Entrevista a Terry Eagleton: “El discurso posmoderno pasa, el marxismo queda”
por
Alejandra Ríos y Ariane Díaz
Las
teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea así,
habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello.
Indudablemente, el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el
posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el
posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que
un método crítico; es una práctica política, explica el crítico literario y
escritor marxista Terry Eagleton.
Eagleton
es un destacado teórico marxista, crítico literario, escritor y Profesor
Distinguido de Literatura Inglesa en el Departamento de Literatura Inglesa y
Escritura Creativa de la
Universidad de Lancaster, Inglaterra. Nacido en una familia
de clase obrera irlandesa de tradición católica y republicana, y formado
teóricamente con Raymond Williams, es en la actualidad uno de los más
destacados críticos literarios. Su perspectiva marxista le ha valido una importante
influencia en el panorama de debate ideológico y político marxista, así como
enconados ataques de conservadores y liberales, entre ellos el mismo Príncipe
Carlos, quien ha recomendado evitar al “terrible Terry Eagleton”. Ha publicado
diversos artículos en la New
Left Review desde la década de 1970 hasta la actualidad.
Entre
sus más de cuatro decenas de libros escritos sobre teoría marxista, crítica y
teoría literaria, y abundantes polémicas (es conocido por sus irónicos y
fundamentados argumentos en el debate ideológico), algunos publicados en
español son Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria, Las ilusiones
del posmodernismo, La estética como ideología, Después de la teoría, Por qué
Marx tenía razón, Introducción a la teoría literaria, y el reciente El marxismo
y la crítica literaria. Ha publicado sus memorias con el título de El portero.
Eagleton
concedió la siguiente entrevista exclusiva a las periodistas Alejandra Ríos y
Ariane Díaz, sobre uno de sus últimos libros, The event of literature. Además de exponer algunas de las ideas
centrales de este libro, el autor remite a conceptos tratados ya en otros
trabajos publicados en español, como La estética como ideología, Después de la
teoría o Por qué Marx tenía razón.
Su libro The event of literature plantea que la teoría literaria ha estado
en declinación durante los últimos 20 años, y que históricamente existe una
relación entre las vicisitudes de la teoría y determinados momentos de
conflictividad social. ¿Por qué cree que la teoría se desarrolla y alcanza sus
picos más altos en períodos en que la conflictividad social es mayor?
En
nuestra época, la teoría literaria alcanzó su punto más álgido, a grandes
rasgos, en un momento en el cual la izquierda política se encontraba en
ascenso. Hubo un auge de dicha teoría en el período que abarca,
aproximadamente, desde 1965 hasta mediados o finales de la década de 1970, lo
que coincide más o menos con el momento en el que la izquierda era mucho más
militante, y tenía mayor confianza en sí misma, que en la actualidad. De 1980
en adelante, con el endurecido control del capitalismo postindustrial avanzado,
estas producciones teóricas empezaron a ceder lugar al posmodernismo, que entre
otras cosas es –como lo ha señalado Fredric Jameson– la ideología del
capitalismo tardío.
La
teoría radical no se ha desvanecido, es cierto, pero fue empujada hacia los
márgenes, y gradualmente se fue volviendo menos popular entre los estudiantes.
Las grandes excepciones a esto fueron el feminismo, que continuó atrayendo una
gran cantidad de interés, y el poscolonialismo, que se convirtió en algo así
como una industria en crecimiento, y aún sigue siéndolo. Uno no debería
concluir, de esto, que la teoría es inherentemente radicalizada. Hay muchas
formas de teoría literaria y cultural que no son radicales.
Pero
la teoría como tal plantea algunas cuestiones fundamentales –más fundamentales
que la crítica literaria de rutina–. Donde la crítica se pregunta “¿Qué
significa la novela?”, la teoría se pregunta “¿Qué es una novela?”. Hace que la
pregunta retroceda a un paso previo. La teoría es también una reflexión
sistemática sobre las suposiciones, procedimientos y convenciones que gobiernan
una práctica social o intelectual. Es, para decirlo de algún modo, el punto en
el cual la práctica es empujada a una nueva forma de autorreflexividad,
tomándose a sí misma como objeto de su propia indagación. Esto no tiene
necesariamente efectos subversivos, pero puede significar que la práctica esté
obligada a transformarse, habiendo examinado algunas de sus consideraciones
subyacentes, en una nueva forma crítica.
En el mismo libro comenta que el
concepto de “literatura” es relativamente reciente, surgido durante un período
de turbulencias sociales, y que reemplazó a la religión como refugio de valores
estables. Pero también señala que la literatura puede ser vista como una
actividad capaz de desmitificar las ideas dominantes. En La estética como
ideología, planteaba también que la estética ha sido tanto una forma de
interiorización de valores sociales –y en este sentido un elemento de
disciplinamiento social–, así como también un vehículo de utopías y
cuestionamientos a la sociedad capitalista. ¿Sigue cumpliendo el arte ese papel
doble y contradictorio?
Desde
un punto de vista político, tanto el concepto de literatura como la idea de la
estética son, sin duda, conceptos de doble filo. Hay sentidos en los que se
ajustan a los poderes dominantes, y otras formas en las cuales los desafían
–una ambigüedad que es también verdad para muchas obras artísticas
individuales–. El concepto de literatura data de un período en el cual había
una sentida necesidad de proteger ciertos valores creativos e imaginativos de
una sociedad que era cada vez más filistea y mecánica. Está relativamente
hermanada con la llegada del capitalismo industrial. Esto luego permitió que
esos valores actúen como una crítica poderosa a dicho orden social, pero al
mismo tiempo los distanció de la vida social cotidiana y algunas veces ofreció
una compensación imaginaria por ello. Lo que quiere decir que se ha comportado
de una manera ideológica. La estética encontró un destino similar.
Por
un lado, la así llamada autonomía del artefacto estético brindó una imagen de
autodeterminación y libertad en una forma autocrática, a la vez que desafió su
racionalidad abstracta con su naturaleza sensorial. En este sentido puede ser
utópica. Al mismo tiempo, sin embargo, esa autodeterminación era, entre otras
cosas, una imagen de un sujeto de clase media, que no obedecía a la ley sino a
sí mismo.
Creo
que esas ambigüedades permanecen en la actualidad. En las sociedades
capitalistas avanzadas, donde la idea misma de las Humanidades está bajo
amenaza, es vital promover actividades como el estudio de las artes y la
cultura precisamente porque las mismas no tienen ningún propósito pragmático
inmediato, y en este punto cuestionan la racionalidad utilitaria e
instrumentalista de tales regímenes. Esta es la razón por la cual el
capitalismo en realidad no tiene tiempo para ellas, y por la cual las universidades,
actualmente, quieren desterrarlas. Por otra parte, todo socialista tiene claro
que el arte y la cultura no son, en última instancia, los escenarios de lucha
más importantes. Tienen su importancia, en particular porque la cultura, en el
sentido cotidiano de la palabra, es el lugar donde el poder se sedimenta y
reposa. Sin esto, es muy difícil y abstracto ganar la lealtad popular. Sin
embargo, el culturalismo posmoderno está equivocado en creer que la cultura es
lo básico en los asuntos humanos. Los seres humanos son en primer lugar
naturales, animales materiales. Son el tipo de animal que necesita de la
cultura (en el sentido amplio del término) para sobrevivir; pero eso se debe a
su naturaleza material como especie –lo que Marx llama “ser genérico”–.
En el libro propone la noción del
trabajo literario como “estrategia”, esto es, una estructuración determinada
por una funcionalidad, propuesta como un especial tipo de “respuesta” a una
pregunta planteada en la realidad social. ¿Cómo se lleva esta definición con la
idea de autonomía de la obra, en tanto un fenómeno autorregulado?
No
creo que exista necesariamente una contradicción entre estrategia y autonomía.
Una estrategia puede en sí misma ser autónoma, en el sentido que es una pieza
distintiva de una actividad cuyas reglas y procedimientos son peculiares e
internos a sí misma. La paradoja de la obra artística, al respecto, es que de
hecho va a trabajar en algo que está fuera de sí misma, concretamente,
problemas en la realidad social, pero esto lo hace “autónomamente”, en el
sentido de que “reprocesa” o “retraduce” estos problemas en sus propios y
sumamente peculiares términos. En este sentido, lo que empieza como algo
externo o heterónomo a la obra, termina como algo interno a la misma. Una obra
realista debe respetar la lógica heterónoma de su material (no puede decidir
que Nueva York esté en el Ártico, como una obra modernista o posmodernista
podría), pero al hacerlo simultáneamente arrastra este hecho a su propia
estructura autorregulada.
Varias veces en este libro señala que
las teorías posmodernas y posestructuralistas terminan en un fundamentalismo
antiesencialista simétrico a aquellos “fundamentalismos” que se pretendían
minar. ¿Siguen siendo estas definiciones posmodernas las dominantes en la
discusión cultural e ideológica, o la nueva situación de crisis capitalista y
cierto reemerger de la lucha de clases han dado pie a nuevos intentos teóricos
que no sean teórica y socialmente escépticos?
El
posmodernismo es, supuestamente, antifundamentalista, pero se podría afirmar
que simplemente sustituye ciertos fundamentos tradicionales por uno nuevo:
concretamente, la cultura. Para el posmodernismo, la cultura es la base más
allá de la cual no se puede excavar, dado que para ello se necesitaría recurrir
a la cultura (concepto, métodos y demás). En este punto, cabría sostener
entonces que este antifundamentalismo es bastante falaz. En cualquier caso,
todo depende de lo que se considere por “fundamento”. No todos los fundamentos
necesitan ser metafísicos. Existe, por ejemplo, la posibilidad de un fundamento
pragmático, como podemos encontrar, pienso, en el último Wittgenstein.
Respecto
de la cuestión de si el discurso posmoderno sigue siendo dominante o no en
nuestros días, me inclino a pensar que mucho menos. Desde el 11/9 hemos
presenciado el despliegue de una nueva –y bastante alarmante– gran narrativa,
justo en el momento en el que se decía con complacencia que las grandes
narrativas habían terminado. Una gran narrativa –la de la Guerra Fría – se había
de hecho acabado; pero, por razones relacionadas sutilmente a la victoria de
Occidente en dicha lucha, ni bien terminó esa narrativa, se desató otra. El
posmodernismo, que juzgaba la historia como posmetafísica, posideológica,
incluso en un sentido poshistórica, fue tomado por sorpresa. Y no creo que se
haya recuperado realmente.
A lo largo del libro repasa, en lo que
considera sus aportes y debilidades, diversas teorías literarias desarrolladas
en del siglo XX y más contemporáneamente. La perspectiva marxista parece haber
tenido en esta historia un importante peso. ¿Cuáles son en la actualidad los
nuevos aportes que se ubican desde esta perspectiva? ¿Sigue siendo fructífera
hoy esta tradición en este terreno como lo es en otros, según plantea por
ejemplo en Por qué Marx tenía razón?
La
respuesta breve a la pregunta sobre cuáles son las nuevas contribuciones
marxistas críticas es: son casi inexistentes. Simplemente, el contexto
histórico no es el adecuado para este tipo de desarrollos. La obra de quien,
desde mi punto de vista, es el crítico más eminente del mundo –Fredric Jameson–
sigue en curso. Produce un libro brillante tras otro en una época en la que
muchos críticos muy reconocidos han caído en el silencio. Pero no hay un nuevo
cuerpo de crítica marxista, y dado que no se dan las circunstancias históricas
propicias, uno casi no esperaría que lo haya.
Al
mismo tiempo, indudablemente el marxismo no ha desaparecido, como sí ha
ocurrido con el posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso
quizá con el posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es
mucho más que un método crítico. Es una práctica política, y si lo que tenemos
es una grave crisis del capitalismo, es inevitable que de algún modo éste se
encuentre en el aire. Lo mismo puede afirmarse del feminismo, cuyo momento
culminante está unas décadas atrás, pero que ha sobrevivido de manera
modificada, porque las cuestiones políticas que plantea son vitales. Las
teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea
así, habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello.