El argumento político

por Juan Pablo Maccia


No hay argumento verdadero.  El más alto esplendor de una idea no es el que lo vincula a la verdad, sino el que hace de ella una aptitud para crear mundos habitables. El pensamiento no se reduce a los problemas de conocimiento, sino que opera en el nivel –que es suyo por derecho propio- de la producción de modos de vida.

Hay, y siempre ha habido, grandes argumentos políticos. Ideas que leyendo adecuadamente los problemas de la vida colectiva en una situación determinada logran ampliar las posibilidades de vida. Es el amor a esas ideas es lo que en el fondo mueve a los militantes y dirigentes políticos de todas las épocas (aunque sus denigradores los describirán como seres meramente casuales o reactivos).

Los enemigos de la política han intentado desde siempre negar el valor de los grandes argumentos en la historia reduciéndolos a meras ocurrencias de intelectuales, o bien negando que hubiese en la idea capacidad alguna de torcer los designios de la reproducción económica, o incluso alegando que sólo las víctimas, cuerpos lacerados sin ideas, sensibilizan y conmueven lo social.

Estos enemigos encuentran gran respaldo en un momento como éste, de asombrosa carestía argumental. Su fuerza es nuestra incapacidad de dar vida al gran argumento de la última década: que el kirchnerismo es (que podía ser) peronismo político atravesado por un fuerte autonomismo cultural.

Bello argumento que concilia un notable impulso libertario (que viene del 2001) con una fina lectura del problema de la gestión institucional del momento democrático (proveniente de las izquierdas del peronismo); articulación estatal de justicia social y memoria histórica en lucha continúa contra los poderes corporativos.

Ese argumento se ha debilitado. El impulso conservador de la gobernabilidad se resuelve en una animadversión al argumento como vía de expansión de la existencia. Cuando se trata de asegurar la apropiación y el orden, los discursos se ahuecan y las ganas de obedecer superan a las de ampliar, criticar, abrir. La fatiga es, compañeros, derechista por naturaleza.

Y en efecto, es la derecha (los Sciolis o los Massa: ¿qué diferencia hay entre ellos desde este punto de vista?) quien gana con la desorganizando del argumento. Mostrando su impotencia, se anula la posibilidad de nuevas articulaciones vitales. El desprestigio de la idea permite hacer política en nombre de los impulsos colectivos entendidos como deseo de una vida normal, de una gestión normal. 

Momentos como estos son propicios para la proliferación de los explicadores del sentido común, esa raza desigualitaria de humanos que dan de comer de la mano. Empresarios de la comunicación política, teólogos de larga hechura, adoradores del fetichistas del consumo se dan a su tarea es sujetar el lenguaje a verdades bajas, de esas indiscutibles, que lo opacan todo.