Indicios sobre la ciudad de Buenos Aires:
mitología multicultural sobre el territorio vivo
por Diego Picotto y Emilio Sadier
“La ciudad no ha sido nunca
un lugar armónico, libre de confusión, conflictos, violencia (…) La calma y el
civismo son la excepción, y no la regla, en la historia urbana. Lo que de
verdad interesa es si los resultados son creativos o destructivos. Normalmente
son ambas cosas: la ciudad es el escenario histórico de la destrucción
creativa”.
David Harvey
1. La política es, centralmente, un
pensamiento sobre la ciudad y sobre los modos de vida que ésta habilita. Un
pensamiento que interviene sobre la
ciudad (la polis) y sus formas de
vida. Dicho de otro modo: si nos entregamos a los salmos de la política es,
precisamente, porque permite una intervención problematizadora sobre ese punto
en el que convergen la vida y la ciudad.
2. Pero, por otra parte, si la ciudad
es el mito fundante de la política, la fundación mítica de la ciudad remite –en
nuestro más acá de Buenos Aires– a una experiencia singular, en buena medida
intransferible: la borgiana “manzana pareja que persiste en mi barrio”. Entre
intimidad y política, la ciudad se recorta como cuento “tan eterno como el agua
y el aire”, como espacio a interrogar y, al mismo tiempo, como figuración a
poblar y disputar.
3. ¿Qué tipos de vida habilita –y a
qué tipo de vida nos condena– la ciudad? O a la inversa: ¿qué tipo de ciudad es
la que irremediablemente nos organiza la vida? Ciudad Multicultural. Ciudad Global. Ciudad Digital. Ciudad Verde.
Ciudad Marca. Ciudad Turística. Ciudad Friendly: ¿cuál es la calidad y la
consistencia de estos atributos? La Buenos Aires contemporánea parece ser el
producto-fantasía de la superposición arbitraria de adjetivaciones acumuladas
durante más de veinte años de mutaciones sociales; pinceladas de marketing que,
con una impronta en cierta medida espectacular, pueden servir para comprender
la lógica que signa la producción del territorio urbano.
4. La configuración de la Buenos Aires actual
es en muchos sentidos una continuidad de la shoppinización
de los años noventa bajo otras formas. Mejor dicho: la ampliación, sobre el
conjunto del territorio, de las reglas y valores elaborados en aquellos
laboratorios urbanos que fueron, y que son, los shopping center desde los 90
(una genealogía que se remonta a aquel Alto Palermo inaugurado
significativamente por el presidente Menem el 17 de octubre de 1990). En un
breve y lúcido ensayo escrito en aquellos años (“El Centro comercial”), Beatriz
Sarlo advierte –a la vez que lamenta– una ciudad que se segmenta, que se
fractura, que se desintegra a partir del desplazamiento del tradicional
“centro” por esa “cápsula espacial
acondicionada por la estética del mercado” que son los shopping center. Las dinámicas citadinas ligadas al habitar son arrasadas por
la velocidad del flujo mercantil: el shopping no tributa a tradiciones y carece
de memoria urbana. Es un espacio desmarcado vacante para las marcas y
su mundo. “El
shopping center es un simulacro de ciudad de servicios en miniatura, donde
todos los extremos de lo urbano han sido liquidados”, nos dice Sarlo. Así,
en su capacidad de construir hábitos, de convertirse en punto de referencia, de
acomodar la ciudad a su presencia, de acostumbrar a la gente a vivir en él, es todo futuro. Mirado en perspectiva, el shopping fue la punta de lanza de una embestida mucho
mayor: al advenimiento de estos edificios exhibe-marcas le sigue la
organización de su entorno –la ciudad– a su imagen y semejanza. Con la desaparición de ese
espacio simbólico común, unificador del centro urbano, la ciudad deja de
existir más que como entorno difuso del shopping.
6.
En cierta
medida, Palermo es inaprehensible: no es la avenida, ni es la peatonal, ni es
una esquina o una zona. Es una red de zonas que, para el no habitué, se
entretejen de modo indescifrable. No es el centro, bien delimitado; tampoco la
avenida Corrientes, o la peatonal Florida o la avenida 9 de Julio. Palermo es
un barrio que se vuelve zona y marca, ultravalorizada comercialmente, un
centro/shopping difuso en términos espaciales que se sirve de su pasado barrial
para ofrecer a la experiencia de transitarlo un aire artificiosamente
anacrónico. En Palermo, la historia es usada funcionalmente como decoración. Un
pasado armado a medida del presente, con los signos que cada quien tenga a
mano: un barrio semiológico y cool,
de día y de noche. Hábitat de las productoras y de las marcas, de los restó y
de las librerías, Palermo es sinónimo de diseño,
en donde prima lo artificioso por naturaleza. Territorio libre de rigideces y
objeto de deseo intergeneracional y polideológico. Punto de convergencia de
jóvenes y adultos, de cualquier sexo, sea macristas o camporistas, bolicheros o
trotskistas, ecologistas, alternativos, intelectuales, putañeros, hipsters,
rockeros, rastafaris o merqueros; es decir, cualquiera de nosotros, los
enamorados de Palermo y su hálito global. En el Palermo de la circulación y el
consumo –al igual que otros puntos de la ciudad, de San Telmo a Puerto Madero,
aunque cada uno con particularidades y derivas diversas– lo barrial es
contraseña de una dinámica global impresa sobre el territorio urbano. Y en
tanto zona global, al igual que en el caso del shopping, posee una doble
relación con la ciudad que la rodea: de indiferencia (que diferencia), por un lado,
en tanto el resto de la ciudad aparece como un espacio exterior con el que hay
que evitar mezclarse; de voracidad, por otro, en la medida en que le
disputa a la ciudad no solamente espacio físico –así la proliferación de
etiquetas palermitanas (Hollywood, Soho Rojo, Vip, Dead, Queens), donde ciertas
subzonas son ganadas a barrios lindantes– sino al mismo tiempo la tonalidad
cultural de la ciudad en términos generales. Palermo es, en el caso de Buenos
Aires, uno de los modos quizás hoy más eficaces de volver imagen el slogan
“ciudad multicultural”.
7. La ciudad multicultural es la
ciudad de las diferencias en dos
sentidos enfrentados: la ciudad en la que las diferencias sociales se acentúan
a partir de que la ultra-valorización del precio de la tierra la vuelve
expulsiva, en lugar de integradora; pero, al mismo tiempo, es una ciudad de
ficción en la que reina la armonía de lo diferente (y no el racismo
acostumbrado). O mejor: la mistificación de la diferencia como correlato de la
evidente marginación social y de su capacidad expulsiva y extorsionadora. La
ciudad multicultural: una ciudad en la que todo el mundo es bienvenido aunque
no ya para habitarla, sino para circular por ella, disfrutarla y ser parte de
su utopía de participación a través del mercado.
8. El dinero como equivalente general
también funciona en el caso de la amistosidad urbana: sea turism-friendly, youth-friendly, gay-friendly o vecino-friendly la ciudad
friendly es, siempre, money friendly. Ocio, juvenilismo, sexualidad,
costumbrismo barrial: diferentes targets y, a la vez, expresiones de la
diferencia como negocio redituable en términos tanto económicos como políticos.
La diferencia amigable es el núcleo y resultante del discurso del orden
democrático de las últimas décadas: orden que hace de lo urbano –y sus
representaciones mediáticas, las imágenes de la ciudad en los medios masivos–
el ámbito principal, cotidiano y excluyente de la política.
9.
Pero la ciudad amigable tiene sus límites. La expansión del shopping al
territorio no puede ser pensada sino en relación al proceso de gentrificación de la que aquella es objeto. El
aumento sostenido y desmedido del precio del suelo dispara un proceso de
transformación urbana –especialmente en sectores o barrios poco valorizados en
términos inmobiliarios– que progresivamente desplaza y remplaza a sus moradores
“originales” por otros de mayor nivel adquisitivo. La ciudad, por definición
convocante, se torna expulsiva.
10.
La contracara de esta mistificada ciudad global y multicultural es la ciudad de supervivencia, una ciudad
otra, aunque también productora de valor. Las marcas y el turismo, el diseño y
la moda son inescindibles de dinámicas de explotación y de precarización de las
vidas contemporáneas. El trabajo estalla
y se disemina sobre la ciudad y sobre el tiempo de la vida.[1] Porque la cuestión del
tiempo siempre fue central en relación al trabajo. En ciudad-fábrica lo primero
que se dispersa es el tiempo –y las relaciones que éste supone, entre trabajo y
no trabajo, entre producción y ocio–, pero también la propia condición del
trabajo, donde una parte importante se clandestiniza: del taller textil hasta
los diversos grados de informalidad
que afecta a gran parte de la masa laboral.[2] La ciudad y la
coexistencia de opuestos: la villa y los edificios inteligentes, la feria y el
shopping, historia conocida.[3] “Ciudad de infinitos
planos. –propone Vecinocracia,
escrito colectivo del grupo de investigación Hacer Ciudad– Pseudo-ambiente vivo, saturado de información.
Ciudad-drama de los procesos de lo común y de la guerra civil de los modos de
vida. Ciudad espejo –a veces ajustado/ casi siempre distorsionado– de las
fórmulas de producción de valor. Ciudad biopolítica cuando es objeto de
mecanismos de apropiación del valor social, cuando es espacio de resistencias a
los mecanismos de control, cuando es territorio dinámico de nuevas percepciones
y modos del conocer. Ciudad productiva, fábrica de las formas de vida que en
ella se mezclan, se distinguen y se entretejen. Ciudad-arcón de memorias, sentidos
y conflictos. Bienvenidos a la fábrica misma de la ciudad, a la fábrica social.”
La ciudad del trabajo es, definitivamente, la ciudad de la
superviviencia. Lejos de ser un mero contenedor de sujetos en busca de su
ciudadanía, el espacio urbano deviene acumulación y condensación de formas
contemporáneas de explotación capitalista. Como dispositivo de gestión de la
vida, organiza el trabajo sobre el tiempo estallado de una ciudad caótica y
desbordada, pero que es, al mismo tiempo, foco de producción de estéticas, de
sentidos fluidificados, de formas de vida, de afectos.[4]
11. De los bolivianos de verdulería a los
congoleños de los relojes en valija hasta los estudiantes –en general de
posgrado-- latinoamericanos (y europeos), al margen de las dominicanas prostituidas,
los super chinos y los albañiles paraguayos: necesario y a la vez repelido de
la polis global, el migrante se recorta como un sujeto central y velado de este
proceso; por su capacidad de dejar marcas, de empujar tendencias, lo que vuelve
reactivo cualquier discurso sobre lo originario o lo propio. No tiene la más
mínima importancia dónde se haya nacido: los migrantes son, antes que nada,
fuerza disruptiva, evidencia de la amplitud y multiplicidad del mundo; flujos
que ni los estados (aun en sus relativas resurrecciones) ni el mercado (con su
altísima capacidad subjetivante) terminan de controlar. La migración es el elemento soslayado del
(neo)desarrollismo (trans)nacional.
12. Elemento soslayado y temido: especialmente, cuando los migrantes ya no constituyen
colonias aisladas, sino que expresan la experiencia común de la vida urbana,
incluso de aquellos que habitan la ciudad desde siempre. El miedo es la sensibilidad, la pasión triste desarrollada a la par de
la Ciudad
Multicultural. De la “inseguridad” al terrorismo
internacional, la ciudad aterrorizada es tipificada y segmentada y un juego
nada sutil de estigmatizaciones provoca, sobre la crispación de las relaciones
subjetivo-humanitarias, un modo de control de las vidas y de los territorios. La
ciudad multicultural y global es al mismo tiempo una ciudad que ha sido
incautada a sus atemorizados pobladores. Vidas
expropiadas que se disponen, no obstante, sobre un territorio vivo en el que se
libra una guerra de modos de vida.
13. La ciudad es hoy la más intensa y
destructora experiencia común de la
especie: en su materialidad semiótica no hace sino expresar un modo de vida en continua aceleración, un
conjunto de afectos e imágenes –fragmentadas y caóticas– propiamente humanos
que se vuelven compartidos. Es desde todas estas fuerzas en juego en tensión
que se puede leer (y hacer) la ciudad: desde los procesos de expulsión, desde
los procesos de cierre, desde los procesos de resistencia a estas dos
tendencias a partir de la producción de dinámicas y espacios de encuentro. La
ciudad como territorio (vivo) de la guerra
de los modos de vida, cuyo
trasfondo es la tensión entre la tendencia al cierre, al gueto (en el country,
en la villa, en shopping, sobre el propio living-comedor, en la configuración
de zonas de exclusividad) y la tendencia a la apertura, a la producción de
dinámicas de relacionamiento entre las vidas, los cuerpos que habitan y
componen el territorio, la invención de espacios donde la disponibilidad al
encuentro permita vislumbrar horizontes de habitabilidad más felices –aun
cuando, a diferencia de hace una década, sea tan difícil detectar formas de vida resistentes como complejo crear y
sostener espacios de encuentro.
14. Una pregunta, sin embargo,
persiste: ¿cómo reponer un sentido que neutralice y reconduzca las pasiones más
tristes y reactivas de la ciudad –el miedo, el racismo, la (auto)explotación–
hacia un común que, a diferencia de las tradiciones nacionales clásicas, no hay
que buscarlo hacia atrás en el tiempo, sino hacia adelante? Pero ¿desde dónde
reponer este sentido? ¿Es posible hablarle
a la ciudad? ¿Es hablarle a la ciudad hacer
ciudad? ¿Es imaginable una política del común inmanente a cada situación, en
lugar de una que cree valores morales y juicios genéricos? ¿O ya en la modulación
misma de la idea de racismo o explotación está sellada su
trascendencia, su exterioridad en relación a los cuerpos concretos, a las vidas
que los experimentan (y solo así una experiencia es, precisamente, política)?
Lo común –que no es lo público-estatal– es una construcción de artesanos, una
condición vital a asumir. La pregunta por lo común, por la comunidad, es
precisamente la pregunta por el modo en que deseamos vivir. La discusión sobre
la ciudad –sobre esta ciudad mítica y real, tan
eterna como el agua y como el aire– es la discusión sobre la posibilidad de
la vida en común, principal disputa política del siglo XXI.
[1] Lo que tiene como correlato la
invención de profesiones, oficios y dinámicas laborales, o bien replegadas
sobre el espacio hogareño (aprovechando Internet), o bien a cielo abierto; es decir, desde los cada vez más numerosos
docentes a distancia, on line, y los
miles de micro-empresarios trabajando desde algún café, o desde su cada hasta
los motoqueros y los pasea-perros.
[2] Véase De Chuequistas y Overlockas. Una discusión en torno a los talleres
textiles, una co-investigación entre Simbiosis Cultural y el Colectivo
Situaciones. Se puede disfrutar del texto descargándolo de
http://tintalimon.com.ar/libro/DE-CHUEQUISTAS-Y-OVERLOCKAS.
[3] Véase en la revista Pampa Nº 7 (www.pampa.org.ar) o en Lobo Suelto!
(anarquiacoronada@blogspot.com.ar ) el texto “Alfa y Omega de nuestra Economía
Nacional”.
[4]
Disponible gratuitamente en www.tintalimon.com.ar/libro/VECINOCRACIA