Sobre Deleuze: entrevista a Toni Negri // Santiago López Petit
París,
enero de 1994
¿En
qué sentido Gilles Deleuze asume el marco postmoderno y, en el mismo momento,
se sitúa más allá de él? Es decir, se opone a toda forma de debilitamiento del
ser, de relativismo...
Creo
que, en efecto, Deleuze va más allá de lo postmoderno en el sentido en que el
concepto mismo de “post”, es decir, la transgresión de la crítica de lo
moderno, es empujada hasta el redescubrimiento o la construcción de una imagen
productiva del ser. Esto quiere decir que en Deleuze no hay sólo realización
crítica de lo moderno –como estado o situación- sino también descubrimiento, la
insistencia en una clave productiva que es irreductible. En el fondo, lo
postmoderno es un modelo de subsunción general del ser en la circulación del
ser, en la circulación de la significación. En Francia, en particular, donde la
concepción de lo postmoderno es definida por primera vez, lo postmoderno es
estructuralismo sin sujeto. Y es cierto que el pensamiento de Deleuze se
mantiene en el cuadro del estructuralismo, los bordes del pensamiento de
Deleuze están completamente enraizados en la visión estructuralista del mundo,
pero este estructuralismo es un estructuralismo sin estructura, es decir, sin
post-moderno. Existe en Deleuze una idea de productividad del ser, del deseo,
que es verdaderamente el elemento que rompe con lo postmoderno en el mismo
instante en el que lo plantea. Ésta es la característica fundamental del
pensamiento de Deleuze. Ser justamente, por un lado, un postmodernismo sin
postmodernismo, un estructuralismo sin estructura, y por otro lado, la completa
identificación de este impulso –y digo impulso porque no olvido nunca las
fuentes bergsonianas del pensamiento de Deleuze- que convierte a este
desarrollo de la dimensión del ser en algo siempre abierto, siempre
productivo. Yo no diría que en Deleuze no existe un cierto relativismo. Hay
relativismo en el pensamiento de Deleuze, pero es un relativismo epistemológico
que es siempre superado por lo absoluto –utilizo el término “absoluto” en el
sentido de Spinoza- por el carácter absoluto del ser, del acto, que es
completamente ético. En el último libro de Deleuze “Critique et clinique” hay
un capítulo verdaderamente extraordinario en el que se reinterpreta el lenguaje
de la “Ética” de Spinoza. Por primera vez, Deleuze habla del lenguaje del amor,
del lenguaje del “percepto” como algo eterno. Y esto es, en mi opinión, lo
esencial de Deleuze. El hecho de que acepta el horizonte en el que todas las
posibilidades de la dominación se han realizado y que, sin embargo, es capaz de
resaltar en todos los lugares y en el doble sentido –como elemento crítico y
como elemento productivo- esta pasión del ser, de Dios, del Absoluto.
Que
la obra de Deleuze es una obra directamente política está fuera de duda. Él
mismo lo expresaba en una entrevista que le hiciste cuando afirmaba: El
Antiedipo es una obra de filosofía política. Pero su obra es
esencialmente otro modo de pensar en el que la diferencia ocupa el lugar del
ser, el acontecimiento el lugar del sentido. La pregunta es: ¿hasta qué punto
esta innovación en el pensar se traduce en un modo diferente de hacer política?
O, de otra manera: ¿qué uso has hecho tú de ella?
Es
totalmente cierto que esta otra manera de pensar es fundamental en Deleuze.
Pienso en el hermoso artículo de Foucault sobre “Différence et Répétition” que
se llama “Theatrum Philosophicum” que es absolutamente decisivo como interpretación
del pensamiento de Deleuze. “Différence et Répétition” es el discurso del
método de Deleuze sobre el cual se insertan después las grandes “signatures du
monde” como llama Eric Alliez en un libro reciente muy interesante –pero en mi
opinión con algunas limitaciones aunque esto es secundario- a los grandes
libros “L’Antioedipe”, “Mille Plateaux” y quizá “Qu’est-ce que la
Philosophie?”. Hay pues esta otra manera de pensar que se quiere profundamente
antiplatónica, en la que el sentido del acontecimiento y de la singularidad, de
la “haecceidad” se hacen centrales.
El
cuadro que tenemos ante nosotros es el mismo al que antes me refería, es decir,
esta imagen postmoderna de lo real que es animada por esa irreductibilidad de
los procesos de subjetivación. Por tanto, hay una práctica de los procesos de
subjetivación, lo que significa que el mismo modo en que se plantea la cuestión
es muy importante. Deleuze rechazaría el hecho de hablar, por un lado, de un
modo de pensar y, por otro, de un modo de actuar. Porque la imagen del
pensamiento en Deleuze es ya un actuar, dado que justamente no existen estas
mediaciones platónicas ideales y representativas entre acción y pensar. Lo que
es absolutamente fundamental es la presencia del actuar en la definición del
pensamiento. No se puede definir un acontecimiento si no tenemos en cuenta su
singularidad. Si se piensa el acontecimiento es necesario que la subjetividad
esté ya en su interior, o que este acontecimiento se haya formado en el proceso
de constitución permanente y continua de la subjetividad. La interacción o
intercambio entre los niveles de conocimiento y de la práctica es total. En tre
actuar y pensar existe una interfase activa. Desde este punto de vista, la
concepción del mundo de Deleuze es una concepción maquínica que establece
fundamentalmente una idea continua de hibridación del mundo de la subjetividad
pensante y de la subjetividad actuante, de la cultura y de la naturaleza, de la
historia y de la máquina física, del significante y del significado. Una gran
parte del trabajo hecho por Deleuze y Guattari es precisamente un intento
constante de definición de esta especie de materia viva, jamás primordial,
siempre organizada según niveles crecientes de complejidad y, en cuyo interior,
la relación entre pensar y actuar se hace un continuo. ¿En qué sentido todo
esto puede servir a la política? ¿O en qué sentido me puede haber servido a mí
y a mis compañeros? Yo creo que, en realidad, hoy es imposible definir lo
político si no es como la forma en que la integralidad de la vida humana se da.
Y cuando digo vida humana me refiero a la historicidad, a los complejos
maquínicos que unen la historicidad a la naturaleza, hablo de la metamorfosis
continua que reúne la humanidad en una transformación y en una consolidación. Todo
esto es lo político. Pues bien, hay que gestionar este proceso. La política no
es ni más ni menos que el proceso de subjetivación en tanto que proceso global,
colectivo. Por tanto, desde este punto de vista, si se piensa la política como
representación está claro que nos separamos del pensamiento de Deleuze. Si se
piensa la política como consecuencia del pensamiento, incluso cuando es una
consecuencia unívoca o directa, también estamos fuera de Deleuze. La única
manera de pensar la política para Deleuze sería pensarla como englobando todos
los procesos de subjetivación. Procesos de subjetivación que son individuales,
colectivos, que viven siempre en el interior de una complejidad productiva e
interaccionante. Y eso es lo político. Lo político es el momento más alto de la
ética. Lo político, en Deleuze, es la capacidad de afirmar la singularidad en
tanto que absoluta.
Indudablemente
la crítica que lleva a cabo Deleuze de la representación, del sujeto es
esencial y definitiva. A esta crítica hay que añadir indisolublemente su
descubrimiento de la multiplicidad, de las singularidades que pululan en el
plano de inmanencia. La cuestión sería: ¿Qué destino les aguarda a estas
singularidades cuando aparecen desvinculadas de toda forma de contrapoder? Esta
ausencia de desarrollo político no debería conducir a privilegiar una práctica
política de minorías frente a una de masas. Lo digo pensando en la distinción
que Deleuze establece entre minorías y mayorías cuando afirma que lo que está
en juego no es un problema numérico.
Estoy
bastante convencido de que en el discurso político de Deleuze el problema
fundamental es el de comprender los espacios expansivos de la resistencia. Esto
quiere decir que la singularidad es definida siempre como resistencia. Los
procesos de singularización, la formación de la subjetividad, es siempre la
afirmación de una potencia de resistencia increíble. ¿Qué es en el fondo la
subjetividad? Deleuze juega siempre con la imagen de las habitaciones vacías,
pero que son el contexto de la subjetividad. Habitaciones que están delimitadas
pero que pueden siempre plegarse, tomar otras formas y llenarse de este modo de
sí. Y es esta relación entre la delimitación y la resistencia que estos
procesos de subjetivación determinan, la construcción de estos pliegues, de
estas estrías de subjetividad sobre el terreno liso del ser dado, lo que
constituye la expansión de la resistencia. Lo que quiero decir es que la
resistencia no es un fenómeno que pueda ser en Deleuze encerrado en la negatividad.
La dimensión del deseo, por ejemplo. La dimensión positiva de la interacción
global de todos los elementos que viven en esta superficie del mundo determina
cada vez en la resistencia una dimensión positiva, una dimensión agresiva, una
dimensión constitutiva del ser. Lo que es impresionante en el discurso
deleuziano es justamente el hecho de que solamente la resistencia es
constituyente. Sólo el punto más extremo de afirmación de las condiciones de
los procesos de subjetividad es creativo. Así, desde este punto de vista, yo no
hablaría de defensa de las minorías y eliminación del concepto de masa o de
mayoría. El problema consiste en que no puede haber ni masas ni mayoría si una
y otra no están llenas de resistencia. En Deleuze hay un horror al vacío que es
tan grande como el que existía en Foucault. El vacío no existe. Existe sólo lo
lleno. Y este lleno puede estar delimitado por el vacío, pero es un vacío
exterior y desontologizado, óntico. Por tanto Deleuze no está contra la mayoría
o contra las masas. Quiere que los movimientos de masa sean movimientos de
subjetivación, quiere que las masas sean como un océano del cual se puedan
apreciar todas las gotas. Todas. Su trabajo no es el de negar el océano, sino
de trabajar siempre por la constitución y la definición de los niveles de
transversalidad, de las posibilidades más complejas, de los dispositivos
[agencements] más complejos y difíciles que pueden determinarse en la
constitución de estas masas. Desde un punto de vista filosófico la posición de Deleuze
es la de una ontología unívoca de un ser expresivo y creativo. Es una bomba
explosiva, inmanente. No hay nada diferente, tan sólo la negatividad de los
otros.
Spinoza
y Nietzsche son dos de los autores fundamentales en los que Deleuze se apoya.
Ciertamente es difícil decir cuál de los dos juega un papel más importante en
su obra. ¿Crees que la influencia de Nietzsche que produce en definitiva un
concepto de crítica como afirmación (“Amor fati...”) tiene que ver con una
cierta ambivalencia, con un cierto borrarse el antagonismo que pudiera existir
en Deleuze?
Nietzsche
y Spinoza, con formas totalmente diferentes en su exposición, han admitido lo
que te decía en la anterior pregunta. En Spinoza es clarísimo y me remito de
nuevo a este último artículo de Deleuze al que me refería. ¿Y en Nietzsche? Hay
que leer con atención a Nietzsche porque su “Amor fati”, su Eterno Retorno
determina un desplazamiento que se convierte en singularidad. ¿Qué el
antagonismo se borra? Si se entiende el antagonismo como el enfrentamiento
entre dos fuerzas positivas, como un antagonismo dialéctico –en el fondo la
clase obrera era una parte del capital, el capital variable justamente- ese
antagonismo considerado como algo que se articula en un plano dialéctico
implica obligatoriamente una solución representativa. Es evidente que en
Deleuze todo esto se viene abajo. La sola posibilidad es construir sobre la
resistencia, pero no hay que reducir esta idea a una idea anarquista y antigua
de aislamiento. Estamos ante fenómenos que constituyen el ser, que realizan el
ser posible. Existe esta dimensión de totalidad curiosamente invertida
pues la totalidad es ahora negada en tanto que concepto. Pero, en el mismo
momento en que la niegas en tanto que concepto, se convierte en real, lo que
quiere decir es mucho más fuerte. Cuando uno piensa, por ejemplo, en el
carácter absoluto de la democracia que defiende Spinoza. Democracia es ese
carácter absoluto de la “multitudo” formada por individuos que se hace real.
Hay que empujar hasta el final la negación de todos los procesos de
representación, de representación epistemológica o metafísica, para llegar a
comprender este paso esencial de la construcción del ser como un ser positivo.
Y en este punto, en concreto, critico todas las posiciones que empujan la
negatividad hasta su identificación. Consideremos el caso de Giorgio Agamben.
Agamben ha publicado un pequeño texto sobre Bartleby de Melville y Deleuze en
su último libro también. Es completamente evidente la diferencia que hay entre
un pensamiento negativo a la Agamben, que llega con su potencia enorme a la
definición de esta primera fundación del ser o si quieres negación de su fundación,
pues el límite es sumamente ambiguo y equívoco, y por otro lado, la posición de
Deleuze, que conlleva una positividad extremadamente extraña y plena.
Deleuze
como persona es poco conocido. Cuando la Guerra del Golfo fue uno de los pocos
pensadores franceses que públicamente se opuso a ella. ¿Podrías decirnos algo
más acerca de su vida?
Deleuze
es un auténtico izquierdista. Sus actividades políticas han sido siempre
totalmente coherentes y continuas. Desde la Guerra de Argelia en la cual no
participó porque estaba enfermo y frente a la cual mantuvo una posición
radicalmente en contra, hasta los años 60-70 en los que se pronunció desde un
principio a favor de los estudiantes. Posteriormente participó junto a Foucault
en las luchas a favor de los presos que llevaron a cabo unos comités
revolucionarios. Después, la posición política quizá más curiosa y divertida,
es cuando Deleuze participó en la candidatura a favor de Coluche a la
presidencia de la República. Coluche era un payaso muy conocido que llegó a
recoger hasta el 30% de los votos en los sondeos. Posiblemente fue uno de los
momentos más álgidos políticamente hablando de burla e irrisión del sistema
político en Francia.