Pasado pisado

por Horacio Verbitsky
En un comunicado difundido por los jesuitas alemanes, Jalics dijo que había creído que su secuestro se debió a una denuncia, pero que ahora sabe que Bergoglio no tuvo responsabilidad
En un libro de 1994, Jalics menciona la falsa denuncia. En una entrevista de 1999 dijo que el denunciante era Bergoglio. Ahora llegó a la conclusión de que era un error.
En un comunicado personal incluido en la página web de la Compañía de Jesús del sur de Alemania, el sacerdote Francisco Jalics dijo que se sentía obligado a decir que hoy considera un error afirmar que su secuestro y el del sacerdote Orlando Yorio, en 1976, haya sido por una denuncia del entonces Superior Provincial jesuita, Jorge Mario Bergoglio. Agregó que hasta fines de la década de 1990 había creído que su cautiverio de seis meses y las torturas padecidas en la ESMA habían sido consecuencia de una denuncia. Pero entonces mantuvo numerosas conversaciones con personas que no identifica, que lo llevaron a concluir que se trataba de una suposición infundada. Agregó que hoy cree que fueron secuestrados por su relación con una catequista que trabajó con ellos y “luego ingresó en la guerrilla”. Agregó que fueron secuestrados (“detenidos” dice su declaración) tres días después de que desapareciera la mujer.
Luego de la elección de Bergoglio la semana pasada como obispo de Roma y primus inter pares entre los obispos de la Iglesia Católica con el nombre de Francisco, Jalics había declarado que se había reconciliado con aquellos hechos y que el caso estaba cerrado para él. En términos teológicos esto distaba de ser una absolución de responsabilidades. La reconciliación es un sacramento católico que consiste en perdonar las ofensas recibidas. La nueva declaración va más allá y exime a Bergoglio de responsabilidad. Pero aún así, Jalics reconoce que había creído que él y Yorio habían sido denunciados y que le llevó un cuarto de siglo llegar a una conclusión distinta. “Por lo tanto, es un error afirmar que nuestra captura ocurrió por iniciativa del padre Bergoglio.” Para el vocero de prensa del papado no se trata de un error sino de una calumnia izquierdista.
En esta página se reproducen fragmentos del libro que Jalics escribió en 1994, “Ejercicios de Contemplación. Introducción a la forma de vida contemplativa y a la invocación a Jesús”, en los que alude a Bergoglio. Coincide con la descripción de los hechos de la otra víctima, Orlando Yorio, en una carta dirigida en 1977 al Superior de la Compañía de Jesús. En 1999, luego de la asunción de Bergoglio como Arzobispo de Buenos Aires, Yorio y Jalics contaron esa historia en sendas entrevistas telefónicas con este diario, el primero desde Uruguay y Jalics desde un monasterio en Baviera. Yorio habló on the record, con nombre y apellido. Jalics pidió que lo que dijera se atribuyera a una persona de su íntima relación. La misma condición pusieron para suministrar su versión de los hechos Bergoglio y otro sacerdote jesuita, amigo de ambos, que ya no vive. El ahora Papa mantuvo la misma descripción de los hechos desde aquella entrevista hasta ahora. Yorio murió pocos meses después de la entrevista y sus hermanos suministraron al autor de esta nota una copia de la carta enviada al padre Moura, asistente del Superior General Pedro Arrupe. La gran novedad es el cambio de posición de Jalics, quien sin embargo no suministró los demás detalles que requeriría esta discusión pública sobre un tema trascendente.
En una entrevista telefónica, en abril de 1999, Jalics pidió ser mencionado como una persona de su íntima confianza y en esas condiciones dijo al autor de esta nota que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Hay testigos de eso. Jalics y Yorio fueron a hablar con algunos profesores del Colegio Máximo que repetían esas versiones. Dijeron que tenían noticias seguras. Un obispo le confesó a Jalics que era Bergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos, y Bergoglio lo negó, dijo que le iba a decir a los militares que no les hicieran nada. Dos semanas después, Jalics le preguntó si había hecho esa gestión y Bergoglio respondió que aún no había podido. A la semana siguiente los secuestraron”. Liberados a fin de 1976 ambos dejaron el país. En 1979 se produjo el episodio del pasaporte del que se informó en estas páginas el domingo 17: Bergoglio pidió que se renovara el de Jalics sin que volviera de Alemania, pero el funcionario de Culto que lo recibió, Javier Orcoyen, escribió que en diálogo con él Bergoglio había implicado a los dos sacerdotes con la guerrilla y pedido que no se concediera la solicitud que él mismo presentó. Es obvio que un documento de 1979 no puede probar un hecho ocurrido dos años y medio antes, pero sí brindar una información de contexto. El procedimiento descripto en esos documentos coincide con el estilo dúplice que Yorio y Jalics atribuían a Bergoglio.
Las catequistas Mónica Quinteiro, Mónica Candelaria Mignone, María Marta Vázquez Ocampo y su esposo César Lugones, Beatriz Carbonell y su esposo Horacio Pérez Weiss fueron detenidos el 14 de mayo de 1976, todos en sus domicilios salvo la primera, por patrullas militares que dijeron ser del Ejército. Ninguno de ellos reapareció. El 23 de mayo más de cien soldados, con camiones militares y patrulleros policiales, cuyos jefes se trataban de capitán o mayor, coparon la villa del Bajo Flores y al concluir la misa arrearon con Yorio y Jalics y otros siete catequistas. Los catequistas quedaron en libertad al día siguiente, luego de oír el sermón de un encapuchado que se presentó como El Verdugo: “La villa no es lugar para ustedes. No vuelven a pisarla o aparecen en un zanjón”.
Yorio contó que al llegar las tropas a la capilla le mostraron una foto de Mónica Quinteiro, hija de un capitán de navío de la Armada. Yorio respondió que la conocía desde 1967. Antes de dejar los hábitos “en 1974 organizó en la villa una comunidad de treinta religiosos”, a la que él se sumó. Sin contemplaciones lo metieron en un auto y le colocaron una capucha de lona. Al bajar del vehículo lo llevaron hasta un recinto con una cama en la que lo sentaron y le engrillaron los pies. En ese lugar oscuro y estrecho pasó días. “De tanto en tanto entraban para insultarme y amenazarme. No podía dormir ni me llevaban al baño. Me tenía que hacer encima y no me permitían cambiarme de ropa. Perdí la noción del tiempo. Un día me dieron una inyección que me durmió”. En estado de sopor y pánico escuchó una voz a su lado que musitaba:
Ay Orlando.
Le pareció reconocer a Mónica Quinteiro.
El primer señalamiento público de Bergoglio fue hecho por el padre de otra de las catequistas, Emilio Mignone, en su libro de 1986, “Iglesia y dictadura”, donde lo mencionó como uno de los pastores que entregaron sus ovejas al enemigo. Bergoglio intentó explicarle su posición durante una misa posterior, pero Mignone se negó a hablar con él. En cambio sí se reunió con Jalics. En 1990, durante una de sus visitas al país, Jalics recibió a Emilio y Chela Mignone en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760. Según la minuta de ese encuentro escrita por Mignone, Jalics les dijo que “Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”.