El consumo popular como marca de época
por Verónica
Gago
Unos días
antes de las PASO, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hizo público un
dato que pinta un nuevo y expansivo paisaje conurbano: ²¿Saben cuál es el shopping
que más ventas y facturación tiene en la República Argentina? No está en
Recoleta, no está en Palermo, está en La Matanza. ¿Cuándo matanceros soñamos
tener un shopping en La Matanza? Los shopping eran para los muy ricos, estaban
en el centro de la Capital Federal. Ahora tenemos en Avellaneda, ahora tenemos
en La Matanza². Que un shopping se
instale en el conurbano y que supere en facturación a aquellos de los barrios
más ricos de la capital pone a discutir un tema central que puede leerse como
clave de la contienda electoral en curso: ¿hay un nuevo consumo popular? ¿Cómo
se financia? ¿Qué tipo de inclusión representa? La avanzada de estos shoppings
tiene, además, un antecedente de peso: La Salada fue la vanguardia de un
consumo popular, masivo y capaz de concretar una imagen del crecimiento del
empleo fuera de los cánones del mundo asalariado y sindicalizado. La Salada y
los nuevos shoppings fueron rápidamente incorporados a la constelación de la
bonanza del consumo para todos, como nodos estratégicos de la legitimidad de la
época. Así, la imagen de un conurbano miserabilista y tierra fértil para los
saqueos busca ser desplazada por un paisaje postindustrial marcado por el ritmo
del consumo plebeyo, sustentado en una multiplicidad de ingresos que agrupan en
una misma economía subsidios, changas, trabajos de diversa índole e
intermitencia combinados con ingresos provenientes de economías informales (con
una amplia zona difusa de ilegalismos). El tema tiene muchos ropajes pero es
una clave de lo que se juega en estas elecciones: se hable de inflación,
impuesto a las ganancias, consumo en cuotas o endeudamiento, la cuestión que
fondea es: ¿cómo se financia el consumo
de los sectores populares? ¿Hay una sospecha sobre el dinero sólo cuando éste
llega a las clases más bajas? ¿Cómo se sostiene un consumo para todos frente al
ritmo inflacionario? ¿Es la multiplicación del shopping conurbanense una de las
estrategias contra la criminalización de esos sectores: consumo vs.
inseguridad? Más allá del crecimiento de la economía popular por medio del
salario (en blanco, en negro y en una alta gama de grises), hay también toda
una multiplicación de formas de ingresos impulsada por las economías informales
que explican esta ampliación de la capacidad de consumo en sectores que hasta
hace unos años cabían sólo en el casillero de excluídos y que rearman el mapa
laboral por fuera del mundo sindical. La disputa plantea una novedad respecto
de las viejas formas de entender la relación entre inclusión, dinero y barrios
periféricos.
Un mapa del consumo popular
No es casual que
representantes (argentinos) de la feria La Salada hayan sido convocados en su
momento para ser parte de la delegación oficial a Angola, con el propósito de
abrir nuevos negocios. Tampoco que sean parte de la polémica por cómo se
financia la política de los intendentes bonaerenses. Pero lo notable es que todo
un lenguaje que hasta hace un tiempo parecía ajeno a los sectores populares ha
dejado de serlo. Consumo, crédito y marcas ya no son cuestiones exclusivas de
clases medias y altas. Una manera de investigar este consumo que crece es mirar
el mapa de la financiera FIE Gran Poder, una de las más prósperas en el área de
las microfinanzas. Su mapa territorial tiene puntos neurálgicos en Liniers,
Once y Flores en la Ciudad de Buenos Aires; Lomas de Zamora, Laferrere, Esteban
Echeverría, Florencio Varela, Villa Celina, La Tablada, Olmos, en la provincia
de Buenos Aires.
A diferencia de otros
países de América Latina, el microcrédito no tuvo su momento de auge en
Argentina en los años de neoliberalismo más extremo (para una crítica de su
funcionamiento neoliberal en Bolivia, véase el libro de Graciela Toro, ex
ministra de Planificación del Desarrollo de Evo Morales: «La pobreza: un gran
negocio. Un análisis crítico sobre oeneges, microfinancieras y banca», edit.
Mujeres Creando). Por el contrario, en nuestro país su crecimiento está
vinculado al momento de la crisis del 2001 y su origen tiene que ver con muchos
ahorros de migrantes de Bolivia, Perú y Paraguay que se quedaron con dinero en
efectivo en épocas de corralito. Pero, como otros emprendimientos asociados a
las nuevas economías informales, las microfinanzas no decrecieron con el fin de
la crisis, sino que, por el contrario, se expandieron. Además, su
funcionamiento se mezcló y combinó con formas cooperativas y de
microemprendimientos derivadas en muchos casos de los planes sociales. Muchas
de las políticas gubernamentales de la última época supieron aliarse a estas
economías. No las combatieron ni intentaron reemplazarlas, sino que fueron
parte del impulso general al consumo. En esa dinámica, los planes sociales
dejaron de concebirse y propagandizarse como paliativo temporal de la
desocupación para asumir un escenario estructural más complejo de
reconfiguración del universo laboral. Los subsidios al desempleo pasaron a ser
reconvertidos en subsidios a nuevas formas de empleo (del Plan Jefes y Jefas al
Argentina Trabaja), asumiendo que las formas cooperativas y autogestivas
creadas en el auge de la crisis tenían el saber y la astucia de procedimiento
productivos entramados en los territorios de los cuales la formalidad
asalariada se había retirado hacía rato. El sindicalismo nunca lo vio con
buenos ojos: combatió lo que consideró una forma de tercerizar el trabajo en
las intendencias, coronada con el exabrupto moyanista de calificar a esos
planes como ²Argentina Descansa².
El ²gran poder² de las microfinanzas
Para localizar un punto
estratégico de estas economías debemos remitirnos, una vez más, a la feria de ferias La Salada. Al médico
boliviano Víctor Ruilova, al ver cómo se multiplicaban allí los puestos en el año
2000, se le ocurrió trasladar la experiencia de la financiera andina FIE
(inspirada en el hindú Yunus) a esta zona de Lomas de Zamora y la rebautizó
como FIE Gran Poder. La Salada, hay que recordarlo, fue catalogada desde las
ciencias sociales como el ²shopping de los pobres². Ese título después fue reapropiado
por muchos de sus dirigentes, en un tono burlón y reivindicativo: ¿quién se
opone a que el shopping se convierta en un espacio plebeyo? La referencia de la
presidenta parece poner un punto en ese debate que, por cierto, tiene muchas
aristas.
²Ahora los
bancos tradicionales ya se interesan en esto y ²bajan² a este tipo de negocios. Nuestra gente, de
origen quechua y aymara, tienen un olfato económico y comercial impresionante.
Tal vez no saben leer, pero entienden de números. Y su capacidad de trabajo es
impactante. Esto que empezó siendo de paisanos, ahora ya no es así: hoy más del
40% de nuestros créditos son para argentinos², comenta Ruilova para explicar el
crecimiento territorial de la financiera que dirige. Durante los 90, los ahorros destinados a financiar la
actividad comercial informal, a medida que la crisis avanzaba, surgían de la
autorestricción del consumo familiar. Ahora la situación es bien distinta y
varios bancos han lanzado productos para llegar a un sector que antes no
calificaba: el banco Galicia con la Tarjeta Naranja, el HSBC con la financiera
Proa, también la fundación BBVA con Contigo Microfinanzas, Banco Francés,
Santander Río, y el Banco Supervielle (Cordial Microfinanzas) cuentan con iniciativas de este tipo.
Pero muchos años antes de que los
grandes bancos se aproximen a la informalidad para brindar créditos, FIE Gran
Poder avanzó sobre una franja específica de la población: migrante, informal,
productiva y descapitalizada. Ese campo se amplió ante la masificación de los
planes sociales y su reconversión (con distintos grados de éxito) en
emprendimientos productivos. Por eso es que en la historia de FIE Gran Poder en
la Argentina juega un lugar central el Estado, con el que confluye cuando éste
se vuelca de manera progresiva a financiar la llamada economía social. Esto
tiene origen en el crecimiento económico posterior al 2003 y, sobre todo, en el
cambio estructural que ensanchó el mapa del trabajo a zonas de informalidad que
llegaron para quedarse.
FIE da
créditos que en promedio están alrededor de los diez mil pesos a pagar entre
doce y treinta y seis meses. Actualmente cuenta con 7600 prestatarios y un
promedio de cumplimiento de pago en siete meses. Lo original es su sistema de origen
alemán de cobro de intereses (a diferencia del usual sistema francés): se cobra
interés sobre el saldo de la deuda y no sobre el monto total del crédito. Para acceder no se necesitan acreditaciones
formales, sino una evaluación que se hace cara a cara: ²A una señora
que va a poner una verdulería le preguntamos adónde y a cuánto va a comprar el
kilo de tomates, a cuánto lo va a vender, cuánto gasta con los hijos, etc. Sabemos
cuánto puede pagar de crédito a partir del listado de sus ingresos y egresos.
Esa evaluación es la que cuenta en la capacidad de pago, no tiene nada que ver
con los papeles. Por ejemplo, si vas a ver un mecánico que no tiene las uñas
negras o un carpintero que no tiene aserrín en las pestañas, ya sabes que no es
verdad¨.
Las sospechas del dinero
¿Qué implica esta ampliación del consumo
y de la capacidad de endeudamiento? El sociólogo Ariel Wilkis acaba de publicar
Las sospechas del dinero. Moral y
economía en la vida popular (Paidos), donde describe la heterogeneidad de
experiencias en las que se produce la ganancia del dinero en los sectores
bajos. A contrapelo de muchos lugares comunes que postulan al dinero como
objeto maléfico que sólo desarticula, corrompe o destruye las relaciones entre
personas, Wilkis arriesga pensar al dinero como productor y transporte de
virtudes y valores morales (como dinero donado,
militado, sacrificado, ganado, cuidado, prestado). Pero sobre todo Wilkis
cuestiona que ese carácter maldito del dinero aparece especialmente cuando roza
las vidas populares: en simultáneo con el prejuicio del clientelismo político,
cuando se analizan las economías informales las sospechas no se hacen esperar.
Lo que las economías informales de los
sectores populares ponen en discusión son nuevas formas de inclusión y de
construcción de ciudadanía que desafían el esquema republicanista liberal. Sin
embargo, ellas son también el campo de batalla de las nuevas economías ilegales
que van de la piratería del asfalto al narcotráfico (o narcomenudeo).
Financiar sin sobreendeudar
FIE-Gran Poder fue impulsado y aun recibe
apoyo de FONCAP (Fondo Capital Social, del Ministerio de Economía) y
pertenece a la Red Argentina de Instituciones de Microcréditos (Radim). En los
últimos años el gobierno ha puesto su mirada en las microfinanzas con la
creación de la Comisión Nacional de Microcrédito (CONAMI), que depende del
Ministerio de Desarrollo Social.
²Lo más
importante –continúa Ruilova- es cuidar al cliente y esto implica sobre todo
una cosa: evitar su sobreendeudamiento². Argumenta que dar crédito sin endeudar
se opone a las prácticas financieras que practican la usura en el mundo popular
(con fuertes dosis de violencia para los incumplimientos), que hoy también
crecen velozmente y se multiplican especialmente en el conurbano. En todo caso,
queda claro que hay una disputa por la apropiación de la capacidad de
endeudamiento de los sectores populares que es también su capacidad productiva
y que hay varios instrumentos que ponen en juego distintos propósitos y
modalidades.
Ruilova dice que el financiamiento que
impulsa no es sólo para consumo sino que tiene su acento en la producción y en
el empeño laboral que vienen demostrando las economías informales, que ya no
pueden considerarse marginales casi desde ningún punto de vista. ²El primer
pedido siempre es préstamo para vivienda. Pero en la vivienda funciona el
negocio, entonces se financia en simultáneo las dos cosas², explica. ²Y también una
partecita la destinan para el televisor, o para la computadora del hijo, o para
la fiesta de 15 años de la hija, o para las fiestas del Gran Poder o de la
Virgen².
Dinero prestado y boom de deuda
La tesis de Wilkis sirve para pensar la
expansión de las microfinanzas (las cuales involucran toda una micropolítica de
la gestión financiera barrial, doméstica, feriante) como la de FIE Gran Poder y
pone un interrogante central. Si la mayor democratización en América latina en
buena medida se expresa como monetarización y financierización de la vida
popular: ¿por qué recae sólo sobre esos sectores la condena moral por su
cercanía con el dinero y el consumo? Sin embargo, quedan aun muchos puntos para
abrir el debate. Por ejemplo, si este fenómeno es parte de la distribución de
la riqueza o, más bien, de una socialización de la capacidad de endeudamiento.
Según Wilkis, la evolución de la
financiación para consumo entre 2003 y 2012 ha ascendido en términos absolutos
y también en comparación con los créditos hipotecarios o prendarios: pasaron de
4.540 millones de pesos en enero de 2003 a 106.313 millones de pesos en abril
del 2012, lo que supone un aumento en 23 veces en nueve años. También se
diversificaron a manos de tarjetas bancarias y no bancarias, agencias
financieras, mutuales y cooperativas, comercios minoristas y cadenas de
electrodomésticos o de indumentaria e hipermercados. Esta multiplicación de
instrumentos facilitó el acceso y, para el investigador, ²logró transformar a las clases bajas en sujetos de crédito², promoviendo en equipamiento hogareño de electrodomésticos y
celulares y remodelando las economías familiares.
El crédito, señala Wilkis, ²aparece como alternativa frente a la escasez de efectivo y la
imposibilidad de ahorrar². La expansión del crédito traza una
contraimagen con los episodios de los saqueos como índices de épocas distintas
y una evaluación moral opuesta sobre cómo solventar el consumo de ciertos
sectores sociales: de la condena del saqueo a la reivindicación del
cumplimiento de la deuda de los que menos tienen. Del crecimiento sin fin de La
Salada al shopping de La Matanza, el paisaje es radicalmente otro. Y ese mundo
popular de nuevos consumos, con todas las ambigüedades y conflictos que
implica, también está en juega en estas elecciones.