Entrevista a Raúl Cerdeiras: A 20 años de la aparición de la revista Acontecimiento

Por Pablo Chacón

Cerdeiras, un abogado que se dedicó a la filosofía política, amigo de Badiou, fue el primero en invitar al francés a Buenos Aires, donde lo conocían pocos y ninguno. Esa estrella es su lujo.



PChAcontecimiento cumplió 20 años. ¿Qué reflexión podes hacer de esos 20 años de trabajar, escribir, pensar, convocar, estudiar? 

C: Acontecimiento lleva como subtítulo: Revista para pensar la política, así que todo balance debe respetar esa perspectiva. Cuando inicia su recorrido, en junio de l991, los proyectos políticos emancipativos que se sostuvieron en el siglo XX alrededor de la idea del comunismo habían colapsado y ya estaba en marcha el aluvión del neoliberalismo. De repente la política se transforma en gestión gubernamental hecha desde el Estado, dentro de un régimen representativo de partidos y confrontando programas que son un apéndice de la economía y los intereses que de ella derivan. La revista sale sostenida en una apuesta que afirma la necesidad de reiniciar un nuevo ciclo de políticas emancipativas, para lo cual era necesario hacer el balance de la secuencia pasada y abrir una crítica de lo que vino a ocupar su lugar. Todo el esfuerzo de los compañeros que se fueron nucleando a su alrededor y el mío propio se enfocó en esa dirección, y creo que se dieron algunos pasos importantes. Por ejemplo, redefinir el papel del estado en las políticas de ruptura; plantear la necesidad de que la política, para que asuma su capacidad de transformación real, debe ser autónoma de la lógica que rige la vida social y los mecanismos del estado; cuestionar el dispositivo de la representación y proponer las posibilidades de la presentación; despegar la cuestión del sujeto político de su vínculo con las clases o los nuevos conjuntos sociales, para desplegar nuestra convicción de que un sujeto político es la invención de un cuerpo colectivo organizado alrededor de ideas y que no representa a nadie. El concepto mismo de acontecimiento, para nombrar la irrupción de una excepción que no se puede reducir a la legalidad que regula la situación en que se inscribe y que exige se piense y se haga algo diferente al orden establecido. Es difícil afirmar la existencia de un acontecimiento clave, para sancionarlo hay que ver sus efectos en el tiempo; entretanto, opera como una apuesta que orienta la acción y el pensamiento. Pero si miramos a América Latina, creo que la emergencia del zapatismo y el discurso que lo acompañó, sobre todo en su primera etapa, tuvo un impacto decisivo para nuestros propósitos; renunciar a la toma del poder del Estado y plantear nuevas relaciones al interior de las organizaciones políticas eran dos principios que  veníamos sosteniendo hacía más de cuatro años. En cuanto a nuestro país, sin duda que las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001 producen un corte desde el cual se puede conformar el cuadro político nacional según sea el posicionamiento que se tome al respecto,  y exige un esfuerzo creativo a los que pensamos en su capacidad disruptiva.

PCH: Cuando Alain Badiou vino (invitado por vos) por primera vez a la Argentina, acá lo conocía poca gente. Después volvió y vino también el año pasado. ¿Qué cambió de tu visión de la Argentina de aquel momento y la de ahora? 

C: Es cierto que en aquella época Badiou era un ilustre desconocido en esta parte del mundo. Pero la amistad que habíamos sellado, primero por correspondencia y luego personalmente en 1986, se cimentó sobre una inmediata comunidad respecto a los problemas político-filosóficos y la dirección en que debían encaminarse los esfuerzos para salir de esa situación. En virtud de ese suelo común pudimos hacer un esfuerzo para que nos visitara el segundo semestre de 1994. Luego vino también en el 2000 a presentar la edición en castellano de El ser y el acontecimiento que traduje junto a Prados y Cerletti. Es cierto, no puedo hablar por él sino trasmitirte lo que dijo en diversas charlas en su última visita. Badiou afirma que no solo en la Argentina sino en otros países de América Latina se han producido modificaciones, pero a la hora de evaluarlas comprueba que la afirmación de la democracia como régimen político y el desarrollo del capitalismo como meta económica,  no significan la apertura de una novedad radical sino el rumbo político que lleva adelante Occidente.

PCH: Los grupos de reflexión y trabajo que animás desde hace tantos años, ¿se enriquecieron con las visitas al país de Roberto Esposito, Toni Negri, Slavoj Zizek, los lacanianos? ¿Que sumaron ellos al trabajo tuyo y al trabajo de Badiou?

C: En diferentes campos y con intensidades desiguales debo decirte que sí. Las personas que nombrás representan intentos serios para salir del relativismo posmoderno, sin volver al pasado. El pasado en filosofía se llama fenomenología, criticismo kantiano o neopositivismo, y en política, es la cáscara de un marxismo agotado que se intenta mantener sin una revisión que esté a la altura tanto de su significación histórica como de su desfondamiento e impotencia actual. Creo que Negri, en tanto que su aparato conceptual se inscribe en la estela de (Gilles) Deleuze, ha sido importante. Deleuze y Badiou son los únicos filósofos-políticos que han lanzado al pensamiento hacia nuevos rumbos. En cuanto a Badiou, se ha encargado en diversos trabajos de realzar la importancia que tuvo (Jacques) Lacan (lo llama mi maestro) en su trayectoria, por el coraje que exhibió para reponer la cuestión del sujeto cuando las corrientes dominantes habían decretado que toda teoría del sujeto desemboca en un totalitarismo intelectual. Se justificaba esa descalificación conservadora puesto que todo pensamiento del cambio real no puede ahorrarse reponer la cuestión del sujeto. Pero no es casual que el giro que da Badiou en su trayectoria intelectual a fines de los 70 se condense en un libro que tituló Teoría del Sujeto.

Creo que Marcos es el portador de un pensamiento enlazado a un hacer que irrumpió como lo más original que se produjo en nuestro continente. Una bocanada de aire fresco que fue una fuente de entusiasmo porque veía que en una situación tan diferente a la nuestra podía circular también lo común que, para mi, son las ideas y pensamientos políticos. De golpe la política era arrancada de  uno de sus peores lastres que era considerarla como la expresión de una realidad particular. Los zapatistas habían seguido el camino de poner a la política como un pensamiento que se afirma en una serie de principios ofrecidos a cualquiera, operativo para todos al margen de la idiosincrasia de su particularidad. Nosotros veníamos trabajando la idea de separar la política del poder del Estado, de poner las bases de una verdadera subversión que cambiara a la política tal como se nos presentaba. El balance final de esta experiencia está en suspenso, como lo están ellos también. Otros sectores del llamado mundo intelectual, pusieron el acento en la identidad de los pueblos originarios dentro de una visión -que no comparto- de reinscribir la política en función de representar a los nuevos actores sociales que van llegando a la superficie según sea la intensidad de sus luchas. Así se corre el riesgo de compartimentar a la política en el interior de un dispositivo tendiente a compatibilizar estas luchas centradas en las demandas de cada grupo, por más justas que sean. Yo creo que hay en el zapatismo un mensaje que se puede vislumbrar en esta afirmación: el zapatismo es el síntoma de algo más grande que está pasando en todo el mundo y que ya nos corresponde a muchos. A todos corresponde ya definir esto y darle rumbo, se puede llamar como se vaya a llamar, pero el zapatismo como lo que ocurrió en el 94 , en toda la guerra de palabras que se ha llevado desde entonces, es el síntoma de algo más que está pasando en Sudamérica, en Norteamérica, Europa, Asia, África y Oceanía”.

PCH: ¿Podrías explicar que se dice cuando se dice capital-parlamentarismo, y si es posible quebrar el espinazo de esa organización para suplantarla por cual? ¿O la idea de suplantar está equivocada?

C: Podría decirse que es la manera contemporánea de reafirmar una gran verdad de Marx cuando decía hace más de un siglo que el estado de las naciones burguesas era la oficina de administración del capital. Ahora se reemplaza estado por democracia representativa, que existe en muchos países, bajo la forma parlamentaria, y es el modo hegemónico que las potencias mundiales buscan imponer. Lo cierto es que el tema de la democracia como categoría política ha quedado reducido por el capitalismo a una serie de aparatos de gestión que son dirigidos por expertos técnicos en la materia. La soberanía se achica a la consulta electoral cada tantos años para que se elija un menú que viene cocinado en otra parte. Y los medios consolidan un sentido común y una visión que deja a la gente prisionera en una ratonera que muchas veces desea. La crisis del mundo financiero dejó claro que el estado nunca estuvo ausentó y que jamás soltó la mano de la economía, porque cuando (la economía) amenazó colapsar, (el estado) intervino para salvarla con transferencias de dinero millonarias. Eso es la Democracia S.A. Pero sin duda, es posible cambiar el mundo. Es una tesis filosófica. Siempre le dije a Badiou que toda su obra está disparada por su deseo de cambiar las cosas. Se puede quebrar el espinazo del capital-parlamentarismo, lo difícil es decir cómo, puesto que hemos abandonado el determinismo  histórico. Creo que hay que hacer existir algunas ideas que produzcan las condiciones de posibilidad de ese cambio. Esas ideas pretenden subjetivar políticamente de otra manera. Ese nuevo horizonte nos obliga a estar atentos a toda irrupción para trabajar en dirección de construir trayectos políticos inéditos. La primavera árabe, los indignados, los okupas, Grecia, el zapatismo, nuestro 19/20 de diciembre, los Sin Tierra, son experiencias  que tienen dos características generales que las atraviesan y reúnen: la primera, su capacidad de salirse de los moldes habituales, lo que precipita un cuadro en el que las fuerzas conservadoras (entre las que incluyo a la vieja izquierda) tratan de reducirlas a una variante más del orden en el que se mueven; la segunda, es la incertidumbre que abren, para aquellos que apostamos que algo nuevo pueda estar naciendo.

PCH: Durante estos 20 años de política en la Argentina, se supone que las cosas cambiaron cuando Kirchner ganó las elecciones del 2003. ¿Pensás que es así? ¿Qué creés que cambió? 

C: Sin duda hubo un cambio, pero hay que analizarlo. Para los que pensamos que las jornadas de diciembre del 2001 dejaron una huella que puede marcar un antes y un después, es este el acontecimiento que debe organizar la respuesta a tu pregunta. Cada vez que hay un cimbronazo en el tablero político y asoma la posibilidad de un nuevo presente, la derecha reacciona de dos maneras: una, reactiva, consiste en aceptar esa realidad para diluirla; y otra, oscura, consiste en la negación del cimbronazo. Diremos democracia para el sujeto reactivo y fascismo para el oscuro. El kirchnerismo es un sujeto reactivo. Su reconocimiento del traumatismo lo obliga a tomar medidas claramente diferentes a la oscuridad que se puede leer en la masacre de Avellaneda urdida por (Eduardo) Duhalde. Que haya naufragado el proyecto oscuro, muestra la profundidad de lo que había sucedido  en el 2001. La década kirchnerista hay que entenderla como una tensión entre una tarea de encauzamiento del desmadre y la potencia real de ese desmadre.

PCH: La perspectiva biopolítica, ¿estás interesado en esa cuestión? 

C: Me interesa, y no hay duda que la política está capturada dentro de ese horizonte. Cuando el peso de la existencia pasa a ser soportado por los cuerpos vivientes  -ya sean los sufrientes o los consumidores- lo que gobierna a estas sociedades es la muerte. Y eso se trasluce en el despliegue de una existencia gobernada por la amenaza constante, el peligro, el miedo. Así, el hombre pasa a ser definido al interior de una mirada ampliada de la animalidad. Como afirma Badiou, los derechos del hombre y los derechos del viviente son una misma cosa. Esta historia comenzó con el tema de la bioética y las comisiones estatales. Pero resulta evidente que toda legislación sobre el bien nacer y el bien morir llevan en sus entrañas un racismo inconfesado (eutanasia y eugenesia) pronto a liberarse en cualquier momento. Está también la industria de los fármacos y los consorcios médicos. Y los medios dedican amplios espacios para regular, aconsejar e inducir al cuidado del cuerpo. Lo que decía Foucault respecto al control de las poblaciones se redobla en nuestra época con la no distinción entre pura vida (biológica) y formas de vida, que son las distintas maneras que un humano tiene para que su cuerpo sostenga la decisión de ponerse al servicio de una idea. Esta distinción se borró. Quedó el soporte biológico como fundamento, un consenso en las poblaciones, sobre el cual se deposita el entramado de la política contemporánea. Por eso domina la economía, la satisfacción de las necesidades inmediatas y la seguridad que protege cuerpos y bienes. No veo inconveniente en llamar a eso biopolítica.