¿Qué más querés?

Por Oscar Guerra


El kirchnerismo se impone. Cincuenta y cuatro por ciento es poco, el kirchnerismo se impone más allá. Su retórica mesiánica, su liturgia totalista, pan-nosótrica, argentina, invita festivamente y bajo amenaza; su destreza de organización fáctica del progreso, por otro lado, hace de las criticas opinión: opinión de actores disgustados pero finalmente partícipes de lo que hay. Sean empresas de periodismo independiente que cobran del fragor de Fravega, sean líderes sindicales y políticos de la izquierda que chillan montados al activismo productivo (“productivo” en su sentido verdadero, o sea amplio), sean pensadores a los que les va bien. El kirchnerismo logra ese estatuto opinológico de las criticas; logra también, acaso, que las criticas vitales, de las vidas que estallan, de las vidas que no llegan a armarse, en el actual curso de cosas, sean imperceptibles (lo perceptible pero sin efectos cuenta como imperceptible).


El kirchnerismo se impone porque si antes resolvía hacia la izquierda cuando se veía jaqueado, cuando estaba débil (como el enfrentamiento con un par de empresas mediáticas después de haber perdido con el sector agropecuario), parece que ahora, en cambio, usa el envión del 54 por ciento para liberarse de las cadenas de Moyano y prescindir de los capitales de Repsol (pasa de resistencia a autoridad, dice Diego). Y sustituye, un poco (de nuevo, en principio decimos “parece”) la red territorial de intendentes por esta nueva juventud maravillosa (cuando hace tres, cuatro, cinco años, se criticaba o alertaba la ausencia de tropa política específicamente kirchnerista). Aprueba por supuesto la Ley Antiterrorista, y reivindica a los piqueteros del pasado amenazando a las posibles “patrullas perdidas” que sigan en lucha sin anoticiarse del gran cambio que vivió la Argentina: ahora, vamos ganando.

La Ley Antiterrorista, cuya lectura minuciosa seguramente cause más de un ataque de pánico, refuerza la legalidad de esa persecución, bajo el ideologema de que los descontentos o inconformes no entienden “el proceso” que vive el ispa y por lo tanto son parte del pasado, la historia los va a enterrar. No todo es rosa ciertamente, pero bueno: tenemos una muerte digna, con apellido materno. Los ministerios hacen cosas y lo de YPF fue hasta una sorpresa para los exigentes, ¿Qué más querés?

IIIIII WAAANNNAAA BEEEEEEE… (En criollo: aaaaaaaiii uaaaanna biiiiiiiiii…)

No se trata solamente del instinto básico de no querer ser gobernado. No: también es un conformismo crítico. Una aceptación activa: si seremos gobernados, habitemos, sostengamos, siempre, puntos que pesen como exigencias al poder; gustos, intolerancias, necesidades decididas, que pesen como exigencia al gobierno. Que pesen en las relaciones de fuerza. Es un problema de ontología o, digamos, de orden ontológico: las luchas de hoy fundan el alfabeto con que se escribe la lengua del orden futuro.

Las medidas de progresismo gobernante abrevan en la inconformidad arrebatada y sin programa de la resistencia noventera y el estallido dosmilunero. Incluso puede decirse que abrevan, estas medidas de progresismo biengobernante, en el sentido común de aquella resistencia (YPF es un cabal ejemplo de la ligazón del gobierno con esas resistencias y agites codificados como programa). Y esto en realidad es tanto más claro cuanto más avanza “el proceso”: hay un relato de las acciones gubernamentales que básicamente enumera cosas que siempre quisimos. Primero pesos constituidos como comunes en el llano; después puntos de agenda disponibles para un entramado en Gobierno.

¿Qué va a pasar si adherimos todos los argentinos a la conversión de los deseos sociales –quiero decir los que surgen de los encuentros, intercambios y conflictos sociales- en programa de gobierno? ¿Qué va a pasar si no queremos más?

Hay que alimentar la permeabilidad democrática del gobierno, habitando siempre las verdades que precisan ser afirmadas como comunes.

Y la primera verdad es esta, de principios pero en un sentido estrictamente materialista. Esta verdad, el carácter originario de las movilizaciones sociales, de las creaciones sociales, respecto de su gestión institucional, es una verdad que hoy precisa ser afirmada. Precisa ser afirmada porque es negada. No tanto por las amenazas, apenas veladas, hacia las patrullas perdidas que crean que la crítica hoy debe seguir siendo a-institucional, que en todo caso, si querés pedir más, hace fuercita desde adentro. No: el carácter original (originador, originario, origénico…) de los movimientos multitudinales es negado a través de su omisión general en el relato. La única mención positiva –aquellos “pobladores de zonas petroleras que salieron a la vera de los caminos” – es precisamente para amenazar su recurrencia actual. “Relato” digo, pero relato usan los contras; al “relato” se oponen los contras que en realidad adhieren al modelo económico; “relato” es el nombre de una crítica opinológica con adhesionismo fáctico. Digamos entonces que es la nueva narrativa histórica la que omite el carácter hacedor de los movimientos sociales, su carácter fundante: dos mil uno es debacle, “renacimiento” se dice dos mil tres. Es notable, un gobierno que trabaja como heredero de las resistencias populares, niega la potencia creadora y aperturista de la última gran movilización popular en Argentina.

Vivimos una victoria pírrica de 2001.

¿Y nosotros? Atacado, el nosotros, por un modelo triunfante de nosotros con mando, un mando que no se diría que obedece (como querían en Chiapas), pero atiende; no importa la moral, por pillos o por cristianos, atienden gritos de ganas y necesidad. Por ahora, los que dejó sedimentada la resistencia de los noventa y el agite de dos mil uno, entonces, ¿Qué mas querés?

Pero, ¿qué pasaría si dejaran de surgir movimientos, gravitaciones, si las aspiraciones fueran reducidas a una certidumbre programática?

Ahora, ¿cómo se organiza ese querer más? ¿Cual es su materialidad referencial? Las condiciones prácticas del querer. Porque si es querer más, no puede negar lo que hay.

“Fugazetta rellena, te la dan precocida, la pones en el horno en tu casa…” oigo atrás mío en el bar donde escribo con Schneider bien helada. Lo que pasa es real, es mucho mejor de lo que nunca pensamos que podía pasar en el gobierno (mentira), y solo se puede querer mas aceptando eso.

Querer protagonismo, protagonismo social, protagonismo del llano. Diversión, si se quiere; muchas versiones. No solo recursos, no solo derechos; indeterminación del mundo. Querer estas cosas es visto como ansia pequebú, lejana de las condiciones materiales de los mas necesitados, del mundo del trabajo; pero esa condena a la autonomía de la red deseante multitudinal, y ese saber sobre las necesidades deseadas por unos otros, esa es la visión propia del conservadurismo reaccionario: conserva los valores de una sociedad, la repartija de los paquetes deseables.

Seríamos kirchneristas, qué duda cabe; sobran los motivos, si nos descansamos. Pero tenemos amigos que tratan de estar mas cerca de sus deseitos que de la mesa servida, por más riquita que venga, por mas generosamente dispensada que sea cuando los llaman a gritos. Amiguitos que, tras tantos, tras todos estos años –muy distinta cantidad para cada cual–, todavía logran guardar un poco de sensibilidad inocente, es decir, sostener un querer un aún sin poder representarlo.

Inocencia, y desconfianza –¿de verdad politizarme es adherir?


Lo que hay atrae, y la atracción gubernamental es sorprendente, en tanto gubernamental. Entonces, agazapamiento. Qué se puede hacer, salvo ver películas… Pero entonces, también, risa. También burla, risa y burla del seguidismo facilista, risa y burla de las ganas de ir ganando que son ciegas a tanto negocio y transa, risa y burla de la prosperidad enferma del boom automotriz, del monumental revisionismo histórico de Roger Waters, la moral de entretenimiento; una risa que no llega a impugnar (eso seria negar), pero sí para atender que ojo, hay que respetar los ruiditos y pensar. Una risa salvaguarda, que sabe que acepta pero no adhiere, que sabe que quiere otro sabor, pero sin tener objeto mejor para ofrecer, la risa de los escondidos.