La guita y la palabra

(para discutir con los intelectuales de Carta Abierta)


Por Marcelo Laponia

La palabra y el dinero van de la mano. ¿No transaccionan ambas, acaso, según la pauta de la circulación monetaria? Sabemos que sí. En la calle, en la escuela y en los medios. Con el dinero se nos hace comprar/vender lo que pudiéramos producir/obtener por diversos otros medios. Con la palabra sucede lo mismo: aprendemos a seducir, a tomar el lugar de la víctima, a denunciar, a dar y recibir órdenes.

La palabra y la moneda constituyen los grandes flujos, las coordenadas que engloban nuestras posibilidades de vida. Nos queda el acto de callar. Pero ¿somos aún capaces de ejercer el poder mítico y filosófico del silencio? No lo creo. ¿Qué nos queda? No mucho. Alguno dirá que lo que queda es la escritura: el uso guerrillero, es decir, bélico y táctico del discurso. Soy partidario de esta posición siempre y cuando no perdamos de vista la imprescindible lectura sintomática de la situación concreta.    

Un ejemplo. Hablamos estos días –para variar– de política, medios, flujos monetarios ilegales. Tengo en mis manos el diario argentino Página/12. Un informe sobre la situación económica del país a partir de los dichos del jefe de la unidad de investigación de operaciones financieras, José Sbatella, quien enfatizado sobre la “la trascendencia que tiene el volumen de capital “no declarado” que existen en forma líquida en la economía argentina y que, para circular, lo hace mediante otras operaciones no declaradas, para no ser descubierto” (subrayado es mío).

Importa el título de la nota: “Lo que importa del blanqueo y no se discute”. Entiéndase bien: el gobierno propone un blanqueo de capitales para revertir la fuga de capitales. El bloque de las derechas opositoras cuestiona duramente la medida. El periodista Dellatorre, autor de la nota que leemos sintomáticamente, está muy lejos de adoptar el punto de vista de estos opositores. Habla desde otro lado. Advierte que hay cosas que no se discuten y que son muy importantes.

El blanqueo es un intento de revertir el proceso de aceleración de fuga de divisas que viene manifestándose desde fines de 2011, tal como lo sugiere el propio proyecto de ley desde sus fundamentos. Esta fuga tiene sus antecedentes en la práctica de “sectores empresarios y las personas más ricas”, de dolarizar sus activos o transferir su patrimonio al exterior, que se inicia en forma masiva en el país en la primera parte de la década del ’50, durante el primer peronismo, recuerda Gaggero en el trabajo citado. Pero estas prácticas “ganaron escala y se hicieron permanentes a principios de la década del ’70”, aun antes del segundo peronismo (1973/76). Lo más notable es que el proceso de mayor aceleración de la fuga se haya dado en los ’90, durante la década de la convertibilidad, en la que “el sector privado argentino duplicó su tenencia de activos externos, que ascendieron de 50 mil millones de dólares a aproximadamente 100 mil millones, de 1991 a 2001, representando el 35 por ciento del PIB al momento del derrumbe de la convertibilidad”.

El argumento describe el proceso de formación de una conducta rentística, acelerada al ritmo del crecimiento del PBI: “Según cálculos conservadores de las autoridades, los activos externos del sector privado sumaban en 2010 unos 173 mil millones de dólares, equivalentes al 36 por ciento del PIB”. En este contexto José Sbatella hizo tres referencias importantes: respecto de los activos en dólares que están físicamente en el país (que estimó en el orden de los 40 a 50 mil millones); la denuncia contra la multinacional Dart respecto de la maniobra evasiva con importaciones a filiales de la misma empresa por valores varias veces inferiores a los de mercado; y por último, la distinta vara con la que se manifiestan en la prensa los casos sospechados de fuga y evasión de Lázaro Báez (empresario santacruceño) y el de los más de 400 empresarios denunciados por un ex agente de J. P. Morgan de fugas multimillonarias de dólares, entre los que se encuentran los titulares de las principales corporaciones empresarias en rubros industriales (alimentación, siderúrgica, energía) y de comunicación (telefonía y medios).

Seamos claros: los dichos de Sbatella apuntan a señalar la trascendencia que tiene el volumen de capital “no declarado” que existen en forma líquida en la economía argentina y que, para circular, lo hace mediante otras operaciones no declaradas, para no ser descubierto. Así justificó el blanqueo, para darles posibilidad a esos capitales de ingresar al circuito legal. Además, explicó que mientras esos capitales se mantuvieran no declarados y en dólares, representaban una presión adicional para lograr una devaluación y sacar ventajas de su traspaso a la economía local. En ese sentido, lo describió como un factor “potencialmente desestabilizador”.

No mas palabras su señoría, está todo “dicho”. Queda pendiente el ejercicio ahora de romper el paralelismo entre dinero y palabra: si la moneda dinero se reproduce en tan inmensas sumas y en todas las lenguas sorteando regulaciones jurídicas y creando en su alrededor una parafernalia ilegal de mecanismos reguladores para circular y reproducirse; si el lenguaje se transforma en una retórica capaz de explicarlo todo, sin tocar nada diferente en la dimensión afectiva, digo, si todo esto es así y ya no hay “afuera”, si somos incapaces de abstenernos de la moneda y de la palabra  ¿Qué diremos sobre esta realidad oculta de reglas y capitales que nos organizan el mundo desmintiendo las retóricas y con confirmando lo que sabemos sobre este mundo único del cálculo? ¿Qué dineros? ¿O nos quedaremos en silencio?  mundo único del cálculo? ¿Qué dineros? ¿O nos quedaremos en silencio?