Un régimen político y un Estado de nuevo tipo (10 años de Kirchners)
Pablo Hupert
I. Mirar distinto
Lo bueno de escribir sobre un décimo aniversario es que no hay que escribir sobre los últimos diez minutos. Entonces podemos preguntarnos sobre los esquemas fáciles que la velocidad mediática nos impone y que tan bien les vienen a gobierno y oposición. Esquema fácil y extorsivo es el de kirchnerismo y antikirchnerismo en todas sus variantes (década ganada vs. perdida, neoliberalismo vs. modelo, entreguismo vs. soberanía, autoritarismo vs. republicanismo, latinoamericanismo vs. ‘primermundismo’, pueblo vs. caceroleros, 6-7-8 vs TN, etc.). En fidelidad al movimiento popular dosmilunero, propongo partir de otro eje: dominación-emancipación. Y de esta premisa: las formas que un Estado asume son las que resultan más adecuadas para la dominación, esto es, para evitar la emancipación. Solo dos ejemplos: el Estado de bienestar europeo, posterior a la Segunda Guerra fue la forma de dominación más adecuada para responder a la fuerza de las luchas del siglo anterior de la clase obrera clásica, o el primer peronismo, la forma de dominación más adecuada para responder a la fuerza de la clase obrera argentina, capaz de realizar autónomamente un 17 de octubre. Debemos leer el régimen kirchnerista en la misma clave.
La historia argentina reciente no comienza en 2003 sino en 2001, con el estallido de prácticas de emancipación no-representativas (piquete o asamblea, y no partidos, movimientos territoriales, y no sindicatos, etc.). Pasar del punto de vista de los candidatos electorales a la forma del Estado nos requiere pasar del corto al largo plazo y de entender el kirchnerismo en su dimensión de corriente partidaria peronista a entenderlo como régimen político. Si es un régimen político, la década kirchnerista ya no es solamente sus gobernantes sino también sus actores (Néstor y Cristina y Daniel y Eugenio, mas también Mauricio, Hermes, Lole, Gildo, Lilita, los intendentes, los jueces, etc.), y dejan de importar los dimes y diretes y otros sainetes y pasan a importar los modos de funcionamiento de ese Estado que en 2001-2002 no encontraba la forma de gobernar a la población supuestamente suya. Importan las formas que el Estado necesitó darse (y sigue dándose) para reproducir el gobierno de ‘su’ población y la dominación del capital. Esta forma es la de Estado posnacional. Dados los límites de esta nota, me limitaré a señalar, sin exhaustividad, lo que no es restauración en este gobierno[1].
Salir de la urgencia de coyuntura permite salir de los esquemas impuestos para volver a nuestra coyuntura habitándola de otra forma. No revelaré pues información novedosa u oculta sino que propondré otra forma de acomodarla que habilita otras formas de pensar-hacer.
II. “Vueltas”
2001 fue el emerger de esferas públicas no estatales y por lo tanto la invención de una política múltiple que practica el “que se vayan todos” con ‘venimos nosotros’; 2003 fue el comenzar de un gobierno que inventa y coordina nuevas formas de gobernar a una sociedad capaz de autoorganizarse; en este sentido, este régimen es la combinación de venimos nosotros y que no se fueran todos. Una complejísima combinación (en constante revisión) de aperturas y cierres, de emancipación y dominación.
El “relato” kirchnerista ensalza todo lo que habría vuelto desde 2003. De este modo invisibiliza todo lo que mutó. Esto le permite mostrarse retomando los “modelos” anteriores al ’76 y desconocer las fuerzas populares que le abrieron el paso en 2001 (un desconocimiento con el que colabora ferviente y solidariamente todo el antikirchnerismo) y las mutaciones que la globalización ha impuesto a todas las sociedades.
Veamos algunas “vueltas”. Por el lado económico, enfatiza el aumento de la actividad pero desconoce la cualidad nueva de esa actividad. Así, por ejemplo, la “vuelta de la industria nacional y el mercado interno”: hoy las 200 firmas más grandes explican el 50% del PBI y un 70% de esas firmas son extranjeras. Según el Indec, de las primeras 500 empresas, 384 (77%) eran extranjeras en 2011 contra 289 en 1997 (58%). La “vuelta” de la redistribución no refiere a mejor reparto de la propiedad sino a paliativos por vías gestionarias de una economía cada vez más concentrada cuyo sector más dinámico sigue siendo el exportador. Veamos la “vuelta del trabajo”. Hay menos desempleo, pero el trabajo no es el empleo estable y blanco previo al ’76, sino que es en general precario; por su parte, la flexibilización laboral ha dejado de ser ley pero sigue siendo realidad en los lugares de trabajo (tanto en Kraft como en Página/12 como en las cooperativas del “Argentina Trabaja”…). El posneoliberalismo no es la industrialización sustitutiva del primer peronismo, pero no se sabe cómo es porque no hay un programa económico sistemáticamente definido como lo fueron los planes quinquenales. Pero que no lo haya es característico de los imprevisibles tiempos posnacionales; “las medidas las vamos tomando según la coyuntura” explicaba Kicillof el 9/5.
Por otro lado, la economía autogestionada es una experiencia vasta, múltiple y en apertura en todo el país, desde empresas recuperadas hasta cooperativas agrícolas y de comercialización y consumo.
Por el lado social, la subjetividad predominante no la del ciudadano productor sino la del consumidor subsidiado por el Estado. La inclusión hoy no resulta de participar en la producción sino en el consumo, y este es el significado también de la “vuelta” de la redistribución. Por el costado político, la vuelta del militante no es la de un activista que cuestiona el orden sino muchas veces (no siempre, afortunadamente) la de un agente estatal que cuestiona a los opositores, y más veces, la del que dice ‘no se organicen por fuera del Estado’ y ‘la política se hace dentro del Estado’. Cuando el kirchnerismo dice “vuelta de la política” dice vuelta del Estado, de la esfera pública estatal. Por otro lado, el desarrollo de esferas públicas no estatales prolifera rizomáticamente en barrios, escuelas, subtes, fábricas, viviendas, campos, medios de comunicación comunitarios…
Por el lado institucional, se habla de vuelta de la representación y las instituciones, pero el modo de relación Estado-sociedad no es más la representación y la administración sino la “imaginalización” y la gestión ad hoc. La volatilidad de las formas sociales impide representarlas en tiempo y forma, dada la velocidad con que cambian las urgencias que a veces impone. El de Néstor fue el primer gobierno de nuestra historia cuya legitimidad emanó no tanto de las urnas (22%) como de las encuestas (80%); el de CFK es el primero que twittea, hace del Cabildo una pantalla espectacular (y también de la Rosada ) y hace de la cadena nacional una emisión que publicita al propio Estado. Por su parte, la complejísima y asistemática multiplicidad social, impide una administración centralizada y coherente de las cuestiones que el Estado debe encarar, y debe gestionar ad hoc cada conflicto, cada rubro, cada subsidio, cada precio y hasta la aplicación de cada ley. Decían en enero los municipales rosarinos algo válido, matiz más o menos, para todo el país: "cada nuevo funcionario define prioridades distintas según "una lógica de “hacer lo que se puede” con lo que se tiene, y “no lo que se debe” ya que no se destinan los recursos necesarios y adecuados para garantizar programas sociales de calidad y con una direccionalidad política clara."
Por el lado cultural y jurídico, estamos en la “vuelta” de los derechos humanos. Antes del ’76 no existía esa bandera, que en rigor instalaron las Madres desde el ’77 y los Hijos desde los ’90 y todos los movimientos que acompañaron esa bandera y la impusieron como piso de todo gobierno en 2001-2, cuando convirtieron en ineficaz las herramientas estatales del estado de sitio y del asesinato abierto en manifestaciones. “Ahí terminó la Dictadura ”, dijo entonces De Gennaro.
En cualquier caso, se me dirá, los juicios avanzan, y Videla murió preso. Sin duda, responderé: es el piso que los movimientos posteriores al ’76 impusieron al gobierno del Estado argentino. Pero, se me insistirá, Néstor y Cristina han tenido la voluntad de gobernar sin reprimir.
“Eso es relativo”, responderé, abriendo una pregunta: lo que un Estado posnacional haga, ¿realmente depende de la voluntad del titular del ejecutivo? Los hechos de la última década (los asesinatos de Fuentealba, de pibes de Bariloche, M. Ferreyra, campesinos del Mocase, Qom, Indoamericano, el enjuiciamiento de miles de manifestantes y activistas, cientos de casos gatillo-fácil cada año, etc.) muestran que gobernar sin reprimir no es posible y que el Estado en general está buscando la manera de reprimir sin que eso le cueste la renuncia a su gobierno. En este sentido, los avances son jodidos; me refiero a los hechos del último tiempo: Qom por Insfrán pero también Pacheco por Berni, petroleros de Las Heras por los jueces pero también asambleístas de Berazategui por Mussi, campesinos de Santiago del Estero por sicarios de terratenientes o pibes del Darío Santillán por narcos en Rosario, gendarmes y canas (1000, estima la Correpi ) infiltrados en movimientos sociales, etc.
Nuevamente, esta represión no es ninguna “vuelta”: no es planificada centralmente, en general no secuestra, en general no tortura, no siempre la realizan fuerzas estatales (usa también patotas o sicarios), en general es legal e intenta no ser letal (o publicitarse como no-letal aunque lo sea) y algunas (pocas) veces es juzgada, como en el caso Mariano F, otras veces es ‘preventiva’, y los juicios a represores dictatoriales continúan. Es, en todo caso, preocupante, y debemos advertir que el Estado viene haciendo bajar el piso impuesto en este punto (¡las balas de goma se han vuelto aceptables!). Y esto, sin distinguir denominaciones kirchneristas y antikirchneristas; lo del Borda parece haber permitido un nuevo paso en la construcción de una represión posnacional: el sábado pasado hubo represión fuerte a los ambientalistas de Famatina y días antes a los Qom de Formosa y y días después en Chaco, donde los gobernadores son k. ¿Evitaremos que el Estado dé más pasos en este sentido? El hecho de que no se trate de una vuelta de la represión dictatorial es una de las razones que le permite avanzar y que nos dificulta politizar la cuestión.
III. ¿Entonces es todo un engaño?
Aprovechando que hemos pasado de las personas a los funcionamientos prácticos del Estado, pasemos también de escrutar intenciones y voluntades a aquilatar relaciones de fuerza y juegos de capturas mutuas. Ni es un engaño el régimen kirchnerista ni la dominación tiene todo resuelto -y se le seguirán presentando dificultades, tanto por el lado de la acumulación de capital (coloquialmente llamada ‘crecimiento económico’) como por el de la política autónoma. A algunos los tienta decir que el Estado ha cooptado a los nosotros que vinieron en 2001 y no dejan de multiplicarse. A veces ocurre eso, y a veces otra cosa: 2001 ha agrietado la dominación, y en esos intersticios se abre el espacio para experiencias colectivas con o sin el Estado, dentro o fuera de él (o dentro y fuera a la vez).
Esta década ha mostrado el complejo atravesamiento del Estado por los movimientos sociales y de estos por aquel, al tiempo que la globalización en todas sus dimensiones y el gran capital (Monsanto o Techint, por ejemplo) atraviesan lo social en toda su anchura, largura y profundidad. Esta complejidad no se aviene a esquemas fáciles –y lo más admirable del gobierno kirchnerista es que gestiona esa complejidad ayudándose de proporcionar esquemas simplotes a sí mismo, a la opinión pública, a los militantes y a los opositores.