelamente al proceso de imaginalización, si bien sus operaciones
son siempre a corto plazo, contingentes, y de una asimetría constante hacia los
sectores más alejados de los aparatos estatales. A partir de este análisis,
pudiéramos leer a Hupert contestando abiertamente a la teoría populista de
Laclau, puesto que ya no es la conflictividad de interpelación el centro de lo
político, sino la gestión como expansión objetiva-contingente de un Estado que
huye de la conflictividad con sujetos infrapolíticos que demostraron ejercer el
poder destituyente hacia el 2001. El Kirchnerismo quiere, a toda costa, evitar
la mínima posibilidad de que algo parecido pueda tener lugar.
El Estado
Posnacional es un libro de
coyuntura y de pensamiento sobre el presente político argentino. Sin embargo,
tampoco es un panfleto, ni un folletín político. Tejido a partir de
conversaciones en un taller de historia política argentina que tuvo lugar en el
2007 por el propio Pablo Hupert, El Estado Posnacional formalmente
puede ser leído como una reactivación del diálogo platónico. Aunque a
diferencia de Platón, Hupert se propone interrogar y abrir espacios
desconocidos, lanzar hipótesis e investigar, sin a priori mediantes, zonas que
parecieran incuestionables en un debate político. Antes que hablar con
sabiduría y datos, Hupert discute a partir de las dudas y las incertidumbres.
Hupert no es el sabio, sino el maestro ignorante que aprende de otros y de sus
interrogantes. Quizás por el carácter mismo del libro, una de las preguntas
fundamentales que despierta su lectura queda afuera: ¿cuál es la condición
concreta de los sujetos infrapolíticos hoy? ¿Es posible la cooptación integral
de la praxis infrapolítica ante la nueva expansión imaginal y gestional del
Estado K?
Uno de las
efectos que genera la lectura del libro de Hupert es una tesis que pudiera
avanzar una hipótesis curiosa: si ante la expansión del Estado asistimos al
debilitamiento de toda actividad infrapolítica, entonces esto implica que con
el neo-liberalismo, carente de todo estatismo, presenciamos una expansión de la
infrapolítica desde los márgenes hacia el centro. Paradojalmente el
neo-liberalismo, desde el lente infrapolítico, aparece entonces como proyecto
de mayor democratización, o al menos, como proyecto político en el cual, toda
una zona de “políticas del nosotros” deviene en transformaciones profundas de
afectos, lenguajes, y vidas en común. Hupert escribe: “Es como si dijésemos que
ante un Estado abandónico como el de los 90s era mass sencillo
desarrollar valores y modos de vida autónomos que con un Estado mass
paternal…La metáfora del régimen político kirchnerista es un papa diciendo
“chicos, vuelvan a casa, la voy a hacerlo mass cómoda posible con tal de que no
desconozcan…” (p.69). Por eso la pregunta por la infrapolítica actual, bajo la
presencia “fuerte” del Estado, es también una oportunidad para volver sobre el
neo-liberalismo justamente como productor de precariedad por una parte, pero
también, más interesante aun, capaz de generar empalmes sociales alternativos
mucho más resistentes.
Frente a la
encrucijada de la aparición del Estado, Hupert reclama volver a poner en el
centro de la discusión a los movimientos sociales, la subjetividad
infrapolítica y los afectos en la compleja realidad que atraviesan los procesos
latinoamericanos. El libro de Hupert se enriquece si se pone en diálogo con
toda una reciente bibliografía de estudios teórico-políticos, tales como la
publicación Debates & Combates de Ernesto Laclau,Habitar
el Estado de Sebastián Abad y Mariana Cantarelli, Politics on
the edges of Liberalism de Benjamin Arditi, o Post-Soberanía de
Oscar Ariel Cabezas. En este sentido, El Estado Posnacional interviene
en una discusión actual de la teoría política sobre Estado y movimientos
sociales en América Latina, en la cual Hupert reconstruye no solo una historia
alternativa para pensar el kirchnerismo, sino una matriz que ofrece una salida
al pensamiento estatista que encarnan hoy no solo aquellos situados en el
Estado, sino también sujetos interpelados por el pensamiento único de la hegemonía
en tanto dominación.
Uno de los
gestos centrales de la intervención de Hupert, de la mano del pensamiento
teórico de Ignacio Lewkowicz y Colectivo Situaciones, es apostar por la
complejidad del análisis teórico en medio de un proceso político cuya fuerza
siempre parece tener al Estado como pieza monolítica de posiciones binarias.
Más allá de las simpatías conocidas por el “regreso del Estado” en la región –
que a su vez es siempre con respecto “al pasado” neo-liberal y que aun reproduce
el lastre de una lógica de superación y desarrollo – el libro de Hupert, a
diferencia de la antipatía liberal defensora de institucionalismos
insuficientes, se instala en una discusión del presente desde una lengua y un
pensamiento renovador (léase infrapolítica). El Estado
Posnacional estudia esta interesante nueva complejidad argentina que
llamamos kirchnerismo, pero a la vez tiene la fuerza para lanzar incomodas
interrogantes capaces de renovar nuevas potencias y fisuras en el reverso de la
hegemonía.