Anatomía de una foto
Por Santiago Llach
Cada momento tuvo sus
gestualidades: los vizcachismos del Perón Tercero, la adustez horrísona de los
generales, la adustez en recuperación de Alfonsín, el cinismo pillo de Menem,
la militancia en la insolencia sobradora de Kirchner y Fernández. En lo nuevo
resuena ese silencio con fondo de autopistas de los countries. Lo que habilita
las nuevas candidaturas son los peajes, el peaje como institución de la
Argentina de todos los colores.
Sábado, otro sábado más con
ausencia presidencial. En los parlantes de los departamentos de esta cabeza
deforme de la patria suenan piezas del museo del rock, piezas de rescate
emotivo que nos conectan con lo que fuimos, y vía tuiter Jorge Rial brinda una
foto renacentista porteña, la opera. Rial, chismógrafo, hombre del barro
comunicacional, juega en la política, crea momentos espectaculares donde se
intersecta lo público y lo secreto, el drama de los gestos. En el vacío ansioso
de poder creado por los quintacolumnistas de domingo, estos cuatro les dejan
una pista a los intérpretes de las señalizaciones políticas ¿Qué es lo que tienen
adentro, qué es lo que la foto congela, qué quiere fabricar?
Sergio Massa, en el centro,
iluminado por el sol del sábado del Tigre, posa como un Jesucristo vestido en
Munro, a medias entre la electricidad y la acústica, entre la modernidad y la
tradición. Su saco esforzado, oficinal, desentona con el jean gastado, celeste.
Massa todavía no está maduro. Por abajo de la manga deja ver la pulserita roja
de adolescente tardío, de chico que fue de vacaciones a Floripa en los noventa
a hacerse hombre en la guerra semental, en el gorilismo antropófago. Exhibe su
pulsera roja, su muñequera política, como talismán del archivo sentimental.
Malena, en cambio, la chica del
jean de María Cher, acarrea como accesorio esos colgantes con formas de niñitos
de oro plano: atados a su cuello lleva a sus niños, sobre el escote magro que
los hizo mamar. La reproducción tallada en oro, figuras infantiles de la
bijouterie clasemediera. Malena, como todas las chicas de los años noventa,
hizo su escuela sentimental en los shoppings, en esa ilusión hermosa de la
femeneidad con crédito flexible, plástico, en esos albergues de vidrio donde
las chicas se hacían mujeres trepando por escaleras mecánicas al doble mandato
de la maternidad y la independencia. Los shoppings fueron embarcaderos
posfeministas, y ahí está Malena Galmarini, chica del Corredor del Bajo, ahí
está su cuerpo, ese museo de los genes, para atestiguarlo.
En el campeonato de sonrisas
forzadas jugado en el territorio esbelto de un balcón de piedra sólida,
augusta, la sonrisa de hervidora de conejos de Malena parece dirigirse toda,
entera, con devoración anoréxica, hacia Jessica Cirio ¿Qué trae Jessica desde
el costado de la foto, con su vestido medio sari hindú, medio túnica
bolivariana que imaginamos abreviada para exponer sus piernas de gimnasio,
provocadoras del amor loco, qué trae Jessica desde el costado de la política?
Trae la épica del diseño, de la fotografía, del modelaje: la épica de la
anorexia que trastorna el alma en este capitalismo de los impulsos creativos,
de los egos modelados por los avatares del destino digital. Es la chica, una
más o menos destacada en la troupe de cien, doscientas chicas que desde los
carteles de las avenidas y las carteleras de las revistas vienen forjando el
carácter de las mujeres, llevando la reproducción a la esfera del dinero.
Jessica, desde gigantografías fotoshopeadas, educó a su modo a Malena. El
capitalismo de alta rotación de novedades vende una vieja ilusión, la del
cuerpo joven, incombustible, que, promete el hombre ya viejo, va a ser
corrompido. Es, Jessica, en ese sentido, portadora sana de un mito urbano que
adquirió condición de verdad en los foros de internet: Jessica acompañó a Pedro
Pompilio, presidente de Boca, con caricias hasta su infartante final. Jessica
Wanda Judith, falsa rubia de Lanús con destino de vedette trazado en el
bautismo de aspiraciones culturales inglesas conurbanas, llegó lejos, y a sus
modestos 28 acaricia el sueño áspero del tránsito modelar hacia el wannabismo
político ¿Cómo se llaman las botineras de la política? Karina Rabollini Línea
Fundadora, o Evita Trepadora, tal vez.
Insaurralde, más atildado, más
Zara que Massa en su look de político de sábado, vindica con sus manos en los
bolsillos y su posición erguida la dignidad en la derrota. Va a Tigre, a
charlar con el caudillejo victorioso, a llenar la foto, a ocupar el vacío
noticioso que se rapiña en las adjetivaciones mediáticas. El Pacto de Tigre:
jóvenes administradores de lo público hacen sus votos de peronismo blanco. La
Primera Sección Electoral, cuatro millones de electores, diez mil mesas, 24
partidos, la sección que contiene al rico y contrastado corredor del Norte, el
gran manchón ABC1 del país peronista, quiere colar por primera vez en Primera,
mojar la Presidencia. Se teje la presidencia de los countries, de las nuevas
tecnologías. Vuelven los valores de la seguridad, la eficiencia, el diálogo y
las empresas privadas. Los presidenciables (Scioli, Massa, Macri, Binner, Sanz,
Cobos, incluso Capitanich) son de modalidad modesta. Aturdidos por la
altisonancia, la rabia, la impunidad militante, la rebeldía deforme, la
vindicación del titeo que practicó el matrimonio coronario de la platense y el
santacruceño, los que aspiran a presidir el nuevo período compiten por la
inaudibilidad de sus susurros.
Jessica abraza a Insaurralde
con el toqueteo todavía en carne viva de los principios del enamoramiento.
Jessica y Martín aportan el pedigree de lo sentimental roto, caótico, la
aventura que trae al country el tío separado, las nuevas escandalosas que se
manejan en la ciudad.
La nueva nueva política se
resiste a lo fundacional. Cada momento tuvo sus gestualidades: de los 70 para
acá, los vizcachismos del Perón Tercero, la adustez horrísona de los generales,
la adustez en recuperación de Alfonsín, el cinismo pillo, con códigos, de
Menem, la militancia en la insolencia sobradora de Kirchner y Fernández.
En lo nuevo resuena ese
silencio con fondo de autopistas de los countries. Lo que habilita las nuevas
candidaturas, hijas risueñas de los dos mil y los noventa, son los peajes, el
peaje como institución de la Argentina de todos los colores.
En la foto, Massa tiene un lado
de sol y un lado de sombra. Sonríe, sonríe, sonríe con picardía, ebrio de
votos. Todo candidato triunfante es una profecía autocumplida, una certeza en
cadena. Toda democracia es carismática, la fe en la boleta es tan ríspida como
la fe en la transubstanciación, la conversión del pan en cuerpo de Cristo.
Depositamos la administración de los millones de todos, a un plazo no del todo
definido, en rostros sonrientes que, sin decirlo, sugieren la existencia de un
lado oscuro, aun cuando, como buen infiel, lo negarán siempre, incluso si
descubiertos con las manos en la masa.
Las manos de los Massa:
pegados, con su atuendo interista (nero-azzurro), Sergio y Malena parecen un
monstruo travesti, dos Romeos raros. Con su derecha prieta, las falanges
dobladas en tensión, Malena presiona sobre el hombro de Sergio. La otra mano de
Malena y la derecha de Massa descansan sobre la baranda afrancesada, como manos
de aristócratas en construcción, apresando la nobleza. Atrás, la naturaleza
conductista del río tigrense encauzado, los embarcaderos donde la ciudad huye
hacia el Delta intrincado, un edificio con amenities: santos y señas de la vida
aspiracional, la utopía advenediza de la pax de los barrios cercados.
La Argentina se tiene que dar,
una vez más, su tipo de cambio, tiene que ajustarse. Está gorda, la voraz
Argentina, colesterosa, bulímica, frenando con chirridos de grasa tras la
aventura kirchnerista. El precio del dólar tensa la expresión de Malena. De
eso, quizás, se conversa en esta Yalta, eso conversan estos nenes crudos.
Los Massa forman una esfinge
(monstruo con rostro y busto de mujer, patas de león, cuerpo de perro, cola de
dragón y alas de pájaro). Sergio, se vio en el bunker triunfal, es un poco un
predicador electrónico. Allá vamos: hacia un día en que no distinguiremos el
hiato que separa la prédica política de la prédica evangelista, el sano
escepticismo que provoca una democracia republicana ya no tan novata.
Necesitamos caras de piedra que administren las cosas del común, el dinero de
todos.