La hora de los fierros
por Juan Pablo Maccia
La corte suprema no es el enemigo. No es una corporación entre las
corporaciones, sino una valiosa institución de la democracia. Eso dice en su
última columna dominguera Horacio Verbitsky. Y hace una desdeñosa cita de la
defensa del grupo Clarín. Preferiría no dejarla caer así nomas: “La más afamada de sus defensoras no vaciló en decir
que sólo el Grupo Clarín podía hacer periodismo de investigación crítico del
gobierno”. Mal que nos
pese ese argumento es nuestro. Lo utilizó Néstor Kirchner para hablar de su
fortuna (sin guita no se puede hacer política contra las corporaciones), y lo
hemos aceptado todos los militantes que lo seguimos.
En la doctrina Néstor, “la guita son los fierros”.
Sumémosle a esto aquel mítico discurso de Cristina de la época del conflicto
con el campo por la resolución 125, allá por el 2008, en el cual planteaba que
la amenaza a los gobiernos populares ya no viene de generales con tanques, sino
a generales mediáticos, es decir, a los propietarios de los grandes medios de
comunicación, y tendremos un panorama más completo: los “fierros hoy son guita
y medios”.
La coyuntura política actual es difícil. Sólo la
corte se alza como mediación entre guerreros notablemente enfierrados. Hacia
abajo la tropa calcula su destino y la población sin capacidad de disfrute.
Lo que no llego a entender, en este contexto, es el
derrotismo o bien la deserción de la militancia
kirchnerista. Ese duelo anticipado, esa melancolía apresurada es
completamente banal. O muestra que no hemos entendido nada.
Entre 2008 y 2011 surgió en todo el país una
militancia juvenil, y no solo, convocada sobre todo por Cristina (en el
2011, con la muerte de Néstor, se multiplica ese discurso militante). Un mito y
una Jefa; recursos varios; una estructura enrome de poder; guita para hacer
política, todo esto dibujó una condiciones únicas, que se suponía que nos
recibía (a los más jóvenes y a los que ya teníamos una experiencias anterior,
por fuera del peronismo) para decidir una pelea por la justicia y la
democracia.
Una pelea doble, contra el frente oligárquico
liberal, pero también contra los enemigos en nuestras propias filas. La
radicalización del proceso, gradual pero decidida, iría distinguiendo uno
a uno a nuestros enemigos. Luego del campo, clarín. La conducción política a la
cabeza, proponía, todos disponíamos. No se trataba sólo de vencer. En el sólo
hecho de pelear se generaba mas militancia, mas discusión social.
De pronto sucedió lo inesperado, con el 54% de los
votos. Luego, errores de gestión varios. Finalmente, errores políticos.
Sustitución de una construcción amplia por una sectaria. Moyano afuera,
Gerardo Martínez adentro. Todo lo que tuvimos para decirle a nuestro pueblo fue
“unidos y organizados”. Pocos, férreos y obedientes.
Al peronismo esto no le gustó. Tampoco a Bergoglio,
que devino Papa. No le gustó a las clases medias urbanas, que quieren a la vez
energía, ecologismo y dólares (!). No le gustó al fundador de Página/12. Así
nació ese gran golpe táctico: la constitución de un frente insólito, sin partido,
coherencia ni programa cuyo único objetivo fue inhabilitar, por medio de una
inapelable derrota electoral, la posibilidad de una reforma constitucional que
le diera una reelección a Cristina.
Momentáneamente derrotados, pero jamás vencidos: lo
que no es admisible es la resignación del ánimo. Conozco a muchos de los que
hoy se escapan, mediocres, por la vía de la depresión. Así como el
“acontecimiento” (así lo denominaba Forster a Néstor) vino de sorpresa a
devolvernos la fe en la política (es siempre Forster el que así habla), nos toca
ahora remontar la indignidad de no haber construido con nuestras militancias
una resistencias política al neoliberalismo y convertir aquel azar en
estructuras militancias combativas para el próximo período.
Los cobardes con sueldos y peinados nuevos deben
quedar de lado de inmediato. No podemos perder tiempo con las miserables
burocracias del progresismo. Una juventud entera, recientemente politizada, es
nuestra mejor arma para el tiempo que viene. ¿O es que vamos a recibir a Scioli
desarmados?