Contra la pared
Por Dolores
García Bello
Hoy mientras
me metía los dedos a la primera hora de la mañana, no eran más de las siete
pero el sol ya pega fuerte, me dijo shh
no hagas ruido. Hice un poco de ruido y me volvió a decir lo mismo mientras
le preguntaba, con lo que me sobra de lenguaje, por qué. Si lo que te vuelve
loco no te va más yo me pierdo, yo no sirvo, no me gusta. Me agarró la cara
fuerte, así medio bruto, para decirme que los vecinos se quejaron. Le vi la vergüenza
le vi las ganas; le vi una sonrisita de orgullo, como si fuera mérito de él. Si
me calla explotó para adentro, pensé. Pero igual se te van las cosas de las
manos y empezás a putear a los edificios nuevos que vienen con paredes tan
finas. Me duele la concha porque anoche no lo hicimos y para demoler paredes
vine al mundo. ¿Por qué la gente se queja de escuchar coger? ¿Qué prefiere?
¿Escuchar morir? El
corazón también hace sus ruidos durante la
sístole y la diástole. Se estruja, impulsa sangre y se relaja para
llenarse. ¿Tampoco quieren escuchar este ruido? ¿Pero ni pajeros son estos
vecinos?
Me puse
contra la pared para escuchar mejor. Si siento como te pones, me hago cargo de
cómo te tengo. Soy responsable de mis actos, aunque a la mitad ya me perdí, ya
quede alejada de esa forrada moral. Saco más calor que la losa radiante que me
está por sacar ampollas y me pego a la pared pensando que sino querés escuchar
entonces vas a sentir. Descontrol y me doy las cabeza contra la pared un par de
veces. Que el vecino esté atento a saber si estoy penetrando la pared con los
clavos de una biblioteca o si me están dando la cabeza contra la pared porque
escuchar coger es escuchar morir un poco. Me sangra la frente, siento que una
gota baja muy suavemente, llega a la ceja y se divide hasta perderse. Acabas y
te vas ahí: una línea entre estar muy vivo y pisar el terreno de los muertos.
Lo pienso positivo porque de morir mi deseo es quedar estancada en la
repetición del entra y sale, el entra y sale.
Un mantra
asesino, una repetición universal. Contracción del corazón, diástole del clítoris.
No pará, pará… contracción de los dedos de la mano que ya no alcanzan para
cubrir nada. En esa repetición invoco un dios y no querés que grite, ese es
problema de la pared de quince, de la inmobiliaria, del vecino y del consorcio.
Mi cabeza pega, la cama también pega; el universo-habitación se suma al ritmo y
pega contra la pared dejándola llena de
marcas que vas a tener que tapar con enduído cuando lo devuelvas.
Agarrame la cara a lo bruto, pedime estupideces y vas a tener que comprar dos
kilos de enduído.
Estamos
muertos los dos, el colchón empapado, la pared lastimada, todo en reposo.
Estamos muy vivos los dos. Siento arritmia en su pecho y creo que es lo menos
que me podes dar. Lamentablemente hablás, todavía no escucho. Estoy ahora más
muerta que viva y entro en un estado de conciencia en que activo las funciones
neurocognitivas superiores, percibo el conocimiento del mundo psíquico
individual y del mundo que nos rodea, escucho la radio del vecino ¿la subió o
siempre escucha así? Un perro ladra frenéticamente, vos haces ruido en el baño
aunque tu arritmia sigue en la cama. ¿No te bancas una alteración en la sucesión
de tus latidos que la dejas en la cama?