Revuelta Brasileña: entrevista a Giuseppe Cocco
por Patrícia
Fachin
(Especialmente para Lobo Suelto!)
Hubo manifestaciones sociales masivas descontentas con la política y la
economía en Oriente, España, Wall Street. Ahora llegan a Brasil. ¿Por qué? ¿Qué
representan las manifestaciones sociales de estos días?
Podemos empezar diciendo que lo que caracteriza a estas manifestaciones es
que no representan exactamente nada, a la vez que, por un tiempo más o menos largo,
expresan y constituyen todo. Tienen una dinámica intempestiva, huyen de cualquier
modelo de organización política (no sólo de los viejos partidos o de los
sindicatos, sino también del tercer sector, de las ONGs) y afirman una
democracia radical articulada entre las redes y las calles: auto-convocatoria y
debates en las redes sociales, participación masiva en las manifestaciones callejeras,
capacidad y determinación para enfrentar la represión, e incluso capacidad de
construcción y de autogestión de espacios urbanos como fueron la Plaza Tahrir, las
acampadas españolas, los intentos de Occupy Wall Street y la Plaza Taksim en Estambul
(Turquía). Para cada una de esas olas y para cada una de las que llamamos
“primaveras[1]” hubo un disparador específico, pero todas disponen de una misma base
social (por diferenciadas que sean las trayectorias socio-económicas de los
diferentes países) y de los mismos procesos de subjetivación. En el caso de
Brasil, todo el mundo sabe que el disparador fueron las protestas contra el
aumento de precio de los boletos de los transportes públicos. Como en el caso
de otras marchas, la manifestación en San Pablo fue violentamente reprimida por
la Policía Militar. Sólo que esta vez la chispa no se apagó en una “marcha de la
libertad” e incendió San Pablo y todo el País. Pero saber que ese fue el
disparador no nos permite avanzar en el análisis.
¿Por qué ahora? Es difícil responder y
tal vez la característica propia de este tipo de movimiento sea que nadie sabe
proponer explicaciones “objetivas” indiscutibles. Así y todo, podemos avanzar
en 3: la primera tiene la forma de un segundo “disparador”, y es la casi
coincidencia entre la represión de la marcha por el pase libre en San Pablo, y la
renovación de las primaveras árabes y del 15M español en las durísimas luchas
de la multitud turca en la Plaza Taksim, en Estambul (no por nada, en la
segunda manifestación carioca, que juntó diez mil personas, uno de los gritos
era: “acabou a mordomia, o Rio vai virar
uma Turquia” [Se acabó la mayordomía, Rio va a ser otra Turquía]); una
segunda explicación reside en el hecho de que este ciclo de “revoluciones 2.0” empieza
a tener una duración consistente (de más de 3 años) y entró en el imaginario, en
el lenguaje de generaciones de jóvenes que ya no se forman opiniones en la
prensa, sino directamente en las redes sociales; la tercera explicación es más
consistente, y la más importante, y se relaciona con estas “nuevas generaciones”
del Brasil de hoy, o sea, estas generaciones de jóvenes que sólo conocieron el Brasil
de Lula. Lo increíble y hasta irónico es que el propio PT no lo haya previsto y
haya sido incapaz hasta hoy de percibir este dato importantísimo.
¿Qué puntos en común existen entre las manifestaciones brasileñas y las que
vienen ocurriendo en otros países del mundo?
Como ya dijimos, los puntos en común son más importantes que las diferencias,
que sólo resaltan la cualidad específica de cada evento.
En un primer nivel, tienen en común una articulación entre las redes y las calles como proceso
de auto-convocatoria a las marchas que nadie consigue representar, ni siquiera
las organizaciones que se encontraban en el epicentro de la primera convocatoria: el intento de
“empoderar” a los pibes del Movimento pelo Passe Livre em São Paulo
(“oficializados” por la presencia en el Roda Viva y en la negociación con la
Municipalidad y el Estado de San Pablo) demostró que ellos no controlan ni
dirigen un movimiento que se auto-reproduce de manera rizomática (las manifestaciones
ocurrían al mismo tiempo sin respetar ningún tipo de “tregua”).
En un segundo nivel, tienen en común el agotamiento de la representación política. En Brasil,
este fenómeno fue totalmente subestimado por la “izquierda” y, sobre todo, por
el PT, porque no lo entendieron (y no lo entienden). Inicialmente pensaron que era
un problema de las autocracias del Norte de África (Túnez y Egipto); después,
que era la incapacidad de los socialistas españoles (el PSOE) de responder de
manera soberana a las injerencias de las agencias internacionales de calificación
o del Banco Central Europeo (BCE). Después creyeron que el 15M español no
conseguía encontrar una nueva dinámica electoral, mientras que el partido de
Beppe Grillo mostraba en Italia un fenómeno electoral totalmente nuevo y desgobernado.
Enseguida, pensaron que Egipto y Túnez habían sido normalizados electoralmente
por el islamismo conservador, cuando se da el levantamiento turco contra el gobierno
islámico moderado. En Brasil, el PT y su gobierno (y su coalición) pensaban que
estaban blindados por los recientes éxitos electorales (la elección de Haddad
en el municipio de San Pablo, la reelección casi plebiscitaria de Paes en el
municipio de Rio), por estar en un ciclo económico positivo y por haber creído,
en fin, que el santo grial del “nuevo modelo” económico consistiría en realidad
en reeditar el viejo nacional-desarrollismo, rebautizado como neo-desarrollismo.
Lo que la izquierda como un todo y el PT en Brasil no entendieron es que la
crisis de representación es general (aún si tiene síntomas y manifestaciones
diferenciadas) y que los levantamientos de la multitud en Egipto, Túnez, España,
Turquía y ahora Brasil son la expresión, entre otras cosas, de un rechazo radical
a esa manera auto-referencial de pensar de los gobiernos y los partidos
políticos.
En un tercer nivel, hay un punto en común central entre todos estos movimientos: la base
social de esta producción de subjetividad es el nuevo tipo de trabajo que
caracteriza al capitalismo cognitivo. Las redes que protestan y se constituyen en
las calles de Madrid, Lisboa, Roma, Atenas, Estambul, Nueva York y ahora de todas
las ciudades brasileñas se forman en el trabajo inmaterial: estudiantes,
universitarios, jóvenes precarios, inmigrantes, pobres, indios .... o sea, la
composición heterogénea del trabajo metropolitano. No por nada, por un lado, una
de sus principales formas de lucha fue la “acampada” o el “occupy” y, por el otro,
el levantamiento turco y el brasileño tuvieron como disparador la defensa de las
formas de vida de la multitud del trabajo metropolitano: la defensa del parque
contra la especulación inmobiliaria (la construcción de un Shopping) en Estambul
y la lucha contra el aumento del costo de los transportes en el caso de Brasil.
En comparación con estos puntos en común, las diferencias son mucho menores,
aun cuando existen (y son incluso obvias). Podemos aprehender esas diferencias
desde el punto de vista de las condiciones objetivas de cada país y desde el punto
de vista de cómo cada uno de esos movimientos fue transformando (o no) la fase
destituyente en momento constituyente. Así, el 15M español se presenta como la
experiencia que logró durar más, pese a no haber revertido las políticas económicas.
Las revoluciones árabes fueron normalizadas con las victorias electorales
conservadoras, pero los levantamientos se hacen endémicos. En Turquía e incluso
en Brasil, no sabemos –literalmente– qué es lo que va a pasar. Es en el plano de
las condiciones objetivas que encontramos la mayor diferencia: en España y en
el Mediterráneo en general, las revoluciones están marcadas por los procesos de
“desclasificación” de las clases medias. En Brasil es exactamente lo contrario:
todo esto ocurre en el ámbito y en el momento de la emergencia de la “nueva
clase media”. Sólo que esta nueva composición de clase es, en realidad, la nueva
composición del trabajo metropolitano, que lucha por los parques o por los
transportes públicos: ascendiendo socialmente, los pobres brasileños se convierten
en aquello en que las clases medias europeas se convierten bajando: en la nueva
composición técnica del trabajo inmaterial de las metrópolis.
Además del aumento del precio de
los boletos, ¿qué otros motivos que desencadenaron las manifestaciones?
Podemos adelantar dos respuestas.
La primera es que, bien pensada, esa pregunta encuentra su respuesta en una
simple reformulación: “¿por qué en las ciudades
y metrópolis brasileñas no hay más luchas y más levantamientos por el sin número
de motivos que los justificarían?” ¡En Brasil no faltan razones! Una vez
que “pegó”, basta con elegir: la lista es infinita. Voy a dar sólo un ejemplo,
contando una anécdota: un día fui a asistir a un Foro de la UPP [Unidad de
Pacificación Policial] Social (que ya no existe) en dos favelitas de la Zona
Norte de Rio, muy precarias. Toda la parafernalia de los gobiernos del estado y
del municipio se había movilizado, con sus autos de función, para darle sentido
a la pacificación. Los pocos habitantes de las favelas que hablaron se
refirieron a dos problemas esenciales: primero, dijeron, vivimos en medio de
las cloacas; segundo, los policías actúan de manera violenta y arbitraria. Las
decenas de secretarios y otros servidores presentes no consiguieron decir nada
sobre cómo iba a resolverse ese problema básico de saneamiento. Saliendo de la
favelita, pasé delante de un centenar de adolescentes que estaba en la entrada
sin hacer nada, y en el camino de regreso al Centro de Rio, a 5 minutos en auto,
pasé frente a una obra gigantesca, faraónica: ¡el Maracanã! La pregunta de arriba
encuentra una respuesta igual a la de Keynes en 1919: “no siempre las personas aceptan morir en silencio”. Había en Rio de
Janeiro y en Brasil (y sigue habiendo) un sinnúmero de movimientos de protesta y
de resistencia, particularmente por causa de los efectos de los mega-eventos, y
hoy esos movimientos se juntaron, confluyendo con la multitud de la nueva
composición del trabajo metropolitano: en Rio, los manifestantes siempre se
juntan para dirigir invectivas pesadas al gobernador Sergio Cabral y al intendente
Eduardo Paes.
Llegamos así a la segunda respuesta: ¡el movimiento sí que se armó para
evitar la suba de 20 centavos! Sólo que ese “poco” es en realidad “mucho”. ¿Por qué? Porque la cuestión de los
transportes y más en general de los servicios es estratégica para el trabajo
metropolitano. Los obreros fordistas luchaban por
salarios y horarios. Los trabajadores inmateriales tienen
como fábrica la metrópolis y luchan por una calidad de vida de que dependerá su
inserción en un trabajo que ya no es un empleo, sino una “empleabilidad”. Los
obreros fordistas luchaban para reducir parte de la carga horaria que iba
embutida como lucro en los autos que producían; los trabajadores inmateriales en
la metrópolis desvían los slogans publicitarios de una montadora (“Vem Pra Rua”
[Vení a la calle]) para re-significar los agenciamientos productivos que se
diseñan en la circulación. Los obreros fordistas luchaban contra el trabajo. Los
trabajadores inmateriales luchan en el terreno de la producción de
subjetividad. Es en la circulación que la subjetividad se produce y produce
valor de renta.
Los manifestantes dejan en claro
que son a-partidarios, no quieren violencia y no tienen líderes. ¿Cómo interpreta ese
discurso? ¿Cómo pensar un nuevo modelo político a partir de estas características?
Sin duda, una de las dimensiones constitutivas de la Revolución 2.0 es la
crisis de representación y esta es una cuestión central. Precisamos recordar que
la anticipación de la revolución 2.0 como crítica radical de la representación e
sudamericana. El “Que se vayan todos”
argentino anticipó en 10 años el “No nos
representan” español. Sólo que las dimensiones de esta crisis son
procesadas por el discurso oficial –o sea, partidario– de manera invertida. Y esa inversión no es fortuita. Por cierto, las
últimas articulaciones del movimiento (las agresiones contra los partidos de izquierda
en las manifestaciones del 20 de junio) nos muestran muy bien cómo funciona esa
inversión. Los partidos (sobre todo los que están en el gobierno) dicen que esos
movimientos son limitados porque rechazan los partidos, no son “orgánicos”,
porque tienen una “ideología” que los rechaza y por lo tanto son potencialmente
anti-democráticos. Obviamente, eso es correcto, pero
esconde dos lindas falsificaciones. La primera también es
obvia: los “grupos” que rezan por una crítica fundamentalista de la representación
tienen poca consistencia social y ninguna capacidad de determinar, siquiera de influir
movimientos de ese tamaño. La segunda falsificación es una consecuencia de la
primera: los partidos atribuyen la crisis de representación a un proceso y a una
crítica que vendría de afuera, cuando en realidad los mayores y únicos responsables
de esa crisis ¡son ellos! Y la responsabilidad está en la indiferenciación del
clivaje derecha/izquierda, o sea, en el hecho de que los gobiernos cambien y
continúen haciendo las mismas cosas, inclusive con el reciclaje de las mismas figuras
políticas. Así, el PSOE español le atribuyó al 15M su derrota electoral, cuando
en realidad el 15M es apenas la consecuencia del hecho de que los socialistas
españoles hacían la misma política económica de la derecha. Es exactamente lo
que terminó pasando en el Brasil de Lula y sobre todo de Dilma. El movimiento
que nació con la lucha contra el aumento rechaza las dimensiones autoritarias y
arrogantes de las coaliciones y de esos consensos que reúnen derecha e
izquierda en la reproducción de los intereses de siempre. Era Haddad el que tenía
que representar lo nuevo y se presenta junto a Alkmin para decir lo mismo: que la
reducción de la tarifa tendrá un costo (¡sic!). Es la coalición conservadora
que gobierna el Estado y el Municipio de Rio y donde el PT planea y ejecuta
remociones de pobres no respetando a la propia LOM. Son las alianzas espurias
con los ruralistas de un ministro de izquierda. Es la conducción autoritaria de
las mega-obras e de los mega-eventos. Es la entrega de la Comisión de Derechos
Humanos de la Cámara a un fundamentalista que, exactamente al día siguiente de
la gran manifestación del lunes, hizo votar el proyecto de Ley que define la
homosexualidad como una enfermedad.
La extrema izquierda o la izquierda radical yerran cuando piensan que están
“a salvo” de esta situación. Los partidos de izquierda son incapaces de
entender que este movimiento se forma en el rechazo –confuso, flotante, ambiguo
y hasta peligroso– del partido, de la organización separada, de la bandera. Eso
porque el rechazo es general y no hace distinciones y funciona como rechazo de cualquier
plataforma ideológica preparada y determinada por lógicas de aparatos
separados: en eso hay una percepción de que uno de los problemas de la política
es la construcción de aparatos que tienden, antes que nada, a reproducirse a sí
mismos.
La agresión de un grupo organizado contra el grupo de banderas del PSTU, del
PSOL y del PCB en la marcha del jueves 20 de junio quebró las ilusiones de que la
crisis sería solamente del PT y asustó a todo el mundo. Con todo, en ese episodio
lamentable encontramos una vez más el funcionamiento perverso de la lógica de la
representación. Los grupos agresores estaban claramente organizados y tenían esos
objetivos tan claros como el proceso de organización indica las manipulaciones
más jodidas. Todos los análisis y denuncias que inmediatamente se hicieron identificaron
a esos grupos (que claramente actuaban respondiendo a una intención de provocar
esa situación) con la manifestación en general. En realidad, el apoyo genérico
de los jóvenes a la palabra de orden “¡sin partidos!” no tiene ninguna
significación lineal y mucho menos “fascista”. Paradójicamente, el rechazo a los
partidos, inclusive a los “radicales” y a sus banderas, es el rechazo –claro
que confuso y contradictorio– a la homologación entre derecha e izquierda y una
demanda por una “verdadera izquierda”. Esta demanda no es idealista y no se la puede
trabar con lenguajes y símbolos obsoletos (las banderas rojas, por ejemplo). Para
volver a erguir las banderas rojas ¡es preciso dejarlas en casa por un buen
rato! La bandera roja tiene que abandonar su dimensión ideal y transcendente (o
sea, vacía) y volver a ser interna (inmanente) a los lenguajes de las luchas
tal como estos son. En ese terreno es posible y necesario construir otra
representación y, sobre todo, reforzar la democracia.
Usted publicó recientemente en
Twitter que “las luchas de la multitud en San Pablo y en Rio son el mejor resultado
de los gobiernos de Lula. Tan bueno que nadie en el PT fue capaz de anticiparlo”.
¿Nos puede explicar esta idea? ¿Se trata de la entrada en quiebra de la
política?
Comencemos por el final: no estamos frente a la “quiebra de la política”. Al
contrario, ¡se trata de la persistencia de la política! Frente a todo lo que
los partidos de izquierda hacen para proveer de municiones al viejo discurso
anti-democrático y moralista de la elite, estos movimientos muestran que la
política está viva, ¡pese a los Felicianos, los Aldos, la tecnocracia neo-desarrollista
y la corrupción! Estar contra el moralismo de la derecha no significa que sean “graciosos”
los comportamientos inmorales de la izquierda en el poder. Se trata sólo de no
caer en las trampas de la derecha, pero haciendo un esfuerzo de conjunción
ética de los fines y los medios.
Este movimiento, cualquiera sea su desenlace, es el movimiento de la multitud
del trabajo metropolitano, el más puro producto de los 10 años de gobierno del
PT. Vamos a profundizar y aclarar esta afirmación em dos momentos. En un primer
momento, esta afirmación es una valoración positiva del gobierno Lula-Dilma. Una
evaluación positiva no porque hayan sido de “izquierda” o socialistas, sino porque
se dejaron atravesar –sin querer– por una serie de líneas de cambio: políticas
de acceso, cupos de color, políticas sociales, creación de empleos, valorización
del salario mínimo, expansión del crédito. La izquierda radical juzgaba esas
políticas exactamente como ahora juzgan la cuestión de las “banderas”:
idealmente. “¿Lula está implementando otro modelo, otra sociedad socialista?”,
se preguntaba y criticaba. Ahora, nadie implementa un modelo alternativo, aun
cuando está en el gobierno. Puede apenas tener la sensibilidad de aprehender las
dinámicas reales que, en la sociedad, podrán amplificarse y producir algo nuevo.
Los gobiernos Lula-Dilma asociaron el gobierno de la interdependencia en la
globalización a la producción, tímida y real, de una nueva generación de derechos
y de inclusión productiva. Estadísticamente, eso se tradujo en la movilidad
ascendente de los niveles de rendimiento de más de 50 millones de brasileños y
por la entrada en las escuelas técnicas y en las universidades de nuevas generaciones.
Lula no quiso saber de banderas y hasta declaró que él “nunca había sido
socialista”. Quedó dentro de la sociedad yendo atrás de los lenguajes, de los
símbolos y de las políticas que él entendía. Al pasar a la década de 2010, ese
proceso se consolidó en dos fenómenos mayores: el primero es electoral y tiene
el nombre de “lulismo”, o sea, la capacidad que Lula tiene de ganar y sobre todo
de hacer ganar elecciones mayoritarias: empezando por la Presidente Dilma y llegando
al Intendente Haddad; el segundo es el régimen discursivo de la emergencia de una
“nueva clase media”, con base en los trabajos del economista Marcelo Neri. Con la
crisis del capitalismo global (2007/8) y la llegada de Dilma al poder, el
discurso de la “Nueva Clase Media” fue más allá de las preocupaciones del
marketing electoral, para tornarse la base social de un giro que ve en el papel
del Estado junto a las Grande Empresas el Alfa y el Omega de un nuevo modelo
desarrollista (neo- desarrollista). Sociológicamente, el objetivo de neo-desarrollismo
es transformar a los pobres en “clase media”, y para eso hace falta, económicamente,
de un Brasil Más Grande, capaz de reindustrializarse[2]. El gobierno Dilma llegó a bajar los intereses y multiplicó los subsidios
a las industrias productoras de bienes de consumo durables, en particular de los
autos, y a la construcción civil. Lo que el movimiento afirmó y certificó fue la
dimensión ilusoria de ese supuesto modelo (lo que no significa que el modelo no
será implementado, sino simplemente que perdió la pátina de consenso que lo legitimaba
y deberá mostrarse cada vez más autoritario). En el plano macro-económico, la
inflexión tecnocrática no funcionó, pues el intento a tentativa de intervenir en los intereses resultó
en el retorno de la inflación de los precios (que está en la base de la revuelta).
La inflación de los intereses y las de los precios volvieron a presentarse como
las dos caras de una impasse renovada que sólo una movilización productiva (de
la cual no hay señales) puede resolver[3]. En el plano sociológico, la “nueva clase media” no existe, porque lo que
se constituye es una nueva composición social cuyas características técnicas son
las de trabajar directamente en las redes de circulación y servicios de la
metrópolis. La figura económica (el “promedio” en el nivel de ingresos) esconde
el contenido sociológico de una inclusión productiva que no pasa más por la previa
implementación en la relación salarial. Este trabajo de los incluidos en tanto
excluidos es un trabajo de tipo diferente: es precarizado (desde el punto de
vista de la relación de empleo); inmaterial (desde el punto de vista que
depende de la recomposición subjetiva y comunicativa del trabajo manual e
intelectual) y terciario (desde el punto de vista de la cadena productiva: la de
los servicios). La calidad de inserción productiva de este trabajo depende directamente
de los derechos previos a los cuales tiene acceso y que a la vez produce: por ejemplo,
¡poder circular por la metrópolis! Es exactamente esa composición técnica y
social del trabajo metropolitano la que constituye la otra cara de la “nueva
clase media” oriunda del período Lula. A la vez que fue la base electoral
de las sucesivas derrotas del neoliberalismo, se opone hoy, en su recomposición
política, al neo-desarrollismo: para ella, la cuestión de la movilidad urbana tiene
la misma dimensión que tenía el salario para los obreros, a la vez que el
segmento estratégico es el de los servicios. Las ciudades y metrópolis brasileñas,
y no la reindustrialización, constituyen el mayor cuello de botella, a la vez social,
político y económico. La ideología y la coalición de intereses que están con
Dilma no muestran hasta ahora la menor capacidad de percibir este dato. Más aún,
esta nueva composición del trabajo inmaterial y metropolitano produce, a partir
de formas de vida, otras formas de vida. Por eso, el movimiento del pase libre,
como el de Estambul que defendía un parque, fue juntando todos los focos de
resistencia que existen en las metrópolis, hasta esparcirse -como está haciendo
en este momento, dramática y asombrosamente– por las periferias donde nunca hubo
ninguna manifestación de masas. Lo que este “levantamiento” de la multitud del
trabajo inmaterial nos muestra es que el “legado” de los 10 años de gobierno
Lula está en disputa y lo más interesante es quedarse por dentro de esas
alternativas, en lugar de querer poner una bandera u otra. La política y los
movimientos están dentro y contra. Pensemos, por ejemplo, en la cuestión de los
mega-eventos, de la Copa de las Confederaciones, el Mundial y las Olimpíadas.
Muchos de los focos de resistencia en las metrópolis son movimientos que
critican los gastos en obras, estadios, favelas que resisten las remociones,
etc. A la vez, la posibilidad de que el movimiento se haya dado sin una represión
brutal, por ahora, se debe también a la Confederation
Cup. Una vez más, el conflicto es adentro y contra.
¿Qué es posible vislumbrar en el
escenario político a partir de estas manifestaciones?
Creo que el evento es tan potente e imprevisto que nadie sabe cómo responder.
Sobre todo en este momento: todos los días, y tal vez de hora en hora, cambian
algunos datos fundamentales. Lo que podemos decir es que el escenario electoral
de 2014 y hasta 2018 estaba diseñado y las variables vislumbradas eran
macro-económicas. El movimiento se invitó a esa
discusión. Sólo que no hay nadie que pueda sentarse a esa mesa
eventual diciendo que lo representa. La tierra tembló y sigue temblando, sólo
que el humo que se levantó no nos deja ver todavía qué edificios cayeron y
cuales quedarán en pie. En este escenario,
podemos hacer dos conjeturas. En una primera, la Presidente
Dilma puede abrir por izquierda, por ejemplo con una reforma ministerial que pondría
personas calificadas y altamente progresistas en Ministerios clave como los de
Justicia, Ciudad y Transportes, Cultura y Educación y convocando a la sociedad
a constituirse –en todos los niveles posibles– en asambleas participativas para
discutir las urgencias metropolitanas. En la segunda (que, a mí me parece, es la
que anunció en el discurso del 21 de junio), ella se limita a reconocer la
existencia de otra composición social en el movimiento y la construcción de un
gran pacto en torno a los servicios públicos, pero no anuncia nada nuevo a no
ser algunas banderas de largo plazo (como destinar el 100% de los royalties del
petróleo a la educación) y enfatiza la cuestión del orden: represión de los
“violentos” y respeto por los mega-eventos (o sea, más represión. Y eso después
de los hechos bien sombríos del jueves (la aparición de esos grupos pagos para
agredir a los partidos y, en Rio, represión generalizada de la manifestación,
con la persecución de cientos de miles de participantes durante toda la dispersión).
El escenario que vislumbro es pesimista: me parece que buena parte de los
militantes de izquierda está cayendo en la trampa de las “banderas”, que eso
acabará realmente por entregar el movimiento a la derecha y, para colmo, habrá
represión, eventualmente también de las opiniones. En este escenario, muy probable,
para salvarse a sí mismos y evitar una renovación general, las burocracias y
otros fisiologismos abroquelados en los diferentes gobiernos y coaliciones, están
destruyendo las posibilidades de una gran renovación de la izquierda y arrastrando
a todo el mundo al agujero que será el resultado electoral de 2014. Pero me gustaría mucho equivocarme. Si fuese verdad que me equivoco, serán las luchas de la multitud las que lo
dirán. Pero el escenario que tienen que enfrentar es muy, muy complejo.
[2] Cf Giuseppe Cocco, “Não existe amor no Brasil
Maior”, Le Monde Diplomatique/Brasil,
mayo de 2013.
[3] Y de la que hablamos Antonio Negri y yo en GlobAL:biopoder e luta em uma América Latina
globalizada, Record, Rio de Janeiro, 2005.