Diálogo con Toni Negri: "Este es un momento maquiaveliano"
Por Verónica Gago y Diego Sztulwark
El autor de Imperio plantea por qué fracasó la izquierda en
Europa y señala los desafíos que tienen los gobiernos progresistas en América
latina, una región que sigue con atención. El Estado, los movimientos sociales
y los desafíos actuales en torno de los beneficios del bienestar social. Toni
Negri es un entusiasta y frecuente visitante de Argentina y de América Latina.
Luego de hacer una conferencia en Buenos Aires (Universidad de Avellaneda),
participó del IX Coloquio Internacional Spinoza (Universidad Nacional de
Córdoba). Siguió camino a Ecuador y Colombia. Y es que este continente le
resulta, en la última década, un espacio de experimentación política que le
interesa seguir de cerca. De los movimientos sociales a los gobiernos que
siguieron a los momentos de crisis en la región, Negri despliega una
interpretación de una relación que ha sido virtuosa y que se encuentra
desafiada hoy por una suerte de estabilización. La pregunta que aquí señala
como fundamental puede sintetizarse así: ¿cómo hacer que los servicios de
bienestar social o welfare (de lo subsidios a los distintos beneficios
sociales) no sean simplemente concedidos desde arriba, sino sostenidos y
valorados como retribución de un valor social de cooperación luego de ser
conquistados por las movilizaciones populares? Neoextractivismo, multitudes y
moneda común se tejen, en la conceptualización negriana, para pensar las nuevas
formas de la producción y la disputa que implica el mando del capital
financiero.
Hace unos años proponía una hipótesis para entender la situación política en Sudamérica: decía que había un atravesamiento del Estado por parte de los movimientos sociales. De esta manera, el poder constituyente de los movimientos podía desarrollarse, si bien de un modo conflictivo, al interior del poder constituido. Ahora habla de estar “dentro y contra del Estado. ¿Cómo lee actualmente esta relación entre potencia popular y Estado?
Yo creo que cuando se dice “dentro y contra” se hace una afirmación metodológica que siempre debe ser confrontada con las determinaciones de lo concreto. No es que “dentro y contra” signifique siempre lo mismo, sino que se trata de adoptar una perspectiva desde la cual mirar las cosas. Tengo la impresión de que tanto desde el punto de vista de la gestión económica como política ha habido en los últimos años un relativo declive a partir de la situación inicial que se había formado en la última década, después de 2001, que fue una situación efectivamente revolucionaria. Hubo un primer desplazamiento desde el punto de vista económico a partir del gobierno de Néstor Kirchner: se da una recuperación productiva que toma como base a la producción social en un sentido amplio y se produce una confrontación con los diktat de los mercados sustentada en la experiencia de resistencia del período previo. Este primer momento es efectivamente muy importante en la medida en que toma la fuerza de los movimientos piqueteros, las ocupaciones de fábricas, la organización barrial como base de esa ampliación del terreno de la producción social, sin encerrar esas experiencias en una interpretación puramente ideológica. Este elemento nuevo de la productividad social insurgente es la fuerza que logra representarse en un proceso institucional efectivo, que tiene como espacio definido a la nación. En este sentido, el poder político nacional concreta la efectiva necesidad de tener un punto de referencia central para enfrentar a los mercados y sus maniobras monetarias. Por ejemplo, desde este punto de vista, la renegociación del pago de la deuda y las tratativas con el Club de París, han sido un momento de recalificación de la trama institucional de la democracia argentina respecto de los esquemas heredados del peronismo tradicional tomando en cuenta las mutaciones en el tejido social.
¿Y qué impresión tiene sobre lo que sucedió
después?
Desde el punto de vista económico parece haberse
dado una aceleración hacia el extractivismo empujada por el agronegocio de la
soja, consolidando la estructura de relaciones con las grandes empresas
multinacionales. Seguramente la disputa con el campo tuvo que ver con todo
esto. Desde este punto de vista me parece que ha habido un estancamiento y un
fuerte intento de centralizar poder por parte del gobierno. El extractivismo no
es sólo un hecho económico. No se trata sólo de discutir que pueda resultar
útil concentrar la producción en ciertos productos, sino también de tener en
cuenta que funciona como negación efectiva de una democratización económica, en
el sentido que niega una productividad social generalizada. Ahora, la pregunta
es cómo hace el modelo actual para garantizar un efectivo régimen de welfare
(bienestar) en Argentina. Tengo la impresión de que las políticas sociales –tal
como sucede por ejemplo en Venezuela– adoptan cada vez más la apariencia de
concesión realizadas al pueblo, más que ser propuestas como producto de una
movilización general productiva a la cual corresponde un welfare efectivo.
¿Y cómo funciona entonces el “dentro y contra” del
Estado en este contexto?
Consiste en la utilización del Estado, para decirlo
así, al interior del espacio global de los mercados poniendo en el centro este
problema fundamental de la democracia, que no es tanto el problema de la
libertad, como el de la producción. Quiero decir que es en el nivel de las
condiciones materiales de la producción que se juega, en esencia, el devenir
democrático y la conquista de nuevas libertades.
¿Cómo cree que manejan esta relación entre
neoextractivimo y welfare otros países de América latina? Pensemos en experiencias tan importantes como
Venezuela y Brasil.
Ya hemos mencionado lo que pasa en Venezuela. No sé
si se puede llamarlo welfare, pero hay allí, sin dudas, una difusión de
servicios a las comunidades con un significativo salto político y tecnológico
con el apoyo cubano (médicos, maestros, etc.). Fue algo muy importante, en la
medida en que el nivel de expectativa de vida se fue acrecentando. Sin embargo,
una verdadera democratización de la sociedad supone enfrentar muchas
dificultades. Por ejemplo, los problemas que hubieron con las misiones al mismo
tiempo en que se forma una nueva burguesía tan activa como rapiñera. Tengo un
juicio más positivo del proceso brasileño que cuenta con condiciones
excepcionales desde el punto de vista de los recursos naturales y sociales. Hay
en efecto una situación muy afortunada, pero no hay duda de que la política de
Lula fue capaz efectivamente de hacer participar a todos del desarrollo,
configurando una sociedad abierta, en términos democráticos y productivos. Lula
desplegó una lucha de clases continua, en contra de una burguesía y de un
sector capitalista fuerte y con gran capacidad, lo que supone problemas
enormes.
¿Brasil le parece un modelo?
No sé si estas luchas puedan darse de igual modo en
otros lugares. No creo que su política sea un modelo. Pero estos días me
preguntaba sobre el énfasis del discurso oficial sobre la batalla con el grupo
Clarín. Lula debió enfrentar la enorme capacidad de la televisión brasilera y
no fundó ni un sólo diario, sino que se apoyó en la capacidad de intervenir
sobre los otros sectores, sustentado en una politización de bases a través de
los grandes movimientos, como el MST y los movimientos de las favelas que
fueron extremamente importantes. La situación argentina no parece contar hoy
con una capacidad de recrear movimientos sociales de esa magnitud, aunque
guardo muchas dudas al respecto. De todas maneras, me parece que el problema de
la democracia se plantea con toda claridad en América Latina, que ya no puede
ser pensada como un territorio periférico sino que en muchos aspectos
constituye un escenario central para todos nosotros.
El extractivismo convive en buena parte de América latina
con una retórica contraria al neoliberalismo, aun si hay una serie de prácticas
sociales que funcionan según lógicas de apropiación neoliberales. ¿Cómo evalúa
este desfasaje?
A mí me parece que cuando el Estado se pronuncia
contra el neoliberalismo dice una mentira. Existen toda una serie de acuerdos
específicos con las multinacionales. Es un poco lo que sucedió aquí luego del
conflicto con el campo. Dentro del marco que surge de estos acuerdos actúan las
empresas nacionales y los emprendimientos cooperativos inmersos en una lógica
capitalista. ¿Están estos gobiernos en contra del neoliberalismo? Tal vez sea
mejor decir: están en contra de las extremas consecuencias del neoliberalismo,
que son las de anular el welfare. Pero estas son extremas consecuencias.
¿Se puede pensar que es el capital financiero como
tal el que funciona de un modo extractivo con respecto a la producción de valor
del conjunto de la sociedad?
Me parece que la relación entre capital financiero
y extractivismo es de una identidad completa. Aunque los gobiernos progresistas
de Sudamérica han planteado nuevas relaciones de fuerza en relación a los
mercados financieros, lo cierto es que estos capitales siguen funcionando a
partir de la expropiación del valor producido por la cooperación social. El
capital financiero sigue siendo el elemento que unifica el complejo social, de
un modo abstracto, es cierto, pero efectivo. Y no se trata de una intervención
que venga desde afuera, de un modo imperialista, sino una intervención que condiciona
la entera máquina social, y busca prefigurarla. Por eso es insuficiente toda
tentativa de oponerle meramente una estructura de regulación vertical. El
problema político que se nos plantea es, en cambio, cómo articular las
pluralidades productivas en la protesta. Yo no veo una propuesta diferente.
¿No le parece que es también un problema el modo en
que se fija una cierta imagen del movimiento social, incapaz de dar cuenta de
nuevos modos de organización más difusa?
Creo que efectivamente este es un verdadero
problema. Veo que estos días se habla de los cacerolazos. Más allá del sentido
político que ha tenido el movimiento –por lo que escucho aquí, se trata de un
movimiento básicamente de derecha– se trata de fenómenos que no se expresan al
nivel institucional, sino en el nivel de las multitudes. Se plantea la
pregunta: ¿cómo se puede decir si una multitud es “buena” o “mala”? Yo creo
tener una respuesta, pero que es abstracta: lo que distingue a la buena
multitud de la mala es lo que llamo el común. Se trata de una hipótesis teórica
que abarca también una noción de democracia sustancial, y no como algo
meramente formal. Me refiero a la democracia en cuanto capacidad de organizar
un conjunto de relaciones, y extraer de ellas una conciencia política. El comunismo
no es algo que pueda brotar del común de modo directo. Por eso hay que crear
formas políticas capaces de poner a las singularidades en relación, y de darle
una forma institucional al proceso.
¿Cómo piensa esa forma institucional sin que se
trate de un cierre sobre el Estado nacional?
Creo que después de la gran polémica contra el
Estado nación y frente al poder de innovación capitalista debemos reflexionar
sobre las formas en que se considera hoy la cuestión desde la izquierda. En
Europa el fracaso de la izquierda consiste en no haber logrado ir más allá del
Estado nación y no llegar a imaginar una gestión del poder por fuera y más allá
del Estado nación. El defecto de la izquierda en Europa es haber identificado
la idea misma de gobierno con una instancia única. Al fijar la idea de gobierno
al Estado nacional se bloqueó la capacidad de imaginar formas de gobierno sobre
los mercados, que claramente exceden los confines nacionales. Y entonces,
sucede que los mercados crean por ellos mismos sus instancias de gobierno. Así,
el Banco Central actúa como representante de la red de Europa: de esto se trata
el comunismo del capital. En América Latina las cosas se dan de otro modo,
aunque también aquí se trata de superar las visiones que se cierran en términos
de proyectos nacionales-extractivos. Y me parece que la posibilidad de
articular una espacialidad más amplia pasa por comprender el papel que juega
Brasil.
¿En qué sentido?
Porque el Brasil produce más de lo que producen los
demás países de América latina y tiene una enorme capacidad de atracción sobre
el nivel internacional, que lo coloca necesariamente en una posición
hegemónica. Este problema queda por fuera del concepto de hegemonía que plantea
Laclau, que refiere exclusivamente al nivel nacional, excluyendo la necesidad
de tomar en serio el nivel regional. Creo que habría que pensar en un
equilibrio en la relación entre espacios nacionales y regionales a partir de
una colaboración real. Porque si los países se encierran sobre la exportación
de sus recursos naturales, es muy fácil que compitan unos contra otros, al
estilo medioriental, pero sin jeques.
Usted habla de una serie de paradojas en torno a lo
que llama biocapitalismo y al sujeto actual “hombre-máquina” como parte de la
dinámica de valorización. ¿De qué se trata?
Me interesa describir las mutaciones en el proceso
productivo a partir de nociones de Marx. Afirmo por un lado que el capital
constante (la parte de la inversión de capital en medios de producción y
materia prima que conserva valor) se transformó por influjo de la hegemonía del
capital financiero, al mismo tiempo que las finanzas constituyen actualmente el
mando mismo del capital. Y por otro, que el capital variable (la fuerza de
trabajo: mercancía que agrega valor) determinó formas distintas de existencia
que, en virtud de su movilidad y de la incorporación de conocimientos y de
autonomización de su cooperación desafían las tradicionales distinciones entre
capital fijo (parte del capital que queda fijado en las máquinas) y capital circulante
(parte del capital que circula bajo forma de mercancía). El trabajo vivo sufrió
un cambio antropológico, el hombre-máquina –para tomar la imagen de Deleuze y
Guattari– se apropió de elementos de lo que tradicionalmente Marx llamaba el
capital fijo, las máquinas. Esta mutación supone que el capital ya no dirige al
trabajo de modo directo, sino a la distancia, capturando al trabajo a partir de
dispositivos financieros. Se trata de un capital que capta el resultado del
trabajo en red. Esta es una gran diferencia, que implica una serie de
consecuencias.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo con respecto a la cuestión de la
propiedad, que concierne cada vez menos a la posesión inmediata de un bien y
más a la apropiación de toda una serie de servicios. La propiedad depende cada
vez más del conjunto de trabajo que se organiza alrededor de la posesión. La
composición de este trabajo se da como una realidad enteramente biopolítica.
Este movimiento implica un movimiento de subjetivación fundamental. A mí me
parece que sobre este terreno se debe desarrollar la reconstrucción de un pensamiento
revolucionario, en el sentido de ligar el análisis de estas transformaciones
con la utopía: en esto Maquiavelo, Lenin y Gramsci siguen siendo muy actuales
para nosotros.
Usted habla también de una moneda del común, ¿a qué
se refiere?
Creo que hoy se plantea el problema de la
reapropiación de la riqueza común, la cual sólo puede darse a través de la
moneda del común, para volverla lo más extensa posible, aceptando siempre la
abstracción de la relación, ya que en eso no se puede volver atrás. Hay que aceptar
la abstracción de esa relación que te han impuesto. Y luego, sobre este
terreno, es sólo una lucha común en el nivel global que resuelve el problema.
Yo no veo otras soluciones. Se pueden tener soluciones particulares de ruptura,
echar a una multinacional, repetir operaciones como la del 2001, no pagar,
declarar la insolvencia: son momentos de lucha pero no de solución. Son todos
problemas que se ponen políticamente de manera muy fuerte por eso este es un
momento maquiavélico puro.
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Colaboró: Maura Brighenti